viernes, 2 de enero de 2015

ABDENNUR PRADO [14.387]


Abdennur Prado 

(Barcelona 12.12.67)

Poeta y pensador musulmán. Director del Congreso Internacional de Feminismo Islámico.

Defensor de los derechos civiles de los musulmanes en España y comprometido en el diálogo interreligioso. Formado en el pensamiento posmoderno, su obra está basada en un retorno a los principios de la revelación coránica, a la experiencia de la revelación, aquí y ahora.

Es autor de los libros ‘Ser musulmán en España. Derechos religiosos y debate identitario’, ‘Los retos del islam en el siglo XXI’, ‘El islam como anarquismo místico’, ‘El lenguaje político del Corán’, ‘El retorn de l’islam a Catalunya’, ‘El islam anterior al Islam’ y ‘El islam en democracia’, y de numerosos artículos publicados en diarios y revistas. Ha sido director y redactor de Webislam.com. Ha impartido más de un centenar de conferencias desde el año 2002.

Publicaciones:

Libros:

Autor de Ser musulmán en España. Derechos religiosos y debate identitario (ed. Milenio 2013)
Autor de Retos del islam ante el siglo XXI (ed. Popular 2011)
Autor de El islam como anarquismo místico (ed. Virus 2010)
Autor de El lenguaje político del Corán (ed. Popular, 2010)
Autor de El retorn de l’islam a Catalunya (Llibres de l’índex, 2008).
Autor de El islam anterior al Islam(ed. Oozebap, 2007).
Autor de El islam en democracia (ed. Junta Islámica, colección Shahada, 2006).

Editor:

Selección de textos, revisión y prólogo de Teología islámica de la liberación, de Ali Asghar Engineer (ADGN-Libros, 2010)
Editor y autor de un capítulo de La veu de la dona a l’Alcorà (Llibres de l’índex, 2008)
Edición y prólogo de La emergencia del feminismo islámico (ed. Oozebap, 2008)



Susurro en la maleza

Cielo cubierto a espaldas del abismo, cuerpo santo en la tierra, bosque sagrado abarca cuanto veo y en la cima del tiempo la nada cae al fin como una guillotina. 

Tus manos en las manos del decoro. La inmensidad no significa nada.

De los conejos a su madriguera, de las cerezas al cerezo, de la mano a la tumba, del sexo a la caricia, un abismo secreto se extiende sin malicia.

Todo está separado y en la cueva del no saber resiste lo sabido, la pesada esperanza de estar vivo.

Hay que esperar, silencio. Contra viento y marea se espaciaba tu mano hasta el gatillo.

Pasa el rato, pasan las notas de una melodía. Es el viento velando su secreto, es la caricia estéril de la nada. Expansión-contracción: la sístole y diástole conjuga su canto invertebrado.

A través de una espera prodigiosa, de un asma a bocajarro, de una espiral autónoma encelada en el claro del bosque despierta la maleza.

Van los minutos como locos en busca de su centro, en torno a la corona de espinas del instante donde el cuerpo es relámpago unitivo.

Relámpago en la tierra del deseo sonámbulo atraviesa la materia. Lo mucho con lo poco, lo alto con lo bajo, lo claro con lo oscuro, lo limpio con lo sucio. 

Hay un rumor de alas que acontece, muy lentamente acaso tú estés vivo, lector en el espejo dual de la conciencia.

No fuerces la mirada, son cosas sin suceso. Cosas sin cosas son de esta maleza.

Los ojos son de noche, los días son de plomo. La intensidad lo significa todo.




Desde el sometimiento

Desde el sometimiento al tiempo,
desde el sometimiento a la derrota,
desde la fulgurante constancia de la ola,
desde el decir partido del hambriento,
cómo una caracola de noche de repente
llama a muerte el volar de la gaviota.

Todo al revés desde la caracola
sabe a mar en tremendo maremoto.
Todo al revés del mar en esta sola
tensión del pez pisado por la ola.

Una tras otra vence a la derrota,
vence al mar y a la mano,
al mundo y al espejo,
vence a tientas la noche derretida…
¡se derrota a si misma la derrota!

Y entonces se repite la marea.
Una vez más la ola,
una vez más la mano,
una vez más escucha a la gaviota,
y ama y se atraganta,
y canta y se derrama.

Se nace y se renace y entre tanto
ya ha pasado otro día y un diluvio
de instantes nos define.

Desde aquí, desde ahora,
desde el trágico instante en que naciste
ya estabas decidido.

El ángel sopló en ti la marioneta,
escribió tu destino con un hierro
candente de memoria.

El ángel-diafragma sopló la marioneta,
el ángel que es travieso como un ave
de luz atravesando la memoria.

Y ahora en este dulce laberinto
solo queda un fluir de tiempo como rito,
un rito-desparpajo,
un rito de tremenda caracola,
de canciones y gritos, de amores a destajo,

Un rito pordiosero que es memoria
de un proceloso mar de porcelana,
memoria de la moira pordiosera,
de la era tendera,
de la más tierna forma conseguida.

¡Cómo se ríe entonces la gaviota,
cómo cae el gusano en mariposa,
cómo el estambre de la luna guía
al marinero hacia su propia noche!

Y suena el corazón batiendo palmas,
sometido al eterno meridiano.

¡Oh pasión de las tripas y el secreto,
pasión de la mirada a lo divino!
¡Oh compasión del uno frente al todo!

Lo múltiple y lo uno como un rito
de amor-sometimiento a la deriva
de las olas al viento como abrazo,
de las alas al tiempo como cuna.

Y los niños y el arte de la nada,
y la mujer y el hombre y la gaviota
y las hormigas en su precipicio
y la cocina y el dulce trasiego
del árbol a la nube, del hombre a lo divino.

Todo está sometido.
Todo es poema ahora.
Todo es instante al fin de esta plegaria.




Los Poetas Etruscos

No pensaremos en inglés como dijo Darío, leeremos
otra vez a los griegos, volverá a hablarse etrusco
en todas las playas del Mundo, a la altura de la cuarta 
década se unirán los continentes…
Gonzalo Rojas, Carta a Huidobro

Los poetas etruscos
recorren y desnacen entre
tientas las ruinas de un
reino submarino. Son
recuerdos feroces de
ultratumba
aquí y ahora a tientas de un
mundo no mundano.

Son poetas sin fiesta sesuda y
sin tormento, pura
gravitación de versos toda-
vía. Son electricidad que
se concentra en
el centro nupcial del torbellino.
Son poetas sin tiempo, sin
máscara, que estallan
como una mar-
iposa, perfecta cuando surge del
gusano.

Siempre la noche siempre a contrapelo
de un decir con-
sagrado, con-
sabido, entregando
todo lo que se puede decir a la guarida
del lenguaje.

¿Quiénes son los poetas
etruscos? Juan Eduardo Cirlot, Lezama
Lima, Gonzalo Rojas, el que murió en París
con aguacero, también Vitier, Cintio Vitier
que venció a la misa. Y Gerard
de Nerval,
el desdichado, quien se entregó a la
horca de su estrella. Y Osip
Mandelstam, que descendió al
infierno lentamente, tan lentamente acaso
que encontró a su doble. Y Vladimir Holan, que
conversó con Hamlet para
que su mano no temblase. Y Robert
Graves, que era escocés, griego, celta y
judío además de etrusco. ¡Incluso Octavio
Paz, la diplomacia, es un poco etrusco,
y Rilke lo es completamente!

