Fernando Cruz Kronfly
Fernando Cruz Kronfly es un escritor colombiano nacido en Buga en 1943. Reside y trabaja en Cali, de cuya vida cultural y académica es cultor y protagonista.
Nació en Buga. Su abuelo paterno, Rubén Cruz Vélez, fue un importante educador en Tuluá. Su padre ejerció también la docencia en Buga. Su madre era de ascendencia sirio-libanesa.
Tiene título universitario en derecho de la Universidad La Gran Colombia, de Bogotá. Ha ejercido la docencia universitaria junto con la actividad literaria.
Fue Jefe del Departamento de Literatura e Idiomas en la Universidad Santiago de Cali (1970-1972), Director de la revista Fin de Siglo, editada por la Universidad del Valle durante sus primeros cuatro números.
Fue profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Santiago de Cali desde el año 1970 a 1977, y de la Universidad Libre de Colombia, Seccional Cali, hasta la década del 90. De 1972 a la actualidad ha sido catedrático de la Universidad del Valle.
Cruz Kronfly es autor de una amplísima obra, tanto en lo relativo a la literatura, como a la investigación de diversos campos de las ciencias sociales y administrativas.
Obra publicada
Novela
Falleba (1979)
La obra del sueño (1984)
La ceniza del Libertador (1987)
La ceremonia de la soledad (1992)
El embarcadero de los incurables (1998)
La caravana de Gardel (1998)
Destierro (2012)
La vida secreta de los perros infieles (2014)
Libros de cuentos
Las alabanzas y los acechos (1980)
Amapolas al vapor (1996)
La última noche de Antonio Ricaurte (1997)
Ensayo
La sombrilla planetaria: ensayos sobre modernidad y postmodernidad en la cultura (1994)
Doce interrogantes sobre modernidad, cambio y gestión (1994)
La tierra que atardece: ensayos sobre la modernidad y la comtemporaneidad (1998)
La derrota de la luz: ensayos sobre modernidad, contemporaneidad y cultura (2007)
Poesía
Abendland (2002)
Cuántas veces este hombre que todavía soy
Abandonó a sus perros para descender a los establos profundos.
Pasaban vientos tan helados como húmedos,
Envueltos en hojas marchitas de cigarras quemadas.
Escuchaba el vaho de las vacas en las canoas de ciprés
La cumbamba del pensamiento en el cuenco encenizado de la mano.
De tanto olor a forraje al final se partía algo dentro de mí,
Haga de cuenta ronquido de vidrio,
Ramas de laurel congeladas,
Cáscaras de culebra.
Estas vacas me aman -me decía.
Iba donde dormían los terneros extendidos como pieles de colores en el aserrín.
Oía con el viento la queja de los techos de hojalata,
Pisoteaba hasta el amanecer los suelos cubiertos de helecho,
Olfateaba los biberones recién hervidos.
Regresaba encorvado al establo donde ocurrían los nacimientos.
Cuando el sol ya iba lejos, mi mujer asomaba a la baranda con una taza de café.
Mientras yo la bebía cabizbajo ella pasaba de un lado al otro la camándula.
En aquel entonces todavía tenía confianza en mi recuperación.
En presencia de los ojos de los caballos me sentía como delante de empozadas series de espejos.
En aquel entonces no tocaba guitarra ni ofrecía serenatas a las víctimas del desasosiego.
Huían de mí las palabras, me azotaba contra los muros de la pesebrera.
Al entrar la noche salía al trote para llenarme de aire.
Luego regresaba con algo de pasto en el hombro.
Delante de las yeguas que daban a chupar su leche a los potros caía dormido.
Con los días me despertaba.
A la sombra del páramo solía putear el mundo arrodillado en una banca
Que cierta vez fabriqué con los restos de una canoa en ruinas.
Ponía la cara contra el viento para saber de dónde venía, para dónde iba.
La niebla de marzo devoraba mis sienes,
Escuchaba sus dentelladas mientras comía mandarinas.
Oía caer a la tierra esponjosa los limones del pequeño árbol que creció en la orfandad,
Envuelto en la ráfaga que los domingos subía del lago.
Yo formaba parte de aquel mundo desaparecido
Que sólo he podido volver a observar en fotografías desvanecidas, en el carbón apagado.
Parecía hijo de la humedad a solas, del destierro de mis abuelos,
De las nieblas que al amanecer desaparecían la carretera,
Los techos de mi aldea, hasta mi sombrero.
En vez de ir a la tienda me quedaba a patear el empedrado con los tacones
Igual que los caballos de los que vivía enamorado lo hacían con sus herraduras.
No ofrecía serenatas pero vivía de la obsesión de imitar sus relinchos bajando con un tarro de hojalata hacia la bananera.
Me detenía durante semanas a observar aquellas colas como de plumas
Con las que azotaban los tábanos en el aire helado de la mañana.
Susana se atrevió a decir cierto día en uno de sus desquites que de muchacho fui un loco.
Pronto olvidé el incidente y la lealtad aplastó de nuevo la arena ardiente, la cebada por el tiempo quemada.
Apago la boquilla de la estufa encendida a la deriva.
Me hago a un costado de la ciénaga.
Susana lo olvida todo, se encuentra en grave peligro de sí misma.
La ráfaga que entra por la ventana en pedazos desciende por mi ropa.
Las arrugas en el paño desaparecen.
Se pone en marcha de pronto el motor que impulsa el refrigerador.
