Antonio Rioseco Aragón
1980, Los Ángeles, Chile. Actualmente reside en Santiago de Chile. Es poeta y profesor de Historia. Publicó La derrota del paisaje (Ediciones Inubicalistas, 2009, Valparaíso).
Su nuevo libro, Norte/Sur (Libros del Pez Espiral, 2014), fue presentado el viernes 25 de julio de 2014
Norte/Sur (Libros del Pez Espiral, 2014)
I
Transitas por un pasillo largo, una carretera que transporta la sedosidad del vinilo a cada rincón. Habitaciones vacías para recorrer mientras la aguja repasa los surcos.
Al acercarte al vidrio helado tu respiración empañaría el cristal. Serías el fantasma de tu propia casa. Pasarías la noche crujiendo tablas o moviendo objetos, para despertar de madrugada, con frío y una vaga idea para un nuevo poema.
Pero estás lejos de todo eso; en un balcón desprotegido, recibes las primeras nubes del otoño. Miras hacia adentro y te ves bebiendo en Valdivia. En tu mente sigues recorriendo el mapa y los espacios se terminan confundiendo, en la ventanilla del bus de vuelta a casa.
Algún día, todos viviremos en el sur.
II
Te vas temprano y un café muere de a poco, abandonado a su suerte en la mañana. A las diez, ya desocupado, piensas que podrías beber algo, pero terminas pidiendo cualquier cosa.
No consigues gesticular de manera clara. El garzón se acerca y, junto a él, la obligación de hablar: “la cuenta”… “por favor”.
El día pasa entre trámites y ecos de sirenas.
Más tarde, las notas recomponen tu cuerpo. Es la tercera repetición de “Afro-Blue” y en el televisor, en silencio, bajan los créditos de una mala película.
III
Sales nuevamente. Rehaces la amarra de tus zapatos para ganar un poco de tiempo. La brújula invertida marca el pulso.
Enfilas calle arriba, enceguecido por un cartel que dice ABIERTO.
De vuelta, y aunque nadie mira, te persigues por el tintineo de las bolsas que cargas hasta casa. Allí te bañas y la esperas en vano matando los nervios en un vaso.
Mañana, a esta hora, te irás golpeando cuesta abajo.
IV
Decidiste que debías ir al sur, viajar al interior de lo que fuera; y estás allí, sin heroísmos, esperando.
En plena ruta cambian las condiciones del viento. El trato de la partida se hace ambiguo y sospechoso. Ya no sabes con quién viajas. Has dormido en paraderos bebiendo el agua de lluvia que recoges en un plato.
Transeúntes te ven subir a un Ford Falcon.
Sentado junto a pasajeros invisibles, vas mudo queriendo encender un cigarrillo. No es un viaje a la costa, nadie sabe las canciones de moda, nadie se molesta en hablar.
“La derrota del paisaje”, publicado por Ediciones Inubicalistas de Valparaíso en el año 2009.
Antonio Rioseco, nos sorprende gratamente con su primer poemario.
LA DERROTA DEL PAISAJE
Sobrevolando los Andes
se ve la frontera
trazada sobre las rocas
y, hacia el Pacífico,
el recuerdo de un país
distinto a éste.
Al leer y releer este breve pero intenso libro compuesto por 27 textos, me queda una extraña sensación que quisiera objetivar en este comentario. Obviamente, Antonio Rioseco es un poeta de aquellos difíciles de clasificar en generación alguna, puesto que no responde a los cánones de los autores en boga que hoy frisan los 30 años de edad en Chile. Este autor nos propone un proyecto poético distinto, original, raro de encontrar en la selva lírica metropolitana tan dada a lo academicista o a experimentalismos que desvirtúan el poema, tal como lo entendemos y lo entienden todas las tradiciones literaria contemporáneas; es decir una obra de arte autónoma que despliega las claves para recrear un contexto o una situación o un matiz parangonado, asimilado, transmutado en el texto. Rioseco sustenta su arte poética en un temple sereno, “en calma”, parsimonioso, desde donde contempla el acontecer cotidiano sin hacer ostentación de una grandilocuencia o un culteranismo que no tiene y que no necesita para plasmar textos de una limpieza y pulcritud dignas de un creador sagaz y experimentado. Creo que esa templanza que se desprende de sus asombrados hallazgos retoma lo mejor de la poesía chilena reciente.
