Antonio Messtre
Antonio Messtre nació en Cárdenas, Tabasco, México el 28 de octubre de 1969. Poeta y narrador. También ha publicado bajo el seudónimo de Antonio Mestre. Estudió derecho en la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Ha sido coordinador de la página cultural de Jaguar y de La Verdad del Sureste. Colaborador de Al Sur, Excélsior, Expresión, Jaguar, Letra por Letra, Manglar, y Revista Universidad de México. Investigador en el Centre de recherches interuniversitaires sur les champs culturels en Amérique latine (CRICCAL) de la Université de la Sorbonne-Nouvelle, Paris III. Es profesor investigador de la Universidad Juárez Autónoma de Tabasco. Premio Carlos Pellicer 1986 en poesía. Premio Nacional de Poesía 1989 del Ayuntamiento de Cunduacán. Premio Nacional de Ensayo Político Alfonso Reyes 1989. Premio Estatal de Poesía 1989 y 1991. Ha publicado diversos libros sobre el sistema político y judicial en México, entre los que se encuentran: , Gouvernabilité et légitimation dans le régime autoritaire mexicain 1985-1995; Sociedad y procesos políticos e históricos y Razón y sentido de la República. Es editor de la revista Políticas y constitucionalismo. Fundador y director de Gatsby Ediciones.
DE LA NADA AL INSECTO DE LA AMBICIÓN
Éste es el día: los sueños, diamantes hundidos en azúcar,
se devalagan como caramelos en la lengua y queda la nuez de la realidad.
El tiempo es hierba, ahí se pierden las piedras de nuestros zapatos,
el alfabeto de la verdad que nos picaba en la espalda de niños
cuando nos recostábamos en el pasto.
También la gramática del tres punto catorce dieciséis:
Dios con las bolsas llenas es un árbol de durazno después de una granizada,
las flores son simples naranjas de la eternidad
con aves de paraíso entre el agua. Ésa es la tormenta, y nadie la ve.
Por aquí todo es alargado, la pregunta sobre cualquier cosa es elástica
como un rumbo desconocido hacia alguna aldea donde hornean barro
con estrellas luminosas, saciadas o vacías.
¿Son diamantes acaramelados en forma de mariposas
para perdernos en los calores que viven en el azul profundo de su cuerpo y de sus alas?
Como una sábana de sigilos que revolotea en el alma la noche desciende.
Las habladurías de lo abstracto se mueven
como ángeles adulterados.
Uno es la piedra que hace gozar a otras piedras,
y las envolvemos con la fragancia de una era mesozoica
que pervive en el vientre de la arcilla
para que sea cuerpo caluroso,
piedra socialmente presentable ante el alfabeto del olvido
que es dulce y navega a nuestro alrededor.
De otros son las odas y las hierbas perfumadas,
de otros la espiga lodosa del deseo,
la frescura que chisporrotea en la hoguera del presente.
¡Estrellas: alguna de ustedes es la razón!
Nada navega alrededor, sólo algoritmos,
entonces uno vuelve manías el lenguaje,
y huir o cerrar ciclos es tan pesado como compuertas de presas
en nuestro octubre de las lluvias.
*
Intemporal la tibieza de una casa y lo oscuro de una esquina,
¿puede estar la ciudad en vilo en un aparador de cristal y maniquíes?
¿puede el corazón hundirse por sobre las cosas que elevan el ánimo hasta el beso?
Cuando entra la lluvia, envuelve la incertidumbre de los pechos y las mentes,
los cuerpos que hierven en el fogón de otra piel,
Los árboles palaciegos refunfuñan: perciben el agua, los penetra,
y sin embargo abrazarla está tan lejos de ellos
como el último puente de la ciudad.
El agua les habla desde sus cortezas, les susurra, riega su calidez.
La laguna es el lecho al que nunca llegarán para amar algo que lleven en su cuerpo.
La ternura es invisible: eso salpica su ambición.
*
Lo que no tiene un solo ritmo, lo que no se está quieto
bajo la hierba de nuestros sentidos es la pérdida de las palabras,
frutos que nos doran el lenguaje de lo que viene
en la nueva verdad de cada día.
Perdida en las variaciones, en nuestros nervios
y en el volumen de los gemidos cada noche
la prisa se disuelve, y el teatro de la cordura se disuelve,
lo inestable avanza en las aguas que nos hablan,
los huesos son entonces todo lo que queda de nuestras mentiras y de nuestros sueños.
