Andrés Quintanilla Buey
Presidente de la Academia Castellano-Leonesa de Poesía, Andrés Quintanilla Buey, falleció a los 76 años de edad el jueves 3 de julio de 2008 en Valladolid (España), tras una larga enfermedad.
Nacido en Palencia en 1932, se encontraba afincado en Valladolid desde hacía varios años. Quintanilla Buey publicó sus primeros poemas en la revista Juan Baños, en Palencia, que derivó en el grupo literario “El Sarmiento”, en Valladolid.
Principalmente escribió poemarios, pero también se dedicó a otros géneros como la narrativa y la novela corta. Entre sus poemarios más significativos figuran Arambol, Campo Grande, Al borde de tu sueño, Los niños de las cruces, junto al cuento “Después del atentado”. Estos y otros trabajos le llevaron a ser distinguido con numerosos premios, como el Ciudad de Valladolid, el Garcilaso y el Ciudad de San Sebastián.
Fue colaborador habitual del Instituto de Investigaciones de Estudios Abulenses, dependiente de la Institución Gran Duque de Alba, y de la Institución Tello Téllez de Meneses, de la Diputación de Palencia, e ingresó en la Academia de Juglares de San Juan de la Cruz.
Jesús Fonseca, miembro de la Academia Castellano-Leonesa de Poesía, lamentó la pérdida del escritor y lo definió como “el gran impulsor, el verdadero creador de la academia, sin el cual no hubiera existido”. Agregó que Quintanilla Buey apoyó e impulsó siempre “los viernes de El Sarmiento; vivió muy entregado a la poesía; se movía por toda la comunidad; organizaba constantemente encuentros de poesía; siempre estaba sacando libros... Era un hombre de mano tendida y de corazón noble, sencillo y bueno”, expresó.
“Su poesía era muy íntima y a la vez muy fresca; le brotaba del corazón. Era un hombre muy cercano que transmitía bondad. Nadie hablaba mal de él y logró lo imposible, reunir bajo el techo de la academia a poetas de todas las provincias y hacer de ella un lugar de encuentro. Yo siempre he dicho que Andrés Quintanilla necesitaba la poesía para vivir y respirar, y eso lo transmitía”, concluyó.
MADRIGAL PARA UNA NIÑA NEGRA
Te trajo el mar y te dejó en la arena
envuelta en algas. Pasmo en cada ola.
Equivocada y sola,
niña de selva y sal, negra azucena,
te trajo el mar y el mar te hizo española.
Como una niña buena
-primer sueño de espuma y caracola-
te quedaste dormida, en la serena
quietud, lejos del susto y de la pena,
del pánico que asola
la tierra que dejaste. La cadena
se ha roto. Ya eres libre. Te aureola
la luz del alba. Duerme. Dulce, suena
la brisa, que recoge y enarbola
-niña de gracia llena-
mi madrigal de niebla y de amapola,
de junco y de colmena.
QUE HABLAN DEL ALMA
Vengo a ti, Madrigal, el alma en vilo,
peregrino de amor, casa bendita,
todo asombro, que invita
al pasmo y al sigilo,
a decirte unos versos, vino y miel,
unos versos de piedra y de trigal,
para ti, Madrigal
de Fray Luis, de Isabel.
Ninguna voz más triste que la mía,
ni más desentonada.
Mi voz, que, tiempo atrás, era llamada
la voz de la alegría,
es hoy la voz que sientes
entrando en tu portal
con una canción rota entre los dientes
para ti, Madrigal.
Una canción de amor que aunque el mal viento
la hiera, mi garganta
te entrega con pasión, mira con cuánta
verdad y sentimiento.
El alma puesta en estos madrigales
de un poeta español y enamorado,
que ha reído contigo y ha llorado
tus venturas y males.
¡Mi Madrigal, que sigues, noble y fiel,
a Fray Luis, a Isabel!...
Escucha, Madrigal, tras la Muralla,
las palabras de hiel
que arañan y estremecen nuestra piel.
¡España, no!, es el grito. Y nos estalla
en plena sangre el susto, Madrigal.
No sé quién duerme y calla
un sueño tan mortal.
¡Ay, dulce Madrigal del tiempo aquél
de Fray Luis, de Isabel!
¡Qué cerca Fontiveros
del mínimo y dulcísimo San Juan!
Qué cerca el blanco pan
y el horno en que se cuece, tan enteros,
tan de Amor prisioneros,
ardiendo todavía.
Tierra para albergar la poesía,
tierra para soñar, surco y rosal...
Qué cerca el manantial
y aquella luz que Amor amanecía...
¡Qué cerca, Madrigal!
Cuánta tierra abrazada, cuánta tierra
queriéndose quedar.
Cuánta tierra abrazada y cuánto mar
dibujándola... Yerra
quien desordena el surco, quien nos quema
el árbol y el poema:
el alma es inmortal.
La nuestra es de las almas que más vuelan.
Torres altas la velan.
Tus torres, Madrigal.
ANTES DE COMENZAR
Antes de comenzar, quiero advertiros
que Rogelio existió; y os aseguro
que fue aquí, en esta tierra, en este duro
paisaje de Castilla; y añadiros
que yo le conocí... Vivió a dos tiros
de liebre de mi alma. También juro
que fue amante de Dios, cristiano puro
sin trampa ni cartón. Y de deciros
que fue muy pobre... Fue lo que se dice
un hombre limpio, de esos que bendice
Dios cada día y llora cuando lo hace.
Un hombre nuestro, de esos de pellejo
curtido, que conserva cuando viejo
la señal de la cruz de cuando nace.
EL PUEBLO Y SU PAISAJE, HOY
Un agua que no entiende de oraciones
se ha negado rotunda. El sol abraza
mortalmente los trigos, despedaza
el pan con sed en míseras raciones.
Casas desiertas de hombres, con la raza
puesta a secar al sol de otras naciones.
Mozas solteras, solas, sin canciones,
sin sonrisas abiertas a la plaza.
Si tú quieres saber, lector amigo,
dónde alienta este pueblo que yo digo,
de tan escasa lumbre y ruin cosecha,
de casas viejas y de torre horrible,
te diré que se encuentra en lo increíble,
según se mira a Dios a la derecha.
EL NOMBRE
Es rutina el trabajo que a diario
comienza el labrador. Y el regocijo
de la fiesta del pueblo y el prolijo
sermón de los domingos. Y el rosario...
En el pueblo también es rutinario
el acto de ponerle nombre a un hijo.
Al labrador aquel, alguien le dijo
que marcaba Rogelio el calendario
y fue éste nombre en él, sin darse cuenta,
de la misma manera con que alienta
en mí el nombre de Andrés desde nacido...
Y fue sólo Rogelio... Para el hombre
que vive en esta tierra, con el nombre
tiene bastante, sobra el apellido.
LA ERMITA
Fue un rey; y por más señas visigodo
quien soñó la ideal arquitectura
y supo retratar, en piedra dura,
el alma de esta tierra. De tal modo
es exacta la ermita, que está todo
el paisaje metido en su figura.
Quien vive en esta casa en la llanura,
se llama Juan; Bautista por apodo...
Venerable legado de la Historia,
para que no se pierda la memoria
de la tierra que fue en la edad antigua.
Casa de Juan... Bendita luminaria
de cristiano fulgor; depositaria
de la fe con que el pueblo se santigua...
ROGELIO, NIÑO, ANTE LA MUERTE
La vio desde la calle soleada
y no se atrevió a entrar... Por vez primera
Rogelio vio la muerte y supo que era
distinta de la muerte imaginada.
Oyó el rezo en murmullo, vio la helada
penumbra que se escapa de la cera...
Se le fueron los pies; sintió dentera
y un vacío total en la mirada.
Rogelio era muy niño... No fue el miedo
lo que le hizo alejarse, el paso quedo,
de la fría verdad de aquella puerta...
Pero algo sí le tuvo preocupado:
la imagen de aquel puño, tan cerrado,
y la de aquella boca, tan abierta...
LA ESCUELA
Rogelio estaba el último en la escuela
por no saber decir lo que era España.
Inútil preguntarle por la hazaña
del Cid o de Colón... Rogelio vuela
por el río, o el atrio, o la plazuela,
perdido en misteriosa musaraña...
(Nunca supo porque noble patraña
come el inglés en ibera cazuela...)
Llegó hasta comprender por qué salía
el sol calentador de cada día,
pero España... Eso era más profundo.
“Dígame dónde está...”, le repetía
el don en cada clase. Y respondía:
“En esa bola...” ¡Y señalaba el mundo!...
NOCHE DE REYES
Rogelio estaba blanco, estaba nieve,
con la frente al cristal, cristalizada,
fuera del vidrio ya, junto a la helada
escarcha de la noche... Era tan breve,
tan tímido su aliento; era tan leve
su existir en la espera ilusionada,
como un pecho de virgen desvelada
que presiente el amor y no se atreve
a respirar siquiera... De puntillas,
las ojeras insomnes, amarillas,
con pulso contenido y largo cuello,
fue Rogelio a mirar... Y de rodillas,
entre la nieve de las zapatillas,
vio la huella caliente de un camello.
EL SANTO
En los archivos de ideal catastro,
se encuentra Juan la tierra. Y su palabra
dice: “Aquí está...” (Se cuenta la macabra
hora de Antipas...) Como la luz de un astro
llega, siguiendo algún divino rastro,
al páramo y le pide a Dios que abra
en surco el alma y luego se autolabra
en el cuerpo un paisaje en alabastro.
De esto, siglos. El tiempo se ha perdido
y la fuente ya tienen repetido
su nombre en mil distintas melodías...
Cuando le conoció Rogelio, el santo
secaba al sol de agosto el triste llanto
con que olvidaba el nombre de Herodías.
PRIMAVERA
Leve temblor de sensación primera
presentida tan sólo... No latido
de aliento que comienza a ser sentido
en el punto impaciente de la espera.
Rogelio está en asombro; y ni siquiera
ha visto que árbol se ha vestido
de adivinanza, que algo ha florecido
junto al cardo en la dura paramera.
Apenas brisa... Apenas movimiento...
Ni vida acaso. Tan sólo el momento
con toda la ansiedad puesta a la escucha.
No era un ensayo aquel de bienvenida...
Era recelo; que esta tierra herida
sabe que primavera es tan bien lucha.
PASTOR
Cuidaba los rebaños a la vieja
costumbre de la tierra. Con la santa
paciencia hecha silbido en la garganta
y ocultos en la alforja sueño y queja.
Rogelio, niño aún, como era tanta
su ilusión de apartarse de la reja
del arado, con sueldo de una oveja
se ajusto de pastor de perro y manta
para ayudar al viejo, quien al año
le quiso examinar junto al rebaño
por ver si las ovejas conocía...
Pero él ya era maestro en esta dura
profesión de pastor y con segura
palabra, dijo al punto: “Esta es la mía”.
LA SIMPLE MANERA DE PENSAR
Puesta el alma a pensar, puesta la mente
a buscar la razón, y preguntando
el porqué de las cosas, y mirando
hacia el surco profundo fijamente,
de una pieza rodilla, brazo y frente,
así estaba Rogelio, meditando
sobre la tierra misma e intentando
hallar a Dios en todo lo presente...
Pensó en el agua y en el hombre luego;
y en la vida y la muerte, humano fuego
sencillo de aprender; en el alpiste
diario de las aves... Luego, fijo,
miró a una nube y, entre dientes dijo:
“Ya no me cabe duda: Dios existe...”
EL CONVENTO
Le llaman de la Trapa... Monasterio
de continente grave y armonioso.
Arca de piedra gris, donde el hermoso
sueño del monje en dulce cautiverio,
rima amor con amor en el misterio
de la capilla, en rezo fervoroso,
a un paso del conjunto silencioso
de la paz de su breve cementerio...
