Helena Paz Garro
(México, 1940-2014)
Helena Paz Garro, hija del Premio Nobel de Literatura Octavio Paz y de la escritora Elena Garro, falleció el domingo 31 Marzo 2014 a los 74 años en Cuernavaca, centro de México, un día antes de que se celebrara el primer centenario del nacimiento de su famoso padre.
Octavio Paz le dedicó a Helena el poema “Niña”
Nombras el árbol, niña.
Y el árbol crece, lento y pleno,
anegando los aires,
verde deslumbramiento,
hasta volvernos verde la mirada.
Nombras el cielo, niña.
Y el cielo azul, la nube blanca,
la luz de la mañana,
se meten en el pecho
hasta volverlo cielo y transparencia.
Nombras el agua, niña.
Y el agua brota, no sé dónde,
baña la tierra negra,
reverdece la flor, brilla en las hojas
y en húmedos vapores nos convierte.
No dices nada, niña.
Y nace del silencio
la vida en una ola
de música amarilla;
su dorada marea
nos alza a plenitudes,
nos vuelve a ser nosotros, extraviados.
¡Niña que me levanta y resucita!
¡Ola sin fin, sin límites, eterna!
“Lamento el fallecimiento de Helena Paz Garro”, escribió el presidente de México, Enrique Peña Nieto, en su cuenta Twitter. Por su parte, el presidente del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, Rafael Tovar, expresó su “pésame” a los familiares. Helena Paz, quien murió de causas naturales según allegados, descansará junto a los restos de su madre, quien fue una destacada narradora, poeta, periodista y dramaturga, autora de “Recuerdos del porvenir” (1963). Capricho del destino, México culminará este lunes un vasto programa de homenajes para celebrar el primer centenario del nacimiento de su escritor Octavio Paz, autor de “El laberinto de la soledad” (1950) y ganador de los premios Cervantes (1981) y Nobel de Literatura (1990).
La noche del domingo, al inicio del recital “Poetas del mundo y Octavio Paz” que se celebró en el Palacio de Bellas Artes en honor al autor, se guardó un minuto de silencio por la muerte de su única hija.
La mexicana Elena Garro estuvo casada de 1937 a 1959 con Octavio Paz. De la relación de estos dos grandes literarios (ambos fallecidos en 1998) nació Helena Paz en 1939. Aunque menos prolífica que sus padres, Helena Paz también se desarrolló en el mundo de la literatura, especialmente en la poesía. Es autora de “La rueda de la fortuna” (2007), cuyo prólogo es de la pluma del pensador alemán Ernst Jünger, y de “Memorias” (2003).
Su vida estuvo marcada por las controvertidas posiciones políticas de su padre, con quien no siempre guardó buena relación. En 1968, en pleno apogeo de la represión estudiantil en México, Octavio Paz renunció al cargo que ocupaba entonces como embajador de México en la India, como símbolo de protesta contra el gobierno.
A partir de ese momento, Elena Garro y Helena Paz fueron acusadas de apoyar el movimiento estudiantil, por lo que tuvieron que exiliarse durante años en Europa. Helena Paz llegó a acusar a su padre de abandono, pero en una entrevista publicada hace apenas dos días en una revista mexicana aseguró que al final se reconciliaron “De niña me cargaba en sus piernas, en su espalda, y jugábamos… Lo quise mucho. He aprendido a perdonarlo (…) Al final quedamos bien. Tranquilos”, dijo. Helena Paz pasó sus últimos días en una casa de retiro de Cuernavaca, y aseguraba que el fideicomiso que recibía tras la muerte de su padre era insuficiente para cubrir sus gastos.
También escritora, como sus padres Octavio Paz y Elena Garro, Helena Paz vivía desde hace cinco años en la casa de retiro Villa Laurel, en Cuernavaca, donde falleció repentinamente a los 72 años el 30 de marzo, víspera del centenario del nacimiento de su padre. En octubre de 1991, recién aparecido en Madrid su primer libro de poemas, y a punto de regresar con su madre a México tras un “exilio” de más de 20 años, narró a Proceso su relación con ambos y su desencuentro con Paz, así como su “milagrosa” reconciliación.
