Cristóbal Mosquera de Figueroa
(Sevilla, 1547 - Écija, 1610), poeta renacentista del Siglo de Oro español.
Fue de condición hidalga. Según el Libro de retratos de Francisco Pacheco, estudió en Salamanca y en Osuna y fue discípulo de Juan de Mal Lara. Fue corregidor sucesivamente de Utrera, del Puerto de Santa María y de Écija, y alcalde mayor del Adelantamiento de Burgos. Tuvo algunos amigos muy conocidos, como el poeta Alonso de Ercilla, cuya tercera parte de la Araucana prologó, de Miguel de Cervantes, a quien le proporcionó trabajo como recaudador de la Armada Invencible, y de don Álvaro de Bazán, primer marqués de Santa Cruz, que le protegió. Participó en la expedición a las Azores, de la que fue cronista, y a la isla Terceira. Escribió El conde Trivulcio (1586), publicación no autorizada por el autor y de la cual renegó, rescribiéndolo y publicándolo en 1596 con el título de Elogio del excelentíssimo señor Don Álvaro de Baçán, marqués de Santa Cruz, señor de las Villas del Viso y Valdepeñas, Comendador mayor de León, del Consejo de su Magestad, y su Capitán General del mar Océano y de la gente de guerra del Reyno de Portugal. Compuso también un Comentario en breve compendio de disciplina militar (Madrid, 1596). Sus Poesías inéditas fueron publicadas en Madrid por Guillermo Díaz Plaja en edición costeada por la Real Academia Española en 1955. Sus últimos años los pasó en Écija, donde murió en 1610.
Como poeta fue un hábil recreador de los motivos de la poesía del momento, pero no un creador stricto sensu; le gustan las construcciones trimembres y versifica con facilidad. Se nota que había leído a Garcilaso de la Vega, Fernando de Herrera y Fray Luis de León, y que todos ellos fueron sus modelos, en especial los dos primeros. El del último es perceptible en su elegía Al abad Francisco de Salinas, catedrático de música de Salamanca, y en su oda In encomium pacis... se evoca la Noche serena del agustino. Si se tiene en cuenta que estudió en Salamanca, no es de extrañar que leyera las poesías luisianas en manuscrito. Fernando de Herrera era amigo personal de Mosquera y publicó en sus Anotaciones algunas traducciones suyas y una elegía A la muerte de Garcilaso de la Vega. También cultivó los versos tradicionales castellanos con idéntica destreza. Su poesía sagrada se orienta ya hacia el conceptismo; su tema más tratado es la Pasión de Cristo y su iconografía. Su poesía amorosa se centra en un amor imposible según los cánones del petrarquismo, pero tiene dos destinatarias: Criselia y Cintia. Tampoco falta la poesía moral que invita al abandono del mundo y al alejamiento de la vida urbana.
A GARCILASO
Cisnes de Betis que en su gran ribera,
las divinas canciones entonando,
volvéis el triste ivierno en primavera;
y cuando el aura dulce está espirando
soléis ir con templado movimiento,
sublimes por las ondas paseando;
pues recebís de Apolo el sacro aliento
y de las musas sois favorecidos,
trocad la voz en lamentable acento.
CANCIÓN DE AVILA
De oy más el monte de Febo consagrado
con nuevo lustre y nueba hermosura
le uiste agradecido a quien renueba
con tal bentaga el canpo, el monte, el prado
punto [sic] la uoz, la sítara, dulçura
de Apolo y sus hermanas cobran nuba [sic]
y todos hacen prueba
de sus ingenios, su riquesa y dones,
cada qual su tesoro umilde ofrece,
su diuisa y blasones
a tu sagrada huella y te parece
que nadie aunque te rinda sus despojos
apenas ve que merece
la llana luz de tus serenos ojos.
A HERRERA
Tú irás aquesta lumbre enriqueciendo,
Iolas, que Salicio allá te ordena
corona de laurel que va creciendo;
tú la yedra serás que se encadena
tan fuerte y abundante por su seno
que impediréis los dos la luz serena
y el mundo dejaréis de sombras lleno.
Cervantes en Écija.