Los poemas de Rioseco son breves, contenidos y contreñidos a un formato de tono menor (versos de escaso silabeo), pero que adquieren potencia por la carga semántica que contienen -como la minimalista poesía china, o los epigramas latinos, o los espontáneos haikús japoneses-, pero utilizando el lenguaje de la tribu, no recurriendo jamás a ese hermetismo que se oculta en lo formal, en la cáscara, reflejando una mayúscula incapacidad de decir, de comunicar su visión íntima, su hallazgo arrobado, su asombro humilde, casi emocionado. Reitero, nuestro poeta usa las palabras al filo de la navaja; dice lo que tiene que decir de un corte, sin recurrir ni de asomo a la pedantería de un prosaísmo ajeno a toda escritura que pretenda construir imágenes poéticas que nos rescaten de la hosca realidad. Equilibrio, ponderación, profundidad y sencillez; sin duda, las mejores cualidades de la poesía de siempre.
Sus obsesiones son, según nos percatamos con cierto regocijo por la afinidad que encuentro con los motivos de mis afectos, lo cotidiano maravilloso que se mece entre un Carver convaleciente y un Moltedo contemplativo mirando el límite azul de la lejanía. Seguramente esta escritura acrisola múltiples lecturas de poetas chilenos y universales, pero hago mención a dichas dos referencias porque se me antojan sustanciales en esta escritura.
Nuestro autor, y aquí creo entrar a una apreciación muy personal, se cuestiona existencialmente la derrota que lo ha acompañado desde su más tierna infancia hasta su edad adulta. Transita desde los frágiles años escolares (“Primer acto”, “Mi madre”), pasando pesarosamente por el trauma de los amigos muertos o ausentes (“Cosas que suceden en el barrio”,“Nueva York, 1980”, “Lejos del Sena”, “1999”, “¿En qué pensabas mientras veías pasar los trolebuses?”, “Mi padre”), para recabar a un cierto equilibrio o introspección que lo lleva a asumir una realidad que lo circunda, lo persigue, lo abruma con un karma que ya se hacía desagradable pero que, sin embargo, no consigue jamás determinar su personalidad lírica definitivamente íntima, entrañable y fraternal, (“La derrota del paisaje”, “No añoro el paisaje agreste”). Vale decir, la derrota en cuestión se torna en reflexión, en cavilación introspectiva, que lo lleva a una nueva realidad trastocada por la poesía. En suma, una derrota moral, como diría uno que otro locutor deportivo, que se transforma en serenidad, templanza, reconciliación con nuestros ángeles y demonios. Sinceramente, pienso que hay derrotas que nos hacen ver la vida de otra manera, nos hacen madurar, atisbar entre las sombras la hermosura de ser. Este es, ciertamente, uno de esos casos.
Para un huaso surrealista, y para más remate maulino como yo, resulta extraño, sin embargo, que un poeta joven, talentoso y bien dotado escriba tan a caballo del oficio estos versos, creo, magistrales para una ya urgente y necesaria polémica que se ha venido postergando por desidia o cobardía: “y tras los comerciales/ la ruralidad descansa/ en el panteón de los mitos” (“Un poco más al sur”) o “Estoy convencido que la ciudad/ me genera la amargura necesaria/ como para además estar pensando/ en recorrer a caballo/ las tierras que mi abuelo/ les robó a los mapuches”. (“No añoro el paisaje agreste”). Versos para polemizar, dije, porque el hablante asume una velada crítica al criollismo decadente que no ha sabido penetrar en la sabia y fecunda veta popular, que hace de la ensoñación de los elementos, de la fenomenología que nos propone Gastón Barchelard, un vuelo de la imaginación poética insuperable. Antonio Rioseco desenmascara a los que usan y abusan de la temática facilista del paisaje de calendario o de tarjeta postal amanerada y chovinista, para inducirnos a una búsqueda más antropológica sobre las razones últimas de la propiedad privada y sus consecuencias históricas. Pero, a su vez, y he aquí su mayor mérito, arremete contra la amarga vida en la urbe postmoderna, caldo de cultivo de muchas poéticas huérfanas que paulatinamente han venido perdiendo todo contacto con mitos, leyendas, magia y costumbres ancestrales reveladoras de un arquetipo reconstituyente de lo más genuino del ser humano; dicha pérdida se materializa en una vida citadina, en una cultura urbana decadente donde vegetan y sobreviven enormes masas amorfas, ayunas de todo afán ético y estético, compelidas a jornadas estresantes, cuando las hay, sin mayores horizontes que la farándula del pan y circo que propagan a los cuatro vientos la políticas culturales postdictadura. Texto revelador de una postura honesta y desmitificadora. Podríamos extendernos latamente en el análisis de este poema, pero no es el propósito de este simple comentario, con el cual sólo pretendo explicar el gozo estético que me ha proporcionado esta lectura, y obviamente compartirlo con ustedes.