“Mi papá llorando me perdonó”: Helena Paz
Por ARMANDO PONCE
Por ARMANDO PONCE
PARÍS (Proceso).- Con un primer libro de poemas recientemente publicado en España, Helena Paz Garro, hija única de dos de los más destacados escritores mexicanos, alberga grandes expectativas de volver a México con su madre, a quien se le prepara un homenaje a principios de noviembre, casi 20 años después de su autoexilio.
Alta y delgada, de largo cuello y frente curva como Elena Garro, y como ella blanca y rubia, y a decir suyo impulsiva a la manera de su padre, Octavio Paz, Laura Helena es una mujer de palabra fácil y buen humor, candorosa y, semejante a sus propios poemas, arrancada de los cuentos de hadas.
Escritora de poesía desde los seis años de edad, recuerda haber crecido sin ninguna presión para dedicarse a la literatura, llena de lecturas maravillosas. Es la lectura la mayor pasión de su vida, confiesa, y nunca tuvo prisa por publicar. Si ahora lo hizo fue casi sin proponérselo, gracias a su amiga Clara Janés, quien le pidió poemas y solicitó a Ernst Jünger –el filósofo alemán que Helena considera su maestro y a quien le liga la misma visión conservadora del mundo– un texto de prólogo, que ella cree sin duda lo mejor del libro, titulado Criaturas de la noche.
Nacida en México, pasó su infancia en París, donde cursó estudios de bachillerato, y de 1963 a 1972 estudió en México Antropología y Filosofía y Letras. Publicó en El Rehilete su poema “Mandala”, y en otras revistas, y hasta ahora en realidad sólo ha escrito para sí misma. Sabía que alguna vez llegaría el momento de publicar un libro, pero no se preocupaba. En la sala de su apartamento, mientras Elena Garro reposa en sus habitaciones, dice el porqué:
“Conocí de niña en la casa a muchos escritores vanidosos, que llegaban con sus poemas a leer y a hablar de sus libros toda la noche.”
En ese amplio departamento de París donde lo que más recuerda es cómo se hablaba siempre de literatura. En ese departamento de París donde hablaba mal el español y su padre, diplomático, rehusaba que la familia fuera a España porque Francisco Franco estaba en el poder.
“Así que cuando llegué a México fue un choque –cuenta–. No imaginaba que hubiera un país donde se hablara español en la calle. Me fascinaba. Para mí el español era la lengua de la casa, donde lo hablaba con mis padres y con las chicas del aseo, que eran españolas.”
Niña soñadora y libre, educada en un colegio prestigiado de la alta sociedad a la que iban hijas de nobles y millonarios –con quienes no compartía, por mandato paterno, las sesiones del catecismo– y enamorada de la Bretaña donde pasó algunas vacaciones en casa de una amiga suya, Helena encontró en los viejos libros de ilustraciones desplegables que sus condiscípulos heredaban de sus padres y ellos de los suyos las historias de ese lugar mágico de donde vienen todas las leyendas del rey Arturo, el encantador Merlín y la bella Melusina que acabarían siendo definitivas en su poesía. Leyó a los clásicos franceses, a Racine, a Moliére, devoró los cuentos de Andersen, de los hermanos Grimm, de Perrault. Su madre le recomendó las historias de Homero, “las del astuto Ulises y Afrodita, su diosa preferida”, pero ella se quedó con los cuentos de hadas que vienen del país bretón, y con la diosa Atenea y su inseparable búho, “que es un animal al que nadie quiere y tiene mala fama, pero yo soy noctámbula”.