Los griegos, todos
los poetas griegos son etruscos, a pesar
de la apariencia: Elytis, Seferis, Ristos,
y todos los demás, los griegos son
etruscos por refracción, por
que el recuerdo de la
luz nos llama
con un clamor de diapasón marino.

Son muchos, muchos más los
poetas, etruscos o fenicios,
acadios o sumerios, enterrados
en Ur de los caldeos o en
Tarquinia, con toda la pompa
del silencio, con una mano
tocando el cuerpo de la amada y la otra mano
tocando la mano de Dios.

Los etruscos son al
mismo tiempo ateos y creyentes, a su
manera creen en la balanza, en la
alquimia, en la confluencia de los mares. Todos
ellos prefieren el sabor
a la sabiduría, y dan gran importancia a la
saliva como transmisora de conocimiento.

Su religión, la Poesía, es el
sometimiento
a la analogía, al ritmo, a la centella, la
rendición
del más allá del cuerpo al sabor de la marea, al
ir y venir de los alientos
dando vida, tejiendo y des-
tejiendo, saliendo y penetrando, de
ascética manera. Salud es
salvación al borde de otra vida.

Una liturgia antigua, que
perdió su camino, una presencia
telúrica responde a la mirada
del fiero ser que arroja
su mundo
a los leones.

A los leones, al juego del fornicio
y pirueta, a la consagración
de la medida inmensa, inabarcable, del ritmo
sinuoso, de un fósforo que abre
al corazón la lumbre, y al cuerpo
la tiniebla.

Allí la Palabra, allí
el corazón des-
cubre su víscera perversa y
se lava en el mar de la plegaria, de la
inducción del más allá en
descenso
diamantino.

Cifrar es des-
cifrar sin pensamiento, conciliar el decir
del hombre con el decir de las
nubes y el sabor de la luz
que se transforma en agua para
hendir la tierra, para donar
los gestos de ternura, los
árboles frutales y el delirio
de todo lo que sube y lo que cae.

Oh oscuridad, oh hermético desliz
de lluvia apasionada, oh
rotación
de números que encuentran lo infinito,
de acordes sin medida,
de atípica manera
de ver y andar y transmutar la nada.

Oh la potens etrusca que nos dio la vida,
que nos cegó para vencer
al espectáculo atroz de
la usura, con sus templos
y sus adi-
posos adi-
vinos.

La potencia absoluta
que nos cegó y regala
la mirada oblicua, la entrada
en la caverna de Platón
donde el cuerpo y el alma son
sombras del mundo unificado.

Oh nupcial mordedura. Lo
ancestro que desnuda y nos expone
al sigiloso aliento desnacido.




Trabaja la palabra

Aunque la nieve caiga en racimos maduros
nadie sacude ramas allá arriba
el árbol de la luz no da frutos de nieve.
Octavio Paz, Semillas para un himno

Animales porosos, de espanto a 
la deriva. Jardines invisibles y un
cielo concentrado
en un punto
infinito.

Infinita la sed en este
día, el aroma de ausencia, la
voz naciendo a espaldas de
la hora, hacia la
lejanía, alud, enredadera,
liana, abismo, mar
enmascarado.

Animal la palabra, porosa,
visitada por duendes y
esperanza, visitada por una vieja estrella
en un ciclo de
muerte.

La palabra se estrella,
envenenada flecha hacia un horizonte
de fuego, hacia un fracaso o
verde porcelana
rota en fragmentos, contra la palabra.

Oh sed, oh lejanía, vocal
llagada, manos en la masa, la
eterna profusión de números trabaja
en las tripas del
mundo submarino.

Oh sed, oh lejanía,
la palabra trabaja los músculos del
fuego, tensa la luz y
alcanza la avenida
del cielo azul como
humo que se eleva.

Animales cruzando, del
vientre a la corona, del fuego
a la alegría.

Cruzando y recibiendo a la
palabra, encendiendo
las manos de la nada, acariciando
el viento tu futuro.

Oh fuego azul, trabaja la palabra.

Se encuentra con la máscara arrojada
por un ángel cruzándote la
lengua, signos y antojos de un
destino anterior a tu
propio nacimiento.

Devoración, orientación, sosiego,
la palabra trabaja en lo invisible,
abre canales, canaliza el
fuego, lo concentra y
eleva hacia el vacío, hacia
el encuentro de la marioneta
con pájaros de vidrio.

Oh cielo cristalino, encuentro
vertical, nido de
asombro, asombrosa
presencia del poema.

Encuentro, simulacro, enredadera,
la almendra de
esta mano o el nicho de
este día.

Luz vertical segrega la
noticia, la voz que no
ilumina rompe acaso
el horizonte y hunde su
secreto en una musical
sentencia sin sentido.

Devoración, ocultación que abre
un canal en el
sacro, un hueso en la
conciencia, un número en la
risa.

Oh cenital
deslinde, aparición del agua en una nube,
pasión que se evapora.

Árbol quemado, sueña tu
memoria los frutos en el
cielo.

Árbol de fuego engendra la
semilla, vuela y acoge el vuelo de la
nieve.




Todas las islas la isla

“En el paraíso he apuntado a una isla
idéntica a ti y a una casa en el mar”.
Odysseas Elytis

“Ningún hombre es una isla”.
John Donne


Ningún hombre es una isla, que se sepa. Todo está conectado, que se sepa. Todas las madres son la madre, todas las islas son la isla.

En esta tierra, en el umbral, a modo de interregno o espacio dado a la más oscura molécula resuena la nada que nos mide y nos congrega. En esta misma oscuridad visible, entre las líneas de una mano grande, más grande que el deseo, que se sepa encontrar la primigenia.

Todo es cuestión de tiempo, que se eleva, la medida inspirada en su corona, en la imagen impresa, en la impresión que cede y se concede. Todo es cuestión de imágenes-destino, de ángeles-barquero y en la orilla de la columna vertebral se eleva la misma podredumbre transmutada. Todo es cuestión, todo es pregunta, todo se conjuga y nos inquiere, demanda una respuesta, que al darse al corazón se eleva.

Reconocer la isla que contienes, volviendo a recorrer lo consanguíneo, la misma cualidad salina en todo lo visible, el reino de los peces dándose al secreto, las algas en la mano más grande que la noche. Todos el mismo frío, el mismo anhelo. Si supiese, si pudiese arrancar, abrir mi pecho, si conociese al otro en su morada, si se rompiese el molde y lo sabido sufriese su infinito.

Si conversase, tranquilamente, con las presencias de la noche, con una oscura mano en la muralla, si rompiese los límites y el ángel trajese la pregunta, si pudiese. Si al elevarse diera la isla a su ventura, su desventura acaso, si en la mano un estremecimiento de algas, de peces, de destino.

