Francisco Arturo Sandoval Bustamante, más conocido como Francisco Xandóval (Ascope, 29 de enero de 1902 - Trujillo, 26 de noviembre de 1960) fue un poeta, periodista y profesor peruano. Fue amigo íntimo del poeta César Vallejo. Ejerció varios años como educador en el Colegio Nacional San Miguel de Piura, por lo que es considerado piurano por adopción.
Nació en la localidad de Ascope, entonces perteneciente a la provincia de Trujillo (hoy en la provincia de Ascope), del departamento de La Libertad. Fueron sus padres el capitán EP Alvaro Gavino Sandoval y Manuela Bustamante Castañeda. Su apellido paterno originalmente era Sandoval, pero años después se lo cambió por Xandóval y así fue conocido desde entonces.
Quedó huérfano muy joven, y sus hermanas mayores debieron velar por él.
Estudió en el Colegio Seminario San Carlos y San Marcelo, en el Colegio Nacional San Juan de Trujillo y en la Universidad Nacional de Trujillo. Simultáneamente tuvo que trabajar para poder mantenerse.
Todavía estudiante colegial, en 1917 pasó a formar parte de la bohemia trujillana, (llamado después el Grupo Norte), dirigida por Antenor Orrego y José Eulogio Garrido y conformado por jóvenes políticos, literatos y artistas, muchos de los cuales tuvieron una influencia importante en el desarrollo cultural del Perú, como fue el caso del poeta César Vallejo. Con este último Xandóval entabló una gran amistad; ambos se frecuentaron en la ciudad de Lima, antes del viaje del poeta a Europa. Juan Espejo Asturrizaga cuenta en su biografía de Vallejo que Xándoval, junto con otros amigos, entre burlas convencieron al poeta de que cambiara el nombre de su segundo poemario. Vallejo había titulado su libro como Cráneos de Bronce, firmándolo con el pseudónimo de “César Perú”; a la postre el libro se tituló Trilce firmado con el nombre verdadero del poeta: César A. Vallejo (1922).
Fue miembro de la redacción del diario El Norte de Trujillo, cuyo primer número salió a luz el 1 de febrero de 1923. En 1929 se casó con Rosina Espejo, hermana de Juan Espejo Asturrizaga, otro miembro del Grupo Norte.
En abril de 1935 empezó a ejercer como profesor de Literatura del Colegio Nacional San Miguel de Piura, bajo la dirección de su paisano, el doctor Francisco Lizarzaburu. En 1938 compuso el himno de dicho colegio, cuya música es del profesor Wilfredo Obando. En 1941 hizo imprimir el único poemario que publicó en vida: Canciones de Maya.
En 1943 radicó definitivamente en Trujillo, cuando Lizarzaburu lo llevó como profesor al Colegio Nacional San Juan. En esa ciudad siguió escribiendo poemas para el diario La Industria de Trujillo, que por esos años dirigía el profesor Néstor Martos, quien fuera su compañero universitario y colega en el colegio San Miguel.
Falleció cuando ejercía como profesor asesor en el Colegio San Juan de Trujillo.
Obras
Poemarios
Canciones de Maya (1941), libro dedicado al poeta piurano Ernesto García Saona y que se terminó de imprimir en el diario El Tiempo de Piura. Fue el único poemario que el autor publicó en vida. Fue muy comentada y elogiada por la intelectualidad del Perú y América.
El libro de las paráfrasis, que es un arreglo de poesías orientales de tema erótico, vertidas al francés. Se imprimió de manera póstuma y por dos veces, en 1967 y 1995, contando con el decidido esfuerzo de Teodoro Rivero Ayllón.
Novela
Yana-Huáccar, obra que terminó de escribir en 1944 y que trata sobre la vida del milagroso clérigo Antonio de Saavedra y Leyva.
Crítica
Xandóval cultivó la poesía erótica teñida a menudo de emoción social. Se acercó al surrealismo; fue un poeta ultraísta. Se sintió influenciado por el misticismo de Arabia, Persia, India y China, convirtiéndose en un filósofo al que inquietaban los misterios de la muerte.