Orgullosa ahora que ve su sobria plaquette de 200 ejemplares editada en Papeles de Invierno de Madrid, Helena Paz define sus poemas como baladas de la Edad Media, que gustaron a su padre, y que su madre, más intelectual que ella, no siempre entiende. O dice muy espontánea sin susceptibilidad:
“Y es que yo quiero hacer una poesía para el pueblo, como los poetas que recitaban las baladas a la gente junto a la chimenea. Es mi ideal. A mí no me interesa la poesía abstracta.”
Editorial Devenir, de España, le pidió 40 poemas para publicar 3 mil ejemplares, y tiene también un ofrecimiento de una casa francesa. Cariñosa siempre al referirse a sus padres, Helena los admira también como escritores: a Elena Garro por sus cuentos “La dama y la turquesa” (de Andamos huyendo Lola) y “Qué hora es”, publicado en La semana de colores, así como la obra de teatro “muy mexicana” Un hogar sólido; a Octavio Paz más por sus poemas que por sus ensayos. De una y otro ha escrito mucho en su diario, y cuenta que hay quien le ha reprochado que cómo se atreve a escribir teniendo esos padres. Ella se asombra, y replica con desconcertante naturalidad:
“Si Shakespeare es mejor poeta que mi papá y Balzac mejor narrador que mi mamá, ¿entonces, yo ya no puedo escribir? Uno escribe porque le gusta.”
Quizá como en ningún otro, Helena Paz se expresa a sí misma en este poema, “Retoño”, de 1981:
Nadaba en la savia de un retoño
Estiraba los brazos en ese acuario verde
Tocaba el borde cristalino
del cubo de perfumes agrestes
más verde que la profundidad del cielo.
Ella flotaba
En esa agua ligera como espuma
llevada por las olas de sueños minerales.
Una vida que palpita
Ernst Jünger le escribió en el prólogo a Criaturas de la noche:
“La ligereza con que caen las hojas induce a creer en una vida que palpita con más fuerza en la raíz que en las ramas y cuya patria es el sueño y no el mundo cotidiano. Hasta qué punto se aleja usted de este mundo cotidiano nos lo manifiestan sus imágenes. Usted se siente dentro de unos fuegos artificiales cual zafiro en el que se cumple el destino de Constantinopla.”
Lectora de Jünger desde muy joven, su admiradora, a los 16 años cayó en una fuerte depresión y decidió escribirle una carta, a pesar de que sabía que el filósofo no acostumbraba responder. Helena le escribió 30 páginas, y Jünger le respondió, enviándole además una foto suya de su época de luchador contra Hitler. Jünger, dice ella, le dio una razón para vivir. Y sintetiza una idea central del filósofo: ya no estamos en la época histórica, que empezó con Hesíodo, donde se derrotó a los titanes y a los dioses. El héroe, por tanto, ha desaparecido (de ahí que Alemania y Japón hayan sido derrotados en la guerra). La Edad de Oro, la de Sigfrido, cuando la miel caía de los árboles, se evoca ahora, de ahí el predominio de lo social. Por encima de las ideas heroicas están las ideas igualitarias. Y en este mundo del trabajador los conservadores no tienen (ni Jünger, ni Helena) cabida, como no lo tienen los héroes (como Yukio Mishima).
En la sala del apartamento de Elena Garro y Helena Paz –como si la entrevista se desarrollara en una casona de la colonia Roma del Distrito Federal– el mobiliario es escaso, y sólo la televisión último modelo y la videocasetera dan la sensación de actualidad. La voz de Helena expone ahí los contornos de su filosofía desde los días de su juventud:
“Yo estaba en contra del totalitarismo. Para mí el marxismo lo era, y también el nazismo. Pero se confunde el ser conservador con el ser nazi. Ser conservador es creer en el caballero del honor.”
En eso ella se identifica más con su madre que con su padre, aunque aquélla “ya no es optimista, mientras que yo creo que de alguna manera hay salvación”; y éste, aunque combatió las expresiones totalitarias del marxismo (de hecho piensa que en la misma esencia del marxismo está instalado el totalitarismo), “es más demócrata que yo, está más por el sistema de la igualdad americana”.