El agua ríe como piñas burlonas. “La estabilidad es para los pájaros”,
saca la flecha y dale a la estrella que hace guiños
segura de sí misma.
Los huesos piensan algo para después torcerlo,
y tantos personajes nadan en la leche dulzona de nuestras horas
que en la república de la estabilidad no hay encantamiento.
Sólo fríos, traiciones.
*
La noche está perdida en la oscuridad,
unos redobles de truenos y relámpagos paparazzi la asedian,
¿es esto la excitación de la noche y no su drama?
Las lágrimas no deliran, los aceites virtuosos del placer
se escurren para freírnos la voluntad, ah la voluntad,
eso es todo lo que hay en la lluvia,
y pasan los siglos, y abrimos la boca sin saberlo.
La humedad es el fragmento de ambición que se escurre:
monedas de tierra para el olvido que nos sitia con la lluvia,
y aunque no parezca, el barro es la época que nos espera adelante.
La humedad es un principio de inocencia.
Adentro de nosotros es un bálsamo,
alegre es su destreza para hacernos pujar, caer, sentenciar.
Paradisíaca su velocidad que nos vuelve cosas contrarias en el sentido,
una pared un mar un hilo de lluvia laberíntico,
la punta de un hilo que nos sigue o nos guía por contrarios.
Lenta leche babilónica la ambición, ésa también es laberíntica
y no lo publicita.
El tiempo es primitivo, siempre es húmedo, nada de génesis a secas,
génesis rima con los charcos que somos, más la tierra las andanzas y las habladurías
y los lenguajes de la contradicción: los diez mandamientos al revés,
delicados en su locura, y en su lodo de verdad.
*
Mariposas no hay.
El fuego no alcanza a hacerlas aparecer
ni el aliento del vuelo crepita, a veces el cielo es de gemidos
y la lluvia anda en dos cuerpos femeninos que se tocan y la secuestran.
Por eso vuelos multicolores, roces mantequillosos, no hay.
Entonces deseamos que la ceniza naranja refresque el campo abierto que es la hora.
El aleteo es aliento de los dioses, sin ese ruido imperceptible no hay silencio
sin su presencia sospechosa, filosofal, no hay mundo.
Agua es lo que corre en esas alas,
virtud también: summa de instantes, de olores, de tiempos que nunca percibimos.
No hay mariposas ni estrellas que no vuelvan en la repetición de los cuerpos penetrándose.
Las ciudades que somos se vuelven frutos lamidos por verbos húmedos,
y uno cae con más flores en las ideas que en el pecho.
*
¡Cuántas lenguas se abren ante nosotros,
como fragmentos de fragmentos de fragmentos!
*
Navegación es el insomnio.
¿Qué hambres desfilan alrededor, qué lenguajes insaciables buscan delirios?
¿es esto el fragmento? ¿son colores o ecuaciones las esencias de la inmovilidad?
El insomnio es un gato, con su amistad y su desapego,
¿es ambición de la noche sobre nuestros sentidos?
¿es un fragmento de uno que se escurre como la lluvia
por debajo de nuestras puertas?
Gatos insoportables contra gatos filósofos,
cualquier idea es un cable de la locura.
Ninguna página es buena cama,
ningún Messenger es una canción de cuna.
¡Cuna! ¡Ah, ese derrame de ocio!
¡Con tantos intentos de evasión del insomnio,
los huesos, la carne y las ideas quieren la cárcel de miel de la cuna!
¡Que amanezca en nuestros ombligos:
la inquietud adora su jardín!
La madrugada es esencia de vainilla,
los dioses la riegan en nuestra panza y en nuestros cabellos al caer la tarde
para iniciar nuestro desfile del equilibrio al desequilibrio durante la noche.
¡Conjura contra ellos: ahí estaremos en punto!
*
El escarseo del aguacero con las raíces y las savias gemebundas nos despiertan,
y las frutas suenan desde sus fibras como violines:
el oído es el laberinto donde se pierden sus discursos frescos e inútiles.
Las distancias en su alfabeto son las mismas
que hay entre el cuerpo del ayer y el de mañana.
Buscan entrar a la batalla de polvos en los números del pasado
se alimentan de fragmentos
y es tiempo que se fuga hacia adelante.
De los números los versos cuentan algo sin industria y sin rating.
Matemáticas alejandrinas de la lengua,
caudaloso río de caricias, incestuosa,
pues ama en secreto el alfabeto:
sus almas penetran frutos y abrazan estrellas.
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