Natalia Sosa Ayala
Natalia nació en la capital Grancanaria en 1938 y murió en el año 2000. Era hija del escritor Juan Sosa Suárez y siendo adolescente publicó su primer poema en una revista local. En 1959 aparece su primera novela, Stefanía, y, cuatro años más tarde, la segunda, Cartas en el crepúsculo. Publicó tres libros de poemas: Muchachas sin nombre (1980), Autorretrato (1981) y Diciembre (1992). En 1996 salió en Las Palmas su libro Desde mi desván y otros artículos. Neurosis. Cartas, conjunto de confesiones, reflexiones, recuerdos y artículos de prensa.
Natalia Sosa Ayala / Poemas
Por Manuel Díaz Martínez
Blog del Autor
https://diazmartinez.wordpress.com/2009/05/24/natalia-sosa-ayala-poemas/
En diciembre de 1995, poco antes de morir, mi mujer recibió un regalo de una desconocida. Una tarde, empleados de la floristería de El Corte Inglés depositaron en el apartamento en que nos había alojado la Universidad de Las Palmas de Gran Canaria, frente a la playa de Las Canteras, una hermosa planta en un tiesto de barro. Atada al tronco de la planta pendía una tarjeta con una dedicatoria manuscrita: “A Ofelia Gronlier, por su artículo sobre los balseros”. La firmaba Natalia Sosa. Días después del funeral de Ofelia supe quién era la agradecida lectora.
La poetisa y novelista Natalia Sosa Ayala, semi inválida a causa de una hemiplejia irreversible, ocupaba un pequeño piso en Las Palmas, muy cerca del mar, en compañía de un gato hiperquinético al que llamaba Fermín. En ese piso, Natalia y yo conversamos muchas veces en el breve tiempo que duró nuestra amistad. Un día del año 2000 me enteré por un periódico de que había muerto.
Natalia nació en la capital grancanaria en 1938. Era hija del escritor Juan Sosa Suárez y siendo adolescente publicó su primer poema en una revista local. En 1959 aparece su primera novela, Stefanía, y, cuatro años más tarde, la segunda, Cartas en el crepúsculo. Publicó tres libros de poemas: Muchachas sin nombre (1980), Autorretrato (1981) y Diciembre (1992). En 1996 salió en Las Palmas su libro Desde mi desván y otros artículos. Neurosis. Cartas, conjunto de confesiones, reflexiones, recuerdos y artículos de prensa.
No he leído sus novelas, pero sí sus dos últimos poemarios, en los cuales se percibe el eco de algunas voces femeninas de la poesía iberoamericana: Agustini, Ibarbourou, Loynaz, Sansores… En estos cuadernos de amores perdidos, angustias tenaces y reproches a Dios hay textos que merecen figurar en cualquier antología de la lírica española del siglo XX, como los que siguen.
Natalia libro 1
DÉJAME SER TU AMIGA
Señor, de entre todas las cosas
que yo amaba, sólo me quedas tú,
vagabundo infinito de las almas.
De entre todas las cosas
que me amaban
–ya tú sabes: tristezas,
risas, sufrimientos, distancias–,
sólo tú, Señor, dueño del Tiempo,
me has tendido
el afilado canto de tu mano.
Y tengo miedo a esta dulce red que me aprisiona
y para siempre quedarme encadenada.
No lo hagas, Señor, yo te lo pido.
Si de verdad me quieres,
ven conmigo, déjame que te hable,
déjame ser tu amiga triste y dulce,
mas no me quites,
Señor,
mi corazón de humana.
♣
RUEGO
Señor, aparta de mí el cáliz
del recuerdo. Que no beba ya más
de su amargura. Dame en cambio
transparencia pura y una dosis
pequeña de esperanza.
Señor, aparta de mi lado
la tristeza y siembra –tú lo puedes–
abedules.
Señor, dame la vuelta. Mide
la anchura, lo hondo de mi angustia
y haz del desamor un río de fuego
que resucite mi mortal vacío.
A ti te hirió el amor con luz certera
y nadie notará si me regalas
un diminuto resplandor perdido.
