Enrique Casaravilla Lemos
(1889-1967).
Poeta uruguayo nacido en Montevideo, incluido dentro de la denominada generación del 20. Sus poemas aparecieron en revistas como Alfar, La Pluma, Teseo y La Cruz del Sur. A su primer libro Celebración de la primavera (1912) siguieron Las fuerzas eternas (1920), Las formas desnudas (1930) y Partituras secretas, editado póstumamamente en 1967. Su obra poética refleja su profunda religiosidad, fruto del ambiente y la educación recibida.
Quizá de todos los poetas que integran su generación, el que menos sufrirá el ir y venir de las corrientes literarias será como corresponde, el que vivió más encerrado en un mundo propio, ajeno a la volubilidad de las varias tendencias que imperan y caducan mientras él hace su obra: Enrique Casaravilla Lemos.
Por estado de gracia poética casi permanente, logró un lenguaje traslúcido de misteriosa profundidad, salido de una zona de inocencia creadora. Algo así como un Rimbaud que hubiese seguido siendo niño. Durante años entró y salió de una casa de salud, viviendo en ella precariamente, y en contacto, fuera de ella, con unos pocos amigos. El mundo en el cual se abismaba era tan privativo que podía dar cabida a todos sin menoscabo para él, y así era posible verlo en algún café de Las Piedras comunicándolo a oyentes tan mudos como incapaces de comprenderlo.
El permanente temblor que pasa por su poesía hace pensar un poco en Emily Dickinson. Una invariable pureza idiomática parecía llevarle hacia lo palabra precisa, sin artificio alguno; aunque seria necesaria la confrontación de sus manuscritos para saber en qué grado el poeta modificaba posteriormente el fluir inicial.
Hay en su poesía una mezcla emocionante de sensualidad y de ascetismo. Educado durante algunos caos en un colegio jesuita, como hijo de una familia muy católica, en contacto con otras doctrinas, abandonó el dogma.
Pero conservó para siempre un torturante deseo de pureza, una aguda preocupación metafísica y uno vigilante idea del pecado.
"Entrar en la existencia es el pecado
primero y repetido..."
"Pero -ah, duelo y desgracia- se diría
que hasta el árbol quisiera entrar en nuestra existencia extrañísima, rarísima".
Pero así como el árbol, para sentirse y hacer algo "¡ay! quisiera cometer un crimen..." también el poeta comete a diario, viviendo y cantando, el crimen de la sensualidad.
Pero conservó para siempre un torturante deseo de pureza, una aguda preocupación metafísica y uno vigilante idea del pecado.
"Entrar en la existencia es el pecado
primero y repetido..."
"Pero -ah, duelo y desgracia- se diría
que hasta el árbol quisiera entrar en nuestra existencia extrañísima, rarísima".
Pero así como el árbol, para sentirse y hacer algo "¡ay! quisiera cometer un crimen..." también el poeta comete a diario, viviendo y cantando, el crimen de la sensualidad.
Creo que los más ardientes poemas de amor varonil que se han escrito en el Uruguay, los más sensuales, rendidos, los ha escrito Enrique Casaravilla Lemos. Verdaderas cascadas de adoración que rodean e impregna a la mujer amada, la Elena de muchos de sus poemas, que la integran al mundo, mezclándola a esos crepúsculos, a la soledad y suntuosidad de las quintas del Prado que constituyen el íntimo fondo de casi toda su obra.
Casaravilla es tal vez el mayor poeta que su generación ha dado a nuestra literatura, el que menos debe aparentemente y el que más da de voz auténtica, de hondura, de misterio y quizás de porvenir.
La poesía de los años veinte
Capítulo Oriental
Gentileza de "Librería Cristina"
Material nuevo y usado
Millán 3968 (Pegado al Inst. Anglo)
Al vino
Tú viertes Alegrías del corazón. ¡Qué triste,
sin ti se va la vida, noble vino orgulloso
y radiante de olvidos! Desde que el cielo existe
triunfa tu gozo como
un gozo religioso.
Qué ligeras las copas, cuando juntas palpitan
en tu amor, ¡vino! Todas las embriagueces, aman
la sombra de tus ramas. ..! Los rayos en ti habitan
del Dios de los ejércitos.-
¡Los rendidos, te llaman
para andar!-
Los serenos campos con sus vendimias,
amparan tus estirpes. Y como el pan, tú tienes
la gracia de la Cena Antigua!...
