Safo de Lesbos
(en griego, Σαπφώ; en eolio, Ψάπφω) (Mitilene, Lesbos, ca. 650/610 – ¿Léucade?, 580 a. C.) fue una poetisa griega. Más tarde los comentaristas griegos la incluyeron en la lista de los «nueve poetas líricos».
Pasó toda su vida en Lesbos, isla griega cercana a la costa de Asia Menor, con la excepción de un corto exilio en Siracusa (actual Sicilia) en el año 593 a. C., motivada por las luchas aristocráticas en las que probablemente se encontraba comprometida su familia perteneciente a la oligarquía local.[cita requerida] Perteneció a una sociedad llamada thiasos en donde se preparaba a las jóvenes para el matrimonio. Más adelante conforma la llamada «Casa de las servidoras de las Musas».
Allí sus discípulas aprendían a recitar poesía, a cantarla, a confeccionar coronas y colgantes de flores, etc. A partir de sus poemas se suele deducir que Safo se enamoraba de sus discípulas y mantenía relaciones con muchas de ellas. Todo esto la ha convertido en un símbolo del amor entre mujeres. Y es más, estas afirmaciones son comprobadas en el fragmento 2D en donde Safo establece una conversación con la diosa con la que más se identifica y tiene relación, Afrodita. Esta le pide que le ayude con alguien a quien ama pero que no le ha querido prestar atención, y cuando Afrodita dice «…aún sin quererlo» utiliza un participio femenino: kouk ethéloisa, que refleja la existencia de un eros homosexual en la vida de esta poetisa.
Pero el amor que refleja Safo no fue dado a todas sus alumnas, no se trataba de una orgía ni mucho menos, ella amaba a una especial de su corazón y le enseñaba importantes lecciones sobre el Amor. La unión de lo terrenal con lo divino va muy ligado a Safo, pues esta mantenía una estrecha comunicación con Afrodita, como ya hemos dicho, lo cual repercutió de una manera notable en la personalidad de esta poetisa. Podríamos describirla como una mujer muy femenina, delicada y espiritual, que trascendió en la historia gracias a esa naturalidad y pureza de sus versos.
Hay una leyenda, surgida a partir de algún fragmento de la propia poetisa, que narra la historia de Faón, un hombre bello del que se enamoró la propia diosa Afrodita. Según el mito, Safo se suicidó desde la roca de Léucade lanzándose al mar cuando su amor por Faón no se vio correspondido. Esta roca de la isla de Léucade era, al parecer, desde donde se lanzaban con frecuencia los enamorados para suicidarse. Otra versión afirma que Safo lo escribió como metáfora de una decepción amorosa que tuvo con una de sus amadas, ya que en uno de sus fragmentos se describe como alguien que ya ha llegado a la vejez, es «incapaz de amar».
El tema fue retomado por el poeta latino Ovidio, que lo popularizó. En efecto, el poeta latino convirtió a Safo en una de sus Heroínas, como autora de una carta de amor dirigida a Faón. De todas las heroínas de Ovidio, Safo es la única mujer real; es el único caso en el que una mujer se convierte en personaje de ficción. Esta imagen de Safo atormentada por un amor no correspondido fue muy querida y representada por los grandes pintores europeos del siglo XIX, que reflejan una visión romántica de Safo con el pelo largo apoyada en la roca.
Obra
No existen muchos datos biográficos sobre ella, y sólo se conocen algunos poemas y fragmentos extraídos de citas tardías (tradición indirecta) y de papiros. De hecho, prácticamente todo lo que sabemos de su vida lo deducimos de sus poemas. El contenido amoroso de sus poemas propició toda clase de habladurías y rumores sobre su vida. Sus poemas se recitaban y conocían en la Atenas del s. V a. C. Más tarde, en Roma, los poetas latinos alaban sus poemas. Allí había bustos de la poetisa (cf. el discurso de Cicerón contra Verres, acusado de robar un busto de Safo). Ha sido probablemente la poetisa más traducida y más imitada de la antigüedad clásica.