♣
A MIS MANOS
No te bastó, Señor, dar a mis manos
la posesión del verso,
ni haberlas hecho leves, hijas de la tibieza,
ni te bastó tampoco coronarles el vuelo
ni que mis dedos fueran pequeñas hierbas ávidas.
No te bastó vestirlas de plumajes silvestres,
amantes de las flores, despojadas de prisas.
Les diste, además, una raíz extraña
que hoy hundes en la tierra en donde nada crece.
Tú sabes que ellas aman los diminutos nidos,
pero tú las cargaste con el peso del odio
y has hecho de mi tacto envenenado río.
Dime, entonces, para qué las colmaste
de este sentir inquieto
si a la vez las heriste con el signo terrible
de todo lo que espanta.
Oh, dulce tacto mío.
Ellas, que apenas rozan, como abejas celestes,
las márgenes heridas del alma de las cosas.
Ah, Señor, son mis hijas, criaturas nacidas
de mi cuerpo salvaje, enredaderas puras,
limpias barcas de plata que navegan los mares
de soledades tristes. Un olor a naranjos
impregna mis estancias,
cuando suben por ellas pleamares latentes
de otro ser aterido por mi misma tristeza.
Por tener la imperfecta belleza de lo rudo,
por haber puesto en ellas mi alma de gaviota,
aunque tú las despojes de su normal destino
y las hayas dotado de oscuras avideces,
yo las amo, Señor,
yo bendigo, extraño creador de virtudes lejanas,
las manos que me diste.
♣
SEÑOR
Señor,
si yo te hablara del corazón
terreno que me has dado,
del ardoroso fuego en que consumo
la pesada carga de los días;
si te hablaran, por mí,
las mil pequeñas ramas de mis venas
y escucharas,
Señor,
mi voz que asciende a ti
sin esperanza;
si oyeras una vez, atentamente,
el ritmo de mi pecho dolorido
y como el viento acude a una ventana
acudieras también al alma mía
y de golpe tu boca me nombrara,
yo te hablara, Señor,
como una amiga.
Pero, lejanamente, distante y
ausentado, te presiento a la orilla
de mi vida, llevándotelo todo,
todo aquello que amo y me desvive.
Cuántas veces tus cuerdas he pulsado,
cuántas otras te he dicho
hermano y padre
y has permanecido en tu silencio
oscuramente sórdido y vacío.
Señor,
perdona que este día asuma amargamente
tu triunfo perdurable.
Me arrebataste todo y todo es tuyo.
Mi corazón, no obstante, permanece,
huido como tú en las distancias,
huido de tu mano lejanísima,
terrenal por tu gracia y por tu gracia
herido.
Asómate al celaje de tu gloria
y mírame vagar ligera y sola
ahogando en un poema mi renuncia.
(Del libro Autorretrato.)
Buenos días Natalia
por Marisol Ayala
Esa mujer que ven es mi querida prima Natalia Sosa Ayala, poetisa. Aún se recuerdan y se halagan sus textos; yo sus charlas, su voz pausada, su paseos por el jardín de su casa de Funchal. Toda sensibilidad. Un amor cuyo recuerdo me emociona. Inesperadamente alguien ha puesto en mis manos esta imagen y el corazón me ha dado un vuelco. La quise mucho, la admiré como nadie sabe y su muerte dejó a nuestra familia, a los amigos, desnudos. Ahora que cala con más fuerza la posibilidad de reconocer su trabajo literario debemos empujar para que así sea. Conmigo, con su familia, sus amados sobrinos, sus hermanas, sus primos, cuentan desde ahora mismo. En la familia mi prima siempre fue un ser especial, atenta, cariñosa, cobijada en su mundo pero mirando la vida y lo que por ella pasaba con el interés de quienes la viven con compromiso. La sensibilidad le producía dolor. Su madre, tía Peregrina y su padre, Juan Sosa, poeta y ser humano extraordinario, eran su vida como también lo fue su querido sobrino Rafita Padilla.
