Marcela de San Félix
Marcela del Carpio (Toledo, 8 de mayo de 1605 - Madrid, 9 de enero de 1687), también conocida como sor Marcela de San Félix, fue una dramaturga y poetisa española, hija de Lope de Vega y de su musa y amante Micaela de Luján.
Marcela fue hija de Lope de Vega y la actriz Micaela de Luján, a la que su padre llamaba en verso Camila Lucinda, Lucinda o Luscinda. Al igual que su hermano Lope Félix, Marcela fue cuidada por una criada hasta que falleció su madrastra Juana de Guardo (1613). Allí vivió hasta el 2 de febrero de 1621 cuando, con 16 años, ingresó en el convento de las Trinitarias Descalzas (Madrid) bajo el nombre de sor Marcela de San Félix.
Aunque mantuvo una muy buena relación con su padre -al que imitaba en costumbres literarias a la hora de componer versos y comedias de tema religioso, en las que ella misma actuaba-, Marcela desempeñó casi todos los oficios del convento: fue tres veces madre superiora, maestra de novicias, provisora, refitolera y gallinera.
Dejó cinco volúmenes de escritos y una autobiografía espiritual, que fue quemada junto con cuatro de los volúmenes por consejo de su confesor personal. Lo que ha quedado son veintidós romances, dos seguidillas, un villancico, una décima, una endecha, ocho loas, una lira y seis obras teatrales denominadas Coloquios espirituales. Destaca en su obra una extraordinaria mordacidad satírica y un singular uso de la métrica y del lenguaje. Cabe destacar Las virtudes, Muerte del apetito o La estimación de la religión y varias de las loas, muchas de ellas dedicadas a la profesión de una compañera, así como un Breve festejo, pieza alegórica representada la noche de Reyes de 1653.
Obras
Obra completa. Ed. Electa Arenal; Georgina Sabat-Rivers. Barcelona: PPU, 1988.
ROMANCES EN ESDRÚJULOS
15. A un velo de una reli[gi]osa
Al desposorio más célebre,
al más dichoso y más plácido,
quiero escribir, gozosísima,
alabando a Dios, un cántico.
Que se rindiese en oyéndole
a Cristo, en dulces preámbulos,
una niña felicísima
a los cielos espectáculo;
que al mundo tenga por tósigo
y a sus deleites por tártago,
obra ha sido del Altísimo,
sólo pudiera dictárselo;
que en primavera hermosísima,
al Espíritu Paráclito
toda se consagre víctima
y abrace penas y tráfago.
En himeneo santísimo,
que no anda ya el amor tácito,
se une Cristo con Ángela
y la hace su tabernáculo.
Bien pueden darla mil plácemes,
y con versos eclesiásticos,
en instrumentos armónicos,
celebrarla sin obstáculo.
Pues el cielo está gozándose,
la tierra oculte sus cálamos
y la serpiente mortífera
vuelva corrida hacia el Cáucaso.
Hoy, con el velo honorífico,
está su amante insinuándolo:
que aunque nos parezca lúgubre,
para sus ojos es cándido.
Y si para el mundo es túmulo,
para los cielos es tálamo:
que este lenguaje científico,
para ignorantes es bárbaro.
Y si se ostenta benévolo,
todo es caduco y fantástico:
su bien, apocado y mísero
como lo verán mirándolo.
16. Otro a la Santa Cruz
Al árbol santo y vivífico,
o si con amor, seráfico,
aqueste ingenio paupérrimo
hoy le dedicará un cántico.
Después que aquel rey pacífico
en ti murió tan magnánimo,
si eras un triste patíbulo,
ya eres un alegre tálamo.
Quedaron muy melancólicas
todas las furias del Cáucaso
que con tan tremendo estrépito,
le diste al infierno tártago.
Salve, ¡oh cruz salutífera,
que das salud a los lánguidos!
Que Cristo en ti, sacra víctima,
quitó del cielo el obstáculo.
Y por eso, el remotísimo
y aun el más inculto páramo,
para tu honor celebérrimo
te consagra culto máximo.