Safo y su compatriota Alceo son considerados los poetas más sobresalientes de la poesía lírica griega arcaica, de la que Terpandro y Arión son precedentes. Son, además, los únicos representantes de una producción literaria lesbia. De su obra, que al parecer constaba de nueve libros de extensión variada, se han conservado también ejemplos de lírica popular en algunos epitalamios, cantos nupciales —adaptaciones de canciones populares propias de los amigos del novio y de la novia que se improvisaban en las bodas—. Estas canciones se diferenciaban del resto de sus poemas, más intimistas y cultos, para los cuales creó un ritmo propio y un metro nuevo, que pasó a denominarse la estrofa sáfica.
En la poesía de Safo no se puede encontrar una visión sistemática ni por lo menos definida de la sociedad griega, lo más probable sea que la política y la historia hayan sido para Safo temáticas demasiado masculinas. La política siempre se ha caracterizado por estar llena de intrigas, confabulaciones y trampas, y esto prácticamente no existía en el estrecho círculo al cual ella había reducido su mundo. Por su parte la historia contiene básicamente perfiles políticos y está repleta de elementos épicos por la necesaria reseña de las guerras y acciones heroicas donde los protagonistas eran hombres. Su obra plasma solamente su visión del estrecho círculo social en que ella vivía, que se reducía a sus alumnas y a su familia, y del cual no describe prioritariamente su estilo de vida sino sus vivencias interiores. Esto hace que la obra de Safo carezca de una perspectiva histórica y crítica de la sociedad griega. La sensibilidad y delicadeza propias del mundo femenino son las protagonistas de sus poemas; sentimientos encontrados con su círculo de alumnas, como los celos, el amor, la decepción, la alegría y la rivalidad; no son censurados sino que son plasmados en su total extensión. El mundo sáfico es un mundo totalmente femenino, la rudeza y fuerza son descartadas totalmente de sus poemas aunque en algunos de éstos la figura masculina está presente, pero quizá solamente como un complemento de la femenina que es la realmente enaltecida en la poesía sáfica.
El trabajo de la décima musa es el producto de la derivación de la lírica tradicional, popular o pre literaria griega de los siglos VII y VI a. C. que se convertiría en la lírica literaria. Esta distinción se debe a las diferencias del carácter oral y tradicional de la primera y el carácter escrito de la segunda que surgió, a propósito, a la par con la difusión de la escritura en el siglo VII a. C. Por otra parte, las características y temas a tratar que adopta la lírica literaria de la tradicional son esencialmente las mismas solo que esta vez se hallan más concentradas en los motivos de un yo individual. El éxito, en gran parte, de la poesía de Safo radica en la adopción del amor como tema personal. Por lo tanto, las situaciones creadas serían temporalmente cercanas a sí y a la audiencia. De ahí que fue necesario crear una forma de expresión adecuada para expresar sus sentimientos más íntimos, de manera que sus composiciones podían distinguirse por una fuerte presencia del yo que canta y ese yo autorreferencial que está frecuentemente situado en el tiempo y en el espacio.
Safo habla en sus poemas de la pasión amorosa que se apodera del ser humano y se manifiesta en diversas formas, como los celos, el deseo o una intangible nostalgia. Ejemplo de esto se encuentra en el Himno en honor a Afrodita, el único poema que nos ha llegado completo de toda su obra. Podría considerarse como una oración, una súplica dirigida a la diosa del amor para conseguir su ayuda y lograr así el amor de su enamorada. Parece que no es la primera vez que Safo invocaba a la diosa para esto mismo, en el poema Afrodita habla directamente a Safo y le pregunta por los motivos por los que la llama de nuevo. La descripción de la diosa bajando del cielo en su carro rodeada de alegres gorriones, sonriendo responde a una de las imágenes más evocadoras de la diosa.
Su poesía sirvió de fuente de inspiración a poetas, como los latinos Catulo y Horacio. A partir de la época alejandrina se intentó conservar su obra y descubrir nuevas partes. En 2004 fueron hallados nuevos fragmentos de Safo, que amplían y mejoran sustancialmente uno de los que ya se existían de ella. En este nuevo fragmento ampliado, Safo se lamenta del paso de tiempo y plasma de forma magistral los efectos de la vejez en su cuerpo y carácter utilizando el mito de Titono, el enamorado de Eos, la Aurora, la diosa de dedos rosados, quien pidió a los dioses que convirtieran a Titono en inmortal, pero olvidando pedir para él la eterna juventud. Como consecuencia de ello, Titono es el eterno viejo, no se muere nunca, pero siempre se va haciendo más viejo. Se trata de un símil con el que Safo se identifica, puesto que en su calidad de educadora se ve como Titono frente a sus alumnas siempre de la misma edad, siempre inmortales de alguna forma.