Las ruedas, los escombros, la lucha de repente, la infinita manera de arder, lo consanguíneo, lo consabido en esta isla acaso. Manera de estar en el centro, en este reino indivisible. La mano y la corona, los peces y las penas, la más acústica víscera increada, la más rotunda voz o escombro de este día. Legítima extrañeza, vocálica medida sin medida, la mano que en la luz se ha suicidado, con panes y con peces, con música y con ángeles-susurro, con una sola imagen por fin ilimitada, con una voz visible, con algas en la mano.

La más rotunda voz y una aureola, en esta isla nadie parecía, nace a lo semejante ahora rompiendo la tiniebla. Cipreses, abedules, amante la mirada recorre cuanto ama, reconoce el traspiés de su llegada, reconoce el porque de la muralla. Una aureola, amante por siempre congregada, en una isla acaso que es centro de otra tierra, el mismo centro acaso de todo lo visible.

Ningún hombre es una isla, dice el poeta y danza su corazón abierto, su víscera estrellada, su sangre se evapora. Nada lo mide, nada lo condena, el mismo impulso acaso liberado en cada corazón se orienta hacia el Amado. Su rostro en la isla, la isla que orienta hacia otro, el otro es el mismo, la misma certeza recorre los mundos y posa su mano en mi pecho.




Poemas todavía

Ya no se dice oh rosa, ni

apenas rosa sino con vergüenza.
Gonzalo Rojas, Adiós a Holderlin.

Todavía las rosas nos
dicen todavía,
todavía desnudas como
piedras olorosas y lindas
todavía y nosotros
callamos, no sabemos
cantarlas,
cúmulos de vileza,
de vergüenza al temblor de versos
todavía.

No sé porque han
salido las
rosas este año.

Los poetas no dicen oh
rosas, solo
dicen serpientes, negrura o avioneta,
nos dicen que este nuevo siglo
se quema y el incendio del
Reichstag continúa.

Ilumina ese fuego
sus versos de estiércol
y gemido, mientras rosas al sol
se incendian de belleza.

Hay que escoger, decrepitud
sublime en su extrañeza
o eterna lozanía de
versos todavía.

Así de simple: el mundo me
ha hechizado, su influjo me
convoca más allá de las formas
a ver la recurrencia
de un deseo que arrastra
tras si todo deseo.

Flautista de Hamelín, el cielo
nos convoca, nos arrastra
a la nube del no saber
y estalla en tormentas de
versos todavía.

Así pues, ¡a cantar, a
fornicar, a
darse al ciclo de la espiga,
a la resurrección como destino!

¡A comenzar
de nuevo! ¡A nacer y a crecer
de pétalos rodeado! ¡A combatir
el tedio del incendio! ¡A conciliar
el sueño del desierto con el sueño del mar
bebiendo vino! ¡A contar
granos de arena! ¡A contar
gotas de agua!

Ni el cielo ni
la tierra han renunciado,
siguen ahí, su hechizo
nos convoca, sus círculos
de mirra tocan el
cuerpo, se abren en tu
entraña.

Loco de
amor, de todavía,
en lo anterior y posterior
a todo, loco de olor de
rosas todavía.

¿Y para qué poetas?

El decir del
olor a cielo nos provoca
un vómito de amor en esta hora
donde
el mar y el azul se
dan la mano, donde
el verde del tallo nos
conduce al estallido
en rojo de la rosa, al coronarse
de la marioneta con cánticos y
danzas todavía.

A la manera de los
antiguos, primitivamente
primitivo, como sabía el druida y el
aeda andino.

Volverá a hablarse
etrusco sobre todas las
playas, volverán las
oscuras golondrinas
a la gran risotada de este día.

Tímidamente asoma una
palabra, se
pierde el humo del incendio
y una risa de nueces nos
dice oh rosas, oh poema
oh cielo azul de
versos todavía.



Cinco influencias de Gonzalo Rojas

Cinco influencias de Gonzalo Rojas

Lo cierto es que llueve. Pensamiento o 
liturgia, lo cierto es que llueve. 
Gonzalo Rojas, El alumbrado


1ª. Corro el peligro de perderme,
madre, en un laberinto con-
céntrica ranura.

Corro el peligro, madre,
de verte desnuda de hijo
y andar boca
abajo, sin cuerpo, sin
dudas, sin pechos, sin
manos, sin
todo el azar de un abrazo.

Corro el peligro de perder-
me, y andar boca
abajo, sin cuerpo en lo oscuro
unitivo.

El centro es mi origen, la lucha
felina me impulsa al furor
desnacido.

¡Como me atrae, madre, lo
anterior a mi propio nacimiento!

2ª. Nacido el reniño se adelanta
y mira, ya
encantado el abismo, ya sesudo
de exactitud al asombrarse ahora.

Mira la oscuridad, como gravitan
los pies y la cintura
tuya después de mía, turbia
después de clara.

Mira y mira que miras
parado como el mulo de Lezama.

O te lanzas o
pudres el ardor, no hay testimonio
andante sino eso, o
te abisma el eléctrico
frenesí
despoblado
de músculos
ahora
o te quedas maldito en tu cuerpo podrido.

Quedarte ahí parado en la
higuera maldita, te
saldrá caro, anémona gaseada,
siempre espécimen, racimo
de estiércol
sin árbol
ni entraña.

Quedarte ahí es olvidar tu
origen, la límpida
manera de comenzar el día
y otro día
y otro camino cada orgasmo,
cada vez que te caes
de bruces en lo oscuro.

3ª. ¡No me dejes tensa-
do, maldita comezón que cabecea!
¡No me dejes podrido
mirarte en un
espejo! Rota y rota, traslada,
manumisa centella,
traslada de la cáscara al
meollo, de la médula
exacta al meridiano cero.

Y a empezar que te
empiezo a recorrer y a
comenzar de nuevo.

Que te empiezo a
querer y cabeceo
siluetas sin nombre.

Que te empiezo y
empieza el saboreo,
manumisa centella.

4ª. Rotación, traslación, sonámbula fijeza
que sabe a mar y sube
tu espinazo, semilla, de tuétanos desnuda
en constante trasiego, respira
y te atragantas
en el rítmico mármol de pétalos
deseoso.

Deseosa de arder, de acallar la rabieta
del psíquico desliz se abre
al macho tenue, al complejo titán
de sus sueños y teje
y desteje y contrae la expansiva tiniebla
dando paso al aullido, oh felino
el ahora.

Mismísimo dislate, abierta y encontrada
se traslada del mundo a la naturaleza,
¿otro mundo tu espalda? otro
zarpazo acaso zanjando la tiniebla.

Así hay que estar, que
ver, que vivir
perfumado, glorioso, telúrico, entregado,
así hay que arder, del
sudor al sopor de la
belleza, trasladando el placer de la nada
a la cosa, de la cosa a la nube.

Así fue y así sea, gast-
ando, regal-
ando, vaci-
ando el vacío.

5ª. Así pues Gonzalo
Rojas, si está es la contra-
danza, hijo del minero, si esta
es la otra historia
del carbón, su resplandor
hialino, si estuviste loco,
si te metiste en tiesto milenario,
en ánfora horadada
y te estriaste como
flor mapuche, si estuviste aquí,
y hendiste y liberaste numinoso
en algas y en raíces, la médula
ósea, el esqueleto,
el prana y el apana de Gonzalo
que explotó en poema y
en coito y en meteoro
fabuloso, ¿cómo no
hermano
hermanarse, como no
encontrarse, reflejo
tras reflejo, donde el verso diga?

