Edson Lechuga
(Pahuatlán del Valle, México 1970), escritor y poeta mexicano residente en Barcelona. Es autor de las novelas Llovizna (2011), Luz de luciérnagas (2010) y Gotas de mercurio, (2012) y de los poemarios Elefantes y papalotes (2011) y El canto de los búhos (2001)
UNA MUJER LLORÓ
Una mujer llamó para dar consejos al sol que vuela
su voz era iglú, témpano
llevaba dentro los tobillos de la tromba
proyectaba el insensato hígado que congela
el bravísimo zumo de la fruta que amarga
la muerte frágil de la lágrima en la mejilla
el ladrido fúnebre de las lápidas
el silbido triste de las crucifixiones.
La mujer habló con pausas tenebrosas
con intervalos misteriosos como el canto de los búhos
como el ruido de los muertos
como el aliento de los panteones.
Entre palabra y palabra la mujer graznaba
entre palabra y palabra la mujer gemía
tensaba los hilos de la conciencia católica
hurgando en el corazón de la blasfemia.
Las palabras que dijo no fueron superficiales como la boa
ni insignificantes como el hombre
ni ligeras como llanto de Dios.
Una mujer llamó para dar consejos al sol que vuela
dijo que su pelo era largo como la vista del frío
como la vida del jabalí
dijo que su piel era como el cirio
eterna como ángel
perfecta como ella
y lisa, como pupila de yegua.
Dijo que su tacto era mejor que su boca
y largo como su muerte
y triste como su vida.
Una mujer lloró para dar consejos al sol que vuela
su voz era fría, vieja.
40 MUJERES
¿Y si pasara 40 días con Satanás
besando el cielo?
¿Y si conociera a 40 maricas lamiéndome
los pechos?
¿Y si dejara que 40 sombras arrastraran
mi alma encarnada a la noche tibia?
Cuando 40 dioses negros vomitasen lujurias
exquisitas, tan sólo para amara a 40 mujeres
que tapan su tiempo con 40 sonrisas
que hacen del vacío un universo,
¿y si dejase pasar 40 siglos o 40 vidas?
¿Y si dejase pasar 40 tiempos?
¿Y si tuviera 40 mujeres?
¿Y si muriera una sola vez?
Tomado de Poetas de Tierra Adentro II.
Fuera de este vagón
todo es mentira
las águilas caen en una vertical horrible
aguda como la punta del sueño.
Frenético el aire teje con hilos de madera
las uñas que esculpen el fuego donde todo arde.
Porque fuera de este vagón todo arde.
Las nubes con su lengua soban la piel del mundo tensa, casi momificada
y soban también al fuego sacro que incendia
las autopistas
los campos
las montañas
los valles
los pueblos
los puentes
los templos y
las águilas que caen prendidas.
Hay una bandera negra que colma el firmamento, fuera de este vagón:
La guerra de los espíritus liberados
El llanto de las bugambilias que al mundo guardan luto
Otredad
Paradigma
Miedo.
Arden lágrimas de cornalina en las mejillas tensas de mi ciudad
paroxismos del demonio que masturba sueños faraónicos con estelas de seda.
Cornalinas lacrimógenas que brotan de los ojos de la Ciudad de México, el laberinto piramidal de sacrificios y sangre
Ciudad de México, el indomable jaguar con lengua de manatí
Ciudad de México, el azul lagarto mestizado a fuerza de estacas
Ciudad de México, la madre monstruo que ama a sus hijos a latigazos
Ciudad de México, loca encarnada a los besos que dan los ladrones a sus mujeres
Ciudad de México, donde mi lengua de alce midió centímetro a centímetro, cada píe y cada sombra intentando con credos y oraciones, acalambrar el pensamiento en un contenedor de lunas, opacadas por el humo que sudan los escarabajos motorizados, transeúntes sobre la piel asfáltica que envenena el mar del aire y que a la vez, da vida a las palomas que jamás, jamás, jamás emigran de este ardor que ahora son tus calles.
Una lágrima perfecta cae de tu ojo de dragón, sentenciando a la policía que mata el tiempo matando pájaros que transportan la fe de esquina a esquina; donde las putas pintan las noches de rojo, como la sangre que te colma desde siempre, desde antes de todos los tiempos, desde antes de tanta conquista. Por eso el corazón se te ha convertido en bruma urbana, para así, poder sanar una y otra vez los labios de tus muros y curar tus heridas con poemas y canciones, genuinas y duras, como hijas de calamar taoísta sin bautismo, sin votos, sin maestro.