Casi todos sus poemas nos han llegado lamentablemente de forma fragmentaria por vía indirecta, es decir, gracias al testimonio de otros autores que los mencionan. Uno de entre ellos es aquel en el que describe lo que podrían considerarse «síntomas de la enfermedad del enamoramiento», aplicable a todo enamorado, del que contamos con una maravillosa versión del poeta latino Catulo, y el fragmento en el que dice que no hay en el mundo nada más maravilloso que el ser a quien uno ama.
Safo ha adquirido el nombre de la décima musa por su resonancia e importancia dentro del mundo de la poesía. De su producción literaria son pocos los fragmentos que se han podido rescatar, entre ellos, el Himno en honor a Afrodita.
Los rasgos más característicos de su obra son la naturaleza (serena y dulce), la belleza de la mujer, el erotismo, las fiestas matrimoniales... todo ello aderezado por una sensibilidad y dulzura insuperables.
Himno en honor a Afrodita
La oda a Afrodita es uno de los poemas más conocidos de Safo. Además, tiene la particularidad de que es probablemente el único poema de ella que nos ha llegado completo. A esta oda, solo le falta un pequeño pedazo al inicio del tercer verso de la quinta estrofa. De los demás poemas de Safo, lo que nos ha llegado son estrofas o versos sueltos. La oda a Afrodita ha llegado hasta nosotros porque fue citado por Dionisio de Halicarnaso, un escritor del siglo I a. C.
Desde un punto de vista formal, la obra está compuesta de siete estrofas sáficas. La estrofa sáfica, denominada así en honor a Safo, se compone de cuatro versos, los primeros tres son endecasílabos sáficos, mientras que el último es un pentasílabo que recibe el nombre técnico de adónico. La métrica griega es diferente a la métrica española, por eso no es posible traducir estos versos de una forma adecuada. En griego, había vocales cortas y largas y los versos tenían cierta cantidad de sílabas largas y breves. Si leyéramos la oda a Afrodita en griego, notaríamos como todos los versos inician con una sílaba larga seguida de una sílaba breve.
El contenido de la oda es sencillo, básicamente consiste en un ruego que la escritora le hace a la diosa Afrodita, con el fin de que atraiga hacia ella un amor renegado. Aparentemente, quien se niega a aceptar el amor de Safo es una muchacha, aunque esto no es seguro, pues lo único que indica el sexo de la amada es la ausencia de una letra al final de la sexta estrofa. Algunos filólogos agregan al final de esta estrofa una letra ni (equivalente a la ene del español) y con esto aseguran que el sexo del amor de Safo es indeterminado. Ellos también se basan en que Afrodita es la diosa del amor heterosexual y ella no atiende ruegos de amores homosexuales, como sería el caso si se tratara de una muchacha.
El poema inicia con una invocación. Safo llama a la diosa Afrodita y le ruega que acuda en su ayuda. Luego viene una larga digresión en la que la autora rememora una ocasión anterior en que la diosa la ayudó. En aquel momento Afrodita, llevada por un carruaje de oro tirado por gorriones, descendió y atendió el ruego prometiéndole que la renegada «pronto» estaría completamente enamorada de ella. El poema cierra con una estrofa en la que se reitera la solicitud de ayuda en la «guerra del amor», concepto antiguo que aún hoy conservamos y supone que el establecimiento de una relación amorosa es similar a una batalla.
¡Oh, tú en cien tronos Afrodita reina,
Hija de Zeus, inmortal, dolosa:
No me acongojes con pesar y sexo
Ruégote, Cipria!
Antes acude como en otros días,
Mi voz oyendo y mi encendido ruego;
Por mi dejaste la del padre Zeus
Alta morada.
El áureo carro que veloces llevan
Lindos gorriones, sacudiendo el ala,
Al negro suelo, desde el éter puro
Raudo bajaba.
Y tú ¡Oh, dichosa! en tu inmortal semblante
Te sonreías: ¿Para qué me llamas?
¿Cuál es tu anhelo? ¿Qué padeces hora?
—me preguntabas—
¿Arde de nuevo el corazón inquieto?