He aquí un ejemplo de su poesía, extraído de su poemario Canciones de Maya:
ROMANCE DEL RETORNO SIN TIEMPO
Tornando, siempre tornando
viniste de orbes inciertos,
de extraños mundos que ruedan
a las orillas del tiempo,
pero en los cuales un día
tuviste un soñado reino.
Como el fósforo que encienden
caminando, los viajeros;
como el bólido que rasga
por la noche el firmamento;
como el fuego azul que brota
del cadáver o del cieno,
así eres, Francisco hermano:
sólo un grito en el silencio,
sólo un ápice en el aire
y un segundo sobre el tiempo.
—¿Un rumor? ¿Un tropel de astros?
¡No por hoy! Sólo es el viento
que juega con rizos de agua,
niebla, lumbre, polvo o sueños.
Francisco Xandóval (1902-1960), autor del himno del San Miguel (1938). Fue periodista, poeta y profesor, nacido en Ascope pero piurano de adopción. Formó parte del Grupo Norte dirigido por Antenor Orrego y José Eulogio Garrido y compartió alojamiento con César Vallejo en Lima, y cuentan que fue cuando Xandóval le hizo conocer que por cambiar el título de su libro la imprenta aumentaba tres libras su costo surgió “Trilce” en la mente de Vallejo. Quedó huérfano muy joven y sus hermanas mayores lo apoyaron para que estudiara primero en el Seminario y luego en la Universidad Nacional de Trujillo. En 1929 se casó con Rosina Espejo y desde 1935 ejerció como profesor de literatura del Colegio San Miguel. En 1941 publicó, en la imprenta del diario El Tiempo, el único poemario que editó en vida (sólo reeditado en 1991), Canciones de Maya, que dedica al joven poeta piurano, tempranamente desaparecido, Ernesto García Saona, su mejor discípulo:
Maya no era nadie.
Maya andaba sola.
Maya era un juguete
o acaso una sombra.
Maya era unos versos
hechos en la alcoba
para que se duerman
los niños de ronda.
Y sigue. Los últimos años fue profesor en Trujillo, y se interesó especialmente por la poesía oriental, la cabalística y la muerte. Un infarto le sobrevino cuando leía la vida de San Juan Bosco; le habían diagnosticado un cáncer incurable. También escribió una novela: Yana-Huáccar, obra que terminó de escribir en 1944 y que trata sobre la vida del milagroso clérigo Antonio de Saavedra y Leyva. La muerte le persiguió en vida: a los once años quedaba huérfano y también pronto murieron sus abnegadas hermanas, que “acudieron con su trabajo al sustento y la educación del hermano menor”. El se describe a sí mismo de esta manera: “Escribió poco, pero sufrió demasiado, e hízose una profunda y dolorosa experiencia de las cosas y el corazón humano, la cual, sin embargo, mantiene en él, inalterable, la alegría de vivir.” El himno sanmiguelino es en realidad un derroche de optimismo y un alarde de gracia poética, con una calidad literaria poco común en este tipo de composiciones:
Himno de la juventud sanmiguelina
¡Amanece! ¡Amanece! ¡Amanece!
¡Amanece en el Norte y el Sur,
y está henchida de fuerza y de sangre
nuestra alegre y viril juventud!
Amanece en el ámbito patrio
Y amanece en el alma también
Y por eso lanzamos un himno
De esperanza, de amor y de fe.
Somos jóvenes, bravos y fuertes;
somos ímpetu, impulso, altivez;
y llevamos por sola divisa:
trabajar, estudiar y vencer.
Como Anteo al pisar en la tierra,
nuestra fuerza renace también,
de la savia que inyecta en nosotros
nuestro amado y leal San Miguel.
y por ti, viejo claustro, cantemos;
porque al par que nos abres la sed
nos abres el agua clarísima
de tus fuentes de luz, San Miguel.
Preparemos el alma y el cuerpo;
y entre ciencia y deporte a la vez
ensayemos el vuelo estupendo
que nos dé el porvenir, San Miguel.
Serán tuyos los triunfos de entonces,
será tuya su dulce embriaguez;
será tuya la llave de oro,
¡San Miguel!, ¡San Miguel!, ¡San Miguel!
¡Amanece! ¡Amanece! ¡Amanece!
¡Amanece en el Norte y elSur,
y está henchida de fuerza y de sangre
nuestra alegre y viril juventud!