Abro la portezuela, miro adentro con el mismo terror de todos los días. Una luz mortecina brota de los compartimentos,
Se derrama en el piso amarillo.
Descubro entre la niebla una bandeja con piezas de animales tasajeados.
De la nave de arriba penden gotas de hielo sangrantes
Detenidas a mitad de camino.
Veo lechugas, berenjenas, tomates en el cajón intermedio que se pierde en el abismo.
De los muros se apodera un color violeta.
Dos bolsas de leche se derraman
Encima de una bandeja de tahini de garbanzo de hace algunos años.
Del muro de la cocina cuelga un calendario que jamás antes vi.
En la página que corresponde al mes de marzo asoma un caballo a galope tendido.
Detrás del animal sube un arrume de polvo color ceniza.
Hay piedras negras en el campo que el caballo recorre, hierba azafranada.
Decenas de árboles se mecen encima de una pequeña cabaña de techos de madera.
Un gallo rojo canta en la tranquera.
Alcanzo a ver el humo de una quema a lo lejos.
Sentado a la puerta de la cabaña el anciano envuelve un pedazo de pellejo de becerro.
Huyo de la aterradora mirada,
Me abrazo a los cubos de hielo que sobreviven en el vaso.
Desde el descanso de la escalera
Susana me mira desconsolada abrazada a la camándula.
Empiezo a caminar rumbo a la carreta de mano donde duerme Susana.
Es domingo y tengo prohibido ir a ofrecer serenatas.
Ella descansa tranquila con la boca en tinieblas
Mientras yo la ventilo con la cola de un pavo.
El aparato de televisión que la terminó de dormir ilumina apenas la penumbra.
Opacos colores se reflejan en el muro donde día por día Susana ha venido dejando por pedazos sus uñas.
Hasta el lugar donde me encuentro llegan perfumes de polvos
Para el espléndido cuerpo que un día hubo allí.
Parece que Susana no hace mucho estuvo cantando en la ducha.
En sus momentos alegres ella me sugiere canciones
para la serenata que le he prometido.
Siempre que permanezco más de un año en esta casa debo llenarme de paciencia.
Susana requiere de pedazos de sueño cuando no he ido al trabajo.
Ella suele hablar a solas pero todavía no la escucho.
En el antejardín vecino un perro se desgarra.
Alguien desconocido ha venido a tocar la campana bajo el portal.
Por la ventana en pedazos le hago gestos de que nada de nada.
Cada minuto que pasa observo los palos del reloj para saber por dónde voy.
Veo arriba de mi cabeza la sombra de la jaula de los canarios que Susana no ha cubierto todavía con la sábana de los muertos.
Corro a la cocina para servirme un vaso con pedazos de hielo. Prometo no mirar el calendario de marzo en el muro.
De paso por el comedor veo el álbum de reojo.
Allí hacen tumulto las fotografías desvanecidas por las que he venido.
Voy a la estantería y me sirvo otra copa de brandy, del mismo que papá estuvo bebiendo la noche que partió.
Desde este lugar escucho mejor cuanto está aconteciendo en el aposento de Susana contiguo a la platanera.
Mi viejo Pontiac, afuera, ha empezado a cubrirse de escarcha.
Tomo asiento a la orilla de la cuneta en el patio de las bifloras.
He llegado al amanecer, mi boca huele a alcohol, a labio de mujer.
El mueble en que me he sentado fue forrado hace años en pellejo de cabra
Pero aún perfuma a sangre sacrificial.
Si acaso Susana duerme no es mi deber despertarla.
Ya lo harán las gallinas.
Pronto abrirá las pestañas y correrá a hervir café.
Se acurrucará a llorar encima de la leña, así son sus madrugadas.
Luego encenderá la radio para escuchar las noticias y saber si al fin me mataron.
Mientras Susana despierta,
Tal vez pueda oír el canto del pajarraco que algún día se la llevará no sé dónde.
Lo único cierto es que se la llevará.
Debo dar muerte al pajarraco en silencio sin que Susana lo sepa.
Luego desayunaremos, cada uno de los dos del otro lado del periódico.
Hablaremos hasta llegar la noche, cada quien recostado en la sombra del otro.
Cuando ella se duerma de nuevo la llevaré a su lecho en la carreta de mano,
En puntillas me marcharé a recorrer el mundo.
Vivo de cantar serenatas y ya va llegando el tiempo de sentirme cansado.
Al amparo de una lámpara vacía acabo de abandonar mi Pontiac color plomo.
Papá andaba en él como sobre un caballo de cascos de goma,
Pero al morir no tuvo a nadie más en quien depositarlo.
Mi única obligación fue darle a beber gasolina a partir de aquel día.
Me detengo en el antejardín.
Vengo de nuevo oliendo a cerveza, a pellejo de mujer, a labios que hace poco dijeron adiós.
Debajo del brazo traigo media guitarra,
La otra mitad debió quedarse en la cantina en garantía del pago de una cuenta de brandy.
Ahora las meretrices sólo chupan brandy como leche sombría.
Veo insectos volar alrededor de la poderosa bombilla que da sentido a la calle.
El pedazo de guitarra que traigo conmigo es la prueba de todo lo contrario de cuanto hice.
Creo estar escuchando el canto del pajarraco que le tiene el ojo puesto a Susana.
Si no fuera una bruja, diría que lo que veo en el caballete es la quijada del animal que se saborea.
Escucho el ruido de la tierra a mis pies,
Su ronquido en el borde de mis botas de mariachi.