¡La Salve en San Isidro!... ¡Monjes blancos!...
¡Cuántas veces Rogelio, entre los bancos
de la entrada, la oyó de nuestras voces!...
¡Y cuántas escucho, en vuestro trabajo,
cara a la tierra, en ideal destajo,
la rítmica canción de vuestras hoces!...
LABRADOR DE OFICIO
Fue labrador Rogelio, por herencia,
lo mismo que su padre y que su abuelo.
Ya de niño aprendió que junto al suelo
estaba su jornal y su existencia.
Y fue tanta la humilde reverencia
con que trazaba el surco; tanto el celo
que puso en trabajar, que era un consuelo
para los suyos verle tanta ciencia.
Fue labrador de oficio... Mas Dios sabe
que no de vocación, porque no cabe
tener vocación de agua siendo lumbre...
Supo, eso sí, morderse la esperanza,
volviendo cada día a la labranza
lo mismo que el mastín a la costumbre.
EL ESPANTAPÁJAROS
Ridícula visión, pobre manera
de imitar el recuerdo de lo humano.
Ruin grito espantador, risible mano
con podrido esqueleto de madera.
Grotesco pedestal, que en primavera
era tertulia de aves y en verano
testigo de excepción de cómo el grano
partía harto menguado hacia la era.
Rogelio lo sabía y con tristeza
compuso, como pudo, una cabeza
para dar al pingajo forma y nombre.
Y fue mucha su pena y su disgusto
al comprobar que para causar susto
había que tener figura de hombre...
VERANO
Tiempo de plenitud, en que le llega
el premio al labrador. En que se asoma
el hombre a cada espiga y Dios le toma
la lección fin de curso de la siega.
Cierre de clase... Desde julio riega
el sol pueblo y camino, río y loma,
cuando el hombre recibe su diploma
de licenciado en surco y en entrega.
¡Héroes de mis campos!... ¡Frentes solas
que sudaron acequias y amapolas
para volver en pan tierra y semilla!...
... Dios premió tu ansiedad, Rogelio amigo,
volcando en la importancia de tu trigo
su sangre generosa y amarilla.
LA FIESTA
Nunca ha sido esta gente de suyo verbenera,
pues nunca tuvo grandes motivos de alborozo.
De ahí el serio talante del hombre, viejo o mozo,
cuando baila o escucha la dulzaina en la era.
Fiesta mayor... Mujeres que aún usan faltriquera
refrescan la bebida en el agua del pozo,
van a misa de doce y hasta envidian el gozo
de la vecina en suerte que tienen forastera.
...Rogelio estaba guapo con aquel nuevo traje.
Ella le vio en la fuente y no perdía viaje
para –rostro encendido- bajar a beber agua.
Al regresar, fingiendo mirar hacia los caños,
dejaba ver adrede, al subir los peldaños,
la filigrana limpia del borde de la enagua.
EL JOVEN ROGELIO
Rogelio acostumbraba a andar entre rastrojos
y a recorrer caminos con vagabundo paso.
Muchas noches dormía de cara al cielo raso
contando las estrellas. Muchas veces sus ojos
se quedaban prendidos en los destellos rojos
de nuestro sol de octubre, en su triunfal ocaso.
Ignoraba el adobe. (Miraba el sol). Y acaso
hasta soñó castillos, viviendo entre despojos.
Le gustaba, en las tardes, oír cantar los grillos,
y en las eras, mil veces, montado en viejos trillos,
fue incansable viajero por tierras fabulosas.
Era Rogelio mozo de muy nobles empeños.
Un palurdo importante, que embebido en sus sueños,
donde veía cardos, imaginaba rosas...
ANTE EL AMOR
Si mente y corazón están en guerra,
es necia la palabra; y se procura
tapar la necedad con la mesura,
porque el que poco habla, poco yerra.
Rogelio quiso hablar... Y dijo tierra
en vez de amor, y dijo sembradura
y habló del trillo nuevo y de la dura
cosecha de aquel año... Cuanto encierra
un alma enamorada, fue volcando
Rogelio pieza a pieza, aunque cambiando
nube por surco, sol por quemadura.
Modos de hablar... de amar... Cuestión de norma.
Aquí, los hombres. hablan de esta forma
a una mujer en tiempo de hermosura.
LA VIEJA DEL ROSARIO
Era una mancha negra, transparente,
apenas sombra y casi luminaria
al trasluz de las velas. Visionaria
lechuza de sagrario. Débil fuente
de arrugados recuerdos. Alma y frente
maquinales, igual que la plegaria
que es un signo de vida en la esteparia
funda de sus latidos al relente.
Disminuida. Breve. Casi nada.
Inercia sólo. Muerte ya alentada.
espera suave en la quietud tranquila.
Rogelio, desde el coro, la vio alada,
casi blanca, casi ángel, ya sentada
cerca de Dios en la primera fila...
EL ÁNGELUS DEL MAJUELO
Se le fueron la sangre y el aliento
cuando la vio desnuda... Hundió la mano
en un racimo joven... Busco en vano
fuerzas para borrar sitio y momento.
Se le puso de punta el pensamiento
y el alma de gallina... (Del hermano
las risas en el río y el verano
a pleno calentar, pesado el viento,
el majuelo propicio...) La campana
del Angelus llegó, suave y cercana,
inundando de Dios toda la viña...
Y Rogelio se vio, sin pulso apenas,
volcando su oración a manos llenas
ante el vientre en asombro de la niña.
¡AZUL!
Kilómetros de azul. Leguas de espacio
azul, azul, azul, con avaricia...
Azul sin más ni más , que se desquicia,
azul que plana, que convierte en lacio
el trabajar del hombre en el reacio
suelo en contraste que huye la caricia.
Azul que desorienta, azul que envicia
a ver de prisa y caminar despacio.
Rogelio, que era muy dado al ensueño,
en tanto azul sentíase pequeño
tan pegado a la tierra a uñas y dientes.
Y en más de una ocasión, quieto el arado,
el cielo recorrió, de lado a lado,
envuelto entre fantásticas corrientes.
TRABAJO
Atrás el surco abierto. Y por delante
el duro panorama del barbecho.
Rogelio contempló, desde lo hecho,
lo sin hacer, con pulso jadeante.
Surco más surco, igual a interrogante.
El hombre de secano va derecho
al fondo del problema; entrega el pecho
y el sudor en esfuerzo de gigante.
Surco más surco... Operación de resta,
cuestión de dividir... No hay más respuesta
del cielo irremediable a la pregunta.
Rogelio comprendió y siguió contando
-a Dios pidiendo y con el mazo dandolas
tímidas pisadas de la yunta...
EL MENDIGO
Era viejo. Tan viejo, que hasta huían
las aves al sentirle. Peregrino
en miles de senderos, el destino
le trajo hasta Rogelio... Se veían
a diario en el campo y se entendían
porque hablaban igual. En el camino,
junto al trigo ya en grano, el pan y el vino
de la austera comida compartían.
Luego, el diario adiós... Al no haber migas
de recoger, Rogelio unas espigas
echaba en las alforjas del anciano,
que en toda su existencia, caminante
nunca vivió, hasta entonces, el instante
de recibir sin alargar la mano...
EL PRIMER BESO
Fue al mirar una nube, o al beber en la fuente,
o al coger una espiga caída en el sendero.
O dentro de la ermita, al leer el letrero
que dedicó al Bautista la antigua regia frente.
Fue junto al camposanto, en la paz imponente
donde vi ven los muertos, o fue junto al austero
palomar de la era, que tiene en su agujero
más ansiedad que nido... Rogelio, vagamente
se acordaba del sitio... Tenía adormecido
el pensamiento, el pulso suavemente dormido
por un vai vén caliente, único, extraordinario...
Ella había temblado... ¡La luz se hizo cantora
y el pueblo transparente, inundando una aurora
de blancas golondrinas el viejo campanario!...
LA FUENTE
Junto a la sed en vilo de la ermita,
a un paso de las piedras ancestrales,
como una tentación, sale a raudales
el agua de la fuente... Todo invita
a detener el paso en la bendita
dulzura de los frescos manantiales.
Dos caños, infinitamente iguales,
vacían el prodigio... Necesita
ser muy dura la tierra, de granito,
para poder ahogar el fuerte grito
desgarrador de la llamada urgente...
Rogelio, junto al agua, meditaba.
“¡Triste destino el tuyo –murmuraba-,
nacer entre la sed y nacer fuente!...”
BOCA DE FRAILE
El todo era pedir. Estaba puesto
sólo para pedir. Tenía la boca
como hecha para un fraile. Era una loca
retahila pedigüeña... Aquello o esto,
trigo o majuelo, siempre estaba presto
el ruego en él... Pensaba: quien invoca
mucho, recibe siempre aunque sea roca
quien escucha y el ruego sea molesto...
Y de gritarle a Dios súplica tanta,
la sed se le crecía en la garganta
y en las manos tendidas sólo cardos
corredores nacían... (Pero es cierto
-yo no lo he visto- que después de muerto
entre los dedos le nacieron nardos...)
LA BODA
Y se casó Rogelio una mañana
en que Dios se encontraba forastero.
Era ya junio y parecía enero
por lo gris y sin sol. Toda la pana
del pueblo se juntó en la hora temprana
de la misa. Rogelio fue el primero
y se sintió feliz entre el festero
aire de aquella gente castellana...
...Olía a limpio el cuarto aquella hora
en que la recia moza labradora
se dispuso a ser suya dócilmente...
Rogelio la miró, pero no pudo
casi ni hablar, se le deshizo el nudo
y rompió a sollozar calladamente.
EL RÍO
Pisórica fue el nombre con que Roma
le conoció. Pegada en cada orilla
lleva la imagen áspera, amarilla,
de este paisaje en cruz que se le asoma.
El pueblo apenas ve, desde la loma,
su marcha matemática y sencilla.
El río que yo digo está en Castilla
y de Castilla sus hechuras toma.
...Rogelio, que aquel día de verano
dio en pensar, distraído hundió la mano
en las aguas sedientas de su cauce.
“Como mi vida...”, dijo. Y con tristeza,
apoyó el pensamiento en la corteza
de un chopo que lloraba como un sauce.
PAN RECIENTE
Porque lo quiso Dios, sudó la frente
y se hizo espiga el surco, noble adorno
-casi alegre- en el áspero contorno
de este paisaje gris, nunca riente.
Porque lo quiso Dios, se hizo caliente
y abrió de par en par su puerta el horno.
Y porque Dios lo quiso, de retorno,
llegó a manos del hombre el pan reciente.
Rogelio, absorto, vio como la espiga
que él arrancó del surco con fatiga
se volvía milagro en un momento...
Y comiendo de un pan la blanca miga,
sin notarlo exclamó: “Dios te bendiga”.
(Dios estaba en el pan como alimento...)
EL CAMPOSANTO
Existe mucha gente que confunde
la muerte con el fin. Y ante la muda
quietud del camposanto se desnuda
el miedo que la muerte les infunde.
Pobre ha de ser la ley en que se funde
tan menguada razón... Mas con su ayuda
lo cierto es que el fantasma de la duda
aniquila las almas y las hunde.
Rogelio, hombre de fe, que trabajaba
cerca la tierra, siempre que pasaba,
al ir o al regresar, con calma o prisa,
detenía la yunta junto al barro
en ruina de la tapia, y desde el carro
enviaba a los muertos su sonrisa.
INCONFORME
El no estaba conforme en el abismo
de su vida de adobe. El era pura
protesta ante la negra mordedura
del hombre convertido en espejismo.
Tenía que decírselo a Dios mismo
echando el corazón a la llanura.
Tenía que calmarse en la andadura
de senderos con polvo de heroísmo.