Con instrumentos armónicos,
todos los coros jerárquicos,
de tus grandezas, históricos
himnos te digan, y sáficos;
que de aquel árbol científico
quitaste todo el escándalo,
por ese fruto honorífico
que es para el justo tan plácido.
Que el Cristo, amor dulcísimo,
hizo su nido, cual pájaro,
en esas ramas bellísimas,
muy más süaves que el bálsamo.
Déme su amor ardentísimo
el Espíritu Paráclito,
para que a la cruz intrépida
vaya con un paso rápido.
Y si por su amor lo pésimo
tal vez se me pone pálido,
este inferior pusilánime
procede como mecánico.
¡Árbol hermoso y muy fúlgido,
más sublimado que el plátano,
tan honrado con la púrpura
de aquel rey que fue muy tácito!
Lléguense allí los carísimos
y dejen los carámbalos,
y estarán tan gozosísimos
como lo verán mirándolo.
20. Romance al Nacimiento
Divino verbo inmenso
que en tus eternidades
con inefable gozo
estabas en el Padre,
en el palacio impíreo,
en la esfera más grave,
trono de tu grandeza,
solio de majestades:
si contento vivías,
igual en todo al Padre,
de una substancia misma,
de su bondad, imagen;
si con el mismo amor,
espíritu süave,
consolador piadoso,
sois todos tres iguales:
si el querubín hermoso,
crïatura tan grande,
las alas de su ciencia
a vuestros pies abate;
si el serafín más bello
que en llamas vivas arde,
humilde y reverente,
peana siempre os hace;
si las columnas firmes
de esa Sión triunfante
se estremecen, y tiemblan
vuestro ser admirable;
¿cómo, Palabra Eterna,
se os pudo pegar carne
para pisar, piadoso,
nuestro, humildes valles?
¿Cómo, señor, tan niño,
cómo temblando nace
lo sumo del poder
entre unos animales?
¿Cómo en pajas humildes
hay un fuego tan grande,
que si bien soy de nieve,
presumo que me abrase?
¡Ay dulce dueño mío,
si a finezas tan grandes
correspondiera yo
con servirte de balde!
Mas ¿cómo puede ser
si tú te anticipaste
con tan grandes fatigas,
con beneficios tales?
Aunque yo te sirviera
los siglos, las edades,
no pudiera pagar
lo menos que tú haces.
¿Qué puede hacer, Dios mío,
la nada miserable
que, si no es de defectos,
no tiene otros caudales?
Tú me obligas, mi bien,
con tus penas y afanes,
a que gustosa siempre,
por tu amor los abrace.
Desnudez y pobreza,
lágrimas y pañales,
y ese lugar humilde
donde fajado yaces,
cátedra del pesebre
para enseñarme haces,
tierno predicador,
virtudes singulares.
¡Oh si supiera yo,
amorosa, buscarte
del pesebre a la cruz
donde pudiera hallarte!
Mas ¿cómo puede ser
amarte ni buscarte,
si amándome a mí misma
me busco en todas partes?
Pero la siempre Virgen
ya se inclina a mirarme,
gozosa que, por mí,
merece ser tu madre.
Y el castísimo esposo
Josef, divino Atlante,
pues puede sustentar
dos cielos los más grandes,
la mayor honra y dicha
hoy en suerte le cabe,
pues siendo un puro hombre,
de Dios se llama padre.
Pero ya en mil cuadrillas
resuenan por los aires
espíritus alados
que con voces süaves
os cantan a vos glorias
y nos prometen paces.
Hagámoslas los dos
y sean inviolables,
con eternos conciertos,
firmadas amistades.
Y pues me dais licencia,
diré de aquí adelante:
mi amado para mí
y yo para él constante.
21. Otro a la Ascensión del Señor
Dulce Jesús de mi vida,
mi única esperanza,
¿cómo, Señor, te ausentas
dejándome sin alma?
Tú eres el alma mía
pues que vida me daba
tu agradable presencia
llena de gloria tanta.
Tú eres mi corazón
pues en ti respiraba,
y en ti tenía vida
alegre y descansada.
Tú eras la clara luz
que siempre me alumbraba,
quitando las tinieblas
que causa la ignorancia.
Tú eres mi amado dueño
a quien tan entregada
me tiene, felizmente,
el fuego que me abrasa.