Susana me desea en sus brazos mucho más de lo debido cuando vengo así disfrazado.
Estoy informado de que el ruido que escucho
Es de babosas que ruedan bajo las violetas en el antejardín.
Pronto saldrá el sol y comenzarán a poblar la carretera otros animales.
Geranios de diferentes floraciones
Cuelgan de materos degollados por el hacha de la chusma sombría.
La casa donde me encuentro no es la misma por la que he venido trotando por la carretera.
Begonias sembradas en tarros de colores adornan la masacre.
Margaritas cerca de las cunetas ensangrentadas,
Anturios quemados del color de la estufa violeta, vajillas incineradas.
Los cartuchos que dejó la matanza lagrimean todavía encima de las piedras.
Escucho en la lejanía el hervor de la espuma en la quijada de los cadáveres
Que flotan entre los juncos cuando crecen a la orilla del río.
Nací en un país criminal, eso es todo.
Como a una loca lo amo.
Rosas, agapantos ahogados en la promesa de mejores días
Que Susana esperó conmigo, sentados los dos al pie de la ventana que nunca llegó.
Ya estamos viejos, desde las bancas del parque se escucha nuestro ahogo.
Las fotografías que observo acaban de llegar de no sé dónde.
Pretenden empujar las otras que en este instante parten rumbo al olvido.
Nuestros hijos toman demasiadas fotografías en el parque no sé para qué.
El álbum de Susana por primera vez se tambalea en el precipicio de la mesa
Donde a veces nos sentamos a leer el periódico delante de una pechuga
de paloma.
Una vez más Susana humilla la cabeza doblada sobre sí misma.
No hace más que leer, armada de una lupa,
Las líneas cruzadas del destino en sus manos.
Se ha propuesto llevar a cabo otra vez el balance de su recorrido en mi compañía
Para ver si entre el pajar encuentra una perla.
No sabe dónde lo que alguna vez soñó se volvió ripio,
En qué lugar de la carretera cubierta de ceniza todo se torció para siempre.
Para dar a conocer sus inquietudes,
Expone a la luz de la pantalla las palmas de ambas manos cuarteadas.
Escucho el inútil “chaz-chaz” de sus dedos.
La imagen que estoy viendo clausura el derrumbe de la casa que busco,
Lugar que no es el mismo donde ahora me encuentro.
He fracasado.
Tantos restos veo reunidos que no sé por dónde empezar a desatar el candado
Que brota de la tierra sombría.
La página del álbum que me es ofrecida flota en vano encima de la mesa
Que reúne el naufragio,
Al pie de residuos de berenjenas ya heladas, de garbanzos como pedazos de Granizo encendido.
Veo goterones de grasa demasiado oscura en el caldo.
La ráfaga que entra por el ventanal caído
Arrecia hasta tornarse una amenaza.
La materia jamás tuvo piedad con nadie,
No vale la pena repetirlo.
Observo flamear la cabellera blanca de Susana ya bastante lejana,
Su chal aguamarina dar gualdrapazos contra el espaldar de su última silla.
Escucho en la lejanía el pito del vigilante que trota alarmado hacia la enfermería.
Al amanecer,
Las cosas ya no serán más las mismas que hasta hoy fueron.
LA OBRA EXCEPCIONAL DE FERNANDO CRUZ KRONFLY
Por Eduardo García Aguilar
1.- INTRODUCCIÓN
Promovido y organizado por la Fundación de Poetas Vallecaucanos, el 17 de Febrero de 2.006, viernes, a las 6.30 p.m., se realizó el evento en el cual se exaltó como Miembro de Honor de la Institución al narrador, ensayista, académico y poeta Fernando Cruz Kronfly (1) y durante el cual él leyó varios de sus poemas. El acto tuvo lugar en el Centro Cultural Comfandi de Cali y contó con nutrida asistencia.
Como introducción al evento y presentación del homenajeado intervinieron la poeta Amparo Romero Vásquez, directora de la Fundación, el Asesor de ésta, Dr. Ciro Edgardo Cortés, y el escritor y catedrático Darío Henao, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle.
En esta publicación, que hacemos a manera de memoria del evento, como homenaje al escritor Fernando Cruz Kronfly y con el propósito de difundir su poesía y su obra, invertiremos el orden: primero presentamos algunos de los poemas leídos por el autor y luego haremos corta mención a las intervenciones. Al final mencionamos y sugerimos algunas otras fuentes de información sobre el escritor y su obra.
SU POESÍA
Cruz Kronfly inició la presentación leyendo su poema “LSD, SAN FRANCISCO MEDIA NOCHE”, el cual fue publicado en Diciembre 1.967 en el Magazín Dominical de El Tiempo. “Lo que demuestra que el oficio es antiguo. Es el único poema que queda de esa época y lo rescaté refundido en papeles viejos. Lo escribí en un bar de San Francisco y espero haya valido la pena el rescate, por lo cual, obviamente, asumo las consecuencias” , manifestó el autor. El texto que presentamos más adelante lo tomamos de una grabación realizada por la Fundación de Poetas Vallecaucnos.
Seguidamente leyó poemas del libro “La ceniza del libertador” (2) (Planeta, Primera edición, Mayo de 1.987). “Esta novela la inicié cuando viajaba de Cali a Cartago en un coche-bar de un tren. Ella tiene intercalados unos poemas de los cuales voy a leer algunos seleccionados un poco al azar. Desde luego estarán tomados fuera de contexto porque hacen parte del conjunto narrativo pero tienen su autonomía también.”
