KATTIA CHICO
[octubre de 1969 en San José, Costa Rica] Estudió su maestría en literatura en la UPR (Mayagüez). Ha ganado los premios de el Círculo Literario José Gautier Benítez, el Círculo de Damas Cívicas de Mayagüez y ICPR Júnior College.
Maestra en Literatura por la Universidad de Puerto Rico, cursa el doctorado en Centro de Estudios de Puerto Rico y el Caribe. Ha publicado sus trabajos en El Nuevo Día, El Sótano 00931, Desde el límite, El límite volcado, La Jornada Semanal y Letras salvajes. Su trabajo aparece en las antologías Open Mic/Micrófono Abierto: Nuevas literaturas puerto/neorriqueñas (Hostos Review, 2005) y (Per)versiones desde el paraíso. Poesía puertorriqueña entre siglos (Aullido, 2005). Su poemario Efectos secundarios (Terranova Editores, 2004) fue ganador del Premio Nacional de poesía otorgado por el pen Club de Puerto Rico. La mayor parte de su obra permanece inédita. Actualmente reside en Puerto Rico.
CANCIÓN DEL AHOGADO
Bajo el mar
la telaraña de luz se fue elevando
y en el zigzag de los cardúmenes
vi un árbol de espejos sueltos
dispersando sus ráfagas de plata.
En los fantasmas de coral reconocí
la sangre más superflua,
la sangre ausente de la ausencia,
la naturaleza esqueletal de todo intento
y toda la nada que no es mar:
toda la Nada.
La breve cópula de las estrellas
me recordó una mano latiendo dentro de mi mano
para siempre fugaz.
Probé la tierna carne de los peces
que leyeron en mi lengua su destino de Jonás
para que todas mis vísceras
asumieran la armadura de la escama
y ya no dolía Nada.
En medio de mi oscuridad
las medusas danzaron la escarcha de sus lámparas,
vi la mano de Dios
deslizándose secreta como un calamar gigante.
Y no quise volver.
MEMORIA ME MORÍA
Con palabras aleves memoria me moría.
Memoria me acusaba, memoria me acosaba
con sus dulces secretos, relámpagos y luces.
Lactaba la mentira acogida a su seno.
Memoria me acostaba sobre sus faldas frías,
sus faldas que giraban, giraban, que giraban,
con sus muy memoriosas arandelas de tules
que iban trocando cosas para adquirir más vuelo.
Memoria me hechizaba, me besaba la boca.
Vivir entre sus faldas era cuanto quería;
enredarme en su pelo telaraña y rocío,
buscar entre sus ruedos un poco de mí misma,
este poco que ahora lentamente se agota.
De mi cadáver tibio nace limpio el Olvido.
EL AMA DE CASA
Hoy limpié las ventanas,
las puertas,
y las escaleras que dan a la calle.
Al fin encontré un buen uso
para el calzoncillo que dejaste.
Si tu ojo provocara ocasión de caer
Por culpa de Irma Villanueva
Tengo un agujero en el ojo izquierdo.
Es una especie de hoyo negro
que invierte galaxias,
tiene la maldición de los espejos.
Su luminosidad es traicionera,
tras su brillo continuo hay ausencia, sólo ausencia.
No cesa su succión vital,
se llena de todo lo vacío y lo condensa
en su espacio anterior al espacio.
De noche para nada le sirven los párpados,
sigue tragando cosas, sigue sacando chispas.
Su existencia es autónoma.
Quiero tranquilizarlo con pobres argumentos:
le recuerdo su linaje de azabache,
busco apaciguar su hambre
le procuro sosiego
lo deslizo por versos
lo sumerjo en agua salada
lo pongo a contemplar mantarrayas,
para ver si lo sana la belleza de su vuelo.
Cuando las cosas se ponen graves,
lo llevo por Sansón y por Edipo,
o trato de encerrarlo a fuerza de desiertos,
lo amenazo
lo engafo, lo reduzco con yerbabuena,
lo baño de Visine y lo visto de rímel,
lo disfrazo
pero no logro domesticarle el fuego,
su capacidad caleidoscópica
ante el sol que se arroja sobre el vidrio roto
en el esplendor suicida de la tarde.
No logro dominarle el ilegible brillo semejante
a la luz fantasmal de alguna estrella muerta
antes de que naciéramos.
El hambre elemental nunca puede enjaularse de pestañas:
quiere ver, quiere ver, quiere verte.