Tú eres mi amante tierno,
que con caricias tantas,
siendo yo tan de piedra,
pudieron ablandarla.
Tú eres tan firme esposo,
que por más que te daban
ocasión mis descuidos,
nunca tú me dejabas.
¿Cómo te vas agora
cuando más abrasada
me tienen tus amores
y más te deseaba?
Estos cuarenta días
que has estado en mi casa,
me echaste más prisiones,
me arrebataste el alma.
Venías victorioso,
triunfando con tal gala,
que llevabas tras ti
todo cuanto mirabas.
Tu amable condición,
tan dulce como franca,
se llevó por despojos
la más esquiva dama.
Ya veo, dueño hermoso,
que es justo que te vayas
a gozar de ti mismo
en la esfera más alta.
Bien sé te está esperando
la diestra deseada
de tu amoroso padre,
premio de tus batallas.
Bien sé que vas a abrir
las puertas soberanas
que hasta que tú las entres,
han estado cerradas.
Bien sé que tu ascensión
esperan muchas almas
para gozar contigo
de la celeste patria.
Bien sé que vas, Señor,
a disponer moradas
a los que en este mundo
te sirven y los amas.
Pero yo que sin ti
quedo desconsolada
pasaré triste vida
mientras la muerte tarda.
Y así, será forzoso
te pida con mil ansias
que me lleves contigo,
pues dices que me amas.
Y si me respondieres
que méritos me faltan,
los tuyos son ya míos,
de amor heroica hazaña.
En este tierno afecto
el alma, enajenada,
dándole Amor licencia,
de su esposo se abraza.
Bañóle el bello rostro
en agua destilada,
más oloroso a Dios
que el más subido ámbar.
¡Ay dulce vida mía!,
dice toda turbada,
no te vayas, Señor,
sin llevar a tu esclava.
Y no creas, Dios mío,
que la gloria me llama,
que sólo amor desnudo
ocasiona mis ansias.
Entre afectos tan dulces
entretenida el alma,
vio que su amante hermoso
sus brazos desenlaza.
Y con propia virtud
en alto se levanta
y al impíreo palacio
hace breve jornada.
Los que saben de amor,
lastímense del alma
ausente de su bien,
sola y en tierra estraña.
Otra a la soledad de las celdas
A daros mil norabuenas
de dicha tan deseada,
vengo, santísimas madres,
con mucho gozo en el alma.
Y este gozo se origina
de ver que ya vuestras ansias
y deseo de retiro
el piadoso dueño paga.
Vuestra santa pretensión
justísimamente alcanza
hoy la alegre posesión
de tan largas esperanzas.
Si yo espíritu tuviera
y elocuencia soberana,
de la amable soledad
dijera las alabanzas,
pero soy muy ignorante
y en el espíritu zafia,
y pudiendo decir tanto,
u diré muy poco u nada.
Como estoy tan exterior
y en muchas cosas turbada,
de aquel Uno necesario
ignoro excelencias tantas.
Alaben la soledad
las almas exprimentadas:
las que en dichosa quietud
a su tierno esposo abrazan.
La estrecha conversación
que tienen con Dios las almas
en la soledad alegre,
las hace humildes y sabias,
porque el Espíritu Santo,
cuando ama mucho a las almas,
las lleva a la soledad
y a los corazones habla.
Y las palabras que dice,
tan substanciales y claras,
son de heroica perfección
y santidad consumada.
En la soledad parecen
estas apariencias, falsas,
que el mundo vende por buenas,
con infinidad de faltas.
En la soledad se quitan
las nubes grandes y opacas,
y el alma, llena de luz,
toda la verdad abraza.
En la soledad se vencen
las pasiones mal domadas,
los sentidos se componen,
los apetitos se matan.
En la soledad se acuerda
de su presto fin el alma
y, confiando en su Dios,
consigue la amada patria.
En la soledad desea
el alma ser despreciada
y que, olvidándola todos,
la dejen en dicha tanta.
En la soledad se advierte
que Dios solo al alma sacia,
y que todo lo crïado
solo aflige y embaraza.