Siendo así y teniendo en cuenta el significativo número de poemas que se encuentran en el libro podría afirmarse que, vistos en conjunto, esta sería la primera obra publicada en este género por Cruz Kronfly.
Como tercera parte de la presentación se escucharon poemas del libro de poesía “Abendland” (3) , “cuya escritura inicié en 1.982 en un bar de de Río de Janeiro. Los bares, como Ustedes lo han podido deducir, no son malos lugares para escribir.”
“Abendland” es considerado por algunos lectores y analistas literarios con “el único libro de poesía de Cruz Kronfly publicado hasta la fecha.” Este libro presenta los siguientes epígrafes:
No tengo nada que ver con la muerte,
porque cuando ella está yo no estoy,
y cuando yo estoy ella no está.
Epicuro
A esta tierra que «permite el habitar»
y hacia la que el alma clama, hacia la que
el Loco camina, esta tierra que la muerte
de Elis protege para los no nacidos, Heidegger
la llama Abendland … «La tierra del ocaso y
del paso o tránsito al alba de la mañana
en ella oculta».
Massimo Cacciari
Y al final del libro (pág. 95) se lee: Río de Janeiro, 1.982 - Valles de Abendland, 2.002
2.- ALGUNOS DE LOS POEMAS LEIDOS
LSD, SAN FRANCISCO MEDIA NOCHE
-1-
La carne está danzando desnuda como una palabra
El frío bosteza vaho sentado junto a la ventana
Esta noche tiene leche para todos en las ubres de Berkeley
En las probetas de Berkeley
Cofee Bar
Dancing
Aquí están los marineros con un ancla en los ojos
y una gaviota aleteando en los labios
para contar las cosas de alta mar
Aquí también los pescadores con una ostra en el alma
y un cangrejo por mano en cada mano.
Alucinados.
También los poetas noctámbulos
con una luna llena en la boca
y una noche bohemia desnuda en cada párpado
-2-
La carne está danzando desnuda en los ojos
La carne está sonando desnuda
La carne esta servida danzando sobre el mostrador
Cada mujer es una copa de vino desbordándose
Estoy viendo la música sonando en las caderas
Las velas escupen sombras hasta las paredes
LSD,
de las bocas chorrean lunas a los vasos
Mesa No. 1. Johana
Yo soy una bufanda
¿Le agrada viajar a la ventanilla de la mesa?
Sí, el viento habla cosas secas allí
Mesa No.2. ¿Es bello París?
Oui mon amour
¿También el corazón grazna allí como un alcatraz?
Oui mon amour
¿Y las noches?
¡Ah, las noches!
En París las noches se nos salen del alma espantando palabras.
-3-
La carne sigue danzando desnuda como un labio
Las velas se derraman como vasos de cerveza
Mi pipa es un barco anclado solo en el muelle
La calle no se cansa de respirar invierno en las ventanas
Johana se toma así misma entre las manos
y se arroja en el vino.
De las bocas siguen cayendo lunas en los vasos.
(“Este poema lo dedico a Alvaro Burgos, director del Magazine de El Tiempo por allá en Diciembre de1967, cuando se publicó”, dijo el poeta al terminar de leerlo)
De “La ceniza del Libertador”
(Los números corresponden a la página del libro de la edición Planeta, 1.987 )
86
Licores de rosas
Estruendo de ramas que se quiebran
Blancas mesitas de noche vestidas en la oscuridad del recinto
Aleteo en los labios
Aquel Instante del líquido
Aquel fervor gemido
La caída a ese otro lugar donde todo es lo mismo
Pero donde todo comienza de nuevo
Una gran luna que dobla en el horizonte de toldas de yemas rotas
Un coro de lobos en el centro de semejante luz
Amor y sueño
99
Sombras, negrura en los bordes de encajes de hilos plomizos
Negrura en el centro del corazón oscuro
Silencio
Viento
Agua y viento
Tinieblas tibias, vientos y agua
Lo oculto
La caída sin retorno
Morir mismo
106
Las lámparas se apagan con más prisa que nunca
Duerme, duerme, duerme
Una mano recorre el cabello en fuga quieto en su fuga
Los labios indignados la espalda indignada que se ofrece a cambio
Y a lo lejos la sonora carreta del puerto
La noche
No te azores, bien mío
Volveré coronado de gloria no es sino ir y volver
Lamerás conmigo de esa misma miel puesta en la mano serena
Lo prometido es lo prometido
110, 126, 131, 136
(En consideración a la extensión de este Boletín, no se trascriben)
142
Testigo del tiempo
Ojo puesto en el intestino que hace su siesta
Cronista de lo invisible aquel hombre ahí
¿Quién habla sino el amor, el respeto
Quién comprende como no sea el adolorido
Aquel que comió con el dolor del mismo plato
Con la muerte bebió leche de la misma ubre
Quién?