Y se marchó corriendo al campo abiert
y se puso a gritar en el desierto
del páramo... ansiedades paralelas...
El era hombre destino. El era cierto.
¡No era de aquellos que con pulso muerto
se jugaban el sol a las quinielas!...
OTOÑO
Un estremecimiento marca el paso
de la tierra por su cuarto menguante.
Un sol, entristecido y elegante,
pone un nuevo color en cada ocaso.
Es hora de contar, de alzar el vaso
para brindar por nada. Es el instante
en que el hombre ha vencido, y arrogante,
cuenta y divide su botín escaso.
¡Atardecer de otoño! Malvas... rojos...
Contraluz proyectando en los rastrojos
la sombra agradecida de Rogelio...
Mansos de corazón, sufridos hombres
de la tierra... Yo he visto vuestros nombres
en no sé qué lugar del Evangelio.
LA AMARGA LECCION DE LA SIEMBRA
El sembrar de Rogelio era sereno,
sin comerse la tierra, sin ninguna
ambición. El buscaba la fortuna
mirando a Dios de frente, que es lo bueno.
Pero sembraba mal; a puño lleno,
sin contar las semillas una a una.
Luego, de mil sembrados, sólo alguna
levantaba en el áspero terreno.
“Es poca tierra para tanto grano”,
dijo un día a Rogelio aquel anciano
deshecho en mil pasadas sembraduras.
“Así, tan juntas, no podrás lograrlas.
A las semillas hay que separarlas,
igual que a las humanas criaturas...”
LA LLUVIA
Le despertó a Rogelio una llamada
apenas aprendida. Fue la nota
tragicomusical con que rebota
la lluvia en esta tierra resignada.
Tierra siempre en espera, acostumbrada
a dar sin recibir; que tiene rota
la esperanza en el agua y cada gota
ha sido mil cosechas deseada.
... Borró la lluvia el sueño del pantano.
La entraña generosa del secano
se abrió de par en par, agradecida...
Rogelio respiró a pulmón repleto
la canción que lanzaba al aire quieto
el surco abierto, recibiendo vida...
TARDE DE DOMINGO
A Rogelio aquel día le apretaba la faja,
le ahogaba el techo bajo y añoraba el camino.
A Rogelio le hería la tarde del casino
-taberna- donde el hombre de pana destrabaja.
Donde el hombre se pone a comer con navaja
-no siendo su costumbre ni siendo su destinoun
tomate regado con abundante vino
y asesina las horas jugando a la baraja.
Rogelio era hombre aparte... Era un desconocido
que no jugaba a nada, ni estaba reunido
en torno al presidente del labrador consorcio.
Domingo por la tarde... ¡Cuánto tiempo perdido!
¡Almas de ley hablando del último partido
o de que en Norteamérica permiten el divorcio!...
EL PERRO
Cuando a Rogelio le quemaba el hierro
con que esclavo la tierra le tenía,
buscaba en tentadora lejanía
una liberación para su encierro.
Dejaba el pueblo atrás, cruzaba el cerro,
y en senderos ya andados se perdía...
En tales escapadas le seguía
la flaca arquitectura de su perro.
Un perro sin color. de pobre traza,
entre galgo y pastor de mala raza;
un perro humilde sin pena ni gloria.
Un perro que lloraba en sus ladridos
y tenía en los ojos aprendidos
los pasos de Rogelio de memoria.
LA MUERTE DE LA ESPOSA
Se le fue de las manso de igual forma
que ese primer suspiro que se empeña
el pecho en detener. Como cigüeña
que dice adiós al nido y se retorna,
así fue... Cual puerta que se entorna
al sol del mediodía. Como leña
que termina de hacer y se domeña
a ser ceniza y aire... Aunque no adorna
la lágrima al dolor, amargamente
lloró Rogelio sobre aquella frente
que ya Muerte volvió color de cirio...
Luego, en el camposanto, hasta la fosa
bajó la dulce carga de la esposa
y la plantó como quien planta un lirio.
SOLEDAD
Si en ella estaba todo. Si ella fue regadío,
cosecha y esperanza. Si fue invierno y verano.
Si ella fue surco abierto y fue a un tiempo pantano,
corral y gallinero, árbol de orilla a río.
Si ella fue madrugada y gota de rocío.
Y pueblo, calle, plaza y hogar... Si fue su mano
consuelo en las heridas y refugio cercano;
si ella fue todo, todo sin ella fue vacío...
La vida sin motivo... Rogelio a cada paso
evocaba sus rasgos y hasta dudaba acaso
si tuvo forma de árbol, o de luz, o de estrella...
Rogelio se hizo viejo minuto por minuto.
Se convirtió en sonrisa, blanqueando en el luto
con que siguió en el mundo, cojeando sin ella.
INVIERNO
Tiempo de recordar. De soberana
soledad de las cosas. De sombrío
existir en el pueblo. De vacío
atardecer, sin luz en la ventana.
Días de pan vendido. De campana
sin cigüeña. De márgenes de río
con tristeza. Días de escalofrío
en el sol blanquiazul de la solana.
Rogelio, cuando el día estaba claro,
se iba hasta las afueras y al amparo
de algún corral ,guardándose del norte,
miraba al campo. Así permanecía
mucho tiempo... De vuelta, parecía
su paso el movimiento de un resorte.
A DIOS
Y se murió Rogelio, de repente.
A la manera de una mariposa
al llegar el invierno; de una rosa
una mañana triste..., dulcemente.
Sus ojos se quedaron tristemente
prendidos un instante en cada cosa.
Y se murió del todo, con la hermosa
serenidad del justo, mansamente.
Era mal va el vestido de aquel día...
Y fue de color malva su agonía,
sin el grito miedoso del cobarde.
Y se murió Rogelio... Sí... Dios quiso
llevárselo con El al Paraíso
con las últimas luces de la tarde...
ENTRE LOS SUYOS
Aquella tarde el cielo destapó su alegría,
porque llamó a su puerta el espíritu ileso
de un simple, que en la tierra dejó olvidado el peso
de la pequeña parte de culpa que tenía.
Coro a nivel de santos y vírgenes había,
para mejor adorno de tan noble suceso.
Y fue, Juan, el Bautista, quien se encargó del beso
con que Dios saludaba al justo que volvía.
Rogelio entró en el cielo entre un batir de palmas
y fue directamente al sitio en que las almas
que fueron inocentes se entregan al descanso.
Con arados azules, labro hoy surcos de gala
-Rogelio ya es arcángel- y guarda bajo un ala
un páramo repleto, con agua y con remanso...
PARA JUSTIFICAR EL LIBRO
El cáliz que volcó en ti Dios con creces,
ha herido mi razón de tal manera,
que ya no puedo más y he de echar fuera
lo mucho que me rondas y me escueces.
En vida yo te vi muy pocas veces.
No puedo recordar... Un día cualquiera.
Mas muerta es otra cosa, toda entera
aun siendo ya de Dios, me perteneces.
Vislumbro las auroras que te ciñen
la frente y el azul con que se tiñen
tus las estrenadas de querube.
Y sé que entre la luz de la corona
con que te adornas hoy, no desentona
mi verso, mitad tierra, mitad nube.
LA ERMITA DEL CAMINO
Piedra para soñar, para quedarse
definitivamente aletargado,
viviendo ya por siempre deslumbrado
y ha pesar de la luz no despertarse.
Piedra para besar, para elevarse
sobre la piedra misma y elevado
hundir el corazón en el sagrado
latido de esta tierra y santiguarse.
Bendita soledad, a dos escasos
palmos de Dios. Aquí es donde mis pasos
me vienen a buscar cuando me pierdo.
Aquí lloro más fuerte y más a gusto
y todo lo comprendo y no me asusto
si surge de improviso tu recuerdo.
TRISTEZA
¡Llorar! ¿Y para qué? No hay ningún llanto
que exprese justamente una tristeza.
Tampoco sonreír, porque es vileza
reírse cuando el alma duele tanto.
Yo sé que para el duelo y el quebranto
hay una solución: el santo reza.
Pero lo que no sé es cuando empieza
el hombre a no ser hombre y a ser santo.
¿Cómo decir entonces esta pena
que me abrasa los labios y que llena
las horas de mi vida, noche y día?
¡Llanto no! ¡Risa no! ¿Qué medio existe
para decir al mundo que estoy triste,
que ha desaparecido mi alegría?
LA TIERRA Y EL HOMBRE
Tierra de pan llorar, mezquino censo
de brazos, que a diario se vacía.
Tierra para esconder la valentía,
tierra para gritar, páramo inmenso
que niega la razón, mantiene tenso
el pulso labrador y cada día
entrega en cada surco en rebeldía
escaso bienestar, trabajo intenso.
Y a tal tierra, tal hombre. Con la frente
velando a campo abierto y con la vida
volcada en una sed que nunca sacia.
Hombre a nivel de santo, que valiente,
sonríe al terminar, borra la herida
y muere cara a Dios, en paz y en gracia.
LA CASA
La casa de María era pequeña,
justo para encontrar techo y abrigo.
Trasera con pajar soñando trigo
y gloria de enrojar soñando leña.
La gente de estos pueblos también sueña.
Aquel hogar de tierra fue testigo
de cómo puede el hombre ser mendigo
y abrirse a cada sol con faz risueña.
Casas para esperar, limpios hogares
de adobe, convertidos en altares
que guardan la paciencia labradora...
La casa de María estaba abierta
siempre de par en par y por la puerta
entraba una ilusión con cada aurora.
¡MUJER!
María se enteró por la corriente
del río aquella vez murmuradora.
María lo escucho de aquella aurora
que, sin saber por qué, nació riente.
Llevó a su corazón savia caliente
la sangre, que se la hizo bullirora.
Y Dios se la encontró, madrugadora,
dejando de ser niña de repente.
¡Qué breve fue el instante del encuentro
y qué breve la voz con que se oía
nombrar entre la sed de la llanura!...
Ella la repitió, venas adentro,
sintiendo que en el pecho le nacía,
casi sin darse cuenta, la ternura.
EL MAR
No conocía el mar, pero sabía
que era grande, tan grande como el cielo.
La tímida inquietud d su alma en celo
soñando con el mar se entretenía.
La sed suave, temprana, que sentía
hallaba en tales sueños gran consuelo.
Cansado el corazón en tanto vuelo
perdido, cada noche se rendía.
Así de sol a sol... En lo más hondo
de aquel pueblo de adobe, estaba ella
jugando con su mar entre las ruinas.
Un mar casi milagro, con el fondo
brillando por la luz de alguna estrella
y nidos de perdiz y golondrinas...
EL OTRO CORAZÓN
Me duele el corazón y no el del pecho,
que es otro corazón el que me duele.
Me duele el corazón que más me suele
doler, el que me tiene más deshecho.
Y eso que en prevención, de trecho en trecho,
para que resucite y se deshiele
le dejo en libertad... Vuele o no vuele
le siento a cada instante más maltrecho.
No es el de los latidos compañeros
el que se me fatiga en los senderos
andando con los pies, el noble amigo...
Me duele un corazón mucho más fuerte
que seguirá doliéndome en la muerte.
Arriba está, en la frente, el que yo digo.
ÉXODO
Nacieron en las casas de adobe, ventanales
para velar las horas, en impaciente espera.
Quedaron en asombro, de igual triste manera,
los surcos, los arados, las plazas, los corrales...
Cayó tan oportuna la oferta de jornales,
que todos se soñaron volver con la cartera
repleta y arrastrados por tan noble ceguera
se fueron a bandadas, igual que los pardales.
Y así fue que vivieron lo nunca conocido.
Aquello sí que estaba mejor: del extranjero
cobraban el exacto valor de su trabajo.
¡Hombres de Dios!... Ninguno pensaba en lo perdido.