Por eso se repite
el espejeo, la rota-
ción, el desarrollo,
la máscara y meollo
del tiempo a tientas de
su gran trabajo.

Por eso se contagia
el ritmo meretriz y el
meteoro, por eso se concilia
lo distante en un súbito fornicio.

Por eso, por eso, por Gonzalo.



El emboscado

Mortal de necesidad, el emboscado hiere sus pasos y avanza sin camino, hasta un claro en el bosque, hacia un lugar inaccesible. Ese lugar —llegado sin camino— le estaba reservado, es un recóndito paraje jamás hollado por el hombre.
En ese lugar no puede ver su límite, solo dar la señal, dejar aparecer los márgenes, exponerse a la mirada de las bestias. Exponerse a la ofensa, a ser derrotado. Querer ser derrotado, batirse en retirada, a un repliegue esencial de la palabra.
Caminos al bosque, lugar sombrío, abierto a lo que sea, cerrado a lo sabido. Sin límites, sin verbo ni doctrina, guiado por la fuerza que acontece, por el puro estallar de la materia en formas y animales. El reino vegetal, el animal, el reino de la luz, el reino de la pura transparencia. Son nubes en el cielo, árboles que se mecen, la sangre por tu cuello.
Toda una fauna expresa lo viviente. Toda una fauna, un límite o fricción que te estremece. Los dientes como un gato en medio de la noche, los pies como una araña. Ojos brillantes nos escrutan, son los ojos de la animalidad más transparente. El animal no muere, queda expectante desde la madriguera. Brillo animal de la palabra, potencia agazapada.
Es la muerte del otro, la muerte era lo otro, el saber que confiesa sus culpas y se entrega. Rondando una tiniebla libre y fiera. El saber geológico perfora la tiniebla, pregunta lo indecible, que no tiene respuesta.
Relación impensada, la muerte y el lenguaje. La voz de una recóndita manera, a la manera de los antiguos, de un modo transparente, sin dobleces, un repliegue esencial de la palabra.
Un modo de entrar del lenguaje en lo otro, de romper con el límite sabido, de proponer murallas en lo oscuro. Solo una mano palpa la muralla, la mano blanca del suicida. La fuerza de lo negativo, potencia sinuosa.
Resistencia y entrega de lo mortal a la muerte: toda respiración propone un reino.
La experiencia del bosque, la elección de tu límite fuera de los límites, en un espacio vivo, caótico y sombrío. La nuda vida, desnuda de cultura. Afirmarse en lo eterno negativo. Orientar tu deseo hacia la piedra negra, al corazón de la materia. Orientarse a la ausencia de objetivos, al ser ahí de la potencia. Hacer de las pulsiones un magma indescifrable, hacer de los sentidos un círculo de fuego.
Romper la línea que unía la cosa a la avaricia, las manos a la mesa. Tocar las cosas más allá de ellas mismas, la luz que está en su seno. Abrirse a la potencia ilimitada, a la capacidad de transformarse de lo ente. Entonar el adiós a todo eso, a todo lo que es fuerza sin memoria, potencia sin vacío, deseo sin recuerdo de lo uno. Entonar el adiós, el cántico estremece las piedras y retorna a su morada.
El modo decisivo de estar y penetrar lo oscuro, siempre en lo otro, siempre a la deriva. Amanecer en cada despedida. Hablar y morir, vivir y dar la mano. Acercarse a la fuente impensada, a los lamentos de la piedra, al crepitar de la madera.
Lenguaje instalado en el centro, en la estancia intocada de lo mismo, de lo que se repite eternamente. De lo indistinto ahora que has negado tu esencia separada. Callar y vivir, morir y dar la lengua. Biología del lenguaje, pliegue y repliegue de la palabra abrasadora.
Biología del lenguaje, genealogía de los cuerpos, se reconstruye el mundo desde cero. El bosque crece como un espacio abierto para el emboscado. Cada paso adelante es un sendero en el bosque, proceso de vida donde el sol no penetra. Cada palabra acota, define y multiplica. Cada palabra tala un árbol y crea un claro, una claridad inaccesible.
Todo lo que no es uno es muerte, todo lo otro es sombra de lo uno. No hay otro, no hay testigo, no hay testimonio de este estar fugado, entre los árboles de fuego.
La semejanza se abre en la respiración, el reino de este día. Toda respiración en toda semejanza, toda impresión en toda compañía. Si ya no hay otro, ¿dónde está lo uno?
La voz es un decir sin contenido, sin intención ni voto. No participa de la fiesta oficial, no enloquece. Hace su fiesta separada, en un claro en el bosque, rodeado de ardillas, de fieras y alimañas.
Sonido esencial de la materia, canto del animal o canto de la piedra. No se deja gastar, se abisma y enloquece. Enunciados que enfrentan sus velos, se van al fondo y hunden sus raíces en un repliegue esencial de la palabra. Lugar sin fundamento, ahora compartido. Lugar sin lugar, tiniebla y utopía. Lugar sin lugar, mi límite increado.
Toda repetición es una ofensa. Amanece en el bosque húmedo de pureza. Un grito de silencio, recobrar la medida de nuestro nacimiento. Acto de adoración, silencio decisivo. Sonido de humedad, de madriguera, murmullos o palabras ausentes, sin objeto, sin ojos, sin creencia…
Allí estoy y allí estuve. Aunque parezca estar aquí, entre estos muebles y este juego. Aunque parezca hablar y dar la mano, besar y escribir y luchar y todo eso. Aunque parezca que estoy vivo, aquí estoy y aquí estuve.



La unión de los contrarios

La sorpresa fue grande cuando alguien leyó en un
libro inglés que según Sidi Ali al-Jamal, maestro Darqawi,
la cumbre de la experiencia mística era definida como 
“jest”, palabra que el diccionario traduce como “burla”.

Lo activo y lo pasivo,
lo propio y lo impropio,
se encuentran al final de todo buen viaje.
Dejan de ser opuestos, se entretejen
y buscan encauzar un modo
de penetrar lo extenso-transparente.
Conciliación de los contrarios,
la unión es el modo y precipita
los cuerpos hacia el fuego.
El fuego o la risa, la pausa o la prosa
porosa que esconde la mágica quimera.
La unidad de lo falso con lo auténtico,
el buen humor de toda buena estrella.
Mirad como se ríen en el cielo,
como surgen los peces de la nada,
como el lago contempla a la laguna.
En el mar viven las cabras
y en el monte las sardinas.
La falsedad de la verdad y lo
verdadero de lo falso,
la autenticidad de lo impropio
y lo impropio de toda identidad.

Súbito el paisaje resplandece y mira
el horizonte al hombre que lo mira.
Yo soy el otro, la música callada,
la paradoja ungénita al amado.
La alabanza teje su traje de seda
y el cuerpo se viste de pura transparencia.
Oh amor, lugar que todo lo concentra,
centro de los anhelos que gravita
en torno a la tiniebla.
Luz sin fanal, conjuros enamora
y aumenta su furor de un aura cristalina.
Un deseo de gloria trasiega la palabra
hacia la fuente del deseo.
Esta es la estrategia del poeta,
la simpleza que debe vivenciarse.
Ahora es un secreto a voces, una voz
que quiere el premio Nóbel,
que participa, sonámbula en la risa,
de su contrario: oh fingidor juicioso,
funámbulo traspiés de la poesía.