Arde la ciudad en sacrilegios, en osamentas olvidadas, en ríos de motores supersónicos, retacando de peróxidos azufrosos la nariz del pasado que afortunadamente para él, pasado es, y que no olvida el sacrificio de doncellas libres y llenas de nubes o de lluvia, en pos de alcanzar la gloria acerada en edificios y encementada en catedrales que alzan sus torres a un abismo de neón, donde el amor sabe a tabaco uniendo a blancos con morenos, a mugre con envidia, a lémures con ballenas, a ojos con billetes, a vírgenes con pordioseros, a peces con fuego, a hombres con dinosaurios.
Arde la ciudad y arde su gloria apócrifa. La gloria que se entrega por dos palabras al primer hombre que le suelte una sonrisa de metal, donde arroje su rostro de filamento pálido, pidiendo a gritos ¡Por el amor de Dios, que alguien me llene de amor, aunque sea mentira!
Gloria de esta ciudad que arde, metida a empujones de aliento en mi plexo lunar, donde el alma vive tratando de no ser una amante más en la historia y en la histeria del circo de tu vida.
Porque me amaste a medias gloriosa ciudad de gloria, me diste un beso tramposo después de besar a otros, que jurabas, besaban como si las cordilleras de tus tobillos fuera un pedazo de hielo.
Me hablaste tibiamente con los mares de tu cuerpo, al mismo tiempo que te entregabas, con el mismo cuerpo, con el mismo miedo, a otros hombres, libélulas cuadriculadas que viajaron en tus venas negras y que igual que yo, rompieron en llanto endémico cuando en el fondo de tu vientre, hallaron el manojo de recuerdos de obsidiana, que tienes reservado a los poetas.
Me mentiste madrastra, me colmaste de besos falsos, me dijiste que tu piernas sólo estarían abiertas a mis ojos y que tus golpes, sólo estarían dispuestos a mi espalda.
Me mentiste madrastra, lavaste con tus aguas negras y malolientes mis pecados, para darme luego, sin odio siquiera, una patada en el culo y echarme de tu guetto de ladrones.
Pero ese amor de madre regañona es una ofrenda, ese golpe es una iniciación al sendero eterno de necesitarte, porque ahora que ardes, sufro y gozo, por tus muertos
ahora que ardes, se tensan las piernas de tus putitas preguntonas
ahora que ardes, hieres las estrellas y los montes
ahora que ardes, se cuecen los animales de tus barrios
ahora que ardes, arden también mis ilusiones y mi sombra
ahora que ardes, yo ardo en ti.
Estás harta de tanta conquista urbe intensa
máquina de matar gatos
hiena cuidadora de hijos ajenos
Estás ¡hasta la madre! de tanta sangre y tanto manoseo
¡hasta la madre! de que dedos extraños te toquen el huequito tímido de entre las piernas
¡hasta la madre! de que te vendan a cachos
¡hasta la madre! de demagogias y conquistas
¡hasta la madre! de estúpidos políticos del tercer mundo, que te rascan las heridas metiéndose en tu carne para sacarte el barro con el que huyen a otro abismo. Por eso ardes mala madre, ardes en las banquetas insalubres, en la polución de tus aires, en la mierda de tu burguesía. Ardes en asaltos a mano armado, en violaciones, en atracos, en suicidios, en broncas, en drogas, en estridencia, en choques, en violencia, en crimen, en mugre, en histeria.
Te hiere la vasca que escupen tus gobernante en forma de besitos hipócritas en la espalda de las sombras
Te hieren los eclécticos que viajan en la vena más honda de tu cuerpo, llenando de maldiciones suicidas tus pulmones y alabando el símbolo corrosivo del hambre
Te hiere la roja culpa, que obliga a hombres a buscar un agujero donde poner el cuerpo a reposar, sabiendo de antemano, que mañana volverá la realidad, con toda su contundencia.
Sin embargo
tu muerte no es en vano
Tu muerte será el incienso sacado del laberinto de cenizas de tu cuerpo, donde las cosas giran por sí, creando fantasmas que se dan como besos, diferentes a los besos que me diste en forma de hada, de jaguar, de ceiba, de nutria. Besos terribles y dolorosos que hoy desquician las ansias mías, de la leche tuya.
Tu muerte señala la evolución de tus venas, el fenómeno estelar de tus células que se reacomodan sin descanso.