Algo que no podía pagarse con dinero:
la parte que ponían de España en el destajo.
LA IGLESIA
El templo era de piedra, milenario
en nidos de cigüeñas y ansiedades.
Gigante velador de soledades
y faro en mar sediento y estepario.
Los ojos de su largo campanario
buscaban en el cielo claridades
alegres, para huir de las verdades
aquellas que alumbraba el sol diario.
Lugar para decir de cualquier modo
a Dios lo que costaba aquel camino,
huyendo una ilusión a cada paso.
¡Qué grande era aquel templo!... Sobre todo
pensando que el cristiano campesino
rezaba casi siempre a cielo raso.
LA CARTA
Hablaba el matasellos de un lejano
país de promisión, punto de cita
de gentes de este hogar. Estaba escrita
en torpe no olvidado castellano.
El hombre en el dolor se vuelve hermano
para el hombre; se busca y necesita.
Y así, la carta fue, como bendita
agua de cristianar, de mano en mano.
Carta sin dirección, que se leía
a todos por igual y que ponía
un nuevo laberinto en cada frente.
Carta que como pan se repartía
y así cada ansiedad entretenía
el hambre dolorosa de su ausente.
LA COMPRA DIARIA
María era mujer calculadora.
Sabía exactamente lo que cuesta
aquí ganar el pan y era su cesta
de gran austeridad reveladora.
María, castellana y labradora,
tenía la cabeza bien dispuesta
para la suma y más para la resta
que aquí es operación de cada hora.
Llegaba hasta la tienda cada día,
compraba lo de siempre, y entregaba,
sin vuelta que esperar, justo el dinero.
¡Qué dulce sensación la que sentía
cuando -¿casualidad?- ella rozaba
las manos varoniles del tendero!...
DESVELADA
Horas y horas en vela... ¡Hasta la luna
se asustaba de tanto pensamiento!...
Horas y horas soñando el mismo cuento
aquel del sonajero y de la cuna.
¡Triste la soledad de quien ayuna
horas y horas de amor y sentimiento!...
¡Y triste de quien pierde fe y aliento
siguiendo inútilmente a la fortuna!...
¡María!... Cada noche era su cama
como una hoguera viva, en cuya llama
ardían los minutos de la espera.
Y cada amanecida era un calvario
nuevo, para añadir al solitario
camino de su vida de soltera.
CANTORA
De roca era el vestido que protegía el santo
que estaba, desde siglos, enfermo de sordera.
Y ciego, que la llama constante de la cera
abrió tanto sus ojos que los cegó de espanto.
Aquel pobre, que estaba cerrado a cal y canto,
tenía sin embargo gran fama milagrera.
Y muchos desgraciados, de la comarca entera,
venían a contarle su triste vida en llanto.
Y nadie le rezaba por lujo o egoísmo.
A todos les pasaba tres cuartos de lo mismo:
“¡Qué vuelvan!...”, le pedían todas las oraciones.
María era cantora... Y el santo sordo y ciego,
en misas y rosarios lanzaba el mismo ruego
metido en el extraño latín de sus canciones.
LA MUERTE DEL VIEJO VECINO
La muerte le llegó durante el sueño
y entró por su pellejo tan callada,
que apenas se enteró de su llegada
y el susto de morir fue muy pequeño.
Aquel humilde ser se murió dueño
de su casa de adobe, no acabada,
a fuerza de sudores levantada
dejándose la vida en el empeño.
...Llegaron, de algún sitio, los parientes.
Y entraron en la herencia a uñas y dientes,
partiéndose el producto del pillaje.
Pero él no se enteró.. Sólo tenía
alma para las manos de María
vintiéndole de limpio para el viaje.
LA CONFESIÓN
Todo se lo contó. Ningún resquicio
quedó por castigar en su conciencia.
María enseñó al cura una existencia
por fuera de cualquier humano juicio.
Nadie pudo causar menor perjuicio
a Dios que aquella moza en inocencia.
Porque ella estaba limpia por herencia,
nació por simple sed y no por vicio.
Todo se lo contó... Pero algo había
oculto en algún sitio todavía,
algo que le gritaba: “¡No eres buena!...”
¡La sombra de aquel beso que aún la hería!
Aquel beso sin culpa, que María
lloraba con dolor de Magdalena...
¡SOLTERONA!
La vida, que reparte los azares,
-los azahares también-, la quedó aislada,
irremediablemente abandonada,
perdida en su castillo de pesares.
Ya no hubo primavera con cantares
ni estío con espiga ilusionada.
Ya todo fue un invierno en su sagrada
tarea de vestir santos de altares.
...Miraba hacia la calle, hacia la plaza,
dolida de lo injusto de un Destino
que hizo de su existir sólo calvario.
¡Vivir con la amargura de una raza
con tanto corazón de campesino
latiendo en Alemania en solitario!...
ENFERMA
Sintió que el corazón se le movía,
ahogándola en dolor, dentro del pecho.
Y tuvo que llorar, porque era estrecho
su cuerpo para el llanto, que tenía.
Enferma de mortal melancolía
miraba hacia las nubes desde el lecho.
Y viéndolas pasar, le entró a derecho
el ansia de morirse con el día.
¡Morir!... ¡Qué dulce idea!... Pensamiento
que no la abandonaba ni un momento.
¡Morir!... ¡Irse del pueblo a toda prisa!...
Tampoco en su llamad tuvo suerte
María, aunque quedó un poco de muerte
viviendo para siempre en su sonrisa.
VIEJA
... Y cuando se hizo vieja, ya tenía
menguadas la razón y al figura.
Y la fragilidad de su cintura
tan sólo transparencia sostenía.
El alma a borbotones se salía
del pálido cristal de su armadura.
Los ojos, dos asombros de negrura,
velaban por la noche y por el día.
A solas en el triste desencanto
de su alcoba de virgen, despeinada
la nieve que cubría su cabeza,
se imaginaba niña... Mientras tanto,
ventana afuera, el pueblo, con callada
sonrisa, se vestía de tristeza...
DONDE DIOS
Donde mis ojos y la luz del día;
donde mis manos y donde el aliento
del agua, a veces nieve; donde el viento
que llega del jardín. Y su alegría.
Donde mi corazón, la melodía
de la tarde; y el llanto y la ternura
de ser hombre, también su desventura.
Donde el otoño y su melancolía.
Donde la vida, en cada senda, dura
la tierra, donde el pie busca acomodo.
Donde, al acecho, Dios en cada tramo.
Donde la herida, Dios, que mela cura
lamiéndome la piel. Dios donde todo,
donde aquí, donde allí, donde le llamo.
Vendimia de la fe (Andrés Quintanilla Buey)
Nada más. Sencillamente
dormirse junto a la piedra.
Sencillamente, esperar
dormido hasta que Dios quiera.
Por Alfredo Pérez Alencart
UN POETA CASTELLANO
“Amor es lo que traigo y amor vengo a buscar”, escuché decir a un poeta de Dios, en cierta lectura celebrada allá por los inicios de este siglo y en la salmantina Casa de las Conchas.
Desde entonces sagrada fue nuestra fraternidad, al reconocernos de la familia de la Cruz, unidos por siempre en Cristo. Pienso en el Poeta y pienso en su seguidor. Pienso en la Cruz de ambos, y escribo. Acudir a la Cruz, como un niño que busca desempolvar esplendores mientras madura su Esperanza. Tener la Cruz presente a lo largo del tránsito existencial (Como la pisada en el Camino). Sentirla asombrosamente, cual regia pasión que sólo sabe decir: “Bienvenido”. Luego, ya pueden venir barbaries o enfermedades a mermar carnes o a trizar osamentas: el espíritu se resarce con el Espíritu; prevalece la fuerza suprema del poeta que siempre se sintió asociado al Poeta mayor del reino.
Esta Fe reconcentrada la palpé en Andrés Quintanilla Buey (1932-2008), palentino nacido en Juneda (Lérida) y quien ocupó hasta su último día la dirección de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Valladolid (y Castilla y León por entero) era la vieja tierra donde el poeta supo plantar su árbol del pan de cada día; la vieja tierra donde su voz modulaba lo que su bondadoso corazón telegrafiaba con evangélicas resonancias:
“Aquí me muero a diario
y a diario resucito”.
Por aquellos primeros días de julio de 2008, tras la noticia de su viaje al hemisferio de Cristo, un poeta de la Iglesia Evangélica de León -un magnífico poeta llamado Leopoldo López Samprón, natural de El Bierzo- quiso honrar la vida y obra de su amigo y compañero en los Encuentros que anualmente se celebran en Toral de los Guzmanes, bajo el epígrafe “Los poetas y Dios”:
Con sólo escribir tu nombre
la voz me tiembla,
aún sin mendigar palabras. (…)
Andrés Quintanilla Buey,
Dios y tú sois dos poetas
de muy distintas batallas
pero del mismo lenguaje.
Así es la ecuménica comunión cristiana que han logrado cimentar los poetas (de Dios) en dicho pueblo leonés, milagrosamente más firme que la triste realidad del desmembrado Cuerpo. Y así, con una serenidad trazada en el camino real del Evangelio, Quintanilla Buey, escribió lo que deseaba para cuando ya sus latidos estuviesen electrizados, a miles de metros del cielo o de la tierra:
PARA DESPUÉS
Poned, junto a una flor, no sé, mi nombre,
las letras hacia arriba: Andrés. Y luego,
no sé, quizás la fecha, junto al ruego
de una oración: orad por este hombre.
Tumbada, mi mejor fotografía,
para que se deshaga a escarcha y fuego.
Dejad, no sé, un rincón para el espliego.
Si hay que poner cruz, poned la mía.
Sembradme, a poder ser, a flor de tierra;
si no es mucho pedir, junto al camino.
Sin llanto: una canción y una sonrisa.
Y recordadme siempre en pie de guerra.
Decid: unió a esta tierra su destino;
nadie amó tanto y nadie tan deprisa.
LO QUE PARA DIOS UNIÓ EL POETA… Lo que para Dios unió el poeta jamás lo desuna el antólogo.Y como ahora me corresponde esa mera labor recolectora de parte de los versos que Quintanilla escribiera para el Señor, tengan por seguro que no disgregaré los cuatro sonetos antológicos (escritos en tiempos distantes) que él ordenó en la plaqueta Donde Dios, aparecida el último sábado de septiembre de 2007, bajo el sello de la vallisoletana editorial Azul (Talleres de la Casa Ambrosio Rodríguez).
Hombre con el máximo de kilates de bondad, exquisito poeta, cristiano militante, no dudaba en destacar la religación entre su poesía y lo divino:“En toda mi obra poética se encuentra presente Dios. Y no deliberadamente. Me pongo a escribir y surge, se me cuela, por cualquier resquicio. Desde mi primer poema, hasta ahora mismo”.Tres volúmenes contienen buena parte de su obra poética: En resumidas cuentas(I Breve antología 1951-2001, publicada por la Fundación Jorge Guillén el año 2001); Páramo (En resumidas cuentas II, publicada por Talleres Gráficos de Ambrosio Rodríguez, Valladolid, 2001), y, finalmente, Plaza de ciegos (En resumidas cuentas III, publicada por la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía, 2006).
Aquí los cuatro sonetos exquisitos, cual mejor ofrenda. Aquí la vendimia de los mejores frutos de su Fe. Están precedidos de dos citas certeramente elegidas por este palentino: “¡Quiero vivir! A Dios voy/ y a Dios no se va muriendo”, del salmantino José María Gabriel y Galán; y “Morir sólo es morir./ Morir se acaba”, del toledano José Luis Martín Descalzo.
TE LLAMO Y ME VOY
Te llamo y me voy; me llamas y me vienes.
Cuando me ves hirviendo, me enrocías.