Imagen de Natalia Sosa en la sección de La Provincia de Salvador Sagaseta, El Huevo de Oro
Imagen de Natalia Sosa en la sección de La Provincia de Salvador Sagaseta, El Huevo de Oro
Tardes enteras en su casa de Ciudad Jardín hablando, discutiendo, aprendiendo siempre. Tengo para mí que una de las personas que más la entendió, la cuidó y la mimó fue mi padre, el tío Antonio, hermano de su madre, con quien Natalia -Nati- pasaba horas y horas de charlas. Solo diré que cuando un maldito mes de octubre mi padre salió y no regresó con vida, mi dolor, además de tantos otros, era darle la noticia de su fallecimiento a Natalia. Lo hicimos de madrugada y juntos, mis hermanos y ella, deambulamos por la oscuridad realizando los fríos y dolorosos trámites que conlleva una muerte.
Era una noche de viento y frio. Desde ese día en la familia nos sentimos más solos que nunca. Solo citaré que Natalia ya muy enferma rehusó visitas pero con su voz se despidió de la gente querida. La llamada que de ella recibí me rompió el alma: “Quiero decirte adiós, prima…”, dijo. Hablamos mientras ella tuvo fuerza y nunca supo que cada una de las palabras que pronunció las tengo escritas en un block de notas. Nos dijimos muchas cosas y lamentamos “no haber hablado más…”. No es fácil decirle adiós a quien tanto has querido.
Alguien que no logro identificar y lo lamento ha escrito de mi prima lo siguiente: “Hoy quiero llevar a ustedes parte de la vida y obra de una persona con la que durante muchos años tuvimos el honor de trabajar y de gozar con su amistad. Natalia fue siempre una persona sencilla, un corazón abierto a la amistad, un ser sensible y frágil que gozaba de la poesía y la escritura por encima de los problemas que la vida le regalaba y a los que hacia frente con gran determinación y entereza.
Natalia nos dejó una extensa obra de poesía y narrativa en las que con sencillez cuenta parte de su vida. Natalia nació en la capital grancanaria en 1938. Era hija del escritor Juan Sosa Suárez y siendo adolescente publicó su primer poema en una revista local. En 1959 aparece su primera novela, Stefanía, y, cuatro años más tarde, la segunda, Cartas en el crepúsculo. Publicó tres libros de poemas: Muchachas sin nombre (1980), Autorretrato (1981) y Diciembre (1992). En 1996 salió en Las Palmas su libro Desde mi desván y otros artículos. Neurosis. Cartas, conjunto de confesiones, reflexiones, recuerdos y artículos de prensa.
En el año 1981 nos reunimos Natalia Sosa, Mercedes Díaz y el que esto escribe y publicamos un libro de poesía tipo tríptico. Lo editamos nosotros con la Colaboración del Aula de Cultura del Colegio Claret de Las Palmas, empresa donde Natalia Sosa desempeño su labor de secretaría durante muchos años. Recordamos que los dibujos que ilustraban el libro fueron realizados por un alumno de solo catorce años.
Carátulas de los discos de la colección de Serrat
Carátulas de los cd’s de la colección de Serrat
Fueron unos años muy bonitos los que compartimos con nuestra compañera de trabajo Natalia Sosa, por eso, hoy, y siguiendo con la idea de sacar a la luz pública obras poéticas de canarios ilustres, no hemos querido dejar sin comentar algo de nuestra querida amiga Natalia Sosa”.
Mientras escribo estas líneas escucho a Miguel Hernández en la voz de Juan Manuel Serrat. Mejor compañía sonora para esta escritura es imposible. Dos amigas, Maribel y Teresa, a las que conocí en persona hace dos días y con quienes tengo comunicación continua desde hace dos o tres años me han regalado lo mejor de Serrat, de su colección “Personal”. Maravillosa. Mis amigas, canarias/catalanas, saben la devoción que siento por el Serrat de siempre a quien incluso le perdono algunas composiciones menos brillantes. Es lógico; cuando alguien compone una pieza como “Mediterráneo”, -antes lp hoy cd- superarlo es complicado.
Ya ven que mañana de sentimientos llevo.
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