¿Cuál es la crítica de Helena Paz a esta democracia?
Una muy simple: “Es una democracia falsa, no hay libertad de expresión”. Como si se justificara, remata:
“Es que como estoy tan decepcionada de la política…”
Una pasión distinta
Siempre cariñosa al referirse a sus padres, Helena recuerda con palabras gratas sus “abracadabrantes historias de ir de un lugar a otro”, y hacia 1963 se instalan en México. Un año más tarde se casará con un alemán que quería llevarla a vivir a su país. Pero en ese momento Helena tenía una pasión distinta a la literatura: precisamente la de la política.
“Me divorcié por taruga, por andar en lo del 68”, dice, y recuerda esos años mexicanos, hasta el 72, como una experiencia “bonita, pero triste”, cuando tras el movimiento estudiantil se cernió sobre ella y su madre un “muro de silencio”. A Elena Garro la acusaron de estar en el movimiento, ella lo negó y quedó mal con el gobierno y con la izquierda. Helena escribió una carta a su padre, que fue publicada por la prensa, tratando de aclarar la situación, pero eso la distanció de él.
“La pasamos mal –recuerda–, pero eso siempre es un arriesgue si te metes a una lucha política. Yo era conservadora y expresé mis ideales, que siguen siéndolo, pero metí la pata con la carta. Por mi pasión política, ataqué a gente como Luis Villoro, a quien vagamente conocía. Luego estuvo de embajador de México en la UNESCO aquí, y se portó muy bien conmigo. Me perdonó.”
Insoportable la vida en México, Helena y su madre partieron a Estados Unidos y sufrieron una gran decepción:
“Creyendo que era una democracia, nos negaron el asilo político. Pedirlo fue un error. Esperaron a que se vencieran nuestros pasaportes. Al fin nos dieron la salida y nos fuimos a España porque el papá de mi mamá era español.”
Al reflexionar hoy sobre esos días, al advertir la posibilidad cercana de regresar a México, Helena Paz dice:
“Yo fui una niña muy consentida. Tenía todo, fiestas, vestidos, era hija de embajador. Pero no me daba cuenta de que era privilegiada. Ahora soy otra. Siento mucha emoción de regresar. Valió la pena lo que hicieron mis padres. Lo que yo he hecho con buena intención, aunque me equivoqué. La derrota me enseñó a ser más buena, menos arbitraria, más generosa, más tolerante.”
Milagro en París
Hasta 1981 estuvieron en España. Primero en Madrid, luego en Ávila, porque era más barato. Se sabe que madre e hija sufrieron penurias, y ahora Helena lo recuerda, aunque su padre les enviaba 400 dólares mensuales; pero también aprecia haber vivido el fin del franquismo y el principio de la democracia como un fenómeno muy interesante. Su madre le decía: “Ya no quiero tener experiencias”. Y con los ocho mil dólares que ganó en Grijalbo con Testimonios sobre Mariana, decidieron regresar a Francia. También en España Elena Garro escribió Andamos huyendo Lola, donde “vaticinó” lo que su hija llama “el milagro de la rue du Bac”.
Porque con la llegada a París, cuenta Helena, volvió el hambre. Habían encontrado un pequeño estudio. Eran vísperas de año nuevo. La situación estaba fatal. Entonces Helena, que se volvió católica en México, decidió ir a la iglesia situada en la calle de Bac –donde se apareció la virgen en 1830–, “porque pensé que iba a suceder algo maravilloso”.
Edgar Lizt, hijo del poeta Germán Lizt Azurbide, que era ateo, y un amigo suyo uruguayo –ambos también vivían con dificultad en París– se burlaron de Helena, pero ella fue a rezar, y luego le habló a la narradora Vilma Fuentes pidiéndole el teléfono de Octavio Paz.
