Carlos Quenaya
(Arequipa, PERÚ 1984). Realizó estudios de Filosofía en la Universidad Nacional de San Agustín y la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. En el 2008 publicó Elogio de otra vana invención (poesía). En coedición con Tribal y Paracaídas Editores apareció en el 2012 su segundo poemario, Los discutibles cuadernos. Poemas y artículos suyos han sido publicados en medios físicos y electrónicos. Se dedica a la docencia universitaria.
Muestra poética
Carlos Quenaya
Alguien llama a la insegura piel del poema
toca la lisa supuración de estas alas
cabalga hacia mí
¿Quién es él?
¿Quién es aquél que avanza
impávido en la bruma
ese otro que cabalga y no soy yo
sobre un río que instaura la noche?
Desconozco al que viene y dice esto
Falaz centinela del espejo
Caviloso pasajero que viaja
a la insegura piel
al temeroso poema que calla y crece en la sombra.
[llamada profunda]
¿Y si la entrada fuera esta puerta?
¿si una palabra fuese el umbral
y no la metáfora de la puerta?
no ser
una sucesión de vocablos
un alegato contra lo fútil
no la página
en que se construye esta imagen
transformar
un trasegado vuelo
en una limpia corona de agua
un enjambre de espejos
en la arena clarísima de los ojos
transformar lentamente esta escritura
en una puerta más ancha
en una puerta más larga
como una vereda hacia el mar.
[la puerta]
Todo lo que escribo es mentira
esta mano,
su impostergable designio
me acecha.
La soledad yace aquí bajo mi mano
vuelve ajena la vacilación del espejo.
Todo lo que escribo es mentira,
cada paso
cada pensamiento borroneado por el lenguaje
alimenta este oscuro deseo.
Y esta hostil paradoja es la que explica mi ser.
Todo lo que escribo es mentira
Todo lo que quiero para mí
es una página donde descansar mi cabeza.
Todo lo que escribo es mentira que me inventa.
[ars poética]
Todavía necesito una contemplación más antigua
un discurrir de aguas
anegando el albor que mis ojos ignoran.
¿Podré restañar
la silente sangre que recorre los suelos,
el fascinante fluido que desemboca
en el fuego dormido de la noche?
Yo no soy yo
ni este mi aliento,
una radiante mixtura se prolonga
un rutilante tapiz
afirmado por la locura del espejo
por la estatura fatua de la esfinge
Yo no soy yo
una certeza inequívoca y clara
es la aciaga temeridad,
el solitario declive de una sombra que se proclama a sí misma.
Nada es la forma en que reposa el pensamiento
Y todavía un atisbo vislumbrado en las palabras
es el precipicio creado en la penumbra.
Ah, si sólo pudiera derrumbar esta lengua
Ah, si sospecháramos la enamorada distancia que nos aleja,
ciegamente,
de nosotros mismos...
[la búsqueda]
De Elogio de una vana invención
El ojo táctil
Es la fábula del ojo no mirar, no admirar, no soñar con el ojo. Es la fábula del ojo las orejas, la narrativa del tiempo. Es la fábula del cuerpo tocar el cuerpo, y aporrear con dos dedos el teclado.
Es la fábula del ojo: ¿una visión de payasos en el auto?, ¿un dolor de huesos en el vaso?
Ver la música, la luz del tiempo, las banderillas (detrás de ti el poeta aporrea una extraña música). Es la fábula del ojo: si la olvidas, duele; si la obligas, duerme.
Ojos táctiles contarán su historia. He ahí su locura, he ahí su locura.
Una cáscara
Yo figuraba en las paredes como una primicia. Una cáscara naciendo del fondo de la basura. En el miedo la soledad es una puerta construida con las llaves más horrendas. Juega al fuego de la perdurabilidad y saldrás herido. Nada es como dormir sobre palomas unidas a tu pelo. En mi cráneo hay un placer que danza. Quisiera verte en la música y ahora mismo bailar sería tejer las líneas de tu cuerpo transfigurado. Deséame ser otra cosa y saldrás huyendo. Yo te redimo de mí para que vayas allí donde no podré tocarte. Amar es una extraña música. No recuerdo haber soñado esto que pasaba. Yo era un vidente loco acariciando tus cabellos y metiendo las manos debajo de tu falda. Tú una luz en la puerta, un golpe de alas, unos senos congelados en el tacto. Yo poseía una ceguera que no podrías proteger.
Ven a mí y despídeme un poco para que llueva y la fuerza de mil huracanes roncos invada el patio.
Rueda el vacío
Se arrancaba el pelo con profundos cortes. Más allá de la piel, su voz le decía para continuar. Y se arrancaba el pelo para terminar. El pelo crecía al interior del cráneo. Un cerebro con vellos. Una forma de conocerse es tomar las tijeras y gritar. Estoy aquí rompiendo algo. Al divisar la mesa donde hablo, al verme aquí respirar se sentó a mi lado. Rueda el vacío donde extraigo una inclinación de mi cabeza, que hace una venia y te saluda, mientras giras y caminas sin prisa. Y ahora pasas a través de mis pupilas, y mis pestañas te siguen, y oyes mis saludos en el agua. En el vaso que bebo ingresas en el reflejo. Yo me marcho y me pongo el sombrero y mi cabeza te busca y mi estómago permanece de pie.
Estoy quieto, ligeramente loco por probar con la lengua el charquito que cae de tu pierna.
Papeles imaginados
Imagina a un hombre escribiendo una carta, imagínalo escribir palabras de un idioma que no conoce, de una lengua no inventada todavía. Y, sin embargo, la carta existe, el hombre existe, las palabras fluyen sobre el papel como si la carta ya estuviera escrita mañana.