Susto para mis noches y mis días,
sabiendo que te tengo y que me tienes.
Dormiré hasta que al alba me serenes.
Mientras, prepara el tren y arma las vías
y cuida de tus cosas y las mías
en la seguridad de tus andenes.
Ay, este corazón... Tuyo es mi sueño,
tuyos también el sol, también la clara
estación de las horas amarillas.
Mientras, sigue conmigo; sé mi dueño,
cuando me miras cara a cara
y me desbordas y me desorillas.
DONDE DIOS
Donde mis ojos y la luz del día;
donde mis manos y donde el aliento
del agua, a veces nieve; donde el viento
que llega del jardín. Y su alegría.
Donde mi corazón, la melodía
de la tarde; y el llanto y la ternura
de ser hombre, también su desventura,
donde el otoño y su melancolía.
Donde la vida en cada senda, dura
la tierra, donde el pie busca acomodo;
donde, al acecho, Dios en cada tramo.
Donde la herida, Dios, que me la cura
lamiéndome la piel. Donde todo,
donde aquí, donde allí, donde le llamo.
LLEGARÉ DE IMPROVISO
Llegaré de improviso, por sorpresa.
No puedo precisar cómo ni cuándo.
Será pronto. Y hambriento. Y preguntando:
¿Dónde está Juan y dónde está Teresa?
Tanta luz de repente, tras la espesa
negrura. Deslumbrado, iré palpando
contornos tan extraños, barruntando
presencias: la ansiedad del que regresa.
De pronto, ¿Tú? ¿Más luz y Tú en el centro?
Como un niño cobarde iré al encuentro
ligero el vientre, vacilante el paso,
sin miedo, pero qué desvanecido...
-Soy Andrés, te diré; me he entretenido.
Ya estoy aquí, perdón por el retraso.
YA ESTOY AQUÍ
Ya estoy aquí, perdón por el retraso.
Qué última la tarde. Aquí terminan
el paso y el camino, se eliminan
contornos y colores. Nada. Acaso
esta sed todavía. Me repaso
y todos los recuerdos me encaminan
a Ti; se me destapan e iluminan.
Tanta tu inmensidad, yo tan escaso...
Pero te acercarás a mi estatura
para que te comprenda:
-Bienvenido.
Y me desatarás para que vuele.
(Pienso que será así. Y la quemadura del corazón, que tanto me ha dolido, ya no me duele, Dios, ya no me duele.)
CRISTIANO Y POETA: VOCERO DE DIOS Así escribía, en uno de sus poemas: “Sólo con Dios encima se entiende este paisaje./ Con Dios a las espaldas todo es verdad y tiene sentido”. Dios siempre acompañando su andadura por Castilla y León. Dios sin desgajarse de su alma. Dios oxigenando su poesía.
Anoto un aleccionador testimonio suyo, válido para todo poeta creyente. Fue escrito en 2004 para el Encuentro “los poetas y Dios”. Hasta hoy se encontraba inédito: “Creo en Dios por convicción, no por necesidad, y en Dios me sostengo y por Dios espero ser acogido algún día. Y conmigo, mi canción. Así de sencillo. Sin más. En sus manos me pongo, confiadamente, todos los días. Los poetas que creemos, tenemos la obligación de decirlo en cuantas ocasiones se nos presenten. Sin rubor. Con serenidad. Y decirlo con orgullo, sin complejos, trasladando a todo cuanto escribimos nuestra postura ante la vida, que es esto tan maravilloso que nos sucede. Desde la fe, todas las cosas se ven distintas, con más luz, y se reciben y se aceptan de otra manera. Lo triste y lo alegre. Y es bueno que las gentes que nos lean o nos escuchen perciban que detrás de todas nuestras palabras se encuentra Dios animándolas.Y que donde algunos otros poetas ponen con habilidad, sabiamente, cerebro, cálculo, nosotros ponemos también, y muy principalmente, alma, que es, a mi modo de ver, el mejor y más alto vehículo para transmitir la poesía y con ella entregarnos por entero a quienes han de leernos o escucharnos”.
Así era él: por ello algunos poetas imitamos su ejemplo, dando testimonio del Evangelio a través de la poesía. Él también supo seguir el ejemplo de Pablo(Fil. 3: 7, 8), perdiendo oropeles y reconocimientos por amor a Cristo, dejando de lado previsibles ganancias porque significaban abdicar de la Fe. Ya se sabe que el mundillo literario ve con lupa la poesía religiosa, para luego degradarla a categorías inferiores. ¡Qué importancia puede tener tal actitud si el compromiso es ofrendar el mejor Verbo para el Señor!
Y eso lo tenía bien asumido Andrés Quintanilla Buey. Entonces, cuando Manuel Corral e Isidoro Herrero sacaron adelante la primera cita de Toral, él no dudó en celebrarlo, pues veía que otros puntos de misión poética cristiana se abrían en Castilla y León: “Deseo agradecer y también felicitar muy calurosamente a todas las personas, a todos los organismos, que la han hecho posible. Una bellísima iniciativa, muy valiente, esta de dedicar unos actos a unos poetas, para que hablen de Dios, y que los que creamos en Él, podamos manifestarlo libremente, en estos momentos en los que tan ferozmente se está atacando, desde todos los ángulos, a todo aquello que tenga algo que ver con la vida espiritual, cristiana…”. Este nuevo Pablo de los poetas castellanos supo ir por ciudades y pueblos pregonando su profunda fe en Cristo. En cientos de recitales y encuentros literarios leía, para disgusto de algunos distantes o soberbios, versos de absoluta humildad ante el Amado galileo. Versos como estos:
(…) ¡Con qué extraña ternura mi boca te pronuncia!
Parece haber hallado algún nuevo lenguaje;
¡Qué pobre soy ahora!... Nada de lo que Él quiere
encuentro entre mis manos y mi verdad me asusta.
Yo sé que no le gusta,
yo sé lo que le hiere,
haber adivinado mi doloroso empeño
por disfrazar mi alma, tan de hombre repleta...
¡Y yo, que soy poeta,
fabricador de sueño,
escondo ahora, temblando, mi torpe desaliño!
No quiero que Él advierta los pliegues de mi nombre
y que me llame hombre,
en vez de decir niño. …
Quisiera ser la paja, mullirme en el Pesebre,
hacerme casi lumbre en su primer rocío
y calentar su frío con mi calor de fiebre.
TODO ES AMOR, TODO SERÁ AMOR
Toda una vida casado con la palentina Araceli Sagüillo. Ella, poeta como él, fue el Otro centro medular del pensamiento y la poesía de Andrés Quintanilla Buey. Hay un poema suyo, “Tengo para llorar tan sólo un alma”, donde premonitoriamente conjuga este Amor-Amor; pues si en la dedicatoria señala: “Para Araceli, otra vez. Como entonces. Como siempre”, en los versos ya está con Cristo y, desde allí, su amorosa sombra acompaña a la amada, susurrándole así:
“…Y sólo un corazón, con el que he escrito
un único poema: ese que canta
un pájaro cualquiera y que conoces,
amor, por la palabra irrepetida,
aquella que la otra tarde hallé escondida
allá donde dio Cristo las tres voces.
Una palabra, amor, que nadie nombra,
que sólo yo conozco y que te digo
desde esta soledad, mientras te sigo
como una sombra, amor como una sombra”.
O también cuando este maestro del soneto destila su querer y prepara su despedida:
AHORA DIGO AMOR
Ahora digo amor, que es el momento; llena
mi boca esta palabra y aclara mi camino,
la como, la respiro, es mi pan y es mi vino,
la mezclo con mi sangre, la grito en cada vena.
Amor. Y fin. Me planto -se acabó mi condena-
en este sentimiento tan dulce y repentino.
Porque me da la gana. Yo elijo mi destino.
Volver a lo vivido no merece la pena.
La tarde me regala su perfumado aliento.
El hambre del desnudo con poco se contenta:
yo amor. Y una esperanza crecida en cada mano.
Y así, desde esta lluvia y sin resentimiento,
me voy hacia los muertos como sin darme cuenta,
como si comenzara mi último verano.
Toda una muerte destilando el reencuentro bajo la invisibilidad del amor:
“Las preguntas y respuestas,
en los ojos, no en los labios.
Ninguna palabra, solos
entre nubes y pájaros.
Corazón y corazón.
Ni más fuente, ni más árbol
que nosotros, siempre juntos.
Y siempre, siempre, encontrándonos”.
Toda una muerte tapiando el cauce de las lágrimas, dando instrucciones a su Araceli amadísima.
Todo es Amor; todo será Amor:
Mas tú sabes, amor, que la ternura
no está ni en el palabra ni en el gesto.
Está donde la puso Dios un día.
Quizás en la mirada; o en el alma,
que es eso que tenemos no sé dónde,
pero que nos aprieta y que nos duele.
Tú lo sabes, amor, porque me esperas.
Ese regreso mío, a sol muriendo,
sin palabras, amor, hasta tus brazos.
SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS
Desde el huerto profundo de su fe; desde la carne boreal de su Fe, Quintanilla expresaba su humana palabra para sustentar la firme creencia que transfiguraba sus días: “Se han escrito, por eminentes pensadores, por grandes hombres de ciencia, cientos de miles de páginas para tratar de demostrar la no existencia de Dios, retorciéndoles el sentido a las cosas, inventándose argumentos para tratar de demostrar que todo es producto de una casualidad,de una combinación de sucesos, físicos, químicos, que dieron origen al mundo sin la intervención de ningún ente superior; que las rosas, el rocío, la nieve, los mares y los ríos, los árboles, las estaciones, el hombre, estamos aquí sin más ni más, porque sí, y que nos iremos de la misma manera que hemos llegado, que pasaremos de una oscuridad a otra oscuridad sin límites, sin más pena ni más gloria, y que nuestra desaparición será absoluta, pasando a ser eternamente nada. Pues no. Todo tiene que tener una explicación más sencilla, y, sobre todo, más hermosa. Y es necesario que mantengamos la esperanza, intacta nuestra capacidad de asombro, nuestra seguridad de que hay algo -Dios- por encima de nosotros, que nos espera. Que Dios no es algo simplemente necesario, sino algo cierto y hermosísimo, cuyo aliento le pone sentido, sal y gracia, a nuestra existencia”
TORAL DE LOS PÁJAROS
Andrés Quintanilla Buey fue un pájaro risueño que siempre delató su nido (Cristo). Me recuerda lo del Salmo 84: “Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová… Dios mío”.
Y también fue un pájaro agradecido con Toral de los Guzmanes. Aprecien, en este texto inédito que leyera en Salamanca el 23 de enero de 2007, lo que él sentía por Toral y por sus pájaros-poetas: “Hay muy cerca de aquí, en la tierra hermana y bienamada de León, un pequeño lugar, un pueblo-pueblo, con olor a campo, a pan, a vino, a conciencia tranquila y a amistad, en el cual han instalado su ONU los pájaros.Están todos, viviendo milagrosamente, en precario, en sabe Dios qué laberintos del aire; todos, mezclados, entrevistos, mejor presentidos, tremendamente felices y ruidosos. Todos los pájaros-pájaros. Los de verdad. Los benditos pájaros. Puesto que, al contrario que en la ONU de los hombres, no son admitidos los pájaros de cuenta, ni los de mal agüero. El lugar se llama Toral de los Guzmanes…”.
