viernes, 21 de noviembre de 2014

EDUARDO MOLINA VENTURA [14.090] Poeta de Chile


Eduardo Molina Ventura 

(Santiago de Chile, 1913-1986) 




"Los amantes eternos", 
de Eduardo Molina Ventura





Un viejo y su vieja
Yacen por fin tendidos bajo la tierra
La podrida mano de él en la podrida mano de ella
A través de sus labios ya desaparecidos
Se comprenden sin decir palabras
Y mientras escuchan
El lento y grave canto de la tierra
Que de ellos se alimenta
Se preguntan en su vacío corazón
Si han de morir algún día


en Eduardo Molina, un poeta mítico, o mejor llamado Del otro lado del espejo (Poemas de los cuadernos del poeta Eduardo Molina Ventura), 1996



EDUARDO MOLINA VENTURA
El Antecesor de Hesse
Por Cristián Cruz 


Poeta misterioso era este chico Molina como todos le llamaban. Jamás escribió un verso según relatan sus amigos de juerga, entre ellos Teófilo Cid, Jorge Teillier, Rolando Cárdenas y otros, ya que este personaje era habitual en la bohemia santiaguina ligada al campo de la poesía y la literatura en general.

A él se le atribuye una de las anécdotas más jocosas de la literatura chilena. Se cuenta que un día llegó a la Unión Chica, bar ubicado en la calle Nueva York 11, para contarles a sus contertulios que ya había terminado sus gran trabajo literario y que se llamaba " El Lobo Estepario" , luego comenzó a leerles capítulo por capítulo dicho trabajo, dejando a todos boquiabiertos por tan magna obra y recibiendo a su vez, una gran cantidad de halagos. No paso el tiempo cuando se dieron cuenta que dicho trabajo pertenecía al escritor alemán Herman Hesse , y que Molina solamente lo había traducido antes de que en Chile se editara dicha obra. Esto causó un revuelo especial en torno a su figura y al contrario de lo que todos podrían pensar, Molina siempre tuvo el respeto de sus pares, a pesar de que como decía Jorge Teillier: " Molina es un poeta que jamás escribió un poema" . Molina Ventura siempre estuvo en el ambiente literario, prologó libros de escritores tan importantes como nuestro poeta Efraín Barquero y su opinión siempre buscada por todos, ya que tenía un ojo especial para dilucidar la poesia en su estado más profundo. Un ejemplo de ello es parte del prólogo que escribió para el libro "Arte de Vida" del poeta Efraín Barquero y que representa la certera visión que Molina tenia por la poesía: " Todos vamos tejiendo con nuestros actos más usuales e insignificantes una trama secreta de misteriosos hilos, cuyo origen desconocemos y cuyo fin ignoramos, y que forman, sin nosotros saberlo, las figuras de un tapiz fabuloso cuyo sentido nos desborda"

En este texto lleno de respuestas, Molina nos asegura su talento y sus virtudes literarias que si bien jamás publicó un libro en vida, dejó de manifiesto su alto vuelo poético y su verdad estampada en las letras nacionales. 

Eduardo Molina Ventura, vivió gran parte de su vida en Lo Gallardo refugio de poetas y escritores bajo el alero de la mecenas y escritora Inés Balmaceda del Río, que tenía una gran propiedad en los alrededores del río Maipo y de la cual hoy no queda más que el recuerdo. Allí se refugiaban poetas como Efraín Barquero, Luis Oyarzún y el pintor Roberto Humeres. En este lugar el poeta escribió gran parte de sus textos que fueron compilados después de su muerte por Miguel Ruiz quien dice haber escuchado gran parte de ellos y que eran prácticamente aprendidos de memoria por todos los que frecuentaban el grupo de poetas de las riberas del Maipo. Roberto Humeres lo definía de la siguiente manera " ser festival y multiforme, alma transparente de abanico".