Tus eximias
virtudes resplandecen sobre los dulces bienes...
¡Carnal don nos entreabres, y el velo ultraterreno!
¡Mas eres loco, como la llama y el veneno!
Dicha de lo pequeño
Dulcemente colmada, una planta, las tiene:
flores azules, flores doradas, sonrojadas,
... igual que cual la risa sobre una boca ríe!
Una niña danzando con la aurora... a ella viene
Ante la simple planta, yo he pensado - ¡acortadas
mis ansias!- ; cómo en ella la flor vive, y sonríe!...
y cómo, en pobre polvo, me dan sus seres finos
las flores!, tan acá... tan allá.., columpiadas,
que el destino no toca sus pétalos divinos.
Y olvidada sobre ellas, detengo mi alma, al ver
tanta sonrisa y tanta simpleza resignadas.
¡Copia tan nimia dicha, -ya han dicho mis destinos!...
Más ¡ay!, mi loca vida soñaba florecer
la tierra y le fue poco lo pequeño del mundo
que sencillas le daban. las cosas, al nacer!
Creíase gran árbol, loco en crear fecundo,
teniendo a los desiertos para reverdecer
vuelto gigante selva.., en su espacio profundo
y sin voz. Y ha ignorado a esas flores sin ansias
grandes, que en una taza exigua, al parecer,
ríen como si el mundo llenaran sus fragancias!...
El patio extraño
Yo tengo el patio solitario
de densa piedra no mirada...
Que en él desciendan los demonios...
Ni una flor - vaga vejez; sin nada...
(arde un planeta contra un pilar!)
Liso y abierto -sin sombrero-
que habituar sepa a los demonios
que surgen bajo el firmamento.
En lo oscuro de la senda
¿El más allá?... ¿La otra vida?...
Una hoja helada voló
golpeando, al bajar, mi carne,
y desde su nada habló:
vanidad, pena de todo,
perdición, frío ...!
¿Qué dios,
cuál dios, cruel, deshojador,
con el peso de una espada
y el sigilo de una hoz
me la envió, mientras temblaba
mi cuerpo en viejo pavor,
en lo oscuro de la senda,
sin una gruta de amor?
Miseria de las quintas
Aquel pasado, enhébrase en los huesos;
lo que era llama y rayos
ahora el ánima hiela.
¡Cuando éramos pequeños y corríamos
juntos con alboroto sin fin delicia loca,
entre las horas tiernas ...!
-cuando brillaban fuentes limpias llenas
y de rosales altos, hoy anémicos,
cálido olor en pétalos caía.
¡Donde estarán ay! tantos camaradas
primeros, de estas Quintas
que sólo ahora reflejan recuerdos!:
¡los más altos de ellos no están, oh árboles!
¡Algo que habla hay aún y algo suspira
hablando de sus juegos, de sus padres!...
-Rumores, tristezas; rota
estatua mira en las quintas,
calma fría que apena...-
¡Han desaparecido
como aquellas
sonoras
horas!
Separación
Moríase mi Padre; ¡se iba!
Y yo exploraba
sus ya lejanos ojos...
Más hondo: ¡no se ve,
no se siente! Sonaba la verdad. Se juntaba
a la sombra, y mi alma se nublaba, sin fe.
Sus días eran tantos, que lo cubrieron de años.
Su vida? era la vida -con sus ingratitudes
y con sus buenos ángeles!
... Acaso algunos daños
le hicimos con el ruido de nuestras inquietudes
Poco sabremos, nada...
Terminaba, caía
a lo hondo: Yo deseaba ver algo! más.., no vi.
¿Descendía al silencio? ¿A lo alto subía?...
En este suelo el roble se acaba. Y todo calla;
y las fuerzas se van perdida la batalla.
¿Cómo quedar, si en este lugar es todo así..?
Versos terrenos...
Me llaman
a su gracia pálida
las bodas del cielo.
-Pero yo amo la Tierra.
Me llaman las altas estrellas.
-Pero las mujeres cubren con una roja llama, toda la tierra...!
Me llaman las altas tinieblas!...
-Pero yo amo las cabelleras
de las plantas,
que las más sensuales, y felices, me recuerdan
de las mujeres de la tierra!
Me llaman desde las alturas de las estrellas
llantos
de vagos labios
perdidos....
-¡Pero yo amo la tierra!
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