Y así, de noche cobra su vida independiente,
se reanima con cuatro aleteos de pupila,
se desviste del párpado, se alimenta de sombra.
Va despertando cosas su fuego transparente
y el cuerpo como autómata
la transporta por casa
de pared en pared.
Con razón me levanto y todo está tan blanco.
Días de fraude
Lo que es, es. Lo que no es, no es.
Parménides
Hay días que soy un pseudónimo de mí misma,
flor seca mariposal desparramada
por los velámenes de un libro;
ceniza que jamás supo del fuego,
un infierno comatosamente tibio.
Desde mi bambalina calabozo
oigo una luz circunferencia que se abre
y al levantar las manos hacia ella
la mancho de ceguera.
Soy una enredadera pintada en la pared,
una puerta tapiada,
ese tipo de tatuaje que se lava con jabón,
un arreglo floral robado de otra tumba,
el lunar que un bolígrafo dejó.
Pistola de juguete del suicida,
un libro hecho de aire;
fauna criada en un laboratorio de locos.
A veces soy tan invisible que puedo vivir,
pero están los días anegados de los ojos
en que incluso querría
la imposición de un velo
para que nadie nunca desnudara
mi rostro en su mirada.
Llevo desnuda un mes en el horario
que usualmente se duerme.
Abro maletas en blanco,
clósets que dan a otro lado
y me dejo acunar por maniquíes,
doy en sus brazos de metal vueltas de tango
entre los racks vacíos.
Soy una voz mezclada en un ordenador,
mi cuerpo entero, prótesis,
aburrida, cansada, enferma de mí misma,
patíbulo fresita desmontable y cartón.
Soy la sangre contaminada
que le salva la vida a un moribundo,
una misa en latín,
una sombra de estraza recostada en la calle,
una película de Chaplin a color.
En estos días de fraude
me pregunto
si una mujer se arranca el cuero cabelludo
podrá por fin mirarse el reflejo del mundo
nadándole en su cráneo transparente.
El vuelo II
Yo tengo el corazón lleno de moscas
y me alegra que vuelen todavía.
Aún queda la osamenta de nosotros
fosforece feroz su fuego fatuo
entre los vertederos.
Nuestra versión del hijo
fue sólo un brillo crudo
que rodó cuerpo abajo,
una sólida sombra disecada
que aplastaron los pasos de los perros.
Fantasma
Soy como el perro mudo que no sabe su mudez y ladra
a los faroles y a los carros, a los vivos
y nadie se detiene, nadie se asusta
nadie le arroja un hueso
para que entretenga su mandíbula.
Más ruido hacen las gotas de su baba
que resbalan abyectas y violíneas
desde el labio infecto hasta el asfalto.
Ya nadie se molesta en apedrearlo.
No hay palabras
sino un dolor fantasma
como el calambre de una pierna amputada.
Diana
Este brillo qué es, de dónde viene el orden,
la sustancia del sol que me visita,
el matematical arreglo de las cosas.
Esta luz cuaternaria, elemental, qué hace
resplandeciendo atroz en los ajenos
archivos que eran míos,
borrándoles las manchas.
De rayo es su fisura, la quirurgia
de tumores extráctiles
su máxima destreza,
tan pura
imbécil láser
irrumpiendo en mi infierno decidido.
Efectos secundarios del olvido
Ando con el corazón fuera de sitio.
Me palpo,
y lo sorprendo palpitando en una mano,
en el vientre que espera,
en el ojo que tiembla.
No acepta órdenes ni reclamaciones.
Busca sanarse al sol,
reventarse de mí, dejarme,
y ya no sé si quiero retenerlo.
El corazón se busca, no te encuentra
y quiere emanciparse para seguir tus huellas.
El muy ingenuo cree que a fuerza de latir
su vida independiente
acabará encontrándote.
Me ha sorprendido en medio de la calle
cerca de la alborada
apedreando faroles porque no me mirara
la redondez soleada de sus ojos abiertos.
Me ha suspendido al borde de la nada
en azoteas de vértigo,
el latidor inútil fuera de sus cabales.
Me ha reclamado el verbo con que borda
el tapiz de la sangre la aguja de tu nombre,
esa olvidada llave.
El corazón escapa,
el muy suicida pez harto de su pecera,
se echa a rodar calle abajo.
Yo lo sigo y ya no sé cómo te llamas,
pero él sabe.
Sabe que en otra parte tú también te emborrachas,
cristalinos los ojos,
abatidas, las alas.
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