Molina tenía sus versos clásicos como " Una muchacha debe ser fresca como un huevo del día" o cuando parafrasea a Rimbaud : " Senté a la fealdad en mis rodillas, y no la hallé amarga, y no la injurié". Un poeta de virtud y de hermandad con sus pares, así fue definido Eduardo Molina ventura, que murió en Lo Gallardo en 1986 rodeado de las mujeres del lugar, que llevaban flores a su querido poeta, que despedían a un grande de la poesía chilena sin saberlo, pero que admiraban su sensibilidad y apego a la poesía más pura y eterna.





Los Amantes Eternos

Un viejo y su vieja
Yacen por fin tendidos bajo la tierra
La podrida mano de él en la podrida mano de ella
A través de sus labios ya desaparecidos
Se comprenden sin decir palabras
Y mientras escuchan 
El lento y grave canto de la tierra 
Que de ellos se alimenta
Se preguntan en su vacío corazón
Si han de morir algún día




Se nos ha pasado la vida

Se nos ha pasado la vida
como en una gran casa triste
que todos los vientos atraviesan
corrientes de aire golpean las puertas
y sin embargo ninguna pieza está cerrada
Allí pasan polvos desconocidos y cansados
de no se sabe qué

Es casi la calma

Es casi la calma
El viento debe cantar más allá de las nubes
Es el momento en que las manzanas
caen sin saber por qué.


Poema

Una chinita
cruza mi página en blanco




El poeta Molina
Por Ramón Díaz Eterovic
en Quintarueda, junio 2004

Eduardo Molina Ventura -"El poeta Molina"- podría ser uno de los escritores que menciona Vila-Matas en su libro Bartleby y compañía. Escritores que reservaron su talento literario para si mismos o para un reducido grupo de amigos. Que esquivaron el coqueteo de las musas o se negaron a publicar lo que de tarde en tarde pergeñaban. Molina vivió hablando de libros que estaba escribiendo y que nunca publicó. Sus textos, poemas, fragmentos de ensayos y novelas quedaron dispersos, olvidados, y sólo después de su muerte, el poeta Miguel Ruiz recogió algunos de sus poemas en el libro Eduardo Molina, un poeta mítico (Ediciones Platero, 1995). Poemas sobre los cuales ni siquiera Ruiz cree estar seguro que sean de Molina. "Sé que al publicar estos textos -dice en el prólogo del libro- corro el riesgo de que alguno pudiera no ser de él, pues en los originales no existe separación entre sus poemas y los que ha transcrito de algún poeta que le gustaba". Molina -dice Miguel Ruiz- llenó muchos cuadernos que "fueron quedando abandonados en diversos lugares, a lo largo de su vida y las andanzas del poeta".

Lo cierto es que Molina ocupó un lugar destacado en las tertulias literarias de los años 30 en adelante, hasta el año 1986, cuando muere en Lo Gallardo. Molina fue compañero de Huidobro, Luis Oyarzún, Enrique Lafourcade, Jorge Teillier, Enrique Lihn, Teófilo Cid, Rosamel del Valle, Eduardo Anguita. Este último, al evocarlo en su articulo "Nada nuevo sobre Molina", señala: "Con el girar alterno de su cabeza a izquierda y derecha y un aleteo de brazos más marino que volátil, el Chico Molina iba y venia, flotando sobre sus pasos, por las tertulias literarias, en casas o peñas, donde repartía impertinencias y halagos, deslumhrando con sus conocimientos al día de lo que era más nuevo y audaz de la literatura europea por los años treinta, cuarenta y siguientes".

Conoci a Molina en el bar Unión, donde solia aparecer cuando viajaba de Lo Gallardo a Santiago, a cobrar una jubilación o cierto arriendo del que nunca daba muchas luces. Parecia un duende. Bajo, gordo, de cabellera y barbas blancas. Rostro de piel blanca, ojos claros y estrábicos, que según Jorge Teillier se debía al empeño de Molina por leer, simultáneamente, los diarios El Mercurio y El Siglo.