Por último, una mención a otros textos que se intercalan en este peregrinaje del poeta por el dolor y que vienen a dar cuenta de un temple de ánimo más esperanzador, acaso vislumbrando un devenir más auspicioso para sus tormentos al fin decantados. A modo de ejemplo, imposible no mencionar “1976”. Para los que vimos en vivo y en directo las piruetas de Nadia Comanecci, no tenemos ninguna vergüenza en decir que nos enamoramos perdidamente de esa adolescente rumana que aún gira y gira en el aire de nuestra memoria emotiva. Notable también “Con alegría”, esos atardeceres jugando a las damas junto a un viejo parroquiano por el solo placer de compartir un poco de la escasa humanidad que hemos extraviado en los ajetreos del diario sobrevivir.
Bueno, mucho más podíamos charlar sobre este libro. Antes de despedirme, un cogollo para los editores de Ediciones Inubicalistas. Hacía falta en Chile publicaciones que, tanto por su acabada manufactura artesanal como por su contenido, dieran cuenta de propuestas y proyectos poéticos desconocidos para el lector adicto a esa poesía que se escribe rigurosa y cabalmente a contracorriente. Enhorabuena.
Cosas que suceden el Barrio
U golpe seco
en la página seis
del cuerpo de.
Conozco la calle donde
Ese muchacho resquebrajó el pavimento.
La evito y me alejo también de los balcones.
Es medio día y el sol
quiere entrar por las ventana.
Al abrir las cortinas pienso
En cómo habrá sido ese sonido.
Intento imitarlo y logro sacar
algo que parece una tos seca.
Me golpeo con el puño la frente
pero desisto.
Sigo recordando al muchacho.
Desde acá
puedo ver el edificio.
Esta Mañana ( Alt. Take 1)
El ruido del lobby me despierta.
Un huésped que discute con el encargado.
Pero son casi las siete
y no vale la pena seguir durmiendo.
Pido el desayuno.
Pan, leche, tocino y huevos,
y un trozo de pastel con nata.
Me arreglo frente al espejo
y ordeno algunos recuerdos en la mente:
lo de ayer y lo sucederá más tarde.
La ciudad deshabitada
Es la disposición de los árboles
lo que no deja ver el bosque,
dijiste mientras conducías
completamente ebrio.
Habíamos descubierto los muros bajo el suelo
y, en penumbras, marchábamos
a una ciudad que no estuviese olvidada.
Pero hay secretos mal guardados
que siempre acechan al habitante.
Hay ataúdes que siguen intactos bajo tierra.
Hay un ciudadanía oculta que corroe desde abajo.
Hay fríos que congelan la plenitud de la vida.
Hay un compromiso tácito con el dolor.
Una traición que se revela de a poco.
Una silueta que no reconocemos.
Una calle extraviada en la memoria.
Un apego a lo caído.
Galería desierta
I
En cierto modo
los cuadros que hemos visto
asumen la rigidez del muro
donde yacen clavados.
Pero hay uno que cuelga,
no sé de dónde,
pero cuelga.
No es la pared sucia
pues no existe tal pared.
El viento se cuela y molesta,
y si en algún momento poco feliz
retiramos lo que queda,
las cosas irán perdiendo coherencia
y se hará más insistente ese viento.
II
En las galerías despobladas
es difícil distinguir
el humo de los cigarrillos
pues nadie los enciende.
Los países van quedando vacíos
y los edificios quisieran huir
a las ciudades que les prometieron.
Pero yo he soñado
que se volverán transparentes
por el solo paso del tiempo.
III
El desierto forma parte
de las construcciones,
se hunde entremedio de los muros.
Y aunque los perros crean adelantarse al temblor,
ladrarán cuando todo esté
en el suelo, cuando hasta nosotros
seamos algo similar a esa arena
que se mueve con el viento
por la ladera erosionada.
Nueva York, 1980
Ser pacifista y morir asesinado
el poema ya está escrito
se llama John Lennon.
En mi oído se reproduce
la melodía de “Give peace a chance”
suena mejor que cualquier disparo
cinco te llegaron a ti
a Vietnam lo encontraste
en la puerta de tu edificio
la guerra ya había terminado.
Mi madre
Una mujer que tuvo cinco hijos
no tiene nada que temer
y aunque se veía pequeña
entrando al control de la policía civil
supo volar hasta Francia y volver
para contar no muchas cosas
porque cuando se vuelve de Europa
sólo basta decir que había mal olor
y con lo que se paga por un cigarrillo
vale la pena dejar de fumar.
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