¿A quién pretendes enredar en suave
Lazo de amores? ¿Quién tu red evita,
Mísera Safo?
Que si te huye, tornará a tus brazos,
Y más propicio ofreceráte dones,
Y cuando esquives el ardiente beso,
Querrá besarte.
Ven, pues, ¡Oh diosa! y mis anhelos cumple,
Liberta el alma de su dura pena;
Cual protectora, en la batalla lidia
Siempre a mi lado.
Ποικιλόθρον᾽ ὰθάνατ᾽ ᾽Αφρόδιτα,
παῖ Δίος, δολόπλοκε, λίσσομαί σε
μή μ᾽ ἄσαισι μήτ᾽ ὀνίαισι δάμνα,
πότνια, θῦμον.
ἀλλά τυίδ᾽ ἔλθ᾽, αἴποτα κἀτέρωτα
τᾶς ἔμας αὔδως αἴοισα πήλγι
ἔκλυες πάτρος δὲ δόμον λίποισα
χρύσιον ἦλθες
ἄρμ᾽ ὐποζεύξαια, κάλοι δέ σ᾽ ἆγον
ὤκεες στροῦθοι περὶ γᾶς μελαίνας
πύκνα δινεῦντες πτέῤ ἀπ᾽ ὠράνω αἴθε
ρος διὰ μέσσω.
αῖψα δ᾽ ἐξίκοντο, σὺ δ᾽, ὦ μάκαιρα
μειδιάσαισ᾽ ἀθανάτῳ προσώπῳ,
ἤρἐ ὄττι δηὖτε πέπονθα κὤττι
δηὖτε κάλημι
κὤττι μοι μάλιστα θέλω γένεσθαι
μαινόλᾳ θύμῳ, τίνα δηὖτε πείθω
μαῖς ἄγην ἐς σὰν φιλότατα τίς τ, ὦ
Ψάπφ᾽, ἀδίκηει;
καὶ γάρ αἰ φεύγει, ταχέως διώξει,
αἰ δὲ δῶρα μὴ δέκετ ἀλλά δώσει,
αἰ δὲ μὴ φίλει ταχέως φιλήσει,
κωὐκ ἐθέλοισα.
ἔλθε μοι καὶ νῦν, χαλεπᾶν δὲ λῦσον
ἐκ μερίμναν ὄσσα δέ μοι τέλεσσαι
θῦμος ἰμμέρρει τέλεσον, σὐ δ᾽ αὔτα
σύμμαχος ἔσσο.
Bibliografía
Traducciones antiguas
«Odas de Safo, traducción en verso castellano por D. Ignacio de Luzán». Se hallan en el t. IV, de El Parnaso español de López de Sedano. Ibarra. Madrid. 1768.
Obras de Safo, Erina, Alcman, Alceo, Íbico, Simónides, Baquílides, Arquíloco, Pratino y Melanípides; traducción del griego en verso castellano por José y Bernabé Canga Arguelles. Sancha. Madrid. 1797.
Anacreonte, Safo y Tirteo, traducción del griego en prosa y verso castellano, por D. José del Castillo y Ayensa. Imprenta Real. Madrid. 1852.
Traducciones modernas
Antología de la poesía lírica griega. Carlos García Gual. Alianza Editorial. Madrid.
Líricos griegos. Joan Ferraté. Ed. El Acantilado. Barcelona.
Antología de la lírica griega arcaica. Emilio Suárez de la Torre. Ed. Cátedra. Madrid.
Safo. Poemas y fragmentos. Juan Manuel Rodríguez Tobal. Ed. Hiperión. Madrid.
Los dados de Eros. Antología de poesía erótica griega. Aurora Luque. Ed. Hiperión. Madrid.
Safo. Poemas y testimonios. Aurora Luque. Ed. El Acantilado. Madrid 2004.
Antología temática de la poesía lírica griega. José Luis Navarro González. Madrid.
El ala y la cigarra: Fragmentos de la poesía arcaica griega no épica. Juan Manuel Rodríguez Tobal. Ed. Hiperión, Madrid.
Yambógrafos griegos. E. Suárez de la Torre. Textos clásicos de Gredos. Madrid.
Lírica griega arcaica. Fco. Rodríguez Adrados. Textos clásicos de Gredos. Madrid.
Poetisas griegas. A. Bernabé y H. Rodríguez Somolinos. Ediciones Clásicas. Madrid.