Solia vestir un grueso abrigo azul y un sombrero que cubría su calva rosada. Hablaba en voz baja, con un hilo de voz que obligaba a acercarse a él para seguir su conversación. Solia decir que habia sido la "guagua más linda de Chile" y hacía referencia a una foto que Lafourcade incluyó en su libro "Animales literarios de Chile". Fueron famosos sus viajes a París y las despedidas que motivaron cada uno de ellos. Al parecer sólo viajó una vez a París y gran parte de su tiempo en la ciudad luz lo ocupó en buscar a la mítica Nadja de Bretón.

Los poetas franceses eran uno de sus temas favoritos. Solía mencionar al Premio Nobel Saint-John Perse, de quien decia ser el primero que lo habia leido y publicado en Chile. Varias veces me ofreció entregar traducciones de poetas franceses para que los publicara en la revista La Gota Pura. Nunca vi los poemas y tampoco la novela que decia estar escribiendo durante muchos años, y de la cual sólo comunicaba su titulo: "El gran taimado". Los poetas que se reunían en el bar Unión solian regalarle sus libros, y él, en una siguiente visita, retribuía los regalos con algún comentario que se perdía entre el bullicio del bar.

Hoy, en una época de mercaderes, hacen falta seres mágicos como el poeta Molina. Seres que llevan la poesía dentro de sí, como algo auténtico, que ni siquiera requiere ser expresado en palabras o papeles. ¿Quién sabe? Es posible que Molina siga recorriendo las calles de Santiago, como un poema arrastrado por el viento.


Poesía, bares y santidad. (Chile, 1953)
Por Alvaro Ruiz

He visto morir de cirrosis a grandes poetas y escritores. Se empinaban sendas cañas antes del mediodía y miraban en los vidrios catedrales de las puertas batientes de los bares sombras de personas que murieron, fantasmas que atravesaban con los pies en puntillas la distancia que existe entre el inframundo y la realidad. 
De inútiles furores e inmensas alegrías estos poetas pasaban a un estado de profunda tristeza metafísica, donde los signos leídos en la borra de los vasos advertía de adversidades y desamores aún mayores, de inminentes días ahítos de dolor, locura y miseria. La lista beoda en Chile es larga, larguísima. Son los santos de la poesía. Todos tenían una aureola violácea, el más profundo, el más elevado de los colores, la aureola, la circunferencia del vino tinto. 

El notabilísimo escritor inglés Malcolm Lowry, arcángel y parroquiano frecuente de cantinas y tugurios durante su residencia y escritura de Bajo el Volcán en México, muchas veces tambaleante de borracho al amanecer, se encaminaba al templo de la Virgen de la Soledad, en Oaxaca, donde fervientemente rezaba a la madre "de los que no tienen a nadie con ellos", a "la virgen de los desamparados", rogándole para que hiciera real el mundo de lo imaginario.

Sin embargo, la realidad nunca se apiadó de lo imaginario en Chile. Gran parte de sus poetas murieron de cirrosis, marginados y sin recursos de ninguna especie.
Es de mediano conocimiento que a lo largo de la historia de la literatura chilena, muchos autores han tenido una estrecha relación, y otras veces una clara adicción, con el alcohol. En esta lista de notables escritores bebedores se me vienen a la memoria los nombres de Pedro Antonio González, Alberto Rojas Jiménez, Teófilo Cid, Eduardo Molina, Carlos de Rokha, Rolando Cárdenas, Martín Cerda y los hermanos Jorge e Iván Teillier, entre otros. De las escritoras, María Luisa Bombal, Stella Díaz Varín y Yolanda Lagos (la coneja).

