Juan Carlos Acevedo Ramos
Manizales Colombia 1973. Poeta, ensayista y periodista cultural. Director de la revista literaria Juegos Florales del Centro de Escritores de Manizales Colaborador permanente del dominical Papel Salmón del diario La Patria en Manizales y del periódico Quehacer Cultural. Administra el blog literario Santos Oficios.
Sus poemas hacen parte de Antologías de Poesía Contemporánea publicadas en México, Uruguay. Chile, Argentina y Colombia Ha publicado Palabras en el purgatorio (1999) Palabras de la Tribu (2001) Los Amigos Arden en las Manos (2010), Noticias del tercer Mundo (2011) y Correo de la Noche (2013)
Ha obtenido los Premios Nacionales de Poesía “Descanse en Paz la Guerra” Casa de Poesía Silva y el VI Premio de Poesía Carlos Héctor Trejos.
HOY MIS MUERTOS
MUEREN DE SED JUNTO A LA FUENTE
Quería una orden de zafiros azules
y me han dado el insomnio.
Charles Baudelaire
I
Afuera nadie imagina
la lluvia en mi corazón
ni el verano en los ojos de los niños.
Salgo a caminar.
No hay campo de trigo.
Es la ciudad donde paso mis días.
Calles, esquinas sin luz, parques,
nadie me conoce.
En la ciudad
aunque arda mi sombra en medio del asfalto
o el sol entibie mis huesos,
o un caballo viejo se pudra cerca a Palacio
y humeantes antorchas invoquen fantasmas
o el poeta Villon escriba por ejemplo:
estoy muriendo de sed junto a la fuente
¿a quién puede interesarle?
Sin embargo,
los amantes sueñan con madrugadas limpias,
con un poco de miel para endulzar sus fríos labios
y una puerta por donde salga el silbido ruin de los reproches
¿quién puede responder por la vejez y la pasión?
¿hay algún significado entre vivir intensamente y acumular otoños?
Ya ven
limpio las palabras,
las mudas palabras de mis muertos,
las abiertas vocales de sus nombres,
los inútiles vocablos de sus reinos.
¿Dónde Señor se oculta el himno, el salmo, el poema?
II
Hoy no tengo mujer para mi casa,
los amigos en el bar se disolvieron,
regreso sólo a los cuartos de hotel
donde siempre es jueves.
Reúno los miedos y las llamadas perdidas
para no olvidar cual es mi nombre
o el camino de regreso.
Colecciono relojes, tiquetes de aviones, de trenes, de buses
y en las noches frías pregunto a mis fantasmas
¿dónde se oculta la mano, el hombro amigo, la cabeza frágil?
¿quién roba del último amanecer?
¿en qué lugar de la noche es más dulce el amor?
¿cuándo partió el cansado labriego?
¿a qué hora el abandono se hizo hábito?
¿dónde se guarda el beso, el llanto, la ausencia?
III
El humo negro de las fábricas
llena de hollín las bibliotecas
y la guerra arrastra hijos, madres, tontos.
Alguno de mis muertos creyó en el amor
y escribió unos versos para Gloria,
otro hizo de la sabiduría su refugio
y nunca más salió de su casa.
Uno más abrió las puertas de la vereda
para que conociéramos el mundo,
ella en cambio jugó a las paradojas dijo:
la poesía ayuda a vivir
horas más tarde llenó nuestros días de suicidio
y el más alto de todos escribió una oración a la amistad
para ahuyentar los lobos que caminan en Palacio
… y eso ¿a quién puede cambiarle la vida?
IV
Es la ciudad
no hay campo de trigo.
Recorro las avenidas,
bebo ron en las tabernas
donde siempre huele a mujer.
Regreso a casa silbando una canción de Charlie Parker,
no hay nadie a mi regreso.
El vacío de la cama
me hace repetir unos versos de Cortázar
a qué viene la noche sino buscando pájaros.
Es la media noche
y tengo la esperanza de una amante
que venga a entibiar mis huesos.
La espero en silencio,
una lluvia infinita se empeña en ahuyentarla.
V
Me arropa la penumbra.