Hacia el 18 de Septiembre, salió Cervantes de Sevilla, y dos días más tarde hallóse en Écija, la famosa y antigua Astir, Astygi o Astigis griega, que conservó este nombre bajo los romanos; Ciudad del Sol, o, más vulgarmente, por su calor insoportable en el estío, «la Sartén de Andalucía». Recorrió, pues, en sentido inverso, y a caballo seguramente, las quince leguas que ya conocemos, haciendo noche en Carmona. Su presencia y designio en la bellísima población bañada por el Genil regístranse en el acta capitular del Concejo de 22 de Septiembre de 1587. En ella se da cuenta de encontrarse en la ciudad un comisario de Su Majestad (no se dice su nombre, pero es Cervantes), que pretende sacar todo el trigo de los vecinos, «dejándoles para comer e sembrar», y se acuerda hacer información, y enviarla al Rey, sobre la necesidad que se padece.
El comisario, pues, no había comenzado aún a sacar el trigo, sino que lo pretendía, y el Ayuntamiento, escarmentado del año anterior, poníase en guardia.
A nuestro Miguel, novato en aquellos menesteres, no tardaría en representársele lo difícil de cumplir, o hacer cumplir, las órdenes a rajatabla del juez Valdivia. Aquí daría comienzo su primer desencanto y disgusto tener que emplear la violencia con un vecindario cargado de razón y empobrecido por las sacas impagadas de años precedentes. ¡Buen oficio aquel para granjearse afectos y simpatías!
Afortunadamente (y ya contaría con este encuentro desde Sevilla) estaba de corregidor en Écija, aunque próximo a salir del puesto, pues sólo esperaba la venida del sucesor, su amigo el licenciado Cristóbal Mosquera de Figueroa, magistrado, escritor y excelente poeta (1), a quien visitaría apenas llegara y por quien se enteraría del estado de cosas en la ciudad. No podría imaginarse que antes de dar principio a su negra comisión, allí mismo las Musas le solicitarían, como recordándole para lo que había nacido y no para aquello a que la necesidad le obligaba. Porque el buen Mosquera de Figueroa, amante también de ellas a despecho de los cargos de justicia (que nadie se conforma con su suerte), estaba componiendo el Comentario en breve compendio de disciplina militar..., encargado por el marqués de Santa Cruz, exaltación de la jornada de las islas de los Azores, y lo consultaría con Cervantes. Éste escribió entonces para el Comentario el soneto en elogio de don Alvaro de Bazán y de su autor, que ya reprodujimos (2), y gozaría aquellos días con la lectura de la obra por la mención de Mosquera al heroísmo de su hermano Rodrigo de Cervantes, el primer soldado español que asaltó las trincheras contrarias, si acaso no también con los primores de su vihuela. En la Galatea, Miguel había consagrado a su amigo una octava real llena de encomios (3).
Mosquera, pues, ofreceríase a nuestro comisario (la amistad, a mi juicio, databa de los tiempos juveniles) para guiarle en el mejor desempeño de sus funciones; y, como conocedor de la ciudad, le aconsejaría la manera más acertada de proceder. Por desgracia, pudo servirle muy poco en el cargo, pues su corregiduría terminó el 26 de aquel mes. En 1.o de Octubre daba
Soneto, hasta ahora inédito, de Cristóbal Mosquera de Figueroa, A San Francisco.
posesión a don Juan de Zúñiga y Avellaneda, nuevo corregidor con quien Cervantes tuvo buenas relaciones. Así, durante aquellos cinco o seis días, en que el comisario empezaba su oficio y el corregidor dejaba el suyo, más los que sucediesen hasta abandonar Mosquera la población, Miguel pudo aprovecharse de los conocimientos y presentaciones de éste. Por otra parte, el primer acto de los comisarios era mostrar su comisión a los corregidores. Esto haría Cervantes con Zúñiga, bajo la recomendación de Mosquera. Y al tanto ya de la situación de la ciudad, procedió discretamente, midiendo bien el terreno que pisaba y sin las premuras de Valdivia. ¡Si no podía comprar el trigo! ¡Si no llevaba dinero! ¡Si sólo podía ofrecer unos papeles mojados, míseras certificaciones de lo que sacase, para cobrar... en cuanto hubiese pecunia! Por el momento, era excusado pensar en moliendas ni en labrar bizcocho para la Armada. Harto sería poder acopiar el trigo, mediante su embargo, y almacenarlo para mejor ocasión. Mientras estuviese depositado en almacenes, los vecinos no perdían del todo la esperanza de rescatarlo o que se les pagase; pero hacerlo moler sin abonarlo, era asunto de mucha exposición y responsabilidad.
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