Teodoro Rivero Ayllón publicó, en 1967, el Libro de las paráfrasis, colección de poesía oriental vertida al francés, obra póstuma de Xandóval, donde concentra su misticismo así como el marcado experimentalismo de su poesía, en la órbita del ultraísmo. Fue Teodoro Rivero también quien divulgó la noticia de que Vallejo habría estado enamorado, de María Rosa Sandoval, hermana de nuestro poeta, quien murió enferma de tisis en 1918. La orfandad y la añoranza se muestra con un lirismo profundo, algo juguetón, en el "Romance Heptasilábico del colegio dormilón", cuya segunda estrofa dice:
Mañanas de la infancia.
Mañanas con rezongo.
-"Mamita, todavía
puedo dormir un poco,
¿verdad? Son las campanas
no más, no son las ocho".
Pero mamita quiere
que me levante pronto.
Lápices y cuadernos
ya están dentro del bolso,
y he de ir al colegio.
porque sí, como un zonzo,
cuando sería lindo
quedarme hasta las ocho.
María Rosa tenía ocho años más que Francisco, y compartía su interés por la poesía y por todas las actividades artísticas, y su muerte causó una herida profunda en los dos amigos poetas, especialmente en Vallejo, quien escribió en Los dados eternos: “¡tú no tienes Marías que se van!”
Merece la pena añadir dos poemas más de Xandóval, del mismo libro Canciones de Maya:
“Canción de las cosas serenas”
En pleno vigor, alegre y fuerte,
dueño de mi antigua experiencia
y la totalidad de mi ser,
después de bravo ensayo de juventud,
sentido, grave, valeroso, noble,
lleno de mundo, de dolor, de esfuerzo,
inicio el canto.
Me he despojado de mí mismo.
He dejado mis versos antiguos.
Busco mi propia forma por eso recorro los tiempos;
retorno a las edades, y entre las sombras pías
de la noche platico, solitario en el sueño,
con Sócrates, Platón, Zaratustra y los Vedas,
la sombra dolorosa
y la sabiduría de libros y maestros.
Tiempo ha que busco el alma de los viejos poemas,
de los que se escribieron al principio del tiempo.
Sólo en ellos hay sangre, juventud, profecía
y un estrecimiento telúrico y eterno.
Busco la vieja llave de la caja del alma,
En donde los patriarcas encerraban el sueño.
¡Quién ahora pudiera destaparla y echar
A volar el perfume de sus grandes secretos!
Pienso que quizá en otras épocas
anduve por playas extintas,
asimilando fuerzas nuevas,
recogiendo ilustres semillas,
almacenando nuevos cantos
llenos de vigor y armonía,
para después henchir las tierras
de promisión con aguas vivas.
He dejado mis versos antiguos.
Maté mi esperanza de ayer.
Me he despojado de mí mismo,
y heme aquí desnudo otra vez,
como estaré cuando retorne
al seno de la tierra. Amén.
“El pueblo”
Perdido en este pueblo.
Donde quiera que voy,
el pueblo.
Los médanos. La costa del Pacífico.
Las rocas que bordean el mar,
como decoraciones desde las balandras.
El mar, de piel de cebra,
que se estremece al frío de la mañana blanca.
Los lobos,
con sus barbas de aceite.
Y los arenales de Chimbote, desiertos,
vializados por los ojos del tren.
Los flejes que sostienen la tarde,
Desde los frontales de los cerros,
como puentes colgantes,
se van…
Y yo,
perdido en este pueblo,
desde mi hotel de lona,
mirando el mar.
Mirando el mar de piel de cebra,
que va a tocar las puertas de mi ciudad,
carrilando un recuerdo,
a lo lejos,
en conos de alegría o de pena.
*Publicado en el diario El Tiempo de Piura
El libro de las paráfrasis de Xandóval
Por Carlos Arrizabalaga Lizarraga
La poesía oriental ha tenido una presencia y una influencia importantes en la literatura peruana. Junto a nombres consagrados como González Prada o José María Eguren, destacan las paráfrasis que redactó de una manera personalísima el poeta Francisco Xandóval, quien trató de expresar en nuestro castellano el sentido poético de tradiciones culturales muy distantes pero tan hondamente humanas.
