Atilio Supparo
Atilio Supparo (Uruguay, 26 de abril de 1871 - Buenos Aires, 22 de abril de 1942) fue un escritor, poeta, bailarín, director de teatro y actor de teatro y cine. Respecto del lugar de nacimiento algunas fuentes lo dan en Montevideo, otras en Salto y otras en San José.
Fue un escritor intuitivo, un poeta que cultivó la poesía campera, un director de teatro con felices aciertos y, sobre todo un hombre noble valiente e inspirado. Su padre, químico farmacéutico, que era el cónsul de Italia en el Uruguay, lo envió junto a su hermano a Italia donde permaneció entre los 10 y los 14 años. Estudió griego y latín, leía mucho en italiano, traducía trozos de La Divina Comedia al latín y otros textos de Dante al español. A los 16 años, de regreso a su país, comenzó a trabajar en un comercio y luego en el Banco Italiano; en esos años empezó a surgir el poeta y el aficionado al teatro. En este último campo frecuentaba las representaciones de Ermete Novelli, Eleonora Duse, Tina Di Lorenzo, Jacinta Pezzana y de los hermanos Podestá. Comenzó a dirigir teatro a los 18 años en un tabladillo armado en una casa de familia, para personas amigas, luego renunció a su empleo y trabajó con su hermano en actividades agropecuarias para, un año después, viajar a Buenos Aires.
Su actividad en el teatro
Allí se acercó a los Podestá, concurría a las lecturas, presenciaba los ensayos, hacía observaciones e indicaciones, hasta que en 1901 Pepe Podestá lo incorporó como consejero, asesor y secretario. En 1905 dirigió en el Teatro Apolo los estrenos de dos clásicos de Florencio Sánchez, Barranca abajo y Los muertos, y uno de Martín Coronado, La piedra del escándalo.
La obra Barranca abajo se representó con un elenco de excepción: Pablo Podestá, Pepe Podestá, Lea Conti, Herminia Mancini, Blanca Vidal, Olinda Bozán, Rosa Bozán, María Broda, Humberto Scotti, Pascual Torterolo, Totón Podestá, Juan Farías. En los años siguientes dirigió a Pablo Podestá hasta 1909. También dirigió a Roberto Casaux en 1911 en la temporada del Teatro Argentino y a Francisco Ducasse. Por encargo de Carlos Dodero se encargó de la construcción del Teatro Vera en Corrientes y en 1914 viajó a Montevideo para hacerse cargo de la Escuela Experimental de Arte Dramático que había fundado tres años antes –y dirigía desde entonces- Jacinta Pezzana. Pese a que en el teatro de esa época reinaba el estilo de Sarah Bernhardt con su ampulosa declamación, Pezzana impuso en su academia el naturalismo. Ella era una soñadora, una socialista romántica, que anhelaba crear un teatro con entrada gratis para todo el mundo, a fin de que los hombres aprendieran en él su destino de libertad. Luego de terminar las clases del día, los alumnos —que percibían del Estado uruguayo un pequeño sueldo, para que pudieran dedicarse totalmente al teatro— formaban una pequeña compañía. En la Escuela, además de lo mejor del teatro rioplatense, el repertorio comprendía obras de Jacinto Benavente, de los hermanos Álvarez Quintero, Sacha Guitry, Linares Rivas, entre otros. De esa escuela salieron profesionales del teatro como Carmen Méndez, Humberto Nazzari, Ricardo Passano, Francisco Mastandrea, Orestes Caviglia, Gloria Ferrandiz y Domingo Sapelli. Al retirarse Pezzana, Atilio Supparo formó con sus estudiantes y con actores argentinos, uruguayos y españoles, un enorme elenco de cuarenta personas, entre actores y cantantes, con predominio de los argentinos: la Compañía Rioplatense de Comedias. Se hacían comedias, sainetes y piezas musicales.
Supparo estuvo siete años al frente de la institución y luego regresó a Buenos Aires. Pascual Carcavallo lo contrató para dirigir el Teatro Nacional y también hizo trabajo de dirección para otras compañías e intérpretes: Compañía Nacional de Sainetes, Comedias, Revistas Arata-Mancini en 1923 en el Teatro Porteño; César Ratti en el Teatro Apolo en 1930; Olinda Bozán en el Teatro de la Comedia en 1932; la compañía Cicarelli-Bustos-Mutarelli en el Teatro Cómico en 1932; la compañía Arellano de Espectáculos Populares en 1935; Pierina Dealessi en el Teatro Liceo en 1939; FernandoOchoa en 1940 y los hermanos Ratti en el Apolo en 1942, realizando su última puesta con La peor del colegio.