La unión de los contrarios:
este es el meteoro fabuloso
que todo cuerpo habita,
y es habitado por su opuesto.
Es niebla y es coito,
fruición divina, espejo que nos mira,
que nos devuelve imagen por mirada.
La rendición advierte al sinuoso
de su recta inmortal, como un poseso
el sinuoso en la espiral se esfera.
Son coaliciones, química sin tedio,
loca substancia al borde del abismo.
Control y descontrol del mundo,
ciencia de las transformaciones,
caos y cosmos sin medida
en la balanza que todo lo aniquila.
Oh el movimiento ahora,
la suave quietud fluyendo como vela,
velando su secreto.
La suave tempestad de la materia,
furiosa contradanza de números, se eleva
la majestad de lo creado pariendo la belleza.
Es un más y es un menos,
un claudicar y un comenzar de cero,
es un poco de niebla, la embriaguez decisiva
que todo instante sobrio necesita
para penetrar en lo continuo.

Secreto sutil resplandece el motivo,
el elemento transmisor, la correa
concreta que siembra y espejea.
Digamos el objeto, la palabra,
digamos el motivo:
una ferviente máscara atrapada
entre el amor finito y lo infinito,
que va de lo uno a lo otro,
sin apenas distancia ni energía, como un
paciente quieto en la semilla de su acto.
Esto está ahí, enfrente de ti mismo,
en cada espasmo, en cada recoveco.
No puedes ver una cosa sin su opuesto,
ni ver lo opuesto sin despertar al deseo de la unión.
No puedes pensar sin dividirte, tocar sin dividirte.
No puedes decir sin hacer de lo dicho
un espejo fugaz al borde del suicidio.
Esto está ahí, en cada relación,
en cada encuentro el hombre se divide.
La unión es división, la confusión el modo
de arder y la muerte todo lo congrega.

¡Que sentido del humor,
genial el Creador, genial la maravilla
constante de un mundo que crea en cuanto muere,
que muere al ser creado!
¡Oh burla burlando al punto de la entrega!
Estrellas que estallan, sonidos sin eco,
veloces momentos de fiesta increada,
latiendo la sed aliterada,
rompiendo lo roto al claudicar su ego.
Con una cadencia de ruina se eleva la risa.  
Estar y no estar, vaciando vaciando,
se crece y se crece.
Más lejos y más cerca, la noche
es la luz de la nada.

¡Quien lo iba a decir!
El hombre perfecto actúa sin actuar,
dice sin decir,
consigue sin conseguir,
muere sin morir.
¡Quien lo iba a decir!
La cumbre era la risa,
sin prisa, sin prisa,
pero ya.



El ángel de la muerte

El ángel de la muerte es el lenguaje
Giorgio Agamben


Que Dios cante contigo,
que en la recitación del Libro seas preso
y el ángel de la muerte te visite.
Que seas convocado
a un repliegue esencial de la palabra.

Esta es la llave de la palabra oscura,
inmerecida ambigüedad del tiempo,
del acordarse de la criatura.
No se trata de versos ni de ideas,
se trata de un decir intempestivo,
excluido de las conversaciones cotidianas.
La palabra que abisma, que busca sus raíces,
sus ecos en el cielo.

El ángel de la muerte es el lenguaje.
Se anuncia silenciosamente,
la buena manera de morir, la destrucción del mundo.
Liberación de la palabra
hacia su propio centro inexplicable,
la fuga incontrolada hacia un hogar oscuro,
inhabitable por el hombre.

Topamos con el verbo desgajado,
con la palabra a salvo de todos los objetos.
Topamos con el más allá de lo existente,
con un decir que nada dice.
La pura inmediatez de lo increado
que anida en la criatura.

Anunciación de un tiempo sin gloria, sin palabra,
de una anterioridad que espera a su enemigo,
que reconoce tu mirada.
La enemistad secreta del ego y el rostro
del hombre ilumina el camino de la muerte.
Anunciación del pliegue y el repliegue,
del replegarse en si del lenguaje
hasta la inmediatez más escondida,
hasta el presente más eterno.

El ángel de la muerte se revela,
nos dice y nos revela.
Destrucción de los órdenes creados por el hombre
que nos revierte a lo inmediato.
Revelación de lo más allá del ser,
de la anarquía del Infinito,
de lo completamente otro, sin espacio,
sin normas ni testigo.
Oscura nube del no saber que sabe
de las gentes que no tienen ojos
ni mano ni secretos,
que todo lo entregaron a su tiempo.

El lenguaje en la raíz del cielo
trabaja sin figura.
Llegar hasta el punto sin retorno,
allí donde los átomos del alma
se vuelven átomos del tiempo,
allí en la muerte nadie te acompaña.
Testigo de tu propia ausencia, testigo sin testigo,
dirás la conexión de tus actos con el todo,
con la balanza y la medida,
con el peso de los actos acordándose del peso
de los astros congregándose en tu pecho.


La revelación se realiza por aquel que la recibe,
por el sujeto inspirado por la correspondencia,
por la unión de la muerte y la palabra.
Inversión del orden: el caos es la puerta,
la nada es la palabra realizada,
el mundo conciliado por la analogía.
Revelación que anhela su límite en la forma,
que se inclina y se vierte en una paradoja,
que encauza las palabras hacia el mundo.

Palabra creadora de una exterioridad
acorde con lo que era,
que une y afronta la herida,
que encuentra la mano de luz en la mano de plomo,
que ve la mirada del cielo en la faz enemiga.

Recobramos un rostro y una mano
que ha destruido el ego para darse al Otro.
Mirada que encuentra y revela la Faz decisiva.
Una exterioridad que es núcleo,
la propia palabra jardín en la boca,
la mano que mece la cuna,
que une el espacio de la imaginación
con el espacio de la casa,
que deja que el misterio circule por los dos espacios,
de lo uno a lo otro, indistintamente,
según la señal recibida.

Analogía, oh sol de la inocencia
del decir y el crecer de las plantas y de las palabras,
de los átomos que son letras,
de las letras que son lluvia.
Descubrir la inocencia de la muerte
aprender a morir, a ver como nos vela
la palabra.




Manchas en el Silencio. 
Homenaje a Samuel Beckett

“Existen las condiciones eternas de la vida. Y existe su coste.
Maldición a quienes los distingan.”
Samuel Beckett, El mundo y el pantalón.


Ni esto ni lo otro.
Solo una voz, murmullo indescifrado
que no se sabe y dígase el silencio.
Caricatura de si mismo el hombre
imagina su ser, a modo de esperanza.
Solo una voz se configura,
tiende al discurso y sálvese el que pueda.
Traición del humanismo,
discurso que se impone al trueno,
que quiere dar sentido donde el trueno
tan solo da un sonido de luz acompasada.
Pero el trueno se vuelve murmullo indescifrable
en la profunda ciénaga viscosa.
Sin rostro sin camisa sin perfume
Sin sin sin sin sin sin sin sin.
Viscosidad latente en todos los discursos,
amorfa sinrazón del agua de la vida.

