José René Rigal
(Baracoa, Cuba, 1953) Profesor y Economista. Es miembro del Taller Literario “Pablo de la Torriente Brao” patrocinado por el escritor cubano Rafael Vilches Proenza. Ganó el concurso provincial de Talleres Literarios en el género de poesía con el poema “Remembranzas del Exilio”, obra que da título a un poemario que fue publicado bajo el título La profundidad del tiempo (Editorial El barco ebrio, España, 2013). Poemas suyos han sido publicados en revistas de la isla y el exilio.
Palabras necesarias
A Lina, ahora que me duelo.
Mis palabras no podrán ser puentes para salvar atajos
ni camino impar después de tantas huellas de pureza.
Mis palabras son desprendimiento de astros,
nueva canción que rompe el espejismo de la noche.
En mis palabras no hay señales de otro reino
ni brumas que entorpezcan el ritual a dueños del espacio.
Mis palabras están llenas de una tierra
que respira aguas hacia todas partes,
caminan y se hunden en un cuerpo sin vida que las tiñe de violeta.
Mis palabras son todo lo que fueras tú, y el verso entre dos mundos,
mitad de ti, mitad de mí, como nombrar la luz desde un barco
que se pierde en el naufragio.
Palabras no de fondo que denoten estrechez del alma,
tristeza no de manos,
paciencia comulgada con las tibias floraciones del entorno.
Estos días las palabras avanzan más rápido que de costumbre
para llegar al pan necesario, a las tantas formas de lo necesario.
Paso de hombre hacia la intemperie, aunque nada denote,
solo voces dolientes,
palabras para gritar rabia encadenada.
El llamado del agua
He aquí el llamado del agua desenterrando la memoria.
Agua que se rompe bajo la densa bruma de la noche.
Lluvia que golpea sin espacio en manos sumergidas.
Aun no sé cómo las manos no mancharon el agua debajo de la noche.
Cada noche era una nueva madrugada,
cada madrugada otro día salpicado de gris.
Por la estepa del agua viajaban las horas cansadas de la misma cobija.
Una ola llegaba sucediendo a otra ola con el mismo desenfreno.
El trigo azul se mecía en el viento que bajaba por las faldas de las lomas.
En la planicie la noche destilaba murmullos de silencio.
Era una noche inmensa con las piernas abiertas pariendo madrugadas.
Todo era noche, todo silencio, todo madrugada.
Solo había un pedazo de cielo
salpicado por el brillo de unos ojos
desenterrando la memoria.
Exilio
Hay miradas que se rompen
como beso que duele
cuando el hombre se hace frágil
límite profundo,
cuerpo que huye
imágenes que horadan,
golpe seco sobre labios enfermos.
Elegía del Pescador
Era una noche larga, oscura y aciaga como tantas.
La espera demandaba paciencia desacostumbrada.
El hogar, el vacío, la ausencia de pan.
El tiempo como un látigo batiendo sobre el tronco del naranjo.
Tendido bocarriba pensaba en el Cielo para aliviar mi soledad.
Pensaba en lo difícil que es la tarea de ser pobre.
Pensaba en la nada, cuando la nada también desaparece.
Pensaba en el brillo de los ojos,
en los párpados inertes,
en la voz del anchuroso azul.
Pensaba en el día negado después de tanto abandono de luz.
No pensaba en el sueño porque el sueño también llega subrepticiamente.
Ya estaba alta la noche cuando salió.
Sentí un terror paralizante.
Fue un sonido amargo, crujiente,
como cuando duele,
cuando duele de verdad,
no en carne inanimada o en un trozo ahuecado de madera.
Pero dolió, quizás por el tiempo, las razones, las circunstancias.
Pero dolió como duele bajo un cielo donde nunca llueven las estrellas.
Luego el viento moliendo el silencio de las aguas,
perdiéndose en el camino de la noche,
y las sombras, solamente oyendo el eco de las sombras.
Luego la envoltura de la noche cubriéndome la tierra,
una tierra sin pausas, dura como el pan que horneaban mis manos.