El hombre arroja la carta o deja volar el papel sobre la ciudad, como una cometa abandonada por un niño. Y el niño sueña con la cometa que vuela sobre la ciudad y no regresa. Algo se ha ido, algo viaja para siempre y no lo vemos.
El hombre escribe la carta o la carta se escribe sola, abandonando al niño y al hombre que repentinamente se miran y ya no saben las palabras que dicen, y no dirán tampoco, el niño y el hombre.
De Los discutibles cuadernos
“Mi único dogma es la duda”
Poco publicitado por los medios, pero uno de los autores de la última promoción que más interés ha generado, el poeta Carlos Quenaya conversó con LaMula.pe sobre su escritura y su obra.
por PAULO CÉSAR PEÑA / REDACCIÓN MULERA
PUBLICADO: 2014-04-12
Modelo de escritura compacta, y con esto quiero decir que tiene la tendencia a exprimir lo más que pueda la sustancia de las palabras, la poesía de Carlos Quenaya (Arequipa, 1984) se caracteriza por hallarse en un permanente estado de incertidumbre ante la realidad que observa y ante el lenguaje que, en más de una ocasión, de herramienta deviene en trampa.
1.
Pese a sus dos libros publicados, Elogio de otra vana invención (Lustra, 2008) y Los discutibles cuadernos (Paracaídas, Tribal, 2012), la postura de Carlos ante su condición de poeta, ante el hecho de escribir literatura, es de completo descreimiento.
“En todo caso, me gustaría comenzar a escribir cuanto antes. Tengo el firme propósito de empezar mañana”, responde tajante.
Y si bien es el primero de esta serie de conversaciones en dos tiempos que reconoce que el ser escritor le dota de algo distinto:
“Por supuesto. Contra la sombra, un escritor tiene una luz especial”
de inmediato desbarajusta cualquier rasgo de preeminencia o superioridad:
“De no enceguecer, es posible verlo desaparecer más o menos cabizbajo, pero en olor a multitud”.
Debido al perfil bajo que ha decidido mantener a lo largo de estos años, la participación de Carlos en festivales o en recitales no ha sido muy recurrente. Pero aquello no ha significado que por parte de la crítica su obra haya sido comentada y también destacada.
Carlos, como varios de los dedicados a la escritura en nuestro país, se ha dedicado a la gestión de espacios alternativos para la promoción de la literatura y otras actividades culturales. Ha sido editor de las revistas Lego (2001, 2002) y Enemigo Rumor (2005), en Arequipa, y Cuarto de Espera (2005) y Nadie Nada Nunca (2010), en Lima.
2.
Aunque el investigador y escritor Pedro Granados apuntara en la contracarátula del primer libro de Carlos —y es probable que dicha frase ya se haya convertido en una carga para él— que “no escribe como peruano”, por el hecho de que en otros de sus contemporáneos no encuentra “tal independencia de carácter y, por lo tanto, tal promesa de estilo”, la verdad es que no es tan radical la desvinculación entre la obra de Carlos y la tradición poética nacional.
Así, reconoce tres títulos de nuestra tradición como fundamentales y a los que siempre regresa por placer: Trilce, de César Vallejo, La casa de cartón, de Martín Adán, y Vox horrísona, de Luis Hernández. Su lectura, señala,
“es una manera de estar en forma y no perder la perspectiva”
y agrega:
“Son un recordatorio radical de la escritura como un acto del cuerpo”.
Desde su perspectiva, el resto, comparado con esos libros,
“resulta a menudo una impostación, una vitrina de citas y referencias o un museo de sentimientos ya pasados de moda”.
Sin embargo, su tradición personal se halla conformada por algunos autores que provienen de la Filosofía, carrera que estudió en las universidades de San Marcos (Lima) y San Agustín (Arequipa):
“Claro, yo también soy fan de Kafka, y de Felisberto Hernández, y de Luchito, también Hernández. Cuando el sueño me esquiva, releo a Pessoa. Y Celan es un misterio grande. Para mis clases, releo a los clásicos. Así, la inteligencia de John Stuart Mill me entusiasma mucho. Y, aunque parezca pose, hoy mismo Kant me puso de excelente humor. Y cuán poco se ha dicho sobre la prosa de Aristóteles. Hannah Arendt es una inspiración permanente. Y sobre Borges tengo un par de elogios que prefiero callar por ahora”.
3.
Respecto al proceso que sigue con su escritura, Carlos comenta que escribe poco y por épocas. Y hace alusión al grafógrafo del narrador mexicano Salvador Elizondo
(“Escribo. Escribo que escribo. Mentalmente me veo escribir que escribo y también puedo verme ver que escribo”).
¿Sigue Carlos Quenaya algún dogma o directriz?:
“Mi único dogma es la duda: ¿Qué significa todo esto?, ¿por qué persisto?, ¿por qué no persisto?, ¿qué debería hacer para mejorar?, ¿todo esto tiene alguna utilidad?, ¿cómo vine a parar a esta entrevista?”.
Por ahora, dice tener un nuevo libro y que ya está listo sólo
“a la espera de la respuesta del editor, que ha tenido el buen gusto de no pronunciarse hasta el momento”
Frente al futuro, Carlos tiene las cosas muy claras. Por un lado, tiene la “esperanza” de que su obra maestra vea la luz en día; y por el otro, no considera que la escritura pueda ser vista como una carrera. De modo que apunta:
“Escribir es una pregunta. Un modo de hablar. Callar también es un modo de hablar. Me gustaría hablar. Me gustaría decir. ¿Cómo podría alguien saber lo que pensará mañana?”.
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