La historia no es la verdad sino apenas el sentimiento de lo que llaman verdadero
Tejido de afectos ocultos
La historia presume de una higiene imposible
No entiende que por su boca también habla el corazón
186
Soledad / Hola, soledad / Verdad única, lamentable devaneo del oro / Orfandad, tristeza de leche prestada / Tanto asedio infantil de la muerte que arranca árboles / Llanto, llanto en las sillas puestas al viento junto a las viejas balaustradas / Desprecio / Toda la gloria del mundo en el cuenco del ojo asustado por el signo de los útimos visitantes / En el tiesto de la mano que tiembla / Blanca certeza en limpio de estar abandonado al destino / Solo en lo único / En lo cósmico inalcanzable / Dimensión donde otros hombres no consiguen asomar sus uñas / Su mierda / Su ojo chorreado por el estigma / Solitario / Donde apenas dos eternidades lo contemplan: / La eternidad pasada / La eternidad que viene / Eso es todo
197
Piensa sereno / Medita el pensamiento salpicado de imágenes que elalba arroja a los atrios / Llora sereno lo que la vida enseña / Escribe en hojas intensas tan profundas como el corazón. / De la ventana nada se sabe mientras no amanece / En tanto un hombre no permanezca en ella tan solo como cualquier pompa muerta / Los ojos enamorados de lo invisibleLelos en el enigma de algo que es como arena en polvo / Talco de espejo / Cristal de fina pelusa de lluvias interminables / Y en el cuenco del ojo el hastío mortal / En el tiesto de la mano la tibia bilis.
214
U n día
Sentados junto a la vidriera donde la memoria limpia el polvo
Ahí donde la vieja remembranza manotea con su trapo
Encontraremos tantas cosas perdidas
Hallaremos lo mejor de nuestras idas cosas invisibles
Todas ellas sucedidas o no sucedidas
No interesa
Cosas tan verdaderas como los actos carnales dentro del frasco
Como lo que vimos dibujado en la ilusión de una lejana vespertina
O lo que nos hizo sangrar con la gracia de un sueño
La sopa que nunca llegó
El velero en el vaso con agua donde la clara del huevo anunciaba aquellos viajes
Y en el centro de todo el cuerpo de un vapor atrapado
Uno mismo
Un día un día
Veremos los poderes del agua
Día nuestro, tan confuso que podría ser el mejor
220
(Incluimos cortos apartes del contexto narrativo)
…
Cierra la puerta.
Por las grietas del techo aún caen las últimas fragancias del baile de arriba. Fragancias no más pues el baile ha terminado. Pero la música continúa lejana, viejos fonógrafos inexistentes, invisibles, patria distante.
¿La patria?
Para unos los fusiles de la guerra
Para otros un libro con todas las leyes
Para muchos este río, aquella mirada bajo los plátanos, el olor de la mesa servida
Los tristes ojos de la abuela
Aquellas plazas de los parques cargadas de hojas
Este suspiro
Se tumba en el camastro. Mira sus manos violetas, siente que respira sonoro como un gato en siesta. Llora. ¿Cuántas veces lo hizo antes? La imagen de aquel vapor encallado en la Vuelta del Angel no lo abandona. Es él. Y siente que son demasiado pocas las cosas que de ahora en adelante tendrá la oportunidad de hacer. Ensaya el murmullo de una canción pero su pecho suena tan ronco como el pecho de un gato.
-¿Qué pasó con mi voz?
…
333
(Incluimos cortos apartes del contexto narrativo)
…
El cajón es descargado en el piso y Su Excelencia siente que unos brazos amigos lo sacan de ahí para colocarlo donde el olvido no alcanza a ver. Pajas adheridas a sus ropas, a su pelo revuelto. Hojas secas como dulces nubes de miel se pegan a su pellejo flojo, a las salientes de sus huesos. Habla no se sabe qué cosas, escucha el concierto de todos los sonidos de la noche. Hay grillos en el patio, pasos que van y vienen afanosos, infernal sonido de morteros de porcelana en el aposento de al lado. Pero sobre todo un hondo silencio, aquel quieto pasmo en todos los ojos que lo ven y no creen.
Noches
Días como noches que pasan abanicando sus rotas velas
Gualdrapazos nocturnos en el decorado de las ventanas en ruinas
Esos gnomos con sus babas hirvientes asomados en el papel de colgadura de la alcoba
De los aposentos contiguos
Hasta en el gran salón de las lámparas apagadas
Noche interminable en el país de las grandes fiebres
De la tos.
Tiempo de sol cuando los ávidos ojos procuran lo último de cada cosa /
con la vieja ternura de un paisaje de niños que no se saben vistos por las hendijas
Días enteros asomado él a la ventana que nunca llegó
Sólo lluvia de fuego en el lejano paisaje de la mar
Ni siquiera cumplido el designio del vómito sideral
El deseo del Gran Vómito
La estética de la muerte que apaga afanosa los últimos fósforos
Vámonos, vámonos
Pasan los días y todo se amasa en un mismo saco. El hastío ya no consigue separar lo que fue la gloria de otro tiempo de lo que es su ruina de ahora. Su Excelencia apenas respira con dificultad, abre sus párpados despellejados y deja ver el fósforo que la biología aún se da el lujo de mantener encendido.
…
DEL LIBRO DE POEMAS “ABENDLAND”
10
Veo sólo la confusa ventana,
a través de ella la difusa casa de un día en su mesura, aun así de ningún modo
la casa ni su escucha, menos su espejeante rumor de oro, todo ahora en la hecatombe diluido por causa del oscuro murmullo
de los resucitados.
El lecho del origen de cuya humedad
me erguí trazado al carbón apenas insinuado,
sólo débiles líneas en el horizonte de la tela,
difusos trazos entre el hojarascal de las violetas, aquella poltrona inclinada
sobre la calcinada luz de mamá
del lado de acá de los lienzos,
la salada sonrisa
de un largo y sombrío luto.