¿Qué hacer con este tiempo
de adoración y manos sucias?
¿La santidad? Sufíes y charlatanes
han agotado el molde y la hojarasca
de la bondad se vuele jerarquía
de santos,
pirámide de momias sin bóveda estrellada.

Oh desamparo, perfección de nada,
completa unión sin otro,
sin éxtasis ni nada,
sin ambiciones espirituales…
¿Cómo se pueden tener ambiciones espirituales?
¿Cómo podrías tú medirte si en la nada
no hay pecador ni santo ni estructura?
La jerarquía es signo de un trasiego
de hormonas. Caricaturas de la nada.
Aspiración siempre frustrada
que finge ser eterna
frente a las condiciones eternas de la vida.
Traedme carne fresca.

El coste es la renuncia,
la nuda vida, sin ser ni identidad,
sin nombre ni camino ni bandera,
sin sueños de barba ni túnica y tabaco,
sin las ficciones de la diferencia,
sin escuelas ni velos dando por el culo.
¡Que los santos se queden en su nube!
¡Que los jueces sometan sus juicios al silencio
y dejen de ser infalibles los sabios del pasado!

No hay tiempo para eso.
Lo cotidiano a tientas de más vida
reclama la atención del niño que gatea.
La nada cotidiana donde el trueno
explota sin quererlo ni saberlo
y busca el pecho de la madre.
A ras de suelo donde el viento sopla.

Bailar bailar bailar
Cegados y cegados y cegados.
Mecerse en el vacío, rendirse ante el sonido
del viento traspasándote de arena.

Oh palpitar de imágenes, caída
desde lo humano al ritmo acompasado,
la superficie brilla
en la profunda oscuridad marina.
Oh adoración, te abres a la entraña,
respondes con pulsiones y latidos,
con números que el hombre no sabría
decir y que ya estaban junto a él
cuando rasgo la tela inexplicada.
Antes que él encima está debajo.
Oh espasmo y danza de la jerigonza,
puertas al campo,
rumbo más allá del rumbo,
provisión anterior y posterior y alada
imantación del pecho de la madre.

¿Condiciones eternas de la vida?
Lo dicho y lo no dicho
Lo visto y lo no visto
Ni tu ni yo ni nadie
Ni musulmán ni ateo ni poeta
Ni nada ni nada ni nada ni nada
Los hombres no son seres humanos,
por mucho que lo diga el diccionario.
También son otra cosa:
manchas en el silencio.




Lo que dicen las bombas

Los cuerpos, las imágenes de luto
la destrucción masiva, sin máscaras, repica
en la conciencia y sangra la mente una palabra.

Una palabra es nada,
es humo y es volcán en esta hora
donde el hombre reinventa su sed incontestada,
donde el mal se enamora del oro y el delirio
de las bombas vislumbra a la virgen del sueño,
doncella de las cicatrices.

Para ella es este chorro de palabras,
sumadas una a otra tal vez un exorcismo,
tal vez es la medida de ese anhelo,
tal vez una mirada inhóspita a la guerra.

¿Todo esto lo dicen las bombas y el discurso
del mal o es el reflejo del mal en mi mirada?
Es la demente aurora de la usura
ocupándolo todo, robando a la inocencia
su palpitar acorde con lo que era.

Lo que dice el vecino, la radio, la impotencia,
la tormenta del odio sembrando en cada esquina
de la ciudad sus luces apagadas,
meciéndose en los hombres como oruga de seda.
Oh contorsión, oh indignación, oh rabia,
respuestas de la masa a la metralla,
de la estancada fuerza que celebra
su parálisis, se infla, se amotina…

No. No es suficiente, nunca es suficiente.
Quiero gritar, quemar una bandera,
romper con mis dientes un escaparate.
Quiero caer de bruces, arrancarme los pelos
y amenazar al mundo con el fuego
de una conciencia insatisfecha…

¡Que revienten los profetas
de la paz! ¡Que sus venas se caigan
en la luz! ¡Que el sol se evapore y la sombra
usurpe su corona! ¡Que la esperanza
caduque y su trinchera
se cubra de pasión y que la puerta
de la sed sea cubierta
de moho y absoluto! ¡Que el laberinto
defeque al puro monstruo en la conciencia
celeste del poder y que la sangre
sembrada sea bendita
por siempre!

Que cada hombre ejerza su derecho al desastre.
Que sea la conciencia del mal en cada uno
quien guíe las palabras hacia el suelo,
hacia la aceptación sin vanagloria.

Un clavo partido en el beso,
un clavo besado en la noche, en la antesala
ridícula el estanque de la larva desnuda
suda aleluya y canta contorsiones de niebla.
Mil rayos risa vientre el bombardeo.
Dios nuca alambre noche cercenada respuesta.
Ocaso canto escudo penumbra la masacre.
Creciente salmo fuerza sonámbula la muerte.

Una vez más son estas
las palabras, una vez más la guerra,
una vez más infierno relámpago en la tierra,
una vez más redonda ridícula el espanto,
una vez más cabeza derretida,
otra vez la presencia ciento a ciento del odio
para acabar volcán perfecto en holocausto desatado.

Siempre la misma lucha, el mismo rezo,
siempre el ojo del hombre violando a la gaviota,
y el miedo siempre al borde de estar insatisfecho
del hambre soberana, del hambre congregando
a los hombres exhaustos en su pozo invisible,
a los hombres redondos como un gran cisne roto.

Quillas los diablos occidente
y el mastín que reclama los jugos de la pierna
de piedra, de un hastío cubierto de carne destrozada,
de saldo y diente ecuestre y el delirio
como reina radiante ninfómana en su trono.

¡Que se caigan las aguas
al diluvio! ¡Que vuelvan a gozarse las compuertas
con la mano pillada! ¡Que el ladrón
se sacralice! Y lo prosaico ocupe
su puesto en el patíbulo del tiempo.
Y que el sol se atragante con canto degollado.

Los ojos en la mancha
lívidos de catástrofe y la víscera
bañándose en lo idiota de una espera
de plomo, de esa espera truncada
por el miedo en la atroz tubería de esperma
de la mente ¡Que vuelvan las lombrices
sus rostros al delirio! ¡Que vean como el sátiro castiga
su propia invocación en la palabra! ¡Que sangren
las niñas protegidas! ¡Que sean golpeadas
las manchas! y las venas del viento
que vuelen a borrar la superficie
manchada de petróleo.

Un resplandor total
anulará la sombra: todos podremos verlo
un mínimo segundo y al siguiente
ya nadie lo verá. Pero entre tanto
la rueda de la muerte colectiva en el circo
girará aún veinte veces. ¡Será una dura prueba
ver rodar las cabezas separadas
del tronco familiar! ¡Será bello besar
los labios sin la luz ni el maquillaje
del fuego en pleno centro de la muerte!

Cuando el sonido de árboles extinga
este ruido de latas de la furia, definitivamente,
cuando la última bomba nos conduzca
al sabor de ese humo transmutado en cereza
del martirio.
Entonces el desastre será el signo
de una nueva promesa.
¡Gloria al azul celeste que enamora!
¡Gloria a la nieve verde que circunda
los corazones en tiempos de guerra!