Safo. Poesías. Traducción, presentación y notas de Juan Manuel Macías. DVD Ediciones. Barcelona. 2007.
SAFO. Poemas y fragmentos (edición bilingüe), introducción, traducción y notas de Mauricio López Noriega, 2012, México, Universidad Autónoma de Nuevo León-Textofilia Editores.
Poema de amor
Igual parece a los eternos dioses
Quien logra verse frente a ti sentado:
¡Feliz si goza tu palabra suave,
Suave tu risa!
A mí en el pecho el corazón se oprime
Sólo en mirarte: ni la voz acierta
De mi garganta a prorrumpir; y rota
Calla la lengua
Fuego sutil dentro mi cuerpo todo
Presto discurre: los inciertos ojos
Vagan sin rumbo, los oídos hacen
Ronco zumbido.
Cúbrome toda de sudor helado:
Pálida quedo cual marchita hierba
Y ya sin fuerzas, sin aliento, inerte
Parezco muerta
(Traducido por Marcelino Menéndez Pelayo, la perfección de este poema de Safo, como dice Octavio Paz, expresa la concentrada ansiedad del deseo).
Safo (Charles-Auguste Mengin, 1867)
Bajo tierra estarás
Bajo tierra estarás,
nunca de ti,
muerta, memoria habrá
ni añoranza; que a ti
de este rosal
nada las Musas dan;
ignorada también,
tú marcharás
a esa infernal mansión,
y volando errarás,
siempre sin luz,
junto a los muertos tú.
De la hermosa luna
De la hermosa luna los astros cerca
hacia atrás ocultan luciente el rostro
cuando aquella brilla del todo llena
sobre la tierra...
Desde Creta ven, Afrodita
Desde Creta ven, Afrodita, aquí
a este sacro templo, que un bello bosque
de manzanos hay, y el incienso humea
ya en los altares;
suena fresca el agua por los manzanos
y las rosas dan al lugar su sombra,
y un profundo sueño de aquellas hojas
trémulas baja;
pasto de caballos, el prado allí
lleno está de flores de primavera
y las brisas soplan oliendo a miel...
Ven, Chipriota, aquí y, tras tomar guirnaldas,
en doradas copas alegremente
mezclarás el néctar para escanciarlo
con la alegría
Dicen que una tropa de carros..
Dicen que una tropa de carros unos,
otros que de infantes, de naves otros,
es lo más hermoso en la negra tierra;
que uno ama.
Y es sencillo hacer que cualquiera entienda
esto, pues Helena, que aventajaba
en belleza a todos, a su marido,
alto en honores,
lo dejó y se fue por el mar a Troya,
y ni de su hija o sus propios padres
quiso ya acordarse, pues fue llevada
y esto me recuerda que mi Anactoria
no está presente,
de ella ver quisiera su andar amable
y la clara luz de su rostro antes
que a los carros lidios o a mil guerreros
llenos de armas.
En mi sueño cerca se me aparece
En mi sueño cerca se me aparece
tu graciosa imagen, sagrada Hera,
la que los ilustres reyes Atridas
vieron con ruegos;
pues llegado el fin de la empresa de Ares,
junto al Escamandro voraginoso,
no pudieron ir desde aquí sus naves
hasta su casa
sin hacer ofrendas a ti y a Zeus
y al amable dios que engendró Tiona.
Sacrificios puros te ofrece el pueblo
hoy como entonces:
las doncellas traen un hermoso peplo
y a tu altar se agrupa junto con ellas
la apretada fila de las mujeres...
Inmortal celeste...
Inmortal celeste, de ornado trono,
dolotrenzadora, Afrodita, atiende:
no atormentes más con pesar y angustias
mi alma, señora,
sino ven aquí, si mi voz de lejos
otra vez oíste y me escuchaste
y dejando atrás la dorada casa
patria viniste,
tras uncir el carro: gorriones lindos
a la negra tierra tiraban prestos
con sus fuertes alas batiendo el aire
desde los cielos.
Y llegaron pronto, y tú, dichosa,
con divino rostro me sonreías
preguntando qué me pasaba, a qué otra
vez te llamaba
y que qué prefiero que en mi alma loca
me suceda ahora: «¿A quién deseas
que a tu amor yo lleve? Ay dime, Safo,
¿quién te hace daño?
