Bernardino de Rebolledo
Bernardino de Rebolledo y Villamizar fue un noble, militar, poeta, erudito y diplomático español (León, bautizado el 31 de mayo de 1597 - Madrid, 27 de marzo de 1676), I Conde de Rebolledo, embajador de Felipe IV en Dinamarca entre 1648 y 1661.
Hijo de Jerónimo de Rebolledo, señor de Irián, cuyo título heredará, y de Ana de Villamizar y Lorenzana, descendía por línea directa de don Rodrigo, ennoblecido por el rey de León y Asturias don Ramiro I tras la batalla de Simancas contra los musulmanes. Su destino primero fue militar, iniciándose en las armas a los catorce años en Italia (1611), como declara la lápida de su sepulcro en la Catedral de León, con el grado de alférez de una compañía de infantería de marina en las galeras de Nápoles y Sicilia. Participó en la guerra contra el Imperio otomano a las órdenes del príncipe Filiberto de Saboya y Pedro de Leiva y destacó en varias acciones, llegando al grado de capitán.
En 1626 pasó a Lombardía bajo las órdenes de Ambrosio Spinola y combatió en la Guerra de Sucesión de Mantua. En 1630 recibió una grave herida de arcabuz en el sitio de Casale Monferrato, pero llevó a Felipe IV las llaves del castillo conquistado y el monarca le otorgó el título de gentilhombre del Cardenal Infante don Fernando, título que unió al hábito de la Orden de Santiago que le había sido concedido en 1628. Posteriormente, en Dinamarca, el recuerdo de aquella herida le inspiró la obra teatral Amar despreciando riesgos y algunos poemas.
De Italia pasó a Flandes bajo las órdenes del cardenal infante don Fernando, quien fue para él un verdadero mecenas, cual testimonian los numerosos poemas que le dedicó; después guerreó en el Palatinado y representó al rey en la Dieta de Ratisbona. Fue gobernador del Palatinado alemán durante la Guerra de los Treinta Años. En esta guerra intervino en diversas comisiones, pero la principal, que le valió de parte del emperador de Alemania Fernando II de Habsburgo el título de Conde del Sacro Imperio Romano con denominación de Conde de Rebolledo (1636), fue haber llevado las negociaciones diplomáticas entre el emperador, el rey de Hungría y los electores de Colonia y Maguncia. Satisfecho de sus servicios, Fernando III ratificó dicho título en carta fechada en Praga, 5 de septiembre de 1638, aunque don Bernardino, siempre prudente y precavido, no quiso aceptar el título hasta lograr el visto bueno del rey de España Felipe IV, que le llegó en carta fechada el 23 de junio de 1638.
En 1640 fue nombrado maestre de campo general del tercio de infantería española y se le concedió el gobierno de la plaza de Frankenthalen, donde su tenaz resistencia contra el asedio en que lo mantuvo el ejército sueco más de tres meses logró que por fin abandonaran el sitio. Tras esto obtuvo el cargo de superintendente militar del Palatinado y en enero de 1643 se le nombró gobernador y capitán general del mismo. Se le siguieron encomendando labores diplomáticas diversas y al fin, en 1647, volvió a España para intervenir en los disturbios de Cataluña, si bien Felipe IV le volvió a destinar a Alemania para asistir al Tratado de Westfalia.
Después fue enviado a Copenhague a principios de 1647 y allí permaneció trece años como embajador en la Corte de Dinamarca y espía del Papa, a quien representó además ante la corte polaca. Mantuvo una nutrida correspondencia con la reina Cristina de Suecia, a quien visitó de incógnito por orden de la casa real danesa a fin de que suscribiera un tratado de paz que concluyera la guerra entre ambos países, lo que consiguió, en efecto, en la Paz de Roskilde (1654). Su relación con la reina Cristina, epistolar y personal, en latín, sobre temas teológicos, convenció a la reina para convertirse al catolicismo. Rebolledo obtuvo, además, que su sobrino Antonio Pimentel del Prado fuera nombrado primer embajador español ante la corte sueca y la reina Cristina, que instituyó la Orden de Amaranta (todavía existente), les concedió el honor de nombrarlos entre los primeros condecorados junto a los condes de Dona y de Tot.