Un dolor agudo de maderas labrando las costillas
y el abrir de unos ojos hacia la noche inmensa,
donde las sombras se parecen a un encierro
y la oscuridad nos corta los caminos.
El muro
Yo que habito todas las sombras
tengo mil noches para suplir mi oscuridad.
Llevamos la miseria dentro,
nos consume su camino hacia la Nada.
El mundo baja despacio, odio que alimenta mi muerte.
Mi hijo aún no ha visto el mar, ignora el color de las gaviotas.
Lluvia que envuelve la ciudad sin otro resplandor que la tristeza,
mancha que nunca pasa, una palabra es la que tengo:
pagar bien caro el permiso de estar vivos.
Silencio tiene cuerpo: un amasijo donde beberse las palabras.
Delfines amaestrados, la inevitable circuncisión,
y entonces quedamos apagados
como quien pone un muro en los límites del cielo.
Abandonaré el dolor en el próximo abrigo,
en algún sitio indefinido,
en el instante más frágil del tiempo.
Llegará el cristal de las anunciaciones
cuando los arboles ocupen su sitio
y la ruta blanca alcance al cuervo
que castiga nuestros ojos.
Remembranzas del exilio
Bajo otro cielo, en otra tierra lloro,
donde la niebla abrúmame importuna.
¡Sal rompiéndola, Sol; que yo te imploro!
Tula
Noche de infortunios, ha de amanecer libre la silueta de lluvia.
Un relámpago de viento ilumine la libertad de un rayo.
Caballos pasten la mar, una ola de orina invada la ciudad.
Los cadáveres entierren a sus muertos,
un vendaval de miserias despierte el horizonte.
Legado de naipes. Cortinas de hierro.
Verde pastizal donde las alondras no pueden cantar.
Tomeguines confinados. El cielo es odio.
Paredes embadurnadas. Quimeras.
Estoy naciendo, cada día regala su pedazo de luz.
Busco en cada recoveco de mi encierro,
un diapasón de ilusiones que converjan al margen,
y mi espejo de luz pueda salvarla.
Soy pastor de la brizna de los caballos
donde al gato montes hace ulular como metáforas las palmas.
En harapos sentada, una nube de piojos pasa el puente.
Me acuesto en el camino, arriba juegan las estrellas,
abajo ladran los perros, los gallos anuncian la madrugada,
un borracho pasa, canta su yo a la desmemoria.
Este amanecer el mismo es, al atardecer vuelven los gorriones,
en cada estación suelen florecer los mismos gandules.
Disiento y arqueo la rutina.
Envuelvo en esparadrapos mis dedos rotos.
El vaivén de mi barca no causa mareos, es solo delirio cargado de pan,
piel curtida de salitre y sol, recuerdo de un tiempo de mi barca y yo.
Árboles sin flores, otoño es.
Venga la lluvia a espolearme el alma, un alud de esperanzas llueva la tierra.
Pescan las flores de madrugada,
en el lirio pubis llevan el velo.
Verdades a la sombra, pasan estatuas.
El corcel de plata no mea la calle,
casas adosadas con alumbre y miel.
Los albañales vuelven por sus fueros,
montañas de heces alumbran la ciudad.
Una sonrisa luenga destila el aliento de mil voces,
un espectro diluye el plomo en espiral maquinaciones,
gorjeos que pasan al zumbar de los recuerdos.
Este amanecer de luna llena ronda la brisa
una mañana cargada de vaivenes,
brillan alas de gaviotas que suspiran pan.
Las olas estallan en el necio trepidar.
Turba mugrienta disputa su pedazo de suelo.
Sigo en pie por latido o por costumbre,
porque para morir nunca es tarde.
Un espasmo desmonta mi almohada taciturna.
La vida terrenal es mutis de dolor a la bondad del polvo,
otro Espejo levante vuelo en el andar del Cauto.
