lunes, 22 de diciembre de 2014

CECILIA ROMERO MESSEIN [14.276] Poeta de Argentina


María Cecilia Romero Messein

María Cecilia Romero nació en Buenos Aires el 3 de noviembre de 1984. Cursó sus estudios primarios y secundarios en Río Cuarto. Luego se trasladó a Córdoba, donde estudió Letras Modernas y reside actualmente. También publicó Antiguo silencio, su primer libro de poesía, fue editado por Cartografías (Río Cuarto, 2006), En 2010 publicó: Detalles de las moscas sobre el alambre,  Cipres Ediciones, Córdoba.





Huesos con adornos

arrastro hasta el centro de la mesa mi bolsa con huesos

todo sucede como descansar en la antesala de un hospital
los cuento con esmero
les pego algo

plumas
lentejuelas
brillantina
hilos de seda
burbjujas
los pongo en la computadora y pienso en fruity loops con micrófono

pero ellos se mueven despacio hasta el escritorio
se acomodan en un rincón sobre unas boletas viejas
y esperan a que crezca la menta



….



nenitas malas
se juntan a tomar el té en el extremo de mis dedos
presumen sus zapatos de charol.

Todas buscan una forma de nombrar.



….



Los delirios del Mariscal

   A Crucis

 No tiene que doler salirme del cartón. No tiene que doler que se lleven los restos para vestir un muerto que duerme sobre mi nombre. Me dejo aludir como fantasmas. Inurbanidad. Destellitos de piel sobre esta parte de existir antigua, de saberme insecto sobre el rótulo familiar como margaritas de hule. Un niño pequeño duerme en el lugar que me asignaron en el trabajo. Nadie cobra mi sueldo ni firma mi inasistencia. Repito en bemoles los delirios del Mariscal.








Cacería

te cazo, te cazo
la loba se come al carnero
le mastica los cuernos
manchados de sangre

te cazo, te cazo
la esposa
se come las flores de la torta
le caen pedazos de crema
por los lados

te cazo, te cazo
la abuela se come la culpa
la angustia
come lo que acerca a su piel oscura

mis manos de mierda
cazan
las flores
la torta
la crema
me siento en la silla
a esperar al carnero
lo cazo lo espanto:
sus cuernos manchados
son mi condición







Lobos persiguen mi carne
la gata se detiene a mirar
el festín que otros hacen
mastican carne roja
chorrea y se convidan

la gata
se aleja despacio y cruza el festín
sin dolor
sin condescendencia
clava sus ojos en mí
a su alrededor todo,
inclusive su cuerpo,
deja de existir.






Sólo me quedan algunas hojas
el resto se fue por el desagüe.
Mi vida literaria se volvió monótona
cuando escuché caer la lluvia a la tarde
humedeciendo hasta los intersticios más pequeños entre las baldosas
¿Por qué el poema podría leerse
o, lo que es igual, escribirse?
el paisaje que lo rodea es siempre el mismo:
las calles de tierra vacías
los patios de las casas
el campanario seco de la iglesia
la ruta entre los campos de otros.
No dice más que sobre esta soledad merecida
sobre una angustia absurda
Cayó piedra y sólo raspó el cuerpo de un cactus sin espinas
cayó piedra blanca sobre la bici, sobre la parrilla, sobre la terraza.
Ese es otro paisaje del poema,
un paisaje blanco y duro
como la piedra que lamo para gastar mis días.
Esa piedra es otro poema
un extremo duro e irascible de la palabra
un poema corto y terrible.
El taxi cruza la cuidad bajo la lluvia.
La lluvia cruza el poema bajo el paisaje.
Abajo no hay nada,
sólo uno cuando era niño y no creía.
El poema se va con el río sucio de Río Cuarto
entre unas bolsas, pañales y botellas de plástico
llega hasta los asudes.

No quise decir el poema, perdón, quise decir mi vida.







Paseo

voy al gallinero
cruzo la parte larga del patio
el guadal
a un costado
una heladera abandonada
es la máquina del tiempo
para los niños que juegan cerca,
incluso para mí
la heladera abandonada
es un monstruo hermoso
también la balanza oxidada de dos platos
que llenamos de naranjas podridas
hay cosas como esas en los patios de este pueblo
cosas que en la infancia
cobran una importancia especial

voy al gallinero
cruzo la parte larga del patio
el guadal
a un costado
una zanja angosta
una azada apoyada en la pared del lavadero
que a veces usamos para ayudarnos a caminar
imitando algo que nunca vimos
la azada rompe los terrones
la gramilla se abre a los lados
como las alas dóciles de un animal muerto