Francisco Xandóval (Ascope, 1900-Trujillo, 1960) fue uno de los más jóvenes poetas del Grupo Norte, compañero y amigo cercano de César Vallejo, de Juan Espejo Asturrizaga, de Orrego, de Spelucín e Imaña; “nunca publicó mucho y siempre publicó bueno”, decía Martos, comentando en 1941 la aparición de Canciones de Maya, el único libro que publicó en vida. Un libro hoy rarísimo de encontrar, impreso en los talleres del diario El Tiempo con la disculpa del autor: “solo quiero ser grato”, y una dedicatoria al mejor y más querido de sus discípulos: Enrique García Saona. Como es bien sabido, Xandóval fue profesor del Colegio San Miguel desde 1935 hasta abril de 1943.
Los últimos años se incorporó a la bohemia de Trujillo y se incorporó al Colegio San Juan, así como enseñó también en el Renacimiento y en el Liceo, con colaboraciones literarias en La Industria. Un infarto le sobrevino cuando leía la vida de San Juan Bosco; le habían diagnosticado un cáncer en la laringe y en varios homenajes había podido despedirse de sus amigos. Desde muy joven fue un fumador infatigable.
El se describía a sí mismo de esta manera: “Escribió poco, pero sufrió demasiado, e hízose una profunda y dolorosa experiencia de las cosas y el corazón humano, la cual, sin embargo, mantiene en él, inalterable, la alegría de vivir.” En verdad siempre hubo en él un hondo sentimiento religioso y una sencilla confianza afianzada en la fe cristiana.
Teodoro Rivero Ayllón publicó los diarios de Xandóval (Mi Ananké (diario de Chimbote: 1924-1925). y Diario de Trujillo) y algunas de sus obras póstumas, como la versión definitiva de la “Elegía de la infancia abolida” (1955), o composiciones solo en parte publicadas en periódicos y revistas: “La maldición de Huatán” (1957) o Canción del retorno (1958), además de poemas tempranos de “La ronda taciturna” (1921), que integrarán sus antologías, la última publicada con motivo del cincuentenario de la muerte del poeta, en febrero de 2011 también por Rivero Ayllón; mientras que otras obras, como “Claudia Prócula” (1957), recreación en torno a la esposa de Poncio Pilatos, permanecen inéditas. También escribió Xandóval una novela: “Yana-Huáccar”, que trata sobre la vida del milagroso clérigo el deán Antonio de Saavedra y Leyva. Algunos amigos la publicaron en 1973, y también sus poemas tempranos en “Retornos” (1972). Falta hacer una edición completa de su poesía y un buen estudio de su obra.
En 1967, Rivera Ayllón publica de Xandóval, el “Libro de las paráfrasis” (reimpreso en 1995), que incluye versiones muy personales de poesía oriental, tomados de la selección y traducción al francés que hiciera Adolphe Thallassó en su “Anthologie de l’amour asiatique” (1907). Xandóval siempre tuvo un gran aprecio por el idioma francés que aprendió en el Seminario de san Carlos y san Marcelo con los ilustres religiosos franceses de San Vicente de Paúl (cuya influencia en la cultura norteña es más que estimable). El libro fue escrito entre 1949 y 1953 en su casa de la plaza del Recreo, en Trujillo (Calle Colón 525), aunque ya con anterioridad había escrito poemas que anunciaban su interés por lo oriental y por el mundo medieval, como su Romance del poeta persa, publicado en La Crónica de Lima, el domingo 28 de diciembre de 1941:
Por una calle de Persia
nueve centurias atrás
yo vi pasar una noche
a Omar Kayam.
Venía con cuatro mozas
de cabellos de azafrán
y grandes ojos pintados
a la manera oriental.
El hombre está borracho
de las viñas de Bagdag;
las cuatro mozas le amaban
por esa noche no más.
Las paráfrasis se reeditarán en 1995, pero no se han difundido lo que una obra así pudiera merecer. A los poemas Xandóval añade también agudos y hermosos comentarios de cada uno de los autores, que facilitan el acceso al lector al mundo que rodea el texto. No se trata de meras traducciones, sino de interpretaciones libres y exquisitamente bellas de poemas amorosos unos tristes y otros exultantes, todos envueltos en fragancias distantes y en los que no falta un toque de sereno erotismo.