Asimetría
Cuando se desdoblan los pliegues del sendero
y largas filas compran la vida al precio de la espera,
prefiero estar equivocado,
si vierto mis razones en lugar de las Segovias.
He visto las calles cagadas,
la hora de los muertos,
la mañana imberbe,
las flores extasiadas,
cadáveres insepultos,
los perros indiferentes,
los años inútiles,
labrados de miseria,
el futuro ciego, la sonrisa inerte,
las sombras que matan,
el mar sin horizontes,
la lluvia envenenada,
el aire saturado de indolencias.
He visto anaqueles despoblados de luz,
ojos de parto ausentes de morir,
caballos premiados con freno y cabestro,
mares de orina trasquiladas de dolor,
huérfana la voz, seducida la transparencia
de una niebla con pétalos de rosas.
Un torbellino de fuego
arranque hálitos de luz a la esperanza.
Es la hora novena,
razón verde para desenterrar difuntos.
Flor y pan, réplica irreverente
Fresco en mi memoria graznido de voces petulantes.
Réquiem, doctrina que retiñe, luz de cánticos.
Sueños que adormecen virtudes de morir.
Aves de azul a no volver.
Siento olor a mi suelo en el lastre de mis pasos.
Las palomas de mi encierro hacen filas de pan al firmamento.
El ayer es hoy, orden los recuerdos.
Rostros en la almohada, desentraño un mirar
entre cañas y palmeras.
crepitar de unas manos aferradas a su aliento.
Endecha el árbol, tímido consuelo,
su interior es piel curtida de acero y sol.
No tenerte más, declamo transparencias.
Nubes de acicates.
Venzo distancias dormidas.
Olor pueril del grano al suelo,
flor y pan dibujan sinfonías de colores.
Sueños rotos, aroma insomne de mujer.
Impuro aspaviento de coces y lisonjas.
Déjame morirme solo
si mi muerte destila un verso quieto
cargado en manos del dolor.
Presume la inocencia rictus de labios, palabras asonantes.
Plomo y humo en crisol de tiempo discordante.
En bambalina sepulto mis penas
para no acordarme del eco de tu voz mestiza
mezclada entre mamparas de selvas y praderas.
Tiempos de volar
Que cada día incluya el ilusorio
orbe profundo que urden los reflejos.
Borges
Vuelan canciones del estío,
vengan libres de ajenjo al tímpano insolente,
rieguen de humedales labrados de paz.
Tañen de aliento el repicar añejo,
la nostalgia se viste de seda en tiempos de volar.
Dejo suspenso en estadía la mañana,
calco de azul el cielo almidonado,
las nubes obedecen mis reclamos de andar.
Un ave transparente me regala un trozo de silencio.
Hago camuflaje entre las flores.
Estos días difuntos truenan de parto domadores de sombras.
Se abre una puerta al Universo, pasan mortales.
Otra vez el vino amargo me ofrece un instante de luz.
Un niño en su risa me acaricia libre,
me escurro de largo en la puerta del dolor,
echo al vacío mis penas del camino.
Ascuas de pasión el brote de una rama herida.
Reniego de impaciencia el torpe parlotear
del eco que adereza bondades descosidas.
Tamborileo el ritmo cadente de mis versos
en tiempo de volar.
Fresco en mi memoria graznido de voces petulantes.
Réquiem, doctrina que retiñe, luz de cánticos.
Sueños que adormecen virtudes de morir. Aves de azul a no volver.
Siento olor a mi suelo en el lastre de sus pasos.
Las palomas de mi encierro hacen filas de pan al firmamento.
El ayer es hoy, orden los recuerdos.
Rostros en la almohada,
desentraño un mirar entre cañas y palmeras.
Crepitar de unas manos aferradas a su aliento.
Endecha el árbol, tímido consuelo,
su interior es piel curtida de acero y sol.
No tenerte más, declamo transparencias.
Olor pueril del grano al suelo,
flor y pan dibujan sinfonía de acicates.
Sueños rotos, aroma insomne de mujer.