voy al gallinero
cruzo la parte larga del patio
el guadal
creo que los huevos van a estar tibios
pero no
están fríos y suaves
las gallinas inclinan repetitivas las crestas
picando el suelo de tierra
algunas plumas cortas y felpudas
dan vueltas en diferentes momentos
las mueve una brisa
que yo no siento
me asomo al final del patio
un alambre separa el terreno
y allá, más lejos, veo a unos varones
uno tiene una remera blanca y se ríe
otro trepa a un árbol y no mira
vuelvo a tocar los huevos
siguen fríos y suaves
las gallinas me parecen tontas ahora que las veo
pero apenas puedo espantarlas
un miedo ancestral me distancia
se alteran un poco y agitan la tierra
sube el guadal
me pican los ojos
les tiro una piedra o una patada, no sé,
meto los huevos en un bowl de plástico
que es hondo
también está frío
pero los huevos más
los pongo despacio para que no se rompan
esquivo a las gallinas
que repiten su movimiento de cresta al suelo
abro la puerta de tejido que rodea el corral y salgo

cruzo otra vez la parte larga del patio
el guadal
el día está caliente y seco
la heladera la balanza la azada las naranjas podridas
cruzo todo
y no hablo porque no hay con quien
pero ahora escribo
que todo eso que cruzo
todo lo que mantiene oscilando
las sensaciones calientes
no es más que el patio de una casa de pueblo
un terreno vasto que habita en la memoria
algo extenso
que es sagrado
porque lo cubre la estrella de la siesta
y abunda en la palabra.







Monasterio roto

el demonio que se me presenta
tiene los maxilares bajos
las uñas con que raspa
iluminan mis heridas
la sangre es una canción ausente

el demonio que se me presenta
es afín al cristianismo
ha aprendido todas sus mañas
y lima el hueso
con que adoctrina a los súbditos

los jóvenes vírgenes le chupan los cuernos
los sacerdotes mundanos le adornan el altar
los monjes recluidos llenan su copa más negra

el demonio que se me aparece
cruza el espanto de la noche tan urbana
se caga en los mendigos
y despierta a los alumnos
se toma de un sorbo
toda la mugre
que en la esquina ha dejado la tormenta

estoy en un monasterio roto
que por todos los bordes
hace sonar campanas anunciando la muerte
el demonio de un salto se cuelga en ellas
balancea el cuerpo en los aires pútridos de la ciudad
va de campana en campana
lustrando el rostro de la decencia.

una condena
y entramos todos en un vaso
nos sentamos a la mesa y discutimos
nuestros antepasados hicieron de la fe
un cadáver bien adobado
una identidad
el legado que abrasa

una condena
y entramos todos en un vasto terreno de demencia
una torre alta nos convoca
y llegamos a un dios
que nos indica con quién debiéramos acostarnos:
el sexo nada tiene que ver con el amor
                                      ni con la soledad
                                     ni con el estereotipo
no somos tan distintos
nos gusta olernos
darnos caza
expulsar a nuestros hijos

hoy prefiero parir mi poema con rabia
desafiar a los demonios que se me han posado
¡si pudiera verles las caras
y arrancarles las túnicas!
recordaría este pacto con vehemencia
esta ofensa sobre la espiritualidad de los viejos
bien podría, lector, escribir con pluma fina
pero mi condena carecería de verdad
coronaría un falso éxito del que ya no soy parte

fallo en mis actos con escándalo
no completo lo que empiezo
me dejo estar en este ciclo de fracasos
pero acontezco y eso vale
qué sería de mí
sin este dios perverso indicándome el camino
como a una yegua lastimada que arrastra su deseo
como a un monstruo desconcertado en una fe de tinieblas

tengo un dios, eso sí,
para cada una de las muertes que me visten
y para cada feriado religioso
una herejía merecida que limpia mis pies de estos parásitos
detesto a los prospectos pero me encanta leerlos
me encanta lo que viene dado, así
y que liga
pero no puedo con mi dios
él ha ganado ya todas las batallas mientras yo me distraía
tiro mi piedra
y con fuerza
salvo mi cuaderno
ya no tengo fe
de todas las fes que tenía ya no tengo ninguna





Dios es un mendigo chiquito

dios es un mendigo chiquito hurgándose los pies
escupiéndome saliva con comida cuando habla

ellas cayeron también       
escuchan el filo de los dientes encerrado en la cabeza.
duelen más que dos idiotas 
clavándose alfileres en los ojos para ver líneas
para verlas enemigas criticando o planeando con astucia
estrategias corruptas sobre lo sexual,
sentadas en la parte más sucia de la noche de invierno.

Espero también el cupón que me permita destruirlo todo

desgarrar incólume la piel,   
la humillación del hombre que se acerca
matarlo de a poquito,
esperarlo en la esquina de su fracaso
desarmarle los anillos que lo sostienen para llegar hasta mi.

No existe la piedad fuera de uno misma.
No existe ser buenita mirándolo al dios-madre 
que nos abandona cada vez
no existe llorar como una niña chiquita 
ante los vestigios de su nombre.

Reclamo mi cupón para destruirlo todo,
para llenarme de esqueletitos las manos  

Crecen para adentro                           
de la nuca
de los ojos
de la pollera
de la nariz

Crecen para adentro
los racimos
de estar solos.

de Detalles de las moscas sobre el alambre,  Cipres Ediciones, Córdoba, 2010.






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