14
Veo cabecear a las mujeres amanecidas
ante el espectáculo de innumerables mesas detenidas, apenas iluminadas
por el graso fulgor de los alimentos al pie de tuntunientos candelabros,
asientos dispuestos al azar en su honor
junto a cuchillos con sus lenguas parloteando
entre mortajas de palomas, alboroto de errantes plumas acezando por la tiniebla de los corredores.
Veo el maíz burbujear en las mollejas,
piedrecillas brotar de los buches abiertos ante la penumbra
cual pequeños álbumes, la amarga hiel flotando
en el terciopelo de las tablas
donde Él hunde aún sus dedos de cera,
el cerdo frito a través del craso sonido de lo fervoroso,
los vestigios doblados en su silencio vencido que yo escuchaba.
Restos,
andrajos de peregrino
que mis ojos presenciaron tanto como tocaron de cerca. Las vísceras,
los envejecidos negros armarios en su última ruta, papá de nuevo en el fondo de la niebla
en tiempos en que gruesos goterones de brandy aún descendían por sus comisuras,
la materia asesina del otro lado de los parrales donde colgaban amoratadas pechugas de uva.
18
Abría mis ojos ante la esperanza
de algo pesado y sucio, pero ante mí el tiempo se fantaseaba como cereal
esparcido en el inasible dominio
de alas de palomas quemadas como ceniza dispersa
en plazas vacías. Altas frondas habían crecido para entonces en la pechera de las calderas y los muros,
mientras en las estaciones los gendarmes enfundados
en sus chamarras dormitaban bajo helados almendros, en días en que soñaban con coches lustrosos y escuchaban el quejido
de ensangrentadas locomotoras,
la llamarada de las campanas huyendo de la capitanía.
22, 28, 34
(En consideración a la extensión de este Boletín, no se trascriben)
38
Cuántos años idos,
tantas despedidas en el reseco portal,
muecas inútilmente disecadas
en el hierático arenal de las fotografías,
seres ya caídos en la blancura de la muerte,
amigos expuestos como uvas bajo la canícula,
parientes arrojados de pronto a la cera de la oscuridad,
asunto de nunca acabar.
57, 61, 68
(En consideración a la extensión de este Boletín, no se trascriben)
72
Llega tintineando la tfarde
se extiende como púrpura cerveza que peina los bosques,
descubre de sus edredones las camas
de terracota tendidas en el aire,
agita el polvo lila de los armarios
bate con fruición su plumero de guerra.
Aquieta la tensa musculatura de las marionetas,
adormila el agua de los estanques
barre pajas sopla el penacho de las codornices,
arrastra hacia el precipicio de las granjas
las flores caídas en el patio
las hojas incendiadas,
ofrece su modorra de polvo de nueces
al gran mercado de las sillas.
Sombras cabecean a lo lejos
se inclinan tras espigas aterradas,
la tarde apura el líquido del viejo reloj,
pasa su negra cabellera sobre el teclado del piano
y el lomo de los acordeones.
Veo la ceniza germinal ceder su lugar
a los espantos,
taponar con granos de mármol la tufarada
de los gusanos.
87
Abuela advierte de pronto en su visión
hecha de narguiles y antiguas magias
las morochas de Túnez reunidas
pertinentes
alrededor de un Ser y un Tiempo
aún no concluidos,
urgentes ojos consagrados
a la contemplación de un glacial extravío.
Junto a sus últimas bifloras que apremian
aún balan los corderos del arenoso Egipto,
país donde sus hermanos
todavía arrastran con la fama
de haber sido los reyes de la seda
y el laud.
Abuela escucha el gimoteo de las mujeres
caídas de bruces en el aseo del mármol,
vuelve a presenciar las pedrerías
que ellas hicieron sonar
en su calcañar,
pues para ella el mundo aún fluye
por los desmoronados corredores.
Sobre sus sienes rebrinca como nunca
el viento de América,
que tantas cosas un día en vano prometió.
94
Un raro motivo me une todavía al universo,
inexplicablemente me afilia al vaivén
de su casualidad, de su loca alegría,
razón que sólo admite el triunfo de lo sensible ante el fracaso
de toda palabra.
Imágenes de un día malogradas en el fervor
de lo inútil,
veloces siluetas en el graderío disueltas
allí donde vi aquello
que de pronto perdió toda esperanza;
pero un raro motivo me une todavía al universo.
Secos muebles tostados por el tiempo,
un cajón de caoba cuya voz canturrea como si nada,
su zarpa en guiños desde donde todavía no está,
por el mismo motivo por el cual los corderos
aún balan alegres entre invisibles yerbajos,
olivas, pimienta y clavos olorosos que me sostienen
como una estaca que crece amarilla entre el fango quieto.
Presiento que algún parentesco todavía me une
al gastado verdear de los muros,
a las mesas servidas
donde ya nada hay, ni nada queda ni sangra,
lugares considerados
sólo por simple acto de piedad.
Río de Janeiro, 1.982
Valles de Abendland, 2.002
POEMA INÉDITO
“Para cerrar quiero terminar con un poema que tiene 8 días. Hace parte de un proyecto que vengo trabajando desde que publiqué Abendland. Dice así:
VENGO
Venimos de un lugar que ya no existe
Somos oscuridad, negrura de camino
Voy, vamos, sin saber dónde
La trompa al frente
Con nuestros talones pisoteamos los rastros ajenos como cáscaras…”
(Lamentamos no tener autorización del poeta para publicarlo completo.