Pues, si huyó de ti, pronto irá a buscarte;
si aceptar no quiso, dará regalos;
te amará bien pronto, si no te ama,
aun sin quererlo».
Ven también ahora y de amargas penas
líbrame, y otorga lo que mi alma
ver cumplido ansía, y en esta guerra,
sé mi aliada.
Me parece igual a los dioses
Me parece igual a los dioses ese
hombre que ahora está frente a ti sentado,
y tu dulce voz a tu lado escucha
mientras le hablas
y tu amable risa; lo cual, te juro,
en mi pecho el alma saltar ha hecho:
pues te miro apenas y mis palabras
ya no me salen
se me queda rota la lengua y, suave,
por la piel un fuego me corre al punto,
por mis ojos ya nada veo, y oigo
sólo un zumbido,
me destila un frío sudor y entera
un temblor me apresa, y cual la paja
amarilla estoy y mi muerte siento
poco alejada.
Pero todo habrá que sufrirlo, incluso...
Muéstrate, Gongula...
muéstrate, Gongula, que aquí te llamo
ven con tu vestido color de leche:
¡cómo vuela ahora el deseo en torno
a tu belleza!
pues con sólo ver tu pequeña capa
siento ya el hechizo, y estoy contenta
de que sea la diosa nacida en Chipre
quien te reprocha...
Sigue siendo mi amigo
Sigue siendo mi amigo
pero busca una esposa más fresca,
que vivir no podría contigo
siendo yo la más vieja.
Y la noche entera con sus canciones
y la noche entera con sus canciones
celebrando pasan tu amor las virgenes
y el de tu mujer de florido seno,
junto a la puerta;
mas, despierta, novio, que los amigos
de tu edad te esperan; puese deseamos
ver hoy menos sueño que los pardales
gorgoriteantes.
Y cuando te miro de frente creo
y cuando te miro de frente creo
que jamás Hermíona fue tan bella
y que no está mal que a la rubia Helena
yo te compare...
...de verdad que morir yo quiero
de verdad que morir yo quiero
pues aquella llorando se fue de mí.
Y al marchar me decía: Ay, Safo,
qué terrible dolor el nuestro
que sin yo desearlo me voy de ti.
Pero yo contestaba entonces:
No me olvides y vete alegre
sabes bien el amor que por ti sentí,
y, si no, recordarte quiero,
por si acaso a olvidarlo llegas,
cuánto hermoso a las dos nos pasó y feliz:
las coronas de rosas tantas
y violetas también que tú
junto a mí te ponías después allí,
las guirnaldas que tú trenzabas
y que en torno a tu tierno cuello
enredabas haciendo con flores mil,
perfumado tu cuerpo luego
con aceite de nardo todo
y con leche y aceite del de jazmín.
recostada en el blando lecho,
delicada muchacha en flor,
al deseo dejabas tú ya salir.
Y ni fiesta jamás ni danza,
ni tampoco un sagrado bosque
al que tú no quisieras conmigo ir.
...pienso yo que jamás
pienso yo que jamás
joven habrá
viendo la luz del sol,
que se pueda decir
que en su saber
se te parezca a ti...
Poema
ponte guirnaldas, oh Dica, por tus graciosos
cabellos
tras enlazar con tus manos suaves los tallos de eneldo,
que hasta las flores las Gracias siempre felices se acercan,
pero rechazan la vista de quien guirnaldas no lleva.
Grupo alado de cándidas doncellas
cuyas almas moldeas día a día,
por el canto y la danza, por las huellas
que les imprime la filosofía,
al tibio sol, o bajo las estrellas
de Lesbos, en el campo, en la bahía.
Ay, dulce Safo, que con ellas sueñas,
sobre el arte de amar, ¿qué les enseñas?
Brevería Nº 1580
Cuadro lésbico
Yo, mujer que, entre dudas y osadía,
te revela el desván de sus deseos;
tú, mujer apremiante, sin rodeos,
en rotunda lección de anatomía.
Entre la seriedad y la ironía
sabes nadar; yo en blandos chapoteos
fluctúo entre ansiedad y titubeos,
mientras tu mano es trazo y fantasía.
De mi propio arsenal medio ignorante,
acato tu destreza itinerante
sobre este laberinto de mi piel.