A Eduardo Molina Ventura (Santiago, 1913-1986) lo conocí personalmente en las maratónicas reuniones literarias que se llevaron a cabo durante años en la Unión Chica, bar a estas alturas bastante conocido por esas mismas hoy legendarias reuniones, generalmente capitaneadas por el poeta Jorge Teillier, y a la que asistían regularmente los escritores y poetas Rolando Cárdenas, Enrique Valdés, Ramón Díaz Eterovic, Carlos Olivarez, Iván Teillier, Aristóteles España, Ramón Carmona, Juan Guzmán Paredes, Roberto Araya, el pintor Germán Arestizabal y el infrascrito, también bebedor, entre otros habitantes del poblado de La Esperanza. 
Como en el Club de Tobi, raramente llegaban mujeres. Se bebía indiscriminadamente vino tinto y vino blanco, para que adentro peleen los gatos, sostenía Rolando Cárdenas, en evidente referencia a la marca gato negro y gato blanco de la viña San Pedro, botellas que traían en el gollete un gato plástico en esos colores.

Recuerdo perfectamente una entrevista que me concedió el “Chico” Molina y que posteriormente fue publicada en el libro Nueva York 11 (Editorial Galisnost, Stgo, 1987), antología literaria que incluía a todos los autores de esa chalupa ferozmente dionisíaca llamada Unión Chica, barcaza que navegaba a punta de zozobras contra la corriente de aquellos días sedientos y oscuros.
En esa entrevista el poeta Molina textualmente declara:
“Nací en Santiago en el mes de septiembre de 1913 en casa de mi padre, Eduardo Molina Lavín, precursor de la aviación chilena. Hoy la Facultad de Química de la Universidad de Chile, en Avenida Vicuña Mackenna.
Estudié Antropología, Filosofía, Derecho y Psicología.
En mi ataúd deseo un ejemplar de Monsieur Teste (Paul Valery).
En mi funeral, música de Robert Schumann. En caso de equivocación a Carlos Gardel o, por último, al “Guatón” Gustavo Loyola.
Católico fui, hoy ateo, por la gracia de Dios.
Chile es un país regio, sin embargo hay muchos feos, con cara de puñete.
París es la gran ciudad del mundo y de París mismo lo más sobrecogedor es la morgue, las cloacas y el matadero de “La Villette”.

Molina tenía fama de mitómano. Conocía París por mapas y por libros como nadie. Un buen día una millonaria norteamericana sobrecogida por el conocimiento parisino de Molina y al enterarse posteriormente de que jamás había estado en París, decidió generosamente pagarle los pasajes a la ciudad de las luces, alojándose algunos días el poeta y mago, en las dependencias de la embajada chilena, cuando su amigo el escritor Jorge Edwards era primer secretario de la legación diplomática encabezada por el flamante embajador Neruda.

Molina siempre me dijo que yo era un lobo disfrazado de oveja, con cierta picardía y generosidad. Que de todos los escritores y poetas chilenos el mejor de ellos era sin duda el mismísimo Eduardo Molina Ventura. 
También recuerdo una carta que le escribió de puño y letra a Jorge Teillier al psiquiátrico El Peral, de la cual fui portador y finalmente testigo al constatar junto al destinatario que el texto eran puros signos jeroglíficos y las pocas palabras claras y legibles eran a su vez absolutamente ininteligibles. 

Por lo demás y con el afán de desmitificar debo confesar que el poema atribuido a Molina en ese mismo libro Nueva York 11, titulado Los castillos del juglar, fue enteramente escrito por Jorge Teillier, Carlos Olivarez y yo, a modo de cadáver exquisito, un mediodía de rayos de luna (whisky con jugo de manzana) en casa de Teillier, en la calle San Pascual. 
Molina había fallecido el año anterior en un campamento miserable de la periferia santiaguina en estado de iluminación. El poeta Eduardo Anguita declara en su poema Única razón de la Pasión de N.S.J.C. , lo siguiente a modo de coro: 

…Nuestro Señor Jesucristo subió al Calvario por el Chico Molina…
Mago, poeta imaginario y santo mentiroso.










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