En la soledad se gozan
favores y glorias tantas
que, si no tuviera fe,
por eternas las juzgara.
En fin, todas las virtudes,
todos los dones y gracias,
en la soledad feliz
se comunican al alma.
Entrad, pues, madres gozosas,
fervorosas y animadas,
que el Señor que dio las celdas
también dará lo que falta.
Lo que falta es el adorno,
que en una celda descalza,
no ha de faltar lo curioso
de muy vistosas alhajas:
desnudez, pobreza, olvido
de toda cosa crïada
y un incesable deseo
de ser más pura y más santa;
que la celda material
ha de servir como caja
que guarda la interior celda
donde el esposo descansa.
Que si faltase el espíritu
y la oración en el alma,
más que santa religiosa,
será mujer encerrada.
A todas sus reverencias
comunique Dios su gracia
para que, viviendo solas,
estén bien acompañadas.
43. Jaculatorias disfrazadas en hábito de seguidillas
Préstame tus ojos,
amado mío,
que no quiero, mi alma,
ver con los míos.
Vida de mi alma,
dame un abrazo
de ésos que tú sueles,
muy apretados.
Mucho dura esta vida,
querido mío;
todos son estorbos
de estar contigo.
Dueño de mi vida,
de amores muero;
toma el alma, mis ojos,
que te la entrego.
Mientras más te trato,
más me enamoras;
¡quién pudiera, bien mío,
gozarte a solas!
Yo hago mucho, mi alma,
dándome toda,
porque aquestas entregas
de amor son obras.
Si es atrevimiento
pedir abrazos,
el amor lo pague,
que es el culpado.
Pero no me contento
con brazos sólo,
a tus labios anhelo,
querido esposo,
que es pedirte, mi alma,
la unión divina,
por amor transformada,
muerta a mí misma.
No pretendo, querido,
matar la llama:
arda y quémese todo,
que amor lo manda.
Dulce vida mía,
mucho me quieres;
a ese paso regalas
y favoreces.
Blanco y colorado
eres, amado,
y mil gracias derramas
por esos labios.
O me engaña el deseo,
dulce bien mío,
o te tuve dichosa,
¡ay que lo digo!
Aunque el pecho se quema,
no pido agua,
antes pido más fuego:
vengan más llamas.
Dulce dueño mío,
¿por qué te alejas?
Si presente matas,
¿por qué te alejas?
Si mis ansias te obligan
y mis suspiros,
date prisa, mi alma,
corre, querido.
Hasta que se vea
con la posesión
de tus brazos, mi gloria,
no descansa amor.
Pues que vives dentro
de mi corazón,
bien sabrás, dueño mío,
su grande afición.
Si más fuerzas tuviera,
con más te amara;
sobran los afectos
y ellas me faltan.
Anda acá, mis amores,
te recibiré
con deseo amoroso
y desnuda fe,
como tú quisieras,
amado mío,
que de veras la muerte
fuera mi alivio.
No sé cómo, siendo
tan grande señor,
me has robado potencias,
alma y corazón.
Mientras más me regalas,
amado mío,
más memoria tengo
de mis delitos.
Yo me tengo la culpa,
querido mío,
de no estar, mis amores,
siempre contigo,
que un enamorado
para siempre amar,
ningún accidente
le puede estorbar.
Cuando yo te requiebro,
querido mío,
ya con tus caricias
me has prevenido.
Aunque más disimules,
querido mío,
bien sé yo lo que gustas
de estar conmigo.
¿Para qué son desdenes,
belleza mía,
si sé yo que me amas
más que a tu vida?
Cada instante me pones
nueva obligación,
pero, mis amores,
lo hago peor.
Con mesura respondes
cuando me abraso;
mira que más me enciendes
disimulando.
"Date prisa" te llamas,
amado mío,
y en venir a mis ruegos
tardas un siglo.
Dulce dueño mío,
oye mis quejas:
mátame de amores
y no de ausencias.
Si las ansias son grandes
y los incendios,
son mayores las causas
que los efectos.
Que se quema tu lecho,
querido mío;
toquen, toquen a fuego,
que anda muy vivo.
Mira que me matan
ansias de verte,
en tan dulce agonía,
dichosa muerte.
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