Él considera que debe pulirlo …)
3.- INTERVENCIÓN DE LA POETA AMPARO ROMERO VÁSQUEZ, DIRECTORA DE LA FUNDACIÓN. Agradecemos a la autora el envío de su texto.
LA LECTURA Y LA ESCRITURA COMO DICHAS POSIBLES
Lo más cercano a la felicidad, o la felicidad misma: escribir el poema, hacerlo nuestro, porque así se transcurra en el infierno y la patria sea la infamia, por sobre todas las cosas y todos los horrores, están la escritura y la lectura como dichas posibles que entretejen a los seres que aman su oficio hecho de fortalezas y derrotas, de pequeñas adivinanzas que vaticinan no el fin, sino misterios que enmudecen. La lectura y la escritura son pasiones que trazan su caudal de muerte, sus espantapájaros que van dejando agujeros en la tierra, lo que perdura en el corazón, en la memoria, en la agonía de los párrafos nunca terminados, la verdad sobre nosotros mismos, ese monstruo vasto como un abismo que es la vida. Nunca sabremos si la literatura nos salvara de la horrible noche de los hombres.
Encarnecidos escribimos, hacemos anotaciones, y la palabra se hace mágica y terrible. Como cabalistas convertimos cada sílaba en una culpa o en un acto estético, y nos volvemos obscenos y audaces, y nos vamos muriendo sin haber logrado deletrear la interrogación que somos. Y los manuscritos devotamente aparecen, y retornamos a los libros que ahondan la sabia oscuridad, y nos llevan a destejer los afanes de la página que nos atrapa entre sus dátiles, en su olivar de muerte.
En muchos sitios de la casa están los libros, en los estantes, debajo de las escaleras, en las mesas hechas de vitrales para adornar la sala, en el tocador donde las mujeres guardan las alianzas de amor de las sortijas, las cartas que contienen secretos innombrables. Los libros nos tientan desde los lugares más insólitos, a la hora de los lobos gravitan como solitarios habitantes de una ciudad llena de espinos y de almendros, son a veces los ojos de los astros, o la implacable simplicidad del héroe, nos llaman las voces de quienes los escriben. Desde la primera vocal hasta el asombro insospechado; la página que fue escrita en cada uno de nosotros.
Los libros de poemas donde los hombres arman sus fragmentos, donde existe el caos como una ley primigenia, donde la infancia es un frenesí donde ya ha transcurrido lo infinito.
Los que no plasmaron el extraño y feliz acontecimiento que es la escritura, y solamente dibujaron laberintos en la arena, como Buda o como Cristo, nos donaron su palabra oral que ha abarcado el orbe, pero nada parecido a lo que está escrito. Los libros nos revelan las infinitas noches que habitan el corazón de los hombres, regresamos a ellos seducidos por la muerte y la hojarasca, retornamos esclavos de sus reinos, devorados por sus fieras, después nos arrancamos los ojos para pensar y seguir descubriendo nuevos universos, mientras La tarde se va llenando con nuestra ceniza.
Alejandro de Macedonia tenía muy cerca de su lecho la Eliada y la espada. Decía que los libros lo salvaban de la encrucijada que era el alma de los hombres, o lo condenaban a esa suerte misteriosa que era el azar, y que la espada lo protegía de la venganza de los dioses. Los libros nos donan esa fuerza de la transformación, no somos los mismos después de haber sido poseídos por su minuciosidad de relojería, por su yermo que alucina. Telúricos como un dédalo permanecen en la yema de los dedos, sin lugar a dudas son pródigos como los árboles, expiatorios como una ceremonia en la mezquita, a veces silenciosos como ángeles, maldecidos como los días más aciagos.
Hacer alusión a los libros esta noche, es comenzar a enumerar los sueños.
Un día soñábamos los que conformamos la Junta Directiva de la Fundación de Poetas Vallecaucanos, que una noche de las tantas noches que nos corresponden en esta travesía, estaríamos con los amigos escuchando los poemas de Fernando Cruz Kronfly. Soñábamos que él aceptaría nuestra aproximación, como quien dona a la página la certidumbre de un orden, el goce lúcido de su más amado oficio. Y esta noche nos reúne la poética de Fernando Cruz Kronfly, nos congregan sus libros, el interrogante de su palabra escrita, el énfasis de su áurea, el otorgamiento de su llama, porque hay una llama para sus laberintos, para la ceniza que atardece entre sus grillos, para sus amapolas diluidas en la niebla. Para los ritos de su soledad hay una llama que le dona su alcázar, para Abendland, que encierra su infancia, su sangre de pólvora, sus torcazas en el fondo del pozo, la luz perfecta de su madre, los lienzos, la mansedumbre de los hilos, la casa de alas como la noche, las blancas fotografías parecidas a la muerte, el murmullo de la penumbra en las vasijas, su padre asomándose al atardecer, las lilas floreciendo debajo de las piedras. Hay una llama que encierra a sus ancestros, sus árboles de nácar, las nueces invocando el aire de la tarde, y ante todo la llama en su voz, en el idioma que lo sostiene erguido, en los riesgos del limo y de la sangre. Una llama para su estatura de trinchera, para su queja y su voracidad, para la vida misma que lo atrapa en ese otro hemisferio donde la palabra tiembla, sola enmudecida, a veces sin respuestas, arriesgada en la búsqueda, en la perplejidad donde los muros se silencian, o en esa la claridad donde los acordeones traducen la leyenda. Como la boca del mago, como la rotación simétrica de la mariposa que sueña con el vértigo; la llama que enciende la zarza y le recuerda que el hombre encierra al hombre que fue formado de un puñado de barro.
