Adelmar Ramírez
Nacido en El Paso, es mexicano de corazón. Estudió una doble licenciatura en Psicología y Escritura Creativa en la Universidad de Texas en El Paso. Ahora cursa la Maestría en Escritura. Ha publicado en Rio Grande Review, Revista de Literatura Mexicana Contemporánea (colaborando con el congreso de igual nombre), la revista Opción del D.F., y en Círculo de Poesía. En 2014 apareció en la antología de poesía joven mexicana “Poetas parricidas: generación entre siglos”. Fue finalista del Premio Fundación Loewe (España) en 2013.
Histéresis
Pronto el animal que ova dentro de nosotros hibernará
aunque sea por inercia
y esto que parece tan artificial a veces:
la familia de segunda mano
amigos en un hotel marchito,
a expensas de una ciudad tupida de tildes y modelos
para armar: salir a la tienda y que un muchacho
parado sobre los diablos
de la bicicleta nos apunte con un arma imaginaria,
y no nos quede sino reír de aquella muerte falsa, estupefacta
ante nosotros, hombres de salva,
ansiosos de ponerle un epígrafe a cada respiración.
Fue difícil dar con ese elevador fuera de servicio
que convertimos en discoteca con luces de neón
y nuestras caras apretujadas prendiendo cigarros,
reconciliándonos con nuestras sombras.
Y resta cuestionarse la procedencia de esa noche
porque la luna pudo distinguirse durante el día,
tan férreo fue su fantasma
que se rehusó a desaparecer por completo.
Pero que más puede quedar sino preguntas
al dormir bajo el lavabo del baño y atisbar por un instante
los silogismos de la telaraña: los amigos dormidos
—alucinando—que volvemos
a una fauna interna, a un zoológico donde se solían celebrar
cumpleaños. ¿Cuándo dejamos de practicar
la taxidermia, de colgar las osamentas de la compañía
en las paredes? Esos días íbamos a cazar a los bares
buscando pieles que colgarnos para el invierno
y aprender a platicar con los tigres en ese lenguaje tan endémico
que son las garras, porque en ese cuarto oscuro alguien dijo
—un poema no es más que la taxidermia del pasado
—
y sentir un zarpazo en el oído, el parto clandestino
de la poesía vestida de drogas—los linajes de las palabras
que en la oscuridad fue posible embalsamar.
Muere en parranda: sus amigos siguen fiesta con su cadáver
5 de marzo, 2014
Es esto lo que temo. Ser incapaz de acorralar el silencio en la habitación de huéspedes, aquella tapizada de cerillos y manzanas, a la que tenemos prohibido entrar.
Ya no me queda duda, mi pasatiempo favorito es estudiar la mitosis de la oscuridad que nos duplica. A la que alguna vez, ingenuamente, llamamos escritura. Primero a ti, al amigo que siempre escoge el asiento número veinticinco del camión. Luego a mí, y a mi nostalgia eucariota.
Desde hace tiempo que le temo a mis amigos, pues ellos insisten que mi cadáver siga bebiendo. En vez de preocuparse, el día que nos detenga la policía, la excusa será que este ebrio muerto no renuncia a su performance.
No hay comentarios:
Publicar un comentario