Mauro Hernández Fuantos
(Ciudad de México, 1987). Actualmente estudia en la Escuela de escritores Sogem y ha publicado algunos textos en Letralia y en Perdiódico de Poesía.
Llevo el silencio sobre los hombros
mi silencio:
copa de árbol podado.
Vadeando el rumbo de mis pasos,
lo sigo como higo al suelo
hijo de árbol
copa de higuera callada.
Desde mis hombros
pide favores tocándome la oreja.
Yo lo veo con el rabillo del ojo:
“mírame silencio,
háblame silencio,
silencio:
deja de ser silencio”.
Y él, antes callado:
“si del silencio hablas
es porque no hay mucho que decir”.
Espera el silencio
después de que exhale un suspiro
habla por mí.
Cúmulus
recreándote
mintiendo.
Gotas
que te han recorrido
y buscan formarte
interesadas en ti:
ojos sepia
cabello cimarrón.
Manada
de cúmulos
borregos quiméricos
a la vez tú y cabra, toro y malta.
Ya frustrada;
no iguala colores
ni tu forma:
ojos, cuello, cenizas.
fermenta,
remplaza stratus por nimbus
que precipitan,
regresan a tu vuelo,
se entusiasman,
escurren por tu nariz, mentón, cabellos y
rodillas,
regresan, se pierden de nuevo.
Caen, te confunden con asfalto, banqueta y
árbol.
Intentarás
de nuevo ser nube
te confundirán:
cerro, diamante, leona y lata.
Al ancestro
a Salvador Fuantos Rivera
I
Quien te viera
con la rama de rosal,
los huaraches de cartón y mecate,
las monedas,
el cántaro,
las 13 cruces de palma.
De seguro te espera tu perro meneando la cola.
Quien te viera acá
todo algodón,
todo caja,
todo fosa,
todo traje y luto.
Sabes ahora el secreto del mundo
pero no me lo digas aún.
Te toca saltar ligero
montar un lomo peludo,
remontar el río.
Te toca recuperar la forma,
contar tu paseo dado.
II
La niebla,
siempre fría,
oculta ya los claros en sus ojos
de sus ojos de antes.
Los cerró hasta ver
a la última de sus hijas
llorar sobre su pecho.
Caer de canto
Dar un verdadero y hondo mordisco
después tirar despacio del trago
y no pasa;
sigue sin hablar.
Podrá, sigue siendo
pero
qué se yo
A mí a penas algo me da cosa en la garganta.
A mí si acaso me da comezón en los pulmones.
A mí puede que llegue un reflejo fresco a mis médulas;
pero no pasa
queda flotante y de frente
como equilibrista
como mago rondando su ataúd
como su hilo y su araña
volado de canto.
Desde esta nuca me lanzo
El vértigo ataca,
todo carcasa,
mis altas cumbres
cura para las llagas.
¿Morir así?
antes debe uno montar la sima.
Nadie se revienta de un brinco
desde aquí
—pongo la mano a la altura de mi nuca.
Entonces
¿desde dónde puedo romperme
el húmero
la astilla;
ancla en la cóclea?
—Otro se arranca una pierna
la avienta desde el cuarto de azotea:
Calme, soporte esto vertical
o mejor se me queda en los cimientos.
Tiro de mi cara para ver
si el aliento llega al pecho.
Entérate de una vez:
el vértigo existe.
Asomo al tiempo
que este edificio enaltece lo llano.
Esta no es tierra firme:
es un elevado artificioso,
un cuento del hombre
para bajarse las nubes
para sazonarse los huesos.
Tanto extraña
que se juega los ojos, el rostro
por mirar desde arriba.
Mejor duermo en el piso
y compongo mis vertebras
sin tener miedo de anginas inflamadas:
—La puerta,
la pared lisa,
las ventanas,
el hombre
respiran.
¿Estarán a salvo?
—Un avión suena
¿y si cae?
su turbina
su nota en picada
cercana se rompe.
Cosa de instantes
duran los músculos contraídos
A dormir.
Todo seguirá acá
mañana temprano.
La bocanada de aire se escapa tranquila.
Hélices, sirenas, motores al fondo.
Elogio a Moisés
Tu segundo reino
ya no teme a la luz
que un día te dijo
descálzate.
Qué el mar hinche únicamente tu cayado.
Tus pies
secos siempre.
No olvides estas paredes;
querían licuar tu carne.
Ahora
mar conteniéndose,
soporta sus propias mareas
el choque de sus agua.
Y que se hinche,
y un poco de sal se quede ahí.
Recuerda,
después y siempre
recuerda:
podrás oler mar en esa madera.
Guarda para después
la fe tomada de los peces.
Porque:
más que desierto,
te prometen el mundo.
Entra al camino.
Si no lo vez
sigue dunas,
grumos sobre polvo.
Es mucho tiempo sin comer pescado.
El escorpión mató a tus camellos.
Pero
las pirámides
quedaron mínimas
la arena las rodeó.
Quién las tiene de horizonte
mueve la muñeca sobre el ojo
sobre la lágrima
sobre la arena
entre el párpado:
quemada está su frente.
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