Tu muerte son las muertes cosmopolitas de la gente que hace que gires:
mujeres guerreras que no le temen al hambre
hombres de eucalipto que sudan frijol
niños tocados por el diablo durmiendo en las alcantarillas
todas las putas del mundo que en ti viven y venden amor que cura a los solitarios
extranjeros bienvenidos en tus huesos
ladrones de colmenas sin miel
y toda tu arca urbana de Noé, donde caben todas las cosas, todas las ideas.
Tu muerte es madre, el transcurso de tu sangre
El inicio de tu resurrección.
Has de saber que te amé ciudad ardiente de gloria de montaña, te ame y te amo hoy lejos pero prendida a mis venas de exiliado
Te amé cuando tocaste mis huesos en la azotea del sur del universo, y con un rosario de cuentas de tu corazón enrojecido, vaciaste el alma de mi alma, para llenarme con tu saliva de monstruo de gila, sentenciando mi carne y mi palabra a, como hasta hoy, esperarte
Te amé cuando juntos matamos con caricias cada poro de tu cuerpo de sombras
Te amé cuando mezclamos mi semen y tu sangre en una inmolación teotihuacana, donde ofreciste en sacrificio tu ombligo azteca y tus tobillos
Te amé cuando a hurtadillas te desnudaste frente a mi ventana, haciéndome pensar que mi ojo boyerista te acechaba; cuando en realidad tus pasos estaban calculados para meterte en mi cama la siguiente noche de luna llena
Te amé cuando de tus venas llenas de música, tomaste un ruido andino y lo enredaste a mi voz que suena al rasguño de las tres últimas cuerdas de tu guitarra
Te amé cuando soltaste tu lluvia dorada en mis caderas, haciendo de tu orgasmo, el orgasmo más traicionero de la historia
Te amé confundido en tus aguas Europeas, pensando que eran las mismas aguas del océano
Te amé pese a tus engaños y al hijo que jamás tuvimos
Te amé cuando un invierno te metiste en mi selva, soltando poco a poco, tus músculos y llenándome de besos hondos al lado del fuego y del río
Te amé cuando a oscuras pusiste un rosario asiático en mi mano, como símbolo de eternidad del ruido de lluvia que tiene tu cabello, cuando lo sueltas
Te amé cuando una noche, traicionamos a caricias desesperadas, al hombre con quien dormías desde el día de tu boda
Te amé en habitaciones prohibidas, en horas prohibidas, en situaciones prohibidas
Te amé entre palmeras y soltaste tus pechos a mi boca sedienta de un pezón adolorido
Te amé y fuiste la primera mujer que yo amaba
Te amé pese a tus orgasmos fingidos
Te amé una sola vez, aun recuerdo el sudor de tus manos.
Te amé con todas tus mañas y amé también tus delgadas piernas.
Te amé y tu, colibrí, conociste mis delirios
Te amé piel de crematorio de mariposas.
Ahora sin remedio
ardes con todo y bares y puentes y edificios y niños de la calle
Ardes ciudad que veo con ojos de cuervo desde lo alto de las nubes, en el vientre de un avión
Ardes ciudad empequeñecida por el fuego y la distancia, vista con mis ojos de serpiente galáctica, mientras, allá abajo, arde los edificios haciendo de sus músculos, alacranes púrpuras divinos, bestiales.
Ardes sudando fuego, te calcinas de dolor, sufres, lloras, mueres, pero no te arrepientes.
Y yo qué soy para ti traidora
Yo qué pitos toco
qué vela tengo en el entierro de tus abortos
¿Soy acaso un pobre loco empedernido por tu aliento?
¿Soy un simple camello funambulista que no sabe amar?
¿Qué soy para ti madre-dragón?
¿Qué significo? ¿Qué represento?
Soy tal vez, un soplo mojado de poluciones
o un misionero reticente y parco
o un poeta eléctrico con peces en vez de ojos
un parásito en los ríos de cemento
un experimento de los edificios y los montes
una eclosión
un suspiro
una gota
una calle
rasguño
banqueta
punto
Di que no me olvidarás ciudad de lumbre, que cuando mis piernas vuelvan a tus calles, tendrás aun llena la boca de mentiras y tus arañazos seguirán ávidos de mi nostalgia
¡Di que me quieres, puta ciudad de lamentos!
¡Madre de mis hijos!
¡Di que me amas y que por mi fuga,
hoy irremediablemente ardes!
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