Este libro concentra su misticismo así como su interés por el mundo oriental y por la universalidad esencial de la voz poética, en la órbita del exotismo y del ultramodernismo iniciado, como señalara Manuel Pantigoso, por González Prada (a cuyo cosmopolitismo atribuía Mariátegui, como a todo, una raíz política), y José María Eguren, el mismo que ahora continúa el poeta Marco Martos, como en las tres composiciones en que anima la voz del escritor japonés Yasunari Kawabata (premio Nobel en 1968): describe el brindis del novelista por la Danzarina de Izu, figura que da título a su obra primera. Suenan los timbres y las turbinas en la debacle de 1945 y la voz del poeta se despide de color amarillo, color de vino de arroz y espigas de cebada y de los ojos color miel de la mujer que alienta a continuar el camino de la vida, pero sabemos que el aeroplano se hundirá en la blanca espuma del océano, blancura que en la cultura japonesa es la muerte.
En Xandóval hay siempre un fino sentido poético y una voz original que, sin embargo, trata también de abrazar con la voz esos lejanos mundos culturales. El poema de la esposa fiel que llora una pena, del poeta chino Tchang Tsi (770 a 850 de la era actual), es un diamante contenido y lleno de sugerencias:
Sabéis que soy de otro,
Sin embargo me brindáis brillantes perlas.
Emocionada por vuestro persistente amor,
Las pongo en mi vestido de seda roja.
Mi situación se halla entre la de los pares del Imperio.
Mi marido lleva la lanza en el Palacio de la Claridad.
Vuestras intenciones son tan puras como el sol y la luna,
Pero yo he jurado ser fiel a mi esposo en vida y muerte.
Con lágrimas en los ojos os devuelvo vuestras perlas.
¡Que no os haya conocido soltera y joven!
El texto en francés, en renglones cortos, no tenía ritmo ni rima. El argentino Álvaro Yunque hizo esta magnífica traducción del poema en 1958. Aunque reconocía que dos traducciones era como mirar un paisaje al través de una doble niebla, quería de este modo contribuir al acercamiento espiritual entre el pueblo chino e Hispanoamérica. La versión de Xandóval, en cambio, no se limita a traducir el texto. En realidad es una expansión que alcanza los sesenta y seis versos, imaginando lo que el poema chino le sugiere. Transcribo el hermoso pasaje final:
En fin, señor, en las noches
de luna y de verde jade,
mis lágrimas y tus perlas
la mano divina engarce
como en un collar de sueños
imposibles… ¡Dios es grande!
Dos lágrimas de sus mejillas se entregan a los puros sentimientos de un gentil señor “honesto y grande” que le ofrece perlas; porque ella nada más puede dar: fiel a su esposo, no es dueña de su vida, pues le ha jurado “devoción, amor, silencio y obediencia”. Y ella hace honor a “los estandartes / con ibis, dragón y estrella” de su estirpe:
Y aún decora en Nankín
el Trono del Homenaje
la lanza gualda que luce
mi marido en los combates:
esa arma que en siete guerras
siete provincias cobrase
de manos de quien un día
regó el imperio con sangre.
La lanza en verdad no era decoración sino símbolo de gran nobleza, pero Xandóval convierte al esposo en un valiente guerrero siete veces vencedor de un maligno enemigo. Recoge también Xandóval las explicaciones de Thalassó respecto de este “ilustre sabio, estilista y poeta chino”, quien además de ocupar diversos cargos para el emperador, fue como Xandóval un educador de carrera larga y fructífera: “su nombre es signo de abnegación y sacrificio”. En su poesía destacaba “lo armonioso del conjunto” y la sencillez “en virtud de la cual puso al alcance de la gente humilde los sentimientos más probos de la alta clase social de su patria”.
¿Qué motiva a Xandoval para escribir estas paráfrasis tan personales? En un tiempo en que la originalidad se sitúa por encima de todo, parece despropósito. Los poemas en sí ya eran sensacionales, imposible mejorarlos. Pero tal vez hay una lección más en todo esto y es que fuera de referencias culturales y barreras idiomáticas existe una universalidad en el sentido de toda expresión poética que puede comunicarse hasta los más lejanos confines de la tierra.
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