Impuro aspaviento de coces y lisonjas.
Déjame morirme solo si mi muerte destila un verso quieto
cargado en manos del dolor.
Presume la inocencia rictus de labios, palabras asonantes.
Plomo y humo en crisol de tiempo discordante.
En bambalina sepulto mis penas
para no acordarme del eco de tu voz mestiza
mezclada entre mamparas de selvas y praderas
Tiempo muerto o la muerte del tiempo
A veces siento un frío temblor cuando declina la tarde y todo declina,
y todo versa sobre un sapo roto,
hasta la fina simetría de los frutos,
o el ardor de obscenidades quemando mi garganta.
La libertad muere como semilla sobre piedra,
sol calcáreo destiñe mi piel,
y otra vez el sabor acre de la estrella
se funde ante el sopor indetenible del tic tac,
reloj de agua, o de arena, o de viento,
o de miseria colgando en el tiempo,
y unos ojos fríos y lentos hasta doblar el alma.
Y todo inatrapable, y rígido y abyecto, y muerto,
como esos ojos fríos y lentos de la muerte,
que todo lo detiene junto al tiempo.
Pacientes como una singular demencia
todo se la fundido a tientas y la carne parece consumirse,
y es solo viento y memoria o la singular torpeza
de cortar las hebras de la luz perdida.
Nada es casual ni tan frágil
como el aliento de la señal que somos,
o erráticos como isla a la deriva,
perpetuos como límite febril,
o torcidos como la orilla opuesta
hacia donde confluyen la terquedad y el vértigo.
Mundo Sumergido
Solos en el mediodía cuando la noche gobierna y todo es noche.
No hay soles en mi casa
y se escucha el gemido de la flor cuando fenece.
Solos en un sitio de tierra adormecida, desarraigado de tiempo,
con dolor de fuego imaginario, piedras cremadas,
díscolos duermen calles y monedas:
espacio reticente ahogado entre mis días,
fatiga cuerpo a cuerpo herrumbrado en mendigos malabares,
¿qué somos, obediencia doméstica o manos tendidas a los pies de la demencia?
Nada queda, solo un injerto de voces crédulas
y el gusano incinerando un espectro de huérfano amatorio.
¿Cuándo quiso el caballo situarse los arreos?
Es falsa la aquiescencia
de cuantos pueblan la epidermis
de un mundo sumergido.
Horizonte
De la vergüenza al odio, tirana desventura,
tierra llama de su tierra una voz sobre la ola,
viento y mar en cadencia profunda sajadura,
después del horizonte, raíces, respiro y sudo patria,
ahogado abandono en costa trunca,
semilla de cielo tras el iris luctuoso,
pan el falso movimiento.
Somos obediencia simbólica,
amarga voluntad en el vacío del tiempo,
palabras deshuesadas,
fecundación de áspides,
especies impedidas de mutar,
horizonte que me quedo y nazco.
Cuando la lluvia fenece bajo sombra de cristal
Un país no tiene corazón para pensar.
Paisaje humano, simulación de un sitio cubierto de excremento.
El día viene y retorna sumido en la torpeza de las horas.
Todo es morboso, incoherente,
insepulto como piedra adoquinada,
como especies raras que se arrastran
lamiendo las pisadas a frágiles mentiras.
País de norte a sur coagulado en la paciencia de los puños,
desmembrado hasta el último aliento de la casa,
marchito en la profundidad de la palabra.
Seco. Vacío como cuerpo cubierto con sábana blanca.
Impasible, entorpecido, sombrío de polvos y demencias.
Talado en la memoria, en el ardor de espaldas fracturadas,
en la razón de los frutos con la fe de puentes blancos.
Un país se va descalzo, ausente en el espíritu, descosida la esperanza.
Agua que muere bajo sombra de cristal.
Palabras de rodillas, otras penden de rostro imaginario.
Balido como cuando se junta la lluvia a los pies de la montaña:
lluvia muerta, comida de gusanos,
que ya no puede andar sino en harapos.
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