El horizonte, el mal que está en su sitio,
en el perfecto lugar, en la perfecta tierra,
en la precisa hora de su muerte
verá su nacimiento.
Un oscuro motivo nos conduce
a través de la entraña, camino de la gloria,
a gustar el sabor de la ceniza.

A unos la metralla, el lucro y la locura
de la virgen de piedra.
A otros el contentamiento,
el saber de los signos transmutando esa piedra
en mansedumbre, oh sol de la belleza.

Serenidad en medio del campo de batalla,
sembrado de promesas, de dones, de futuro.
Oh eternidad que se abre como grito.

Multitudes acuden, la gloria las convoca.
La doncella es el árbol y es la guía,
la presencia de un rostro luminoso
en el fondo de todo precipicio.

Crece el amor en medio de la guerra.

Primavera iraquí del año

2003, 1423 de la Hégira




Las noticias del aniquilamiento

… Paul Celan.

Con estos mismos labios,
las noticias del aniquilamiento,
las caricias del tiempo.

Bésame con los ojos abiertos,
con las manos abriéndose en el suelo,
oh canción de las ruinas de Cartago,
muchachas de New York o de Yakarta,
mártires de Palestina.

Donde todo se acaba y recomienza,
en un pozo sin fondo la mirada,
el brillo de tú frente sobre el suelo,
el sol encadenado a tú cintura.

Con estos mismos labios,
la canción del comienzo,
los signos de la entrega,
de la sangre y la voz transfigurada
de negra luz a sumisión sonora.

Ábreme con los signos del comienzo,
con el alfa y omega, Sulamita,
con la presencia de una sola llama
de amor, de labios, cantos y corona.

Llévame al infinito de tu mundo,
a la nada del hombre,
al Nombre del vacío que se llena
de sonido y de aroma,
como una mordedura de serpiente,
para acabar con todo lo que acaba.

Con estos mismos labios,
la nobleza en el aniquilamiento,
con esos mismos Nombres que no digo,
mártires de Palestina.

Son labios de cuchillo,
voces de donde viene el trueno,
de donde los corceles,
son las imágenes del terremoto
que habrá de destinarte.

Voz sinuosa a tientas de la nada,
recompones la turbación del lodo,
de arcilla fugitiva,
de la precariedad de la materia.

Oh rendición sonora,
concavidad de la mirada,
de la apertura a un mundo sin medida.

Da voz a la matriz que hay en tu sueño,
al mar que hay en tu llanto,
creadora de formas creadora
de un mundo que adorar como a una amada,
da voz al oído y oídos al tiempo,
un modo de nadar hacia el oriente,
de perpetuar los ritmos ancestrales
del día y de la noche.

Oh la alabanza, el bello bien que viene,
que activa la potencia.
Los mundos paralelos,
la vida entrecruzada de terror y de tedio,
de muertes y colores,
de fuego fatuo y majestad de madre,
de potencias sin nombre ni palabra.

Oh Sulamita, sed del paraíso,
esposa de los mártires y madre del instante,
donde la muerte se abre como flor.
Camino recto desde que te anhelo.
Desde que te adivino en la penumbra
de los más bellos Nombres
camino sin camino.

Oh Sulamita,
hermanas de Jerusalem o de Macondo,
mártires de Palestina,
las caricias del aniquilamiento,
la comunión de todo lo que muere.



Revelación de la planta

Al-lâh se revela, constantemente se revela,
y en esta rebelión está mi fuerza:
nada me sujeta.
Los mundos arden en la punta de una mano que es cien manos,
de una mano que surge de un brazo que es cien brazos,
de un cuerpo que es cien cuerpos,
que tiene cien raíces.
Todo es Nombre,
todo en mi cuerpo dice que Sus Nombres abren un espacio
en el hombre al que Al-lâh se ha revelado…

Se revela con Sus Nombres,
con Sus más bellos Nombres según dicen.
Se revela en el cuerpo,
la Majestad y el Creador,
el mundo y sus desvelos,
la Luz y Su Mensaje.

¡Creyentes! Él es El que existe,
se revela en la existencia de lo extenso.
Cuando Al-lâh, el Altísimo, Se revela,
el cuerpo es desplazado de si mismo,
aparentemente roto y fulminado,
pero esa percepción desaparece
y reaparece el cuerpo en si mismo,
ya no como cuerpo separado
sino extensión que fluye del recuerdo.

No existe nada fuera del origen.
El Yanna y el Yahannam son dos fulguraciones
de Su Nombre el Existente.
Si invocas a Al-lâh con éste Nombre,
debes saber que el fuego del hogar eres tu mismo,
que eres el recipiente de la rahma,
el cáliz de agua viva.
Si tu le llamas debes oír como responde,
como surge en ti mismo la voz que te responde.

Eres un cuerpo con todos sus derechos,
un cuerpo que lavar, al que dar de comer,
que quiere sexo, un cuerpo decisivo aquí y ahora,
cuerpo que te demanda un intenso cuidado,
reposo si reposas, respuestas si preguntas.
El Existente existe en virtud del cuerpo que se enraiza,
un cuerpo que recibe bendiciones,
aliento y sobrevuela espacios y moradas,
cruza por precipicios de deseo,
se entrega a un cuerpo-otro que es el mismo
cuerpo de luz que fluye en la materia.

La unión nos precede, pero no está detrás:
está delante y desdoblándose en ti mismo.
Tú eres el existente, el cuerpo que transita por la calle,
surgiendo de la noche de los tiempos.

Fulgor, teofanía, paciencia abierta al cuerpo del poema,
paciencia y calma cálida desciende
como un rumor de Nombre recibido,
con una paz de lluvia en la batalla.
La resistencia entonces no es un magma
de dudas que entorpecen el camino
sino lo que te fuerza hacia el camino
e impide tu derrota.
Es el camino recto, la rectitud del sol hasta la tierra,
de agua en su caída generosa.
Es el camino recto,
camino de energía que recorre
la columna vertebral de árbol y del hombre.

Eres el cuerpo, un cuerpo recibido,
una luz escondida y un tesoro que debe germinar en cuerpo,
dejar cruzar la salvia desde el vientre
al séptimo camino,
por la columna vertebral del tiempo
hasta la incandescencia de la apnea.
Eres la división en partes de la tierra,
eres el animal de todos los fulgores,
la planta que verdea, la piedra que se sabe indestructible.
Todos los reinos dan una medida
que debes habitar en el instante que verdea.

Nada más bajo que esto, nada más alto que esto.
El punto decisivo, el locus de amor
donde los malaikas te encuentran sereno
como la lluvia cuando brilla.

No tengo una noción declarada de los límites si amo,
no tengo una postración finita si Te amo,
no tengo sabor a muerte si repito
el Nombre de Al-lâh el Existente.
Todo es espacio acorde con lo que era,
con lo que fuiste siempre como un árbol
de hojas mojadas por la lluvia,
nacido en el instante de la entrega.
Eres el corazón del mundo si estás vivo,
en todos los caminos hallas el firmamento,
en todos los destinos un gesto te saluda,
te da la mano el pájaro en su nido,
se posa entre tus ramas una ardilla,
te da la mano el viento.
Te abrazan vendavales y estás solo,
interminablemente solo
pero dentro de un mundo que verdea.