“No nos hablábamos desde hace años. Y contestó Marie-José, muy amable, y me pasó a mi papá. Y ese fue el milagro. Mi papá, llorando, me perdonó. Y me consiguió el trabajo en el consulado de México. Para mí era muy importante porque me pesaba haberme peleado con él.”
Fue un “reencuentro de personajes”, dice con alegría parafraseando el título de la novela policiaca que su madre escribió en España. Y narra el vaticinio:
“Mi mamá escribió un cuento en Andamos huyendo Lola donde anunció el milagro. Teníamos una virgencita de plástico en España que se ilumina al ponerle en el contacto de la luz y que nos regaló una amiga, Isabel, que para mí va a ser una santa. Y en el cuento, mi mamá habla de esa virgencita y escribió: ‘El milagro va a venir de la rue du Bac’.”
México, dos países
Desde entonces hasta hoy, Helena trabaja en la embajada de México en París. Y fue justo ahora, “cuando me iba bien”, que se desplomó.
“De repente, hice crac. Como que todo se había acumulado, incluyendo el cansancio físico, y como la naturaleza es sabia y busca el equilibrio, ahora cuando me iba muy bien me entró una depresión terrible. Ya ni siquiera leía. Estaba muy deprimida y un día salí en bata al hall del edificio pidiendo auxilio. Mi doctor, que vive arriba, me recomendó que entrara a un sanatorio. Yo no sentía miedo, pero mi mamá sí. Decía que me iban a dar baños de agua helada y electroshocks. Pero el doctor la calmó. Y me pasé dos meses en el hospital psiquiátrico, muy hermoso por cierto, con jardines. Te dan masajes, terapias. Me dijeron que debía tener un egoísmo sensato, que debía pensar más en mí, no preocuparme tanto por los demás, porque antes me culpabilizaba mucho, pensando siempre si algo le pasaba a mi mamá, por ejemplo. Me dijeron: olvídese de todo. Me impusieron un régimen alimenticio, ahora me despierto temprano, llevo otro ritmo. Aprendí a hacer esmaltes. Pero espero no volver, ¿eh?
Convaleciente, risueña, cuenta sus historias del Hospital del castillo de Garches, en las afueras de París, donde los psiquiatras tratan con deprimidos, alcohólicos y drogadictos, pero donde hay también un pabellón especial, “ese sí ya para locos”. La mayoría de ellos, dice con dolor, menores de 30 años. La fue a visitar su madre, la llamó su padre.
“La depresión era tan fuerte que veía a un hombre guapo y me enamoraba, y eso es un mal síntoma, imagínate”, confiesa, y se prepara para regresar en un par de días a la embajada. El embajador Manuel Tello, a quien considera una persona excepcional, le dio permiso para ausentarse estos dos meses. Eso ella lo agradece en el alma, porque no siempre se le ha tratado así:
«No es cosa de decir nombres, pero alguna vez me dijeron que como el empleo me lo había conseguido mi papá, pues que me fuera a mi casa de aviadora, que para qué tenía que ir a la embajada.”
–¿Qué idea tiene del México al que volverá con su madre dos décadas después?
–Pienso que México son dos países muy diferentes. El de la gente que tiene el dinero, el poder político e intelectual, gente atea, muy moderna, muy demócrata; y el pueblo, que son los indios, seres míticos, religiosos, con un sentimiento heroico de la vida. Son el campesinado. La clase media está dentro de los primeros. Pero mi sentimiento se identifica más con el pueblo que con los otros.
–¿Y volverá a México si su madre se decide?
–Ella dice que se equivocó en todo, que está loca, y yo soy optimista, le digo siempre que hay que arriesgar. Yo siempre tuve el sentido del riesgo, de jugarme el todo por el todo. Eso sale en mi horóscopo, una tendencia a saltarme por encima de las leyes. Nací un 12 de diciembre. Pienso que al fin todo va a salir bien. Fue una gran ventaja tener los padres que tengo, aunque no hay padres sin defecto. Gracias a ellos aprendí varios idiomas. Son gentes fabulosas. Yo sí soy optimista, como Sancho Panza al final.