Así, en comunión, mezclados, sin contiendas: los poetas de Dios. Y él, tan sanjuanista (como todo poeta que se precie de ser un humilde hacedor de líneas para Dios), en una oportunidad hasta dejó de asistir a la cita anual de Fontiveros, donde era secretario de la Academia de Juglares, porque coincidió con la cita anual en Toral de los Guzmanes. La tarde de aquel sábado, al no poder bilocarse, bien sentado en la acogedora salita de la casona de la Calle Mayor, me recitó estos versos que otrora dedicara a Juan de Yepes: “¡Qué grande la distancia!... Y el empuje/ del corazón que grita, qué pequeño…”
Como Antonio Salvado, como muchos otros poetas que acuden a Toral, Quintanilla allí acudía para recibir pureza, calor humano en medio de la sencillez. En un gesto que hasta el día de hoy me conmueve por completo, el pueblo de Toral de los Guzmanes, con su alcalde Miguel Ángel Fernández, en julio de 2010 inauguró la Plaza del poeta Andrés Quintanilla Buey. Lo sencillo es lo que no traiciona ni se deja cegar por oropeles y barnices. Y ver al pastor Manuel Corral, solícito y feliz adecentando la placa para el acto inaugural, fue otra prueba del incontenido abrazo entre cristianos.
LECTURA INAUGURAL EN 2005
Quintanilla Buey tuvo a su cargo la lección-lectura inaugural del Encuentro de 2005. La recuerdo vivamente: Comenzó su intervención refiriéndose a una escena de su obra teatral Los pájaros muertos, en la que un hombre, instalado en una situación límite, se dirige a los demás personajes gritando: “Yo, en Dios, sí creo. Pero en nada más”. A lo que una mujer le responde: “Es que no hay nada más, hijo mío; no hay nada más”. A partir de dicho arranque, fue citando a un buen número de autores, como Gloria Fuertes, José Luis Martín Descalzo, León Tolstoi, Blas de Otero y Antonio Machado, entre otros, en parte de cuya obra es posible hallar la huella de Dios. Y completó su conferencia con un extenso recorrido sobre su propia obra poética, con la lectura de algunos poemas, entre ellos, los siguientes:
ANSIEDAD
Alma, pregunta a Dios si es este el día
que contiene la hora del encuentro.
Yo creo que esta lluvia es el mensaje
que me anuncia la pronta amanecida.
Aquí estoy, repartido entre la gente
lo mismo que un rebojo entre mendigos.
Como el postrer adiós de un moribundo,
como la lluvia ahora, entre la tierra.
Apenas me distingo entre las luces
y espero en el bordillo de la acera
que alguien llame a la puerta de mi hombro.
Sí. Busco ansiosamente su llamada,
lo mismo que aquel niño aquella mano
que ha perdido junto a los escaparates.
(1963)
ME ESTÁ MIRANDO DIOS
Me está mirando Dios en la noche sin luna,
me está mirando dios y me guiña los ojos.
Yo creí que no estaba, cuando al doblar la esquina
di una patada al perro que me lamió las manos.
Me está mirando Dios. Está serio conmigo
porque la otra mañana corté una margarita.
Y porque vi morir a aquel niño pequeño
y no puse mi boca junto a su boca helada.
Me he metido en el parque y en un rincón sombrío,
me he sentado en un banco, a pesar de la escarcha,
y me adormece, helado, un rumor en las ramas
que, tiritando, tienen temblor de sobresalto.
Me está mirando Dios. Presiento su mirada,
la toco, la respiro, aún cerrando los ojos.
Me ha tocado en la frente, en el pecho, en las manos,
la siento junto a mí. Mirad. Está aquí mismo.
LA ROSA BLANCA (El regalo)
A Santiago Castelo
Aquí no hay más palabra que la que arde
ni más color que la que tiene el día.
Un solo aroma: la melancolía
de esta rosa: Y una verdad: la tarde.
Llega Dios a destiempo, en un alarde
de extraña compasión y cercanía.
Me dice: toma, aquí está la alegría.
Y me la entrega para que la guarde.
Es una rosa blanca, que me mira
como miran las rosas, cuando saben
perdidos la alborada y el rocío.
Ya tengo llanto, mientras se me estira
la piel del alma, hasta que se acaben
los ojos. No el amor. Gracias, Dios mío.
Luego leyó varios poemas del libro Rogelio, que debía entenderse como un homenaje de admiración, de respeto y de cariño a los hombres de la castellana Tierra de Campos. Quintanilla dijo: “Cuando escribí los poemas de este libro, era una tierra traicionada, sumida en un profundo dolor. Y vacía. En cada poema se habla de una situación, de la gigante estatura de unos hombres, de los pueblos de siempre, siempre heroicos. Un retrato ya amarillo. Para recordar. Y claro, todo, todo, con Dios al fondo. Nunca me he sentido tan cerca de Él como cuando estaba escribiendo, a campo abierto, este libro”. De los varios poemas que de dicho poemario leyó, cuyo primer texto era aclaratorio: “Antes de comenzar, quiero advertiros/ que Rogelio existió. Y os aseguro/ que fue aquí, en esta tierra, en este duro/ paisaje de Castilla...”, dejo constancia de uno de ellos:
PAN RECIENTE
Porque lo quiso Dios, sudo la frente
y se hizo espiga el surco, noble adorno
-casi alegre- en el áspero contorno
de este paisaje gris, nunca riente.
Porque lo quiso Dios, se hizo caliente
y abrió de par en par su puerta el horno.
Y porque Dios lo quiso, de retorno,
llegó a manos del hombre el pan reciente.
Rogelio, absorto, vio cómo la espiga
que él arrancó del surco con fatiga
se volvía milagro en un momento...
Y comiendo del pan la blanca miga,
sin notarlo exclamó: Dios te bendiga.
(Y Dios era aquel pan y su alimento).
LA HUELLA DEL SEÑOR
Para en el encuentro de 2006, y siempre en Toral de los Guzmanes, Quintanilla Buey supo conmovernos con la lectura de un poema que tiene huellas de su mortal zambullida en el corazón de Cristo. Allí anoté esta frase con la que comenzó su lectura: “Y siempre, en cada poema, la presencia de Dios. También en mis poemas de amor, de tristeza, de alegría... Su Huella”. Ahora transcribo sólo unos fragmentos:
COMO LA PISADA EN EL CAMINO
(…)
(Día a día te asomas
a mí, Dios, y desplomas
sobre mi sobresalto todo un mundo de amor:
Yo he nacido, Señor,
para asustar a las palomas.
Y he sido pecador
en todos los idiomas).
He andado mil senderos para encontrar el día
de hablarle a Dios a solas…
(Yo, Señor, soy aquel que tantas veces
ha faltado a la mesa.
Yo soy el que ha llegado por sorpresa,
guiado por los peces,
corriente arriba, en busca de la fuente
que da origen al río, para calmar mi urgente
necesidad de Amor.
Y he llegado muy tarde, Señor.
Yo sé que estás en medio de todo, como el jueves,
y que es posible hallarte en todos los lugares.
De Ti nace la lluvia por los siete mares
y el viento sabe a viento sólo cuando te mueves.
Me lo ha dicho la savia de los árboles viejos
ahora florecidos, porque hoy es primavera.
También me lo han contado, a su simple manera,
la hierba y el camino y el pájaro... Reflejos
exactos de Tu Cuerpo en cada cosa;
Tu Cuerpo en la mirada de un niño y en el breve
balido de un cordero; y Tu Cuerpo en la nieve
y en la rosa.
Ni un mínimo recodo
sin Ti; que todo tiene sabida tu Presencia.
Todo de Ti Repleto. Y Tú, hasta la demencia,
en todo, en todo, en todo).
(…)
(Dios en mí, como estoy yo en la tristeza:
del todo acumulado en pan y en vino.
He aquí que soy milagro y no adivino
dónde me acaba Dios, dónde me empieza.
Dios en mí, como el niño en la pureza
y como la pisada en el camino.
Y huelo a tierra herida, a cielo herido;
huelo a treinta monedas en las manos
apretadas de todos los humanos:
a Cristo desangrado y repartido.
Huelo a llanto de Dios; a tarde muerta.
A niño enfermo y solo; a madrugada
con hambre en la memoria; a carcajada
de esclavo envilecido. Huelo a puerta
cerrada a cal y canto. A frío. A nada).
(…)
(Los hombres y los peces; los pájaros, las rocas,
el mar, la tierra...; todo en Ti a partes iguales.
Por entre los majuelos, por entre los trigales,
te están buscando ahora un enjambre de bocas.
Y la mía también, aunque me oigas gritar
mi verso dolorido, que otra cosa no puedo…
HASTA QUE DIOS QUIERA
Grande y fraternal este Poeta que durante casi sesenta años de creación y publicación de su obra lírica, supo dedicarla al Señor y a su tierra castellana. También supo ser generoso con quienes empezaban.
Y nada podía con su modo de ser, cristiano verdadero, ni siquiera las ingratitudes, pues él sabía repetir: “Vencido, alabe/ a Dios mi corazón” Esta noche salmantina cuando escribo sobre él y cuando me enternezco memorando su ejemplo, creo oír su voz junto al río Tormes que pasa bajo mi balcón. Es el viento quien trae un ligerísimo rumor, algo que creo asociar a la voz de mi querido Andrés, como cuando otrora le escuchaba decir:
Nada más. Sencillamente
dormirse junto a la piedra.
Sencillamente, esperar
dormido hasta que Dios quiera.
Nada más. Sencillamente
dormirse junto a la piedra.
Sencillamente, esperar
dormido hasta que Dios quiera.
Por Alfredo Pérez Alencart
UN POETA CASTELLANO
“Amor es lo que traigo y amor vengo a buscar”, escuché decir a un poeta de Dios, en cierta lectura celebrada allá por los inicios de este siglo y en la salmantina Casa de las Conchas.
Desde entonces sagrada fue nuestra fraternidad, al reconocernos de la familia de la Cruz, unidos por siempre en Cristo. Pienso en el Poeta y pienso en su seguidor. Pienso en la Cruz de ambos, y escribo. Acudir a la Cruz, como un niño que busca desempolvar esplendores mientras madura su Esperanza. Tener la Cruz presente a lo largo del tránsito existencial (Como la pisada en el Camino). Sentirla asombrosamente, cual regia pasión que sólo sabe decir: “Bienvenido”. Luego, ya pueden venir barbaries o enfermedades a mermar carnes o a trizar osamentas: el espíritu se resarce con el Espíritu; prevalece la fuerza suprema del poeta que siempre se sintió asociado al Poeta mayor del reino.
Esta Fe reconcentrada la palpé en Andrés Quintanilla Buey (1932-2008), palentino nacido en Juneda (Lérida) y quien ocupó hasta su último día la dirección de la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía. Valladolid (y Castilla y León por entero) era la vieja tierra donde el poeta supo plantar su árbol del pan de cada día; la vieja tierra donde su voz modulaba lo que su bondadoso corazón telegrafiaba con evangélicas resonancias:
“Aquí me muero a diario
y a diario resucito”.
Por aquellos primeros días de julio de 2008, tras la noticia de su viaje al hemisferio de Cristo, un poeta de la Iglesia Evangélica de León -un magnífico poeta llamado Leopoldo López Samprón, natural de El Bierzo- quiso honrar la vida y obra de su amigo y compañero en los Encuentros que anualmente se celebran en Toral de los Guzmanes, bajo el epígrafe “Los poetas y Dios”:
Con sólo escribir tu nombre
la voz me tiembla,
aún sin mendigar palabras. (…)
Andrés Quintanilla Buey,
Dios y tú sois dos poetas
de muy distintas batallas
pero del mismo lenguaje.
Así es la ecuménica comunión cristiana que han logrado cimentar los poetas (de Dios) en dicho pueblo leonés, milagrosamente más firme que la triste realidad del desmembrado Cuerpo. Y así, con una serenidad trazada en el camino real del Evangelio, Quintanilla Buey, escribió lo que deseaba para cuando ya sus latidos estuviesen electrizados, a miles de metros del cielo o de la tierra:
PARA DESPUÉS
Poned, junto a una flor, no sé, mi nombre,
las letras hacia arriba: Andrés. Y luego,
no sé, quizás la fecha, junto al ruego
de una oración: orad por este hombre.