Si las plantas resucitan,
si tu crees que las plantas resucitan
estás vivo como cuerpo que verdea,
siempre rejuveneces al toque de trompetas silenciosas.
Tú cuerpo es entonces como planta,
como mínimo gesto de vida sobre la roca permanente.
Tú no envejeces más que en apariencia.
Eres el animal de todos los presentes,
el animal domado por el Nombre de Al-lâh el Existente.

Nada me sujeta…
pero como planta estoy sujeto en el instante,
me enraizo en el instante.
Me debo a mis raíces,
al modo de quedarme parado en una esquina
contemplando las aceras,
los ríos suaves del firmamento,
contemplando las nubes como traen agua que me renace.
Como planta el reino se hace permanente,
la casa está adornada,
la voz se reconcilia con lo suave
de un despertar a tientas de otro reino.

¿Comprendes?
Tan solo como planta soy el que siempre resucita,
a cada momento rejuvenezco y venzo al cabizbajo que me ronda.
Debes creerme: soy el que florece.
Es el sometimiento del cuerpo al nuevo nacimiento,
a las luces y signos que inundan el camino.
Como los girasoles, tienes la semilla.



Llorar

Quien no llora estando solo no esta vivo, no tiene conciencia, no ha despertado en él el ansia de justicia, no ha hecho suyo el sufrimiento que las generaciones van acumulando, no ha sentido un anhelo tajante de infinito, ni el deseo de amar y ser amado, romperse en los demás, hasta el abismo, deseo de un amor ilimitado…

¿Cómo no llorar, caer de bruces, arder desesperado, transido de dolor y de impotencia, cuando el mundo se incendia de nuevo como un grito y una vez más el hombre camina dividido?

¿Cómo no transpirar este dolor sublime, dolor de las constelaciones familiares, dolor de tanto muerto y tanto vivo, dolor de estar parado ante el diluvio, dolor de muelas de este mundo fiero, dolor por el amor no consumado, dolor por el dolor que no sentimos, dolor por ese muerto que camina, se viste de persona y nos limita?

¿Cómo no estar quieto y herido ante la guerra, ante la profusión sin fin de simulacros, ante el terror transido de esperanza, ante la dormición de las conciencias, ante la carcajada de la historia, ante el sin fin de pérdidas de aliento, ante la contorsión del ritmo asesinado, ante el cerrar los ojos al destino, ante el falsario que nos ilumina, ante el diván desamparado, ante el contrato roto?




Hay que llorar, dejar de analizar, dejar de pensar, de escribir, de torturar palabras, dejar de perseguir una quimera, dejar de acumular informaciones, hay que dejar que el todo nos conmueva, que se derrame sobre nuestro ego como una guillotina.

Llorar, gritar, estar de luto, morder y acariciar, vivir en la conciencia del fracaso.

Llorar por el planeta, por los frutos perdidos, por las aniquilaciones cotidianas, por la renuncia y por la pérdida de tantas emociones.

Llorar por aquel que no tiene quien le llore, por las cifras atroces de la guerra, por el hambre y los números sin nombre, cuerpos negados por un mundo ciego, un sistema cruel como una máscara, la burocratización de las conciencias, la manipulación de las miradas.





Llorar por aquel que no sabe llorar, sus lágrimas secadas son las mías, brotando en la unidad que nos conmueve.

Llorar por nosotros, por nuestra miseria de criaturas, por nuestra lenta muerte en la indigencia moral de quien se cree a salvo, llorar como un anacoreta que llora al infinito.

Como aceptación de la derrota, reconocimiento de nuestra impotencia, de nuestra nada esencial, de nuestra poca cosa, de nuestra nadería, de nuestra insuficiencia, de nuestra mala sangre, de nuestras falsedades, de nuestras proyecciones, de nuestra existencia, de nuestras engreídas construcciones.

Llorar como un amigo, como enemigo de toda enemistad, como amigo de nuestros enemigos, llorar por los crueles y los fieros, por los sicarios y sus hijos, por los próceres de la patria y sus chacales, por los torturadores y sus madres, por los negadores de la vida, por los depredadores del planeta.





Llorar como un amante, como un enamorado, como una marioneta en manos de una fuerza ilimitada, en manos del secreto que genera tanto dolor y tanta suerte ciega, tanto terror y tanto amor difuso, tanta ilusión y tanta despedida, tanta tensión y tanta primavera.

Ciego llorar del mundo acribillado, palabras de la nada que nos mueve, del mal que nos conmueve, del sol que nos tortura, del labio que nos sangra, del pecho que han cerrado las emociones imposibles, los dolores sin sentido, sin fe ni fundamento, sin rostro ni poema, sin manos ni caricias, sin alma ni paciencia.

Y los niños al sol se tuestan de pereza, se abren al tiempo como cataratas, andan con prisas hacia la alegría, se desbordan y visten despacito, caen del cielo como una promesa.





Reclaman de nosotros un poema, una caricia cotidiana, una atención precisa, una mano tendida, una palabra suave.

Reclaman de nosotros nuestro cielo, nuestro llanto de luz como una mano tendida al infinito de su vida.

Reclaman de nosotros una risa, para seguir mirando al horizonte, para seguir cantando los cantos de la tribu, para seguir danzando las danzas de la tribu, para seguir el hilo del recuerdo, el manto del recuerdo como abrigo.

No hay tiempo ya para este llanto viejo, para esta lágrima de luto, no hay tiempo para estar empecinado en tanta podredumbre y tanto duelo, en tanta muerte y tanto despilfarro, en tanta destrucción y tanto miedo.





Hay que girar los ojos hacia el niño, hacia la profusión de los instantes como un clamor divino, llamando a construir y a dar la mano, llamando a galopar a lomos de una estrella, llamando a conciliar la muerte con la vida.

Hay que ver como el ángel nos acuna, dirigir la mirada hacia la madre, ser la madre y abrirse a lo divino, parir la vida que dará más vida, parir de la conciencia como amada, como amante feroz de tanta y tanta vida, de tanto y tanto sueño, de tanto amor y tanta bienvenida.

Hay que plantar un árbol, regarlo con las lágrimas del sueño, regarlo con el agua destilada, con el dolor purificado, con la pasión atemperada, con la garganta limpia y la mirada recóndita en la vida que nace de la muerte.





Oh luz solar que anega cuanto duele, luz cenital desciende a nuestra nada, al fango de este día doloroso.

El llanto se hace fuego, se transforma en silencio luminoso, sigue manando pero no es visible, se ha transformado en llanto a lo divino, por nuestra frialdad y lejanía, por nuestra negligencia ante lo eterno, ante lo más hermoso y más logrado.

Arder en la nostalgia de otra vida, arder en el recuerdo del origen común de todo lo creado, de la Fuente de todo lo visible, de la misericordia creadora, capaz de hacer surgir el mundo en este instante, de abrir y renovar y sosegar, de unificar la muerte con la vida, de superar todo antagonismo, de colmar este tiempo con Su abrazo.





La compasión que une y nos acuna.

Un bálsamo de vida,
las lágrimas de amor que el cielo envía.

Manto de luz bordado de silencio.








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