Antes jugaba a las cartas hasta el amanecer
y podía apostar mi alma.
Eran otros tiempos y ella triste regresaba.
A medio dormir el ruido de tacones en el corredor
anunciaba su presencia.
Frágil e ingenuo sentía miedo
y lo ocultaba entre las manos.
¿A quién puedo preguntar
por la mujer que acaricia su sexo en medio de la guerra?
quién puede decirme
¿a qué abismos arroja sus besos?
¿cuál es el santo y seña para abrir su vientre?
¿por qué su ausencia es fuego?
VI
Esa mujer dormía junto a mí
sin importar si era en descampado
o en un mugroso cuarto de hostal.
Se tendía entre mis brazos,
su desnudez calentaba madrugadas.
Infinita
tenía la facultad de diluirse entre las sábanas.
Pero ahora hay abandono y odio.
El abandono no trae recompensa
y el odio es un fantasma que espanta a los limpios.
VII
Juego a malgastar el tiempo
con las volutas del cigarro,
las horas se hacen plomo,
una sirena anuncia la sangre,
tal vez, un huérfano anuncie lágrimas.
Todavía la luz no rompe la noche
y el frío se niega a retirarse.
Tras las paredes de la casa está la ciudad
hay gritos y silbidos,
autos veloces y borrachos.
Sigo esperando
la sombra de esa mujer,
la mano del amigo,
el último trago
para brindar por mis muertos
a quienes asalto con preguntas
¿dónde quedó la infancia, sus colores, sus juguetes, sus risas?
¿dónde la abuela y su demencia?
¿a qué ciudad se fueron a vivir los años?
¿en qué estación perdí la fe?.
VIII
Desesperado
vuelvo a las palabras
evoco a Baudelaire cuando me dice:
han venido a espolear mi corazón dormido.
Y el mío, acaso cereza en otro tiempo,
quiere volver sobre los puertos,
embriagarse en el burdel ruin de las pasiones.
¿Dónde Señor se oculta el himno, el salmo, el poema?
Recuerdan
soy quien limpia las palabras,
las mudas palabras de mis muertos,
las abiertas vocales de sus nombres,
los inútiles vocablos de sus reinos.
Y eso
¿a quién puede llenar de esperanza?
IX
La luz se filtrará como agujas en mis ojos
y romperá la noche.
Alguien me escucha.
Alguien puede decirme
¿quién es este hombre que se asoma en el espejo?
X
La mañana cobra vida frente a la ventana.
Con los ojos remendados
me duermo pensando
afuera nadie imagina
la lluvia en mi corazón
ni el verano en los ojos de los niños
ni el aleteo de los pájaros que refresca la noche.
Los amigos arden en las manos
Los amigos de otros
viven en barrios con jardines, juegan billar, beben cerveza,
viajan con putas entre sus piernas y la borrachera,
huelen a Calvin Klein y fuman Marlboro.
En sus cocinas hay suficiente leche
y en las mañanas no harán falta naranjas
(hermosos soles en la nevera) para la resaca.
Los amigos de otros,
desean el perro que ladra en sus terrazas
y el domingo viajan a sus fincas
con la máscara recién lavada
para ver transcurrir la vida entre la piscina
y el recuerdo de la niña que rompieron el viernes anterior.
Mis amigos en cambio,
viajan en la cola de una sirena entre arrabales y la Vía Láctea,
llevan impregnado el olor a cigarrillos baratos,
a café en la plaza de Bolívar
y nunca tienen una moneda para el teléfono público.
En sus casas una madre, inclinada en la cocina,
hace de una vela y una cruz su propio altar
donde eleva oraciones por nosotros.
Ellos tienen un yo le presto,
yo le gasto,
yo lo invito,
porque el dinero es agua en sus bolsillos.
Mis amigos creen que no lo sé,
pero cada amanecer recogen mis fragmentos de sueños, llanto y poesía…
y me arman antes que pueda decirles gracias.
Salmo para después de la guerra
Tal vez la poesía, […]
puede ser la prueba irrefutable,
o cabeza de un prontuario definitivo
de que Dios existió alguna vez.