Esta noche en esta ciudad llena de calles verticales, donde la cercanía del mar serpentea en las axilas, celebramos sus libros, su trabajo ardoroso como docente, las dones y los méritos de su trasegar, y por sobre todas las cosas, celebramos tenerlo como Miembro de Honor de la Fundación de Poetas Vallecaucanos.
Borges decía “ que creía en la inmortalidad, no en la inmortalidad personal, sino en la cósmica, más allá de lo corporal está nuestra memoria, y más allá de nuestra memoria quedan nuestros actos, nuestros hechos, nuestras actitudes”.
Amigos, el tejido laborioso de la vida y la obra del escritor Fernando cruz Kronfly está con nosotros, con la aventura de sus elementos, con su contemporaneidad, con su hálito de orfebre. Más allá de los conflictos y la soledad, más allá de sus lámparas de azufre, la ciudad que amanece en los recuerdos, su armadura que lo interpreta, su viaje en la penumbra, su hondura en el exilio, porque está allí el lenguaje reverberando, el paisaje con sus oblaciones y sus sepulturas, con un olor a sal el miserere de los crucifijos. Así el escritor Fernando Cruz Kronfly, sólido y gozoso va cayendo entero en la asonancia del abismo. Caben en sus manos todos los fuegos, todas las fiebres lo convocan porque es un escritor delirante que viaja hacía la nada, convencido que hay una eternidad que lo contempla y llena de un brillo como de alba, de un quejido como de patria rota, las certezas de su corazón de viento.
Bienvenido Doctor Fernando Cruz Kronfly: esta noche de velas encendidas continua su larga travesía en el desierto, el mundo desmesurado hace su viaje hacía la herrumbre, y nosotros sus amigos aplaudimos su prosa, la respiración de sus frases, la titánica construcción del poema, las maravillas secretas de su obra.
Amparo Romero Vásquez . Santiago de Cali II-17-2006
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No disponemos de los textos escritos de las demás intervenciones. De la grabación extractamos estos muy cortos comentarios y apartes:
*** De la del escritor y catedrático Darío Henao, decano de la Facultad de Humanidades de la Universidad del Valle:
Inició la presentación refiriéndose a sus primeros acercamientos a Cruz Kronfly por los años de 1.970 cuando él era estudiante y éste profesor de la Universidad Santiago de Cali. Luego, desde hace 25, han sido amigos, colegas y contertulios en reuniones literarias en Argentina y Brasil y en la vida académica en la Universidad del Valle. Se refirió el presentador con amplios detalles de contenido, influencias y cronológicos a la obra de narrativa y ensayística de Cruz Kronfly y por la cual éste es más conocido. Anotó que, quizás, por su “la hondura fílosófica, la densidad poética y la exigencia a los lectores, no ha sido para amplios públicos.” Destacó además el conocimiento y los acercamientos del escritor con dos autores: Fernando Pessoa y João Guimaraes Rosa.
Henao se identificó como un estudioso de la obra de Cruz Kronfly y sobre ella ha elaborado diversos ensayos y textos manifestando su propósito de organizar en un pequeño libro con todos ellos. Al final, en cuanto a la poesía de Cruz Kronfly, se refirió a un aparte de una entrevista que alrededor de su obra le había realizado hace 4 años. Específicamente le preguntó: “ “Abendland”, tu único recién publicado libro de poesía, alude en su título a la tierra del ocaso y el tránsito o paso al alba de la mañana en ella oculta. Es un poema que has trabajado durante casi veinte años y en el que condensas una reflexión sobre la vida y la muerte y al mismo tiempo le rindes homenaje al padre y a la madre. ¿Cuál es el origen de esa mirada, con una lucidez desesperanzada, que atraviesa todo el poema?” Y esto respondió Fernando:
“En Abendland lo que hay es una visión del mundo, ya que es una representación del mundo que desde luego está muy ligada a la infancia y a lo que sucede en todos nosotros en los momentos de la formación subjetiva. Porque todos nosotros somos fundados en los primeros años y yo que crecí en un ambiente laico por el lado de mi padre, no así por el lado de mi madre, pero de todas maneras ella tampoco era una creyente así a rajatabla. Sus ideas religiosas eran unas ideas bastante liberales y no me explico porqué, nunca he podido entenderlo, siendo árabe era así tan liberal y lo fueron y lo son todos mis tíos.
El mundo que hay allí, y la mirada del mundo que se percibe, es la de una persona que ni es optimista ni es pesimista sino que entiende que la materia cumple sus leyes. Lo que ocurre es que uno se resiste con el optimismo o se queja por el lado pesimista de que eso sea así. Pero otra cosa muy distinta es colocarse frente a la naturaleza, de frente, con el paso inexorable del tiempo a registrar eso, nada más. Sin tristeza, sin alegría. Sólo registrando el deterioro como parte de una ley de la naturaleza.”
*** De la del Dr. Ciro Edgardo Cortés:
Al referirse los destacados méritos del homenajeado para la exaltación, agradeció el expositor a la “magia de la escritura de Fernando Cruz Kronfly” y destacó su fructífera labor de creador y de docente de juventudes. Enfatizó en su ejercicio de abogado laboralista y lo calificó como “un verdadero humanista con profunda sensibilidad social. Ejemplo de vida y ética. Su escritura y sus actuaciones no perecerán jamás.”
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