Lienzo soy casi en blanco, y a la espera
de los colores que tu afán genera,
cada uno de tus dedos un pincel.
Ven sobre mí
Si, muertos los jardines, te asomaras
por los agrietamientos en el muro,
recobraría su color más puro
cada devastación que contemplaras.
Y si al pie de los álamos hallaras
mirlos y alondras que desmán oscuro
cortó las alas, por gentil conjuro
de tu tacto y tu voz las renovaras.
Mira que soy mujer atribulada,
vida marchita y alma desalada,
aspirando al prodigio de tu abrazo.
Ven sobre mí, mujer, blando oleaje
suave alborada, brisa en el ramaje,
y adormézcame el sol en tu regazo.
Tacto sutil
En las manos del hombre se amotina
vigor abrupto en pulso de tormenta,
maniobrando en función de la herramienta
que hurga en la carne, que en la piel termina.
Soy el alma detrás de esa cortina,
blanda o voraz, serena o turbulenta,
gama trascendental que transparenta
el diáfano cristal de mi retina.
Quien se asome al brocal y no lo vea,
carece de ese abrazo que rastrea
cada íntimo sendero que a mí enfila.
Tú, la de blancas manos, la del tacto
sutil, conocedor, lento y exacto,
ven y adéntrate en mí…por la pupila.
Mi dulce acantilado
Yuxtaponerme a ti sin penetrarte,
mi oleaje vital alborotado
lamiéndote, mi dulce acantilado,
a quien mi espuma su humedad imparte.
Mi amor se estrella en ti, parte por parte,
te resbala en las grietas, fracasado,
te susurra, te grita, y mi costado
sangra de sólo verte y tantearte.
Ah, si una espada mágica tuviera
que horadara la roca; en qué manera
en su oquedad mi savia vertería.
No obstante, ven, amada, no de piedra,
sino de brazos mil como la hiedra,
a los que esta mujer se ceñiría.
Beso vivo
Tantos hombres besé, siempre en rastreo
del beso intemporal, definitivo,
que a un tiempo fuera tímido y lascivo,
de desvanecimiento y de deseo.
De ese beso que fuera ronroneo,
y relámpago, y trueno, beso vivo
ya frontal y directo, ya evasivo,
lanzada, ráfaga, revoloteo.
Con qué voracidad busqué el prodigio
que eternizara al menos un vestigio
de lo que tanto quise conocer.
Besé a tantos, de tantos fui besada,
mas ni uno solo me dejó marcada
la piel y el alma como tú, mujer.
Tanto
Tantos senderos nuestro pie camina
con meta o al azar, tanto avizora
nuestro ojo inquisidor, y tanto explora
nuestra insaciable mente peregrina,
en incesante búsqueda felina
del orgasmo perfecto, y la mejora
de las íntimas tácticas que implora
cada piel que a otra piel se subordina.
A tantos cuerpos hemos ascendido
con más logro anhelado que obtenido,
que el saldo negativo incita a duda.
Por eso el brío varonil rechazo,
y sólo a ti, mujer, en blando abrazo,
quiero adosarme, trémula y desnuda.
Duermes
Duermes en la quietud de quien ahuyenta
los monstruos de la noche, con su aspecto
tan sereno, tan suave, tan perfecto,
Afrodita de mármol, soñolienta.
Cambias de posición, y se te asienta
sobre los labios tímido proyecto
de sonrisa, en el íntimo dialecto
que sólo yo comprendo y tu alma inventa.
Sigo observándote, como quien mira
belleza inmaterial, que aunque respira,
no se toca, por miedo a evaporarse.
Al fin despiertas, y en verdad se enciende
tu rostro al ver a esta mujer, que emprende
cada día el quehacer de enamorarse.
Roto el dogal
Recordarás, mujer, tiempos lejanos,
antes de unir tus senos a los míos,
en lechos de hombres, páramos baldíos
de fuerza y prisas, e inexpertas manos.
Fueron los sueños, como el sexo, vanos,
y los afectos, por igual, vacíos;
las esperanzas eran como ríos
perdiéndose en atrofia de pantanos.
Rompimos el dogal, e independientes
ensayamos opciones que las gentes
anatematizaban sin saber.
Pero en nosotras una luz brillaba
que indefectible nos predestinaba
a un mañana de amar y estremecer.
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