Tumbada, mi mejor fotografía,
para que se deshaga a escarcha y fuego.
Dejad, no sé, un rincón para el espliego.
Si hay que poner cruz, poned la mía.
Sembradme, a poder ser, a flor de tierra;
si no es mucho pedir, junto al camino.
Sin llanto: una canción y una sonrisa.
Y recordadme siempre en pie de guerra.
Decid: unió a esta tierra su destino;
nadie amó tanto y nadie tan deprisa.
LO QUE PARA DIOS UNIÓ EL POETA… Lo que para Dios unió el poeta jamás lo desuna el antólogo.Y como ahora me corresponde esa mera labor recolectora de parte de los versos que Quintanilla escribiera para el Señor, tengan por seguro que no disgregaré los cuatro sonetos antológicos (escritos en tiempos distantes) que él ordenó en la plaqueta Donde Dios, aparecida el último sábado de septiembre de 2007, bajo el sello de la vallisoletana editorial Azul (Talleres de la Casa Ambrosio Rodríguez).
Hombre con el máximo de kilates de bondad, exquisito poeta, cristiano militante, no dudaba en destacar la religación entre su poesía y lo divino:“En toda mi obra poética se encuentra presente Dios. Y no deliberadamente. Me pongo a escribir y surge, se me cuela, por cualquier resquicio. Desde mi primer poema, hasta ahora mismo”.Tres volúmenes contienen buena parte de su obra poética: En resumidas cuentas(I Breve antología 1951-2001, publicada por la Fundación Jorge Guillén el año 2001); Páramo (En resumidas cuentas II, publicada por Talleres Gráficos de Ambrosio Rodríguez, Valladolid, 2001), y, finalmente, Plaza de ciegos (En resumidas cuentas III, publicada por la Academia Castellana y Leonesa de la Poesía, 2006).
Aquí los cuatro sonetos exquisitos, cual mejor ofrenda. Aquí la vendimia de los mejores frutos de su Fe. Están precedidos de dos citas certeramente elegidas por este palentino: “¡Quiero vivir! A Dios voy/ y a Dios no se va muriendo”, del salmantino José María Gabriel y Galán; y “Morir sólo es morir./ Morir se acaba”, del toledano José Luis Martín Descalzo.
TE LLAMO Y ME VOY
Te llamo y me voy; me llamas y me vienes.
Cuando me ves hirviendo, me enrocías.
Susto para mis noches y mis días,
sabiendo que te tengo y que me tienes.
Dormiré hasta que al alba me serenes.
Mientras, prepara el tren y arma las vías
y cuida de tus cosas y las mías
en la seguridad de tus andenes.
Ay, este corazón... Tuyo es mi sueño,
tuyos también el sol, también la clara
estación de las horas amarillas.
Mientras, sigue conmigo; sé mi dueño,
cuando me miras cara a cara
y me desbordas y me desorillas.
DONDE DIOS
Donde mis ojos y la luz del día;
donde mis manos y donde el aliento
del agua, a veces nieve; donde el viento
que llega del jardín. Y su alegría.
Donde mi corazón, la melodía
de la tarde; y el llanto y la ternura
de ser hombre, también su desventura,
donde el otoño y su melancolía.
Donde la vida en cada senda, dura
la tierra, donde el pie busca acomodo;
donde, al acecho, Dios en cada tramo.
Donde la herida, Dios, que me la cura
lamiéndome la piel. Donde todo,
donde aquí, donde allí, donde le llamo.
LLEGARÉ DE IMPROVISO
Llegaré de improviso, por sorpresa.
No puedo precisar cómo ni cuándo.
Será pronto. Y hambriento. Y preguntando:
¿Dónde está Juan y dónde está Teresa?
Tanta luz de repente, tras la espesa
negrura. Deslumbrado, iré palpando
contornos tan extraños, barruntando
presencias: la ansiedad del que regresa.
De pronto, ¿Tú? ¿Más luz y Tú en el centro?
Como un niño cobarde iré al encuentro
ligero el vientre, vacilante el paso,
sin miedo, pero qué desvanecido...
-Soy Andrés, te diré; me he entretenido.
Ya estoy aquí, perdón por el retraso.
YA ESTOY AQUÍ
Ya estoy aquí, perdón por el retraso.
Qué última la tarde. Aquí terminan
el paso y el camino, se eliminan
contornos y colores. Nada. Acaso
esta sed todavía. Me repaso
y todos los recuerdos me encaminan
a Ti; se me destapan e iluminan.
Tanta tu inmensidad, yo tan escaso...
Pero te acercarás a mi estatura
para que te comprenda:
-Bienvenido.
Y me desatarás para que vuele.
(Pienso que será así. Y la quemadura del corazón, que tanto me ha dolido, ya no me duele, Dios, ya no me duele.)
CRISTIANO Y POETA: VOCERO DE DIOS Así escribía, en uno de sus poemas: “Sólo con Dios encima se entiende este paisaje./ Con Dios a las espaldas todo es verdad y tiene sentido”. Dios siempre acompañando su andadura por Castilla y León. Dios sin desgajarse de su alma. Dios oxigenando su poesía.
Anoto un aleccionador testimonio suyo, válido para todo poeta creyente. Fue escrito en 2004 para el Encuentro “los poetas y Dios”. Hasta hoy se encontraba inédito: “Creo en Dios por convicción, no por necesidad, y en Dios me sostengo y por Dios espero ser acogido algún día. Y conmigo, mi canción. Así de sencillo. Sin más. En sus manos me pongo, confiadamente, todos los días. Los poetas que creemos, tenemos la obligación de decirlo en cuantas ocasiones se nos presenten. Sin rubor. Con serenidad. Y decirlo con orgullo, sin complejos, trasladando a todo cuanto escribimos nuestra postura ante la vida, que es esto tan maravilloso que nos sucede. Desde la fe, todas las cosas se ven distintas, con más luz, y se reciben y se aceptan de otra manera. Lo triste y lo alegre. Y es bueno que las gentes que nos lean o nos escuchen perciban que detrás de todas nuestras palabras se encuentra Dios animándolas.Y que donde algunos otros poetas ponen con habilidad, sabiamente, cerebro, cálculo, nosotros ponemos también, y muy principalmente, alma, que es, a mi modo de ver, el mejor y más alto vehículo para transmitir la poesía y con ella entregarnos por entero a quienes han de leernos o escucharnos”.
Así era él: por ello algunos poetas imitamos su ejemplo, dando testimonio del Evangelio a través de la poesía. Él también supo seguir el ejemplo de Pablo(Fil. 3: 7, 8), perdiendo oropeles y reconocimientos por amor a Cristo, dejando de lado previsibles ganancias porque significaban abdicar de la Fe. Ya se sabe que el mundillo literario ve con lupa la poesía religiosa, para luego degradarla a categorías inferiores. ¡Qué importancia puede tener tal actitud si el compromiso es ofrendar el mejor Verbo para el Señor!
Y eso lo tenía bien asumido Andrés Quintanilla Buey. Entonces, cuando Manuel Corral e Isidoro Herrero sacaron adelante la primera cita de Toral, él no dudó en celebrarlo, pues veía que otros puntos de misión poética cristiana se abrían en Castilla y León: “Deseo agradecer y también felicitar muy calurosamente a todas las personas, a todos los organismos, que la han hecho posible. Una bellísima iniciativa, muy valiente, esta de dedicar unos actos a unos poetas, para que hablen de Dios, y que los que creamos en Él, podamos manifestarlo libremente, en estos momentos en los que tan ferozmente se está atacando, desde todos los ángulos, a todo aquello que tenga algo que ver con la vida espiritual, cristiana…”. Este nuevo Pablo de los poetas castellanos supo ir por ciudades y pueblos pregonando su profunda fe en Cristo. En cientos de recitales y encuentros literarios leía, para disgusto de algunos distantes o soberbios, versos de absoluta humildad ante el Amado galileo. Versos como estos:
(…) ¡Con qué extraña ternura mi boca te pronuncia!
Parece haber hallado algún nuevo lenguaje;
¡Qué pobre soy ahora!... Nada de lo que Él quiere
encuentro entre mis manos y mi verdad me asusta.
Yo sé que no le gusta,
yo sé lo que le hiere,
haber adivinado mi doloroso empeño
por disfrazar mi alma, tan de hombre repleta...
¡Y yo, que soy poeta,
fabricador de sueño,
escondo ahora, temblando, mi torpe desaliño!
No quiero que Él advierta los pliegues de mi nombre
y que me llame hombre,
en vez de decir niño. …
Quisiera ser la paja, mullirme en el Pesebre,
hacerme casi lumbre en su primer rocío
y calentar su frío con mi calor de fiebre.
TODO ES AMOR, TODO SERÁ AMOR
Toda una vida casado con la palentina Araceli Sagüillo. Ella, poeta como él, fue el Otro centro medular del pensamiento y la poesía de Andrés Quintanilla Buey. Hay un poema suyo, “Tengo para llorar tan sólo un alma”, donde premonitoriamente conjuga este Amor-Amor; pues si en la dedicatoria señala: “Para Araceli, otra vez. Como entonces. Como siempre”, en los versos ya está con Cristo y, desde allí, su amorosa sombra acompaña a la amada, susurrándole así:
“…Y sólo un corazón, con el que he escrito
un único poema: ese que canta
un pájaro cualquiera y que conoces,
amor, por la palabra irrepetida,
aquella que la otra tarde hallé escondida
allá donde dio Cristo las tres voces.
Una palabra, amor, que nadie nombra,
que sólo yo conozco y que te digo
desde esta soledad, mientras te sigo
como una sombra, amor como una sombra”.
O también cuando este maestro del soneto destila su querer y prepara su despedida:
AHORA DIGO AMOR
Ahora digo amor, que es el momento; llena
mi boca esta palabra y aclara mi camino,
la como, la respiro, es mi pan y es mi vino,
la mezclo con mi sangre, la grito en cada vena.
Amor. Y fin. Me planto -se acabó mi condena-
en este sentimiento tan dulce y repentino.
Porque me da la gana. Yo elijo mi destino.
Volver a lo vivido no merece la pena.
La tarde me regala su perfumado aliento.
El hambre del desnudo con poco se contenta:
yo amor. Y una esperanza crecida en cada mano.
Y así, desde esta lluvia y sin resentimiento,
me voy hacia los muertos como sin darme cuenta,
como si comenzara mi último verano.
Toda una muerte destilando el reencuentro bajo la invisibilidad del amor:
“Las preguntas y respuestas,
en los ojos, no en los labios.
Ninguna palabra, solos
entre nubes y pájaros.
Corazón y corazón.
Ni más fuente, ni más árbol
que nosotros, siempre juntos.
Y siempre, siempre, encontrándonos”.
Toda una muerte tapiando el cauce de las lágrimas, dando instrucciones a su Araceli amadísima.
Todo es Amor; todo será Amor:
Mas tú sabes, amor, que la ternura
no está ni en el palabra ni en el gesto.
Está donde la puso Dios un día.
Quizás en la mirada; o en el alma,
que es eso que tenemos no sé dónde,
pero que nos aprieta y que nos duele.
Tú lo sabes, amor, porque me esperas.
Ese regreso mío, a sol muriendo,
sin palabras, amor, hasta tus brazos.