Héctor Rojas Herazo
Señor,
ahora somos frágiles…
los años de la derrota (aunque hayan quedado en el olvido)
habitan entre nosotros. Por eso hoy el poema es bálsamo
Señor de los remendados,
ya no podemos elevar oraciones:
conjuros para ahuyentar enemigos y pestes,
tal vez un Poema que sirva de diálogo
para diluir tantos miedos acunados en viejas plegarias.
Señor,
como tus llagas,
las nuestras son huellas de fe en medio de la ola de siniestros.
También hemos caído y nos hemos levantado
para espantar los pájaros de la angustia
que anidan en nuestras lágrimas.
Señor de los fragmentados,
redime con tu sabia mudez a tus hombres y mujeres,
herederos ambos del miedo,
para que la fragilidad se desvanezca y
retornen a nuestra voz y nuestros sueños
y nuestras casas las Bienaventuranzas.
Así sea.
Oración en los trigales
Como adentrarse en un desierto de harina para luego saciar la sed bajo la leche blanca de una cabra, este anciano hunde sus manos sobre la masa blanda. Su oficio lo realiza desde el altar de los trigales, bendice el amanecer y eleva oraciones antes de que la luz del sol acaricie el campo de centeno.
En su taller crecen los sueños de las gentes simples y por unas monedas borran amargas horas de sus rostros.
Señor de los Molinos, tú que ahuyentas el hambre de nuestros hogares con el más sencillo de los alimentos y nada pides a cambio, bendigo tu oficio de hacedor de esperanzas, bendigo tu taller blanco, despensa para el hambre del tercer mundo, y escribo esta oración para tus días sin descanso.
Voces de Geppetto
Llevas por memoria un bosque entre las manos. Con los ojos cerrados dices: cedro rojo, negro chanul o pino amarillo; basta que tus dedos se posen sobre la madera para nombrarla.
No conoces, no puedes conocer otro lenguaje sino el silente idioma de los árboles donde las raíces son historias sin escribir y las hojas plegarias de aves que cantan en mayo.
Entre el guayacán y el ébano realizas la más humilde de las tareas: convertir la madera en utensilio.
Cada uno leva en las manos su destino y tú amigo heredaste de Geppetto y de José la tarea de tallar la Copa de la Alianza.
Tú, que das forma al candelabro medieval, a la silla celta o a la mesa francesa no olvidas guardar leña para los fogones del tercer mundo.
Hoy escribo para ti Nelson, para tu oficio de carpintero con el cual llenas los rincones de nuestra soledad a cambio del pan de cada día.
Cada uno lleva en las manos su destino, ahora lo sabemos, ahora cuando la memoria nos olvida como a una vieja melodía que en la distancia toca un violinista bajo el viento de enero.
Monólogo del cartero
Perderse, en cambio, en una ciudad
como quien se pierde en el bosque,
requiere aprendizaje.
Los rótulos de las calles
deben entonces hablar al que está errado.
Calvino
El siglo se abre igual a una carta. Cada ruido almacenado en mis manos me hace saberme vivo. No es fácil guardar un siglo que llegó en el correo del medio día con ojos de niño hambriento.
He aprendido del amor a través de los ojos de las muchachas de enero, también aprendí el desamor en sobres que abren el llanto como exclusas. Sé de misivas escritas en la trinchera.
El correo de la noche me despierta y salgo a recorrer las avenidas, las placas en esquinas oxidadas son mi faro. Cargo sobre mis hombros los secretos del hombre y fumo en silencio, nadie me acompaña.
Conozco de soledades e inviernos por eso guardo el siglo en los bolsillos como quien lleva un pez en cada lágrima.
Pájaros del suburbio
Para Dorian Hoyos Parra
Lectora de esquinas y libros
Es madrugada en las alas de abril. Los niños insomnes van a la escuela. Un leve olor a chocolate se mezcla con el olor a colonia barata en que son bañados por sus madres.
Los niños del suburbio limpios algunos, sucios de sueño y hambre otros ascienden calles para ir a clases sin más riqueza que el negro de sus zapatos y el blanco de sus camisas.
Dulces pájaros del suburbio, van rumbo a las aulas silbando esperanzas.
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