Don Bernardino de Rebolledo era ya embajador plenipotenciario español ante los países escandinavos y Polonia y, cuando la reina Cristina de Suecia decidió abdicar, Rebolledo participó activamente organizando desde Copenhague su huida, la cual ella llevó a cabo vestida de hombre. En Hamburgo la esperaba Rebolledo, quien la trasladó hasta la casa de su amigo judío sefardita Texeira. Desde allí se dirigió a Roma y fue bautizada católica por el Papa. Fue este un gran éxito de Rebolledo, quien era además de embajador de España el representante personal del Papa ante las iglesias católicas clandestinas de Suecia y Dinamarca (esta última cuenta con un pequeño museo en su honor en la catedral de Copenhague y, en el patio interior de su casa de descanso cerca de Nyhav, se guarda todavía su escudo nobiliario esculpido en piedra).
Todavía consiguió algo más Rebolledo: que la corte danesa otorgara su permiso para reconstruir la Iglesia católica que, tras la Reforma protestante, solo funcionaba en la clandestinidad familiar. Lo logró poco a poco: primero obtuvo la venia para que se celebrara misa en la embajada, por entonces situada en Kungetorget, centro viejo de Copenhague.
Durante el asedio sueco a Copenhague, Rebolledo puso su experiencia militar al servicio de los daneses y, como experto en artillería, contribuyó a abreviar el asedio. En Copenhague vivió penurias y se endeudó personalmente para mantener la embajada española, pues el servicio exterior en Madrid lo había olvidado. Todos esos largos años anduvo lleno de nostalgia y deseo de volver a su patria, como narra en un romance heroico:
«Sócrates, sin salir jamás de Grecia / pretende ser de todo el universo; / yo, que con los extraños he vivido, / morir entre los propios apetezco».
El rey lo nombró ministro en 1652 como premio a tan dilatados y sacrificados servicios; volvió a Madrid enfermo de gota para retirarse, cuando ya contaba sesenta y cinco años. En su ancianidad se consolaba estudiando cosmografía:
Esa brillante población de luces / que del sol obedece los preceptos / no nos influye tanto como alumbra / de su Autor al común conocimiento. / Y con los misteriosos eslabones / de la cadena que describe Homero, / a la primera causa nos conduce / por la contemplación de sus efectos. / De todo ser universal origen, / de toda inteligencia único centro, / unidad a que todo se reduce, / principio y fin de todo movimiento / en que se logra cierta la esperanza, / y más que cabe en ella poseemos, / descansan felizmente los cuidados / y viven inmortales los contentos.
Recluido en un monasterio, murió en 1676 y su título fue heredado por su hermano menor Benito, quien emigró a Chile, en donde viven todavía un centenar de Rebolledos.
Obra
Su obra poética, formada por no pocos sonetos, traducciones bíblicas, poemas extensos y breves y algunas piezas teatrales y obras didácticas, fue concebida y compuesta en casi toda su integridad en Dinamarca, lejos de los cenáculos y academias literarias de la Corte, hecho que le confiere una extraña originalidad, en especial a sus sonetos, todavía hoy mal conocidos, aunque no fue olvidado por los autores del neoclasicismo en el siglo XVIII ni por Marcelino Menéndez y Pelayo en el XIX. Es esta originalidad la que hace de él, en cierto sentido, un novator o preilustrado, con un pensamiento muy moderno. El inventario que hizo de sus libros la escandalizada Inquisición refleja su enorme curiosidad y la amplitud y profundidad de su cultura, poco frecuentes en un español de ese siglo, pero que en su caso se vieron facilitadas por su acceso a las más recatadas bibliotecas del norte de Europa. Su obra se conoce casi exclusivamente por una edición decimonónica de la Biblioteca de Autores Españoles.
Su estilo literario no sigue estrechamente los cánones conceptistas, pero recuerda de lejos a Quevedo en su contenido doctrinal y más bien toma como modelo formal y moral a los dos Argensolas, Lupercio y Bartolomé; por ello su poesía fue especialmente apreciada durante el siglo XVIII y Leandro Fernández de Moratín le cuenta entre los buenos poetas del siglo XVII en su poema La derrota de los pedantes.
Reunió sus poesías en Ocios (Amberes, 1650), cuyo tercer tomo lo constituyen las Rimas sacras. Esta obra conoció una segunda edición ampliada en su misma cuna, en 1660, y sería luego reeditada por Sancha en 1778, coincidiendo con su revalorización neoclásica.
El Discurso sobre la hermosura y el amor (1652), es en cierto modo anómalo en su obra y se inspira en la teoría del amor del Banquete platónico, divulgada por Marsilio Ficino y León Hebreo; de este último poseía en su biblioteca los Diálogos de amor. También tenía las obras de Platón en edición francesa.
El Discurso apologético va dirigido al señor Joachim Gestorf, senador y Gran maestre de Dinamarca, y fue escrito en 1656; defiende la doctrina católica sobre el purgatorio, mediando así en la polémica que sostuvo Rostoch con el jesuita Godofredo Francken a favor de este último, que era su amigo, años antes, en 1654. Rebolledo había enviado a Francken a Suecia para intentar convertir a la reina Cristina de Suecia al catolicismo, cosa que en efecto consiguió. La reina, posteriormente, otorgó a Rebolledo la insignia y banda de la Orden de Amaranta. Rostoch, además, había atacado a Rebolledo en un opúsculo. El discurso se tradujo al latín y se publicó en Colonia en 1660 con el título Dissertatio apologetica. Aparte de esto, escribió un discurso a la vez en alabanza y crítica de Epicuro, como el mismo Quevedo, y tres cartas impresas en la edición de sus obras (Amberes, 1660) donde se ofrecen datos costumbristas sobre la vida que lleva en Copenhague y se demuestra el importante papel que jugó Rebolledo en la conversión de la reina Cristina de Suecia al catolicismo.
La Selva militar y política (Colonia, 1654) es un largo poema didáctico en que expone la teoría militar y su experiencia como diplomático.
Las Selvas dánicas (Copenhague, 1654) narran la genealogía de la casa real danesa destacando favorablemente a los reyes que fueron católicos; encubre este texto un ataque al luteranismo y probablemente influyó en su destitución como embajador. La obra está dedicada a la reina Sofía Amelia de Brunswick-Lüneburg, que le había cedido el palacio de Hersholm para amparar sus ocios literarios.
La constancia victoriosa, égloga sacra se publicó en Colonia, 1655, en los talleres del impresor Antonio Kinchio; es una traducción del Libro de Job muy alabada por Marcelino Menéndez Pelayo que está dedicada a Cristina de Suecia. Forma un volumen conjunto con otras dos obras de temática religiosa: la Selva sagrada (Kinchio, 1657), una traducción completa de los Salmos con dedicatoria a Felipe IV, y el Idilio sacro (Amberes, Plantino, 1660), paráfrasis de la Pasión de Cristo inspirada en el Evangelio de San Juan y dedicada a la reina Mariana de Austria.
Los Trenos (1655) son una traducción en verso del libro bíblico Lamentaciones del profeta Jeremías, nunca impresa por separado, también muy estimada por Marcelino Menéndez Pelayo.
La Selva sagrada (1657) es una versión completa al castellano de los Salmos realizada "teniendo a la vista la interlineal de Benito Arias Montano y la literalísima versión castellana impresa por los judíos de Ferrara", según M. Menéndez Pelayo. Es una de sus obras más famosas.
Escribió además algunas obras de teatro: el Entremés de los maridos conformes, la ya mentada tragicomedia Amar despreciando riesgos y el Proemio a la comedia Sufrir más por querer más de Jerónimo de Villayzán.
Sus obras completas se conservan en ediciones originales con correcciones de su puño y letra en la biblioteca de la Universidad de Lund, segunda ciudad de Escania, región danesa arrebatada a Dinamarca por Suecia en 1667.
Sonetos
«Ocios» del Conde de Rebolledo
Edición literaria de Ramón García González
- I -
A Lisi
Estos suspiros, Lisi, estos acentos,
desnudos de arte de dolor vestidos,
lisonjas debían ser de tus oídos,
puesto que indicio son de mis tormentos.
Mas a mover digna piedad atentos,
no bien fueron del Alma despedidos,
cuando vuelven a ser por desvalidos,
querelloso embarazo de los vientos.
Segunda vez, a ti se han atrevido,
sino fueren del todo despreciados,
en fe de haber tal dueño merecido.
Del Tiempo vivirán privilegiados,
venciendo ya que el tuyo no han podido
el olvido ha que estaban condenados.
- II -
Mira Rogelio el Mar que en ondas mueve
sus piélagos profundos contra el Cielo,
no ves como él a castigar el suelo
vapor convertido en rayos llueve.
Que ciego error ha despreciar se atreve
del mayor daño en el mayor recelo
por un ardiente juvenil desvelo
ira a que tantos escarmientos debe.
No salga Lisi, a recibir los males
prevenido el temor, ama y espera,
de un recíproco amor glorias constantes.
Pues cuando el Orbe ruinas padeciera
respetaran las iras celestiales
la verdadera fe de los amantes.
- III -
Fabio ni te disputo la hermosura
de Celia, ni el donaire, ni la gala,
su más templada acción llamas exhala
y común inquietud su compostura.
Rendirme como a ti también procura
y con tiernos afectos me regala,
condición apacible pero mala
para poner en ella fe segura.
Si es costumbre el favor la ocasión parte,
para abrazar la más dichosa suerte,
y ociosa en todo del amor el arte.
Aun la esperanza debe entristecerte,
pues hoy son evidencias de olvidarte
cuantas ayer premisas de quererte.
- IV -
Ícaro pensamiento que atrevido
a la región suprema levantado,
sacrificó a dos soles su cuidado
por la gloria de verse bien perdido.
De inferiores objetos atraído
en humildes prisiones enlazado
quedó de luz y de razón privado,
a sujeción indigna reducido.
Produjo grave error largo escarmiento
que a la dura prisión rompió los lazos
volviendo al curso de su antiguo vuelo.
Cual generoso halcón que hollando el viento
libre de los odiosos embarazos
con prestas alas se remonta al viento.
- V -
Amor si en mi cobarde rendimiento
a la prisión del alma reducido
tus ardientes afectos han podido
infundir tan audaz atrevimiento.
Porque no emprendes a más gloria atento
contrastar a pesar de tanto olvido
de Lisis el rigor jamás vencido
de piedad ni de humano sentimiento.
Pues fueron tus violencias poderosas
al exceso mayor cuando severa
en su misma deidad se defendía.
Desestima las dudas temerosas
del rigor en que esquiva persevera
que no es recato ya sino porfía.
- VI -
Hoy el tiempo repite el feliz día
en que grato a la tierra le dio el Cielo
vestida de un hermoso frágil velo
el alma que inmortal le merecía.
Desde el la siempre amada prenda mía
daba premisas al común desvelo
advertidos temores al recelo
que indigna prevención le prevenía.
Si anticipa a la edad las sujeciones
y a tantos rendimientos debe palmas
esta de su beldad línea primera.
Quien resistir podrá más perfecciones
si aurora fue el incendio de las almas
que hará sol en el auge de la esfera.
- VII -
Tal pudo un atrevido rendimiento,
tanto una generosa confianza,
en desestimación de la esperanza
en desesperación del sufrimiento.
Que limitando plazos al tormento
redujeron con próspera mudanza,
el mortal riesgo a la mayor bonanza
el mayor daño al más feliz contento.
Todo aquel aparato riguroso
de enojos y de errores asombrado
alto en teatro ya de tanta gloria.
De la suerte debiera estar quejoso
si no me hubiera los tormentos dado,
por aumentar el bien con su memoria.
- VIII -
Mariposa a la lumbre de unos ojos
siempre abrasado, nunca consumido,
mi pensamiento dulcemente ha sido
ciego por elección no por antojos.
Presente a los bellísimos despojos
donde el pincel su límite ha excedido
daba la vista, y el deseo atrevido
bebiendo llamas mitigaba enojos.
Arrebátame el sueño la hermosura,
a su vano teatro la traslada
tan viva que despierto me engañara.
Logré reflejos de su lumbre pura
cuyo el error llevó mi prenda amada
nunca durmiera o nunca despertara.
- IX -
Siguiendo a Fabio y adorando a Lisi,
de Fortuna y Amor probé los daños,
de una y otra esperanza los engaños
examinar con experiencia quise.
Quien más seguras posesione pise
al fugitivo curso de los años
deberá más costosos desengaños,
propio escarmiento ajeno error avise.
Fabio del filo atroz arrebatado,
Lisi de los rigores defendida,
demostrativamente han confesado.
Que tanta adoración sólo es debida
al inmutable ser que anticipado
el premio da que a merecer convida.
- X -
Que en su mayor ofensa más constante
siempre os halla la suerte examinado,
y en la menos feliz más venerado
ninguna a como veros sea bastante.
Acción es vuestra, más que el fulminante
rayos de iras marciales fabricado,
de su moral violencia desarmado
vuestro pecho confiese de Diamante.
Esta al Sumo Hacedor reconocida
su guerrero fatal os distribuye
triunfos que envidien Marte y la Fortuna.
Pues el que ha dilatado vuestra vida
el dilatar su nombre os constituye
de la tumba del Sol hasta la cuna.
- XI -
Señor cuya piedad, cuya clemencia,
atenta siempre a nuestro bien, retira
las flechas de rigor, los rayos de ira,
que solicita tal inobediencia.
Pues revocaste la fatal sentencia,
y del trance mortal que horror inspira,
maravilla que el Mundo absorto admira,
me arrebataste a la cruel violencia.
Desengaños produzca asombro tanto,
de tu piedad mayor efecto sea
la salud interior aun más perdida.
Anegando mis culpas en mi llanto
su imperio libre la razón posea
que restituya el alma a mejor vida.
- XII -
Ya de nuestra amistad el yugo leve
que un tiempo tu cerviz obedecía,
del todo cargará sobre la mía
pues ella a sustentarle no se atreve.
A la inconstancia este temor se debe
que tan a mi pesar me desconfía,
la fe que ayer milagros ofrecía
hoy es tibia, mañana será leve.
No del todo a Deidad tan venerable
faltes, asiste a lo exterior siquiera,
y en lo que a tu opinión debes repara.
Que si yo restaurártela pudiera
a sólo defenderte de mudable
todo lo que no es serlo aventurara.
- XIII -
No sed común de atesorar riquezas
del Mundo enfermo vana hidropesía,
ni ardiente afecto en juventud baldía
de vagar climas de admirar grandezas.
Me expone a las indómitas fierezas
del Océano que sepulta el día,
y con Olimpos de agua hacer porfía
la nace Celestial Menudas piezas.
Que a tanta empresa estímulo debido
magnánimo señor movió en mi pecho,
de inquirir nuevos climas el deseo.
Adonde dilatar pueda atrevido
las heroicas virtudes que en vos veo,
a cuya Fama el Orbe viene estrecho.
- XIV -
Vive en la antigua edad tan venerada
la Academia que nombre a Platón debe,
que el tiempo a oscurecerla no se atreve
de tanta Metafísica ilustrada.
La que no concedió evidencia a nada,
afectando ignorar de ingenios nueve,
aun la dudosa voz en balde mueve
mal admitida cuando no acusada.
Del moderno Platón, Fénix renace
a gloria de las dos Filosofías
digna Academia de mayor memoria.
Que eterna ofensa a las pasadas hace,
y opuesta a las violencias de los días
cuanta vida le dio le ofrece gloria.
- XV -
La que el tiempo apagó sagrada lumbre,
aun de celestes luces envidiada,
segunda vez se ve vivificada
vencer la inicua si fatal costumbre.
Deidad le aplica en la suprema cumbre
de la inmortalidad del todo hurtada
a temporal injuria, venerada
de rayos luminosa muchedumbre.
A tan puro esplendor eterno día
asegura la edad, Trinacria ofrece
sacro culto al autor de incendio tanto.
Que contra la de ausencia sombra fría
estrellas alumbró do resplandece,
Sol de virtudes al del Cielo espanto.
- XVI -
El Héroe invicto que el vital aliento
victorioso rindió a la suerte dura,
en muerte que inmortal vida asegura
la gloria conmutó del vencimiento.
Excesos permitiendo al sentimiento
que alterar pueden la región más pura,
su fiel consorte revocar procura
fatales leyes con quejoso acento.
El alma que en los dos se dividía,
despedida del uno y otro pecho
en este mármol vive, en él porfía.
Nueva vida infundir al tronco helado,
del dolor persuadida sin provecho
a unir lo que la muerte ha separado.
- XVII -
El invencible Alfonso a quien tenía
eterno triunfo el Cielo destinado,
cedió al violento disponer del hado
donde el Tesín al Po su llanto fía.
Yace el, siempre magnánimo García
del Reno en las riberas hospedado,
en su más verde edad arrebatado
de ajena fraude y propia valentía.
Teatro el mar de trágica victoria
al gran don Diego fue, que España debe
ruina mortal de bárbaros infieles.
Donde cabrá de su valor la gloria,
si el Orbe viene a ser sepulcro breve
a tantos victoriosos Pimenteles.
- XVIII -
Félix si sus aplausos autorizas
del vulgo a las inciertas opiniones,
cuanto esplendor en ellos te propones
a mejor luz será leves cenizas.
Al súbdito infeliz le tiranizas
el caudal, con violentas opresiones,
y vertido en indignas profusiones
jactancioso el insulto solemnizas.
No la verdad aprobara por bueno
al que llamar espléndido se atreve
apenas, la lisonja inadvertida.
Ni tú al exceso de desorden lleno
pienses ganar la gloria que se debe
al heroico contexto de una vida.
- XIX -
Lelio en vano presumo tu energía
del vulgo reformar las opiniones,
que a pesar de precisas soluciones
en lo que entiende menos más porfía.
Si contender su claridad al día
pueden las litigiosas confusiones,
a riego tal inadvertido expones
tanta ociosa a mi ver Filosofía.
Platón no te predica perseguido,
Sócrates no te influye castigado,
cuanto aventuran en severos modos.
Del engaño de tantos admitido
de nadie debe ser desestimado
siente como ellos y habla como todos.
- XX -
Que tan graves ofensas repetidas,
a tanto destemplar la confianza,
rayos vibre, señor, vuestra venganza
sobre el común error de nuestras vidas.
Que guerra, peste, hambre, embravecidas,
quiten a los remedios esperanza
justo es, y que a mayor desconfianza
aun sean las muertes más que las heridas.
Mas que de vuestra Esposa la decencia
triunfante huelle bárbaro enemigo
excede todo humano sentimiento.
Pero es estilo ya en vuestra clemencia
apurar su inocencia en el castigo
por dar a nuestra culpa el escarmiento.
- XXI -
Esta máquina excelsa, esta eminente
pira, que al Sol a luces desafía
y el Orbe contener en sí debía
para ser pompa a tal Héroe decente.
Ara es donde uno y otro afecto ardiente
religiosa piedad al Cielo envía,
y el constante dolor renueva y fía
del común desconsuelo eternamente.
Con cien voces aclama, con cien ojos,
llora la Fama, en bélicos progresos,
trágicos fines, lúgubre victoria.
Al que Triunfantes mereciendo excesos
o el mismo Triunfo vino a ser despojos
y en poca tierra eclipsa tanta gloria.
- XXII -
Venere o huésped tu piadoso celo
si conmovido no acompaña en esta
máquina funeral, pompa funesta,
el común excesivo desconsuelo.
Del magno vencedor el frágil velo
cuya victoria tanto a España cuesta,
y hace aquí, su memoria al tiempo opuesta
alma es del mundo, el alma luz del Cielo.
El mármol incapaz de los Trofeos
que a sus Triunfos la Fama dirigía,
sólo el nombre admitió que esculpió el llanto.
Cupo en el y en el Orbe aun no cabía
terminen su ambición nuestros deseos
a tanta ruina, a desengaño tanto.
- XXIII -
Julio pues a los Orbes celestiales
regulas influencias, movimiento,
mides la Tierra y mar, tasas el Viento
a tal estudio, con desvelos tales.
Pues del Tiempo reduces los anales
a no menor Doctrina que ornamento,
y a la primera causa sólo atento
son en ti sus efectos siempre iguales.
Porque llevar de la opinión te dejas
que la Ley y sujeto a la conveniencia,
por vanas contenciones y porfías.
Que si con la escritura te aconsejas
del Sumo sacerdote la obediencia
en el castigo observarás de Osías.
- XXIV -
De amor dichoso desdichado efecto,
y tan infelizmente malogrado,
que el ser que me debiste te ha costado
la privación del soberano objeto.
Bárbara la ambición, impío el afecto,
contra ti, contra el Cielo declarado,
ha en su mismo dolor sacrificado
víctima eterna a temporal respeto.
Luz antes apagada que encendida,
exhalación que la fatal violencia
pasó a la muerte sin tocar la vida.
Si el error repetido de mis años
los rayos eclipsó de tu inocencia,
tu ceguedad alumbre mis engaños.
- XXV -
Necesitado de la luz del Cielo
que en sus soles al mundo permitía,
quitó a mis ojos para siempre el día
con eterna ocasión de desconsuelo.
Y el alma desnudó del mortal velo
que su frágil, materia desmentía,
Fili para perderse sólo mía,
muerta a mi vida, viva a mi desvelo.
Tú en Esferas de gloria arrebatada
de la Divina esencia, no diviertes
tu atención al dolor de los mortales.
Yo si no a ti tan poco atiendo a nada,
que en la desigualdad de nuestras suertes
nos igualan los bienes y los males.
- XXVI -
Desprecio no piedad del Elemento
que excitan procelosos alborotos,
destrozado el timón, los remos rotos,
Velas y Jarcias ya triunfó del viento.
No por tan infeliz menos contento
vencí en la playa Piélagos ignotos,
y al patrio templo los sagrados votos
en fechas ofrecí del escarmiento.
Cuando embistiendo el leño fatigado
nuevo Huracán, con implacable guerra
entre peñascos le arrojó de hielo.
Donde el áspero clima le ha varado,
pues no puede tomar puerto en la tierra
señor Abril de puerta par el Cielo.
- XXVII -
A Clori
Si cuando en mi favor más te declaras
Clori, les pides burlas a mis veras,
no extrañes que pregunte lo que hicieras
si de mis sentimientos te burlabas.
Pues en sus desazones no reparas,
en repetir instancias perseveras,
y víctima son admiten más severas,
sacrifiquemos burla en tus aras.
Ya que sus yerros en agrado doras,
y a darles nueva estimación aspiras,
de merecer perdón irán seguras.
Mas en vano su crédito mejoras,
pues que de mis verdades le retiras,
matas de veras, y de burlas curas.
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