SOBRE LA EXISTENCIA DE DIOS
Desde el huerto profundo de su fe; desde la carne boreal de su Fe, Quintanilla expresaba su humana palabra para sustentar la firme creencia que transfiguraba sus días: “Se han escrito, por eminentes pensadores, por grandes hombres de ciencia, cientos de miles de páginas para tratar de demostrar la no existencia de Dios, retorciéndoles el sentido a las cosas, inventándose argumentos para tratar de demostrar que todo es producto de una casualidad,de una combinación de sucesos, físicos, químicos, que dieron origen al mundo sin la intervención de ningún ente superior; que las rosas, el rocío, la nieve, los mares y los ríos, los árboles, las estaciones, el hombre, estamos aquí sin más ni más, porque sí, y que nos iremos de la misma manera que hemos llegado, que pasaremos de una oscuridad a otra oscuridad sin límites, sin más pena ni más gloria, y que nuestra desaparición será absoluta, pasando a ser eternamente nada. Pues no. Todo tiene que tener una explicación más sencilla, y, sobre todo, más hermosa. Y es necesario que mantengamos la esperanza, intacta nuestra capacidad de asombro, nuestra seguridad de que hay algo -Dios- por encima de nosotros, que nos espera. Que Dios no es algo simplemente necesario, sino algo cierto y hermosísimo, cuyo aliento le pone sentido, sal y gracia, a nuestra existencia”
TORAL DE LOS PÁJAROS
Andrés Quintanilla Buey fue un pájaro risueño que siempre delató su nido (Cristo). Me recuerda lo del Salmo 84: “Aun el gorrión halla casa, y la golondrina nido para sí, donde ponga sus polluelos, cerca de tus altares, oh Jehová… Dios mío”.
Y también fue un pájaro agradecido con Toral de los Guzmanes. Aprecien, en este texto inédito que leyera en Salamanca el 23 de enero de 2007, lo que él sentía por Toral y por sus pájaros-poetas: “Hay muy cerca de aquí, en la tierra hermana y bienamada de León, un pequeño lugar, un pueblo-pueblo, con olor a campo, a pan, a vino, a conciencia tranquila y a amistad, en el cual han instalado su ONU los pájaros.Están todos, viviendo milagrosamente, en precario, en sabe Dios qué laberintos del aire; todos, mezclados, entrevistos, mejor presentidos, tremendamente felices y ruidosos. Todos los pájaros-pájaros. Los de verdad. Los benditos pájaros. Puesto que, al contrario que en la ONU de los hombres, no son admitidos los pájaros de cuenta, ni los de mal agüero. El lugar se llama Toral de los Guzmanes…”.
Así, en comunión, mezclados, sin contiendas: los poetas de Dios. Y él, tan sanjuanista (como todo poeta que se precie de ser un humilde hacedor de líneas para Dios), en una oportunidad hasta dejó de asistir a la cita anual de Fontiveros, donde era secretario de la Academia de Juglares, porque coincidió con la cita anual en Toral de los Guzmanes. La tarde de aquel sábado, al no poder bilocarse, bien sentado en la acogedora salita de la casona de la Calle Mayor, me recitó estos versos que otrora dedicara a Juan de Yepes: “¡Qué grande la distancia!... Y el empuje/ del corazón que grita, qué pequeño…”
Como Antonio Salvado, como muchos otros poetas que acuden a Toral, Quintanilla allí acudía para recibir pureza, calor humano en medio de la sencillez. En un gesto que hasta el día de hoy me conmueve por completo, el pueblo de Toral de los Guzmanes, con su alcalde Miguel Ángel Fernández, en julio de 2010 inauguró la Plaza del poeta Andrés Quintanilla Buey. Lo sencillo es lo que no traiciona ni se deja cegar por oropeles y barnices. Y ver al pastor Manuel Corral, solícito y feliz adecentando la placa para el acto inaugural, fue otra prueba del incontenido abrazo entre cristianos.
LECTURA INAUGURAL EN 2005
Quintanilla Buey tuvo a su cargo la lección-lectura inaugural del Encuentro de 2005. La recuerdo vivamente: Comenzó su intervención refiriéndose a una escena de su obra teatral Los pájaros muertos, en la que un hombre, instalado en una situación límite, se dirige a los demás personajes gritando: “Yo, en Dios, sí creo. Pero en nada más”. A lo que una mujer le responde: “Es que no hay nada más, hijo mío; no hay nada más”. A partir de dicho arranque, fue citando a un buen número de autores, como Gloria Fuertes, José Luis Martín Descalzo, León Tolstoi, Blas de Otero y Antonio Machado, entre otros, en parte de cuya obra es posible hallar la huella de Dios. Y completó su conferencia con un extenso recorrido sobre su propia obra poética, con la lectura de algunos poemas, entre ellos, los siguientes:
ANSIEDAD
Alma, pregunta a Dios si es este el día
que contiene la hora del encuentro.
Yo creo que esta lluvia es el mensaje
que me anuncia la pronta amanecida.
Aquí estoy, repartido entre la gente
lo mismo que un rebojo entre mendigos.
Como el postrer adiós de un moribundo,
como la lluvia ahora, entre la tierra.
Apenas me distingo entre las luces
y espero en el bordillo de la acera
que alguien llame a la puerta de mi hombro.
Sí. Busco ansiosamente su llamada,
lo mismo que aquel niño aquella mano
que ha perdido junto a los escaparates.
(1963)
ME ESTÁ MIRANDO DIOS
Me está mirando Dios en la noche sin luna,
me está mirando dios y me guiña los ojos.
Yo creí que no estaba, cuando al doblar la esquina
di una patada al perro que me lamió las manos.
Me está mirando Dios. Está serio conmigo
porque la otra mañana corté una margarita.
Y porque vi morir a aquel niño pequeño
y no puse mi boca junto a su boca helada.
Me he metido en el parque y en un rincón sombrío,
me he sentado en un banco, a pesar de la escarcha,
y me adormece, helado, un rumor en las ramas
que, tiritando, tienen temblor de sobresalto.
Me está mirando Dios. Presiento su mirada,
la toco, la respiro, aún cerrando los ojos.
Me ha tocado en la frente, en el pecho, en las manos,
la siento junto a mí. Mirad. Está aquí mismo.
LA ROSA BLANCA (El regalo)
A Santiago Castelo
Aquí no hay más palabra que la que arde
ni más color que la que tiene el día.
Un solo aroma: la melancolía
de esta rosa: Y una verdad: la tarde.
Llega Dios a destiempo, en un alarde
de extraña compasión y cercanía.
Me dice: toma, aquí está la alegría.
Y me la entrega para que la guarde.
Es una rosa blanca, que me mira
como miran las rosas, cuando saben
perdidos la alborada y el rocío.
Ya tengo llanto, mientras se me estira
la piel del alma, hasta que se acaben
los ojos. No el amor. Gracias, Dios mío.
Luego leyó varios poemas del libro Rogelio, que debía entenderse como un homenaje de admiración, de respeto y de cariño a los hombres de la castellana Tierra de Campos. Quintanilla dijo: “Cuando escribí los poemas de este libro, era una tierra traicionada, sumida en un profundo dolor. Y vacía. En cada poema se habla de una situación, de la gigante estatura de unos hombres, de los pueblos de siempre, siempre heroicos. Un retrato ya amarillo. Para recordar. Y claro, todo, todo, con Dios al fondo. Nunca me he sentido tan cerca de Él como cuando estaba escribiendo, a campo abierto, este libro”. De los varios poemas que de dicho poemario leyó, cuyo primer texto era aclaratorio: “Antes de comenzar, quiero advertiros/ que Rogelio existió. Y os aseguro/ que fue aquí, en esta tierra, en este duro/ paisaje de Castilla...”, dejo constancia de uno de ellos:
PAN RECIENTE
Porque lo quiso Dios, sudo la frente
y se hizo espiga el surco, noble adorno
-casi alegre- en el áspero contorno
de este paisaje gris, nunca riente.
Porque lo quiso Dios, se hizo caliente
y abrió de par en par su puerta el horno.
Y porque Dios lo quiso, de retorno,
llegó a manos del hombre el pan reciente.
Rogelio, absorto, vio cómo la espiga
que él arrancó del surco con fatiga
se volvía milagro en un momento...
Y comiendo del pan la blanca miga,
sin notarlo exclamó: Dios te bendiga.
(Y Dios era aquel pan y su alimento).
LA HUELLA DEL SEÑOR
Para en el encuentro de 2006, y siempre en Toral de los Guzmanes, Quintanilla Buey supo conmovernos con la lectura de un poema que tiene huellas de su mortal zambullida en el corazón de Cristo. Allí anoté esta frase con la que comenzó su lectura: “Y siempre, en cada poema, la presencia de Dios. También en mis poemas de amor, de tristeza, de alegría... Su Huella”. Ahora transcribo sólo unos fragmentos:
COMO LA PISADA EN EL CAMINO
(…)
(Día a día te asomas
a mí, Dios, y desplomas
sobre mi sobresalto todo un mundo de amor:
Yo he nacido, Señor,
para asustar a las palomas.
Y he sido pecador
en todos los idiomas).
He andado mil senderos para encontrar el día
de hablarle a Dios a solas…
(Yo, Señor, soy aquel que tantas veces
ha faltado a la mesa.
Yo soy el que ha llegado por sorpresa,
guiado por los peces,
corriente arriba, en busca de la fuente
que da origen al río, para calmar mi urgente
necesidad de Amor.
Y he llegado muy tarde, Señor.
Yo sé que estás en medio de todo, como el jueves,
y que es posible hallarte en todos los lugares.
De Ti nace la lluvia por los siete mares
y el viento sabe a viento sólo cuando te mueves.
Me lo ha dicho la savia de los árboles viejos
ahora florecidos, porque hoy es primavera.
También me lo han contado, a su simple manera,
la hierba y el camino y el pájaro... Reflejos
exactos de Tu Cuerpo en cada cosa;
Tu Cuerpo en la mirada de un niño y en el breve
balido de un cordero; y Tu Cuerpo en la nieve
y en la rosa.
Ni un mínimo recodo
sin Ti; que todo tiene sabida tu Presencia.
Todo de Ti Repleto. Y Tú, hasta la demencia,
en todo, en todo, en todo).
(…)
(Dios en mí, como estoy yo en la tristeza:
del todo acumulado en pan y en vino.
He aquí que soy milagro y no adivino
dónde me acaba Dios, dónde me empieza.
Dios en mí, como el niño en la pureza
y como la pisada en el camino.
Y huelo a tierra herida, a cielo herido;
huelo a treinta monedas en las manos
apretadas de todos los humanos:
a Cristo desangrado y repartido.
Huelo a llanto de Dios; a tarde muerta.
A niño enfermo y solo; a madrugada
con hambre en la memoria; a carcajada
de esclavo envilecido. Huelo a puerta
cerrada a cal y canto. A frío. A nada).
(…)
(Los hombres y los peces; los pájaros, las rocas,
el mar, la tierra...; todo en Ti a partes iguales.
Por entre los majuelos, por entre los trigales,
te están buscando ahora un enjambre de bocas.
Y la mía también, aunque me oigas gritar
mi verso dolorido, que otra cosa no puedo…
HASTA QUE DIOS QUIERA
Grande y fraternal este Poeta que durante casi sesenta años de creación y publicación de su obra lírica, supo dedicarla al Señor y a su tierra castellana. También supo ser generoso con quienes empezaban.
Y nada podía con su modo de ser, cristiano verdadero, ni siquiera las ingratitudes, pues él sabía repetir: “Vencido, alabe/ a Dios mi corazón” Esta noche salmantina cuando escribo sobre él y cuando me enternezco memorando su ejemplo, creo oír su voz junto al río Tormes que pasa bajo mi balcón. Es el viento quien trae un ligerísimo rumor, algo que creo asociar a la voz de mi querido Andrés, como cuando otrora le escuchaba decir:
Nada más. Sencillamente
dormirse junto a la piedra.
Sencillamente, esperar
dormido hasta que Dios quiera.
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