En la década de 1930 trabajó en la radio, generalmente como director de compañía y a veces como libretista, habitualmente en temas camperos.
Escribió unas 20 obras musicales, en general tangos y temas camperos, de los cuales Gardel grabó Ya pa’ qué y Pa’ qué más, el estilo Gaucho sol y, la cifra Luna gaucha. En colaboración con Julio De Caro hizo Tierra adentro y con música de Héctor Artola la marcha Canto a la vida.
Valoración
La nota necrológica de La Nación reproducida por Jorge Nielsen decía:
“Hombre de una segura intuición teatral y un gran amor por todas las cosas criollas, fue, verdaderamente, el primer director que tuvo el teatro nacional, y de ahí que, aunque su figura, en estos últimos años, se esfumara un poco en el retiro y su labor no continuara con el brillo prominente de sus mejores épocas, tiene toda la significación de un iniciador, de un guía, de un hombre que llevó nuestros mejores autores y nuestros primeros intérpretes de su mano, fuerte y leal. Aunque hayan pasado las modas y cambiado los hombres, aunque Supparo, como su espíritu, recio y criollo, no continuara la evolución de los géneros, queda en ese pasado enhiesto, dominado con arrogancia de árbol, pues algo de árbol tenía en su físico de tronco añoso y en la sombra protectora, que sobre tantos han proyectado”
POR DÓNDE ANDARÁ
Yo te busco en mis recuerdos, nena,
Y te busco pa'morir con vos;
Se me achica el corazón de pena,
Pero aguarda a que le des un adiós.
Y te juro que no sé como eras,
Que mi mente no te encuentra ya;
Que me paso las horas enteras,
Preguntando: ¿por dónde andará?
Y cruzan, a la vez,
Siluetas en montón
Y nunca descubro cuál es.
Yo me acuerdo, solamente,
De una caricia, de un beso sano,
De una mano muy ardiente
Que entre sus dedos tuvo mi mano;
Del amor de una pareja,
De una ventana, chica y sin reja,
Donde estaban bien juntitos ella y él...
¡No sé si yo soy aquél!
Es por eso que te busco, nena,
y te busco pa'morir con vos.
¿Qué te cuesta ser, un rato, buena?
Si no pido nada más que un adiós.
No, no vengas, que bajó del cielo
La mujer que más quería yo:
Es mi madre que trae un consuelo
La que nunca mi mente olvidó.
CABECITA NEGRA
Inútil canción ¿para quién cantas?,
si ya la pebeta no escucha tu voz,
ni pone en tu boca la dulce ración
pa’ que con tu pico la puedas besar...
¡Callate!, no sigas tu triste gorjeo,
¿no ves que tu canto, me agranda este mal?...
Callate unos días, muy pocos tal vez,
ya verás que alegría te aguarda después...
Si quiere el destino traerme a la ingrata,
seguí con tu trino, con tal que alegrés,
si en cambio resuelve odiarme nomás
y se queda y no vuelve, entonces verás:
yo te abro la jaula, búscala en tu vuelo,
decile a esa maula, ¿por quién le cantas?...
Inútil canción ¿para quién cantas?,
si ya la pebeta no escucha tu voz,
ni pone en tu boca la dulce ración
pa’ que con tu pico la puedas besar...
¡Callate!, no sigas tu triste gorjeo,
¿no ves que tu canto, me agranda este mal?...
Serás como un hijo que busca la unión
y que lleva un recuerdo atado a un perdón
y vuelve trayendo, como un triunfador,
un beso en el pico y un lazo de amor...
¡Callate, no cantés, que siento en tu voz
como un eco distante, diciéndome adiós!...
La jaula está abierta, tendé tu volido
y al lao de su oído, cantá por los dos…
Yo te busco en mis recuerdos, nena,
Y te busco pa'morir con vos;
Se me achica el corazón de pena,
Pero aguarda a que le des un adiós.
Y te juro que no sé como eras,
Que mi mente no te encuentra ya;
Que me paso las horas enteras,
Preguntando: ¿por dónde andará?
Y cruzan, a la vez,
Siluetas en montón
Y nunca descubro cuál es.
Yo me acuerdo, solamente,
De una caricia, de un beso sano,
De una mano muy ardiente
Que entre sus dedos tuvo mi mano;
Del amor de una pareja,
De una ventana, chica y sin reja,
Donde estaban bien juntitos ella y él...
¡No sé si yo soy aquél!
Es por eso que te busco, nena,
y te busco pa'morir con vos.
¿Qué te cuesta ser, un rato, buena?
Si no pido nada más que un adiós.
No, no vengas, que bajó del cielo
La mujer que más quería yo:
Es mi madre que trae un consuelo
La que nunca mi mente olvidó.
Mala cara
La lleva en ancas, no la ve, la siente
prendida con las uñas en la espalda;
es el "Chisme" el que va como jinete
y es su hermana "Tradición" la que se agarra.
Van pisoteando nombres y honradeces
a todo lo que corre el pampa criollo
que sabe que no es gaucho ser infieles
y quiere revolcarlos a corcovos.
Lo montaron a oscuras y en silencio,
sabiendo que era nomble más que manso,
pa hundirlo, de un tirón en el misterio,
tapando con calumnias todo el rastro.
Hay baile en cada cueva de la envidia
y son los convidaos todos aquellos
que no pudiendo ser más que inmundicia
rocían con cicuta el triunfo ajeno.
Traición, envidia y chisme, son resacas
que vinieron boyando por el río;
no son criollos de aquí, son de una marca
que usan de contrabando los bandidos.
Pasaron gambetiándole a la aduana,
saltando el alambrao de la nobleza,
y hambrientos de maldad, como las ratas,
dejaron, al roer, una epidemia.
Desprecio
En la lonja de sombra despareja
de un cerco mal tusao de cina-cina,
milongas de intención canta una china
a un gaucho a quien no quiere y la festeja.
El sabe de un mal juego de la vieja,
de un rival que la ronda a la sordina,
y traga esta respuesta que destina
pa mejor ocasión: "¡Sos una oveja!"
Paisano que es de guapos el caudillo
quisiera ver un hombre en cada verso
pa ensartarlo, sin asco, en su cuchillo.
¡Pero es hembra! ¡No vale ni el trabajo
de pasar por cobarde o por perverso!
.......................................
Y al cerco mal tusao le pega un tajo.
Luna gaucha
La noche viene bufando
y entre el vapor de su aliento,
se ve un rancho ceniciento
y a dos que están “dragoneando”.
El viento pasa escardando
la nube que encuentra guacha,
y en tanto que a la muchacha
él se declara formal,
ella mira el delantal
para buscarle una hilacha.
Entre el color amarillo
de la luz que dá un candil,
están los dos de perfil
haciendo un cambio de anillo.
Ese traspaso sencillo,
ese amor que no se grita,
ni pide a la margarita
que al deshojarla de un sí,
guarda miel de camoatí:
silvestre pero exquisita.
Cuando ya, codo con codo,
preso el amor se quedaba,
la luz del candil mermaba
hasta apagarse del todo.
La luna buscó acomodo
entre una nube barrosa
y al asomarse, curiosa,
volvió a esconderse, perpleja,
porque vio que la pareja
se besaba cariñosa.
De la calumnia al triunfo
Se cruzan en el camino,
sin chocar, dos pensamientos:
el de ella vuela sin tino
y en cada rancho vecino
ata una duda a los tientos.
El de él recorre sereno,
rastreando con vuelo sordo
las huellas de aquél terreno,
para ver si en nido ajeno
se metió un gaucho a lo tordo.
Así se pasan los días
y los meses... casi un año,
aquellas almas sombrías,
con luto en las alegrías
porque amor murió de un daño.
¡Pero el amor resucita!
¡es una cosa sagrada!
y la calumnia maldita
se hunde más cuanto más grita
y vuelve a lo que era: ¡nada!
Por eso fue que un buen día,
en aquella pulpería
y en presencia del traidor,
sellaron su juramento
los dos, en un casamiento
que fue el triunfo del amor.
La calumnia
(Pintura: Carlos Montefusco)
Ella estuvo en la tranquera,
mirando fijo el camino...
¡Esperó en balde!...¡No vino!...
y oscureció campo afuera.
"¡Por ahí viven los Aldabe;...".
"él tuvo amores con Pura..."
"¡Pero nó; si siempre jura"
"que no lo quiere!...¡quién sabe!"
Esto dijo sin malicia,
rumbeando, triste, hacia adentro;
y el perro salió a su encuentro
para hacerla una caricia.
Mientras busca en su defensa
mil razones, mil excusas,
intercalan las lechuzas
una duda en lo que piensa.
Cuando se dió por vencida,
golpeada por la tristeza,
fue inclinando la cabeza
hasta quedarse dormida.
.................................
Da un tero su voz de alerta,
diciendo a gritos su nombre;
y la silueta de un hombre
pasa acechando la puerta.
Viene borracho de pena.
Viene estrujando sus nervios.
Es de los gauchos soberbios,
pero el amor lo sofrena.
Le han dicho en la pulpería
que, de un rancho al rancho de ella,
un hombre marcó una huella
que no olvidó todavía.
Muerde a ratos el barbijo,
la garganta se le anuda...
¡quisiera poner en duda...
la honradez del que lo dijo!
Piensa nombres diferentes;
ve de un amigo la sombra.
Tiene miedo; no lo nombra...
y hace rechinar los dientes.
Así llega hasta su choza
llevando un martirio a cuestas...;
y el perro, aquel, le hace fiestas
como enviado por la moza.
Toma y deja sus maletas...
se acuesta, luego hace empeño
por echarle un pial al sueño
que le anda haciendo gambetas.
¡Es otra nueva derrota!
De contrario a sus anhelos,
tiene un camoatí de celos
que el amor propio alborota.
Loco de dolor ensilla;
no estriba, monta de un salto.
¡Tan ligero cruza un alto
que lo ahoga la golilla!
Mi ombú
Cien años! Cada arruga es como un tajo
que lo hizo cicatriz algún ricuerdo.
Ya no queda cuchillo en todo el pago
que no haiga puesto el nombre de su dueño.
Letras que son promesas de los novios
y grabaron allí pensando en ella.
Es un tatuaje gaucho, claro y hondo
que el ombú va a guardar hasta que muera.
Árbol de savia criolla, que abre entera
su copa pa dar sombra a los viajeros;
hincha el lomo 'e las ráices juera 'e tierra,
pa que venga el cansao y tome asiento.
Cuanto pájaro llega hasta sus ramas
engancha su vivienda entre las hojas;
¡Cada nido parece una medalla
que se hubiera ganao por güen patriota!
Hay una cruz clavada al lao del tronco,
hecha con la guitarra de una moza.
¡Yo mesmo la enterré, junto con todo
lo que ella me contó cuando de novia!
Por eso que, aquí cerca, alcé mi rancho;
pa que de noche, cuando baje su alma,
me halle sobre las raíces, esperando
que me ponga de poncho sus dos alas.
Pa que me diga al oído, muy bajito,
lo mesmo que me dijo cuando entonces,
mientras quema una vela en su pabilo
y goteando en la cruz, llora mi nombre.
Llora por mí que ya no tengo lágrimas
¡treinta años lagrimié, siempre en secreto!
Naide más que mi ombú vido mi cara,
porque jueron sus hojas mi pañuelo.
¡Tuito lo que tengo!
Escriba, m'hijo, usté que sabe de eso,
lo que le viá decir -Hágalo grande,
bien clarito... perdone que lo mande,
pero antes moje el lápiz con un beso.
¿Sabe lo que es un beso? Marca e fuego
propiedá del querer de cada cual,
juramento de amor, firma legal
que al pie de la verdá se pone luego.
¿Se cré que, por ser sencilla
la forma como se dá,
se pone en cualquier mejilla,
si con él no desensilla
tuita la sinceridá?
Si usté no lo siente ansina,
tire el lápiz al fogón,
pa no dejarme la espina
que la escretura fue indina
del hijo de éste varón.
¡Aura sí que lo creo de mi raza,
¡aura sí puedo hablar pa que lo escriba!:
Ya tengo dos testigos: -Dios arriba
y un güen cristiano aquí, que honra mi casa.
"Ese ritrato es mama; allí va a estar
como una virgen pa tuita mi vida.
Esta vivienda nunca ha e ser vendida
mientras mi mama esté". ¡Puede firmar!
......................................
Viá llevarle, a la muerta, este consuelo!
Déme la mano, m´hijo, y hasta el cielo.
Gaucho sol
Lucha el sol en retirada,
de un tajo degüella al cielo
y la sangre que va al suelo
deja una mancha morada.
La noche, en su atropellada,
pone una venda en la herida
mientras el sol, en su huida,
va bajando atrincherao,
pa salir por otro lao
y pegarle una embestida.
La noche hace un alto y calla;
y al creer que el sol va en derrota
tiende su carpa grandota
sobre el campo de batalla.
Forcejeando entre la malla
que forman nubes cenizas,
miles de estrellas pesquisas
aujerean la techumbre,
como si juese una lumbre
que al salir se hiciera trizas.
Cae de chasque al campamento,
vichando por la barranca,
la luna, que es como blanca
bandera de parlamento.
Se abrillanta cuando el viento
despeja la inmensidá
pero el sol que ya no está
pa dar cuartel ni resuello,
vuelve tocando a degüello
y triunfa la claridá.
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