Y evoca con alegría:
“Mi papá decía que mi mamá era don Quijote y yo Sancho Panza.”
MI MADRE
Sus cabellos chispean,
sol domesticado en una casa.
Sol vagabundo
errante de cuarto en cuarto
entibia nuestras almas.
Su casa abierta a todos los vientos,
ráfagas de lluvia la perfuman,
trombas de nieve la hielan.
En la mesa, el caldero sin fondo,
festín de los mendigos y los perros.
Sus pasos largos
prolongan las cuerdas infinitas
de la música.
México, 1958.
Garro y Octavio Paz
A MI PADRE
Quisiera ser la ranita verde y húmeda
que cantara bajo la ventana
la canción de los bosques en primavera,
su humedad,
para hacerte sentir ligero y fuerte,
nadando en un agua pura
que te llevara
a la tierra fértil
de la salud
a la alegría de curarte;
abolir el sufrimiento de tu enfermedad
en un estanque donde floten los nenúfares
y la barca perezosa bajo el sol de Alicia;
la esperanza extrema de florecer de las rosas
un descanso profundo y líquido olvidando
todo mal.
El amor que fue tu música
verás surgir errante en tu cuarto:
una ninfa, espíritu del agua,
de túnica verdosa
sacudiendo sus largos cabellos claros y mojados
sobre tu frente
y desapareciendo en la luz de la tarde.
Salta con la aparición en las profundidades del
estanque
de donde surgirás joven y fuerte
unido por el agua misteriosa
a la ninfa
renovando el pacto mágico
después de haber refrescado tu corazón,
y con una jarra llena del mar Mediterráneo,
que es tu patria,
Oh padre!, volverás con tus amigos a las playas
de Grecia, a tu país,
curado y cantando tu poesía
de alas invisibles.
La naturaleza ha tocado tu frente
borrando toda enfermedad
y los que te quieren
te verán, joven partícula de sol
en una isla griega.
El antiguo mar color de vino
te espera,
no lo olvides.
Ese mar en tu recuerdo para siempre
y los cafés con ramos de dalias
que giran con sus pétalos enmarañados,
gotas de alcohol que se queman
en luces violetas y caen como gotas de verano.
16 de enero de 1998.
Retoño
Nadaba en la savia de un retoño
Estiraba los brazos en ese acuario verde
Tocaba el borde cristalino
del cubo de perfumes agrestes
más verde que la profundidad del cielo.
Ella flotaba
En esa agua ligera como espuma
llevada por las olas de sueños minerales.
Una vida que palpita
Mandala
En las manos del Ángel
el organillo canta
la canción de las esquinas y las plazas
de las ciudades del Danubio
que ya ningún vagabundo canta
porque la mendicidad
ahora, está reprimida por la Policía del Pueblo.
La Reina del Aire (In memoriam Elena Garro)
Te fuiste muy lejos
como en tus sueños me lo contabas,
volando a través de la bóveda azul del cielo
para flotar ligera, en ese país donde el dinero no cuenta…
Helena Paz Garro y su madre Elena Garro
Helena Paz Garro: Un viaje por sus pasiones
Por Patricia Rosas Lopétagui
La hija del poeta Octavio Paz y la dramaturga Elena Garro amaba la poesía, la pintura y los gatos
CIUDAD DE MÉXICO.- Un viaje por la poesía de Helena Paz Garro (1939-2014); pero también por sus pasiones y los recuerdos de su padre, el poeta Octavio Paz (1914-1998), y de su madre, la dramaturga Elena Garro (1916-1998). Realicé esta entrevista hace seis años, cuando el Fondo de Cultura Económica acababa de publicar, por primera vez en México, La rueda de la fortuna, una colección de 69 poemas. Creo que es el momento apropiado para darla a conocer.
—¿Por qué escribes poesía, por qué no cuento, teatro o novela?
—No sé... De repente estoy viendo una flor, un paisaje, una persona que quiero y me viene la inspiración de la poesía. A veces son sueños, por eso siento mucho un poema que le escribí a mi tía Estrella Garro, se llama Estrellas, es un sueño que tuve.
“Como ya me había pasado que cuando soñaba creía que al día siguiente escribiría el sueño y luego al despertarme el sueño se me había olvidado, esa vez puse una lámpara de noche junto a mi cama y escribí el sueño:
‘Viniste a mí
cuando yo estaba en esa casa oscura
olorosa a humedad y a moho.’
“Vivíamos en Madrid, cuando según los mexicanos vivíamos en el lujo pagadas por (Luis) Echeverría, cuando en realidad vivíamos en un hostal mugroso, húmedo:
‘Nos llevaste a la Tienda Mágica/
en donde yo y mi primo,
risueño y de ojos negros
podíamos escoger
las arenas doradas de Florida"
Mi primo es Paco Guerrero. Yo me llevaba muy bien con él. Recuerdo claramente todavía hoy esta imagen del sueño:
‘Sobre el alféizar de la ventana
depositaste la luna llena,
de plata
que colgaba de tu muñeca’.
A veces las personas no creían que yo tuviera estos sueños, a colores, tan ricos en imágenes...”
—¿No crees que tienes estos sueños tan ricos por todas tus lecturas, porque eres una mujer culta y sensible?
—Pues no sé, es el inconsciente colectivo, según Jung.
—Entonces, ¿puedes decir que los sueños son una constante en tu proceso creativo?
—Sí, últimamente no he soñado. ¿Pero sabes lo que dice Jung? Cuando te va muy mal, tienes sueños muy hermosos de compensación, que te compensan de la vida cotidiana horrible. En Madrid soñé mucho.
—¿Por qué los colores son una constante en tus poemas? Los colores y las piedras, como el ónix, el záfiro...
—Porque me gustan, porque tengo un sentido pictórico muy desarrollado. Yo hubiera podido ser pintora.
—¿Nunca exploraste la pintura?
—Pues como mi papá y mi mamá eran tan “alentadores” conmigo, nunca me dijeron “dedícate a pintar”. Al contrario: “No valen nada, son copias”. La profesora de dibujo en el Liceo Francés en México, una vieja loca, nos ponía un Botticelli y decía: “Cópienlo”. No nos decía: “Así se dibuja un muslo, un brazo, una pierna”. No. “Cópienlo”.
“Y yo lo hacía tan bien que Finki Araquistáin le dijo a mi mamá: ‘Oye, Elena, esta chica es fabulosa. Ponla a estudiar pintura porque es una copista magnífica. Puede hacer copias de los cuadros y venderlos como auténticos’. Házme favor. (Risas)”.
—¿Por qué te subyugan esos mundos fantásticos?
—Porque es escaparse de esta realidad tan brutal y fea. Yo he sufrido mucho.
—¿Encuentras un santuario en estos mundos poéticos que creas?
—En esos mundos me encuentro en la felicidad.
—Y yo agregaría en la creatividad de poder ser todo lo que tú quieres ser, porque tu papá y mamá no te alentaron... ¿Cuáles son tus poetas favoritos?
—Los románticos alemanes, Hölderlin en especial, los románticos ingleses Words worth, Keats.
—¿Quién podrías decir que fue el poeta crucial en tu decisión de ser poeta?
—Hans Christian Andersen. Leí sus cuentos de niña y me fascinaron. Teníamos un libro de texto en la escuela, en Francia, cuando tenía seis años, que eran poemas franceses, me encantó ese libro. De Verlaine, de Racine...
—Otra cosa que me llama la atención en tí, como una mujer con una formación tan universal y amplia, que son muy raros los casos de poetas auténticamente bilingües, tú escribes tanto en español como en francés...
—Y en inglés también... El poema que dice:
“Tengo un amante
cuyos brazos
son ríos frescos de la noche,
florezco en las aguas
mirando el brillo fosforescente
de las acuáticas estrellas”.
Lo escribí originalmente en inglés.
—La poesía se caracteriza por ser lenguaje simbólico, condensado, pero tú vas de los poemas muy sintéticos, breves, al poema de mayor aliento...
—Yo primero escribía poemas muy cortos, porque la poesía japonesa y la china me encantan.
—¿Por qué los gatos ocupan un lugar predominante en tu poesía, y forman parte esencial en tu vida?
—Me encantan los felinos. Si pudiera acostarme con un felino sería feliz. Debe ser maravilloso.
—En El gato al sol describes toda esa gracia del mundo felino:
“Brillan las garras del gato
chispas sobre el tapete.
Se estira el gato
salta en el aire y gira"
Estoy leyendo el poema y estoy viendo las piruetas del gatito:
“El gato huye por la ventana
como el ámbar del sol.
Llevado por su estela
atraviesa la frontera de la casa.
Entra al fin
en el oloroso país del jardín”.
El gato fundido con el mundo del jardín, que es un mundo fantástico, que no forma parte de esta realidad brutal.
—Sí. Era Moshi Moshi.
—Ah, era Moshi, Moshi..., el gatito que trajeron en el barco...
—Nos lo regalaron unos chicos refugiados polacos en Suiza, no tenían donde guardarlo. Moshi Moshi, que quiere decir “Hola” en japonés. Lo mató mi abuela, qué horror. Lo colgó con un alambre de un lazo donde se tendía la ropa.
—¿Por qué hizo eso tu abuela Pepa?
—Era muy cruel. Yo nunca lo supe hasta en Cuernavaca. Mi mamá nunca me lo dijo. Pero mi papá y mi mamá tuvieron la culpa, porque ese gato vivía muy contento en el departamento que teníamos muy grande en la calle de Nuevo Leon. Mi papá dijo: “Que se vaya con mi mamá que tiene jardín”.
“Mi abuela no le daba de comer y yo, que era muy ingenua, no notaba que el gatito tenía hambre. Yo tampoco le daba de comer porque veía que se comía las lagartijas. Yo me ponía a leer ahí con él.
“Mi mamá me contó después que cuando llegaba a verlo lo encontraba con el pelo todo alborotado. Y los vecinos le decían: ‘El güerito anda por la calle todo el día, señora’. Bueno, pero dejó muchos descendientes. Mi papá qué cruel. Mi abuela era muy hipócrita. ‘Sí, sí, que venga aquí el güerito’. Cambiemos de tema porque me pongo triste.
—El poema Octavio Paz, de 1983: “Las flores de té flotan en nuestras tazas”, me parece un poema muy triste y desolador...
—Sí, porque dizque me contenté con mi papá, me invitó a pasar una semana en Londres con él. Me llevó a Harrots, una tienda muy elegante, enorme. No creía en la reconciliación porque me regañaba mucho, él y María José.
—Sí, al final, la palabra “lágrimas”, indica que no hay esa conexión con tu papá que tú anhelas. En cambio, el otro poema, A mi padre, de enero de 1998, es un bello poema porque aquí expresas tu deseo de que él se alivie, tú convertida en un ser mágico que lo va a curar. Hay una distancia entre los dos poemas, que se marca desde el título mismo. El primero, Octavio Paz, denota una distancia entre padre e hija; el segundo, A mi padre, el amor filial lleno de recuerdos gloriosos y el deseo de recuperar ese pasado de tu infancia feliz al lado de tu papá; el poema es un viaje regresivo y expresa tu deseo de volver a esos tiempos cuando él estaba joven, bello y hermoso...
—Sí, exactamente. A mi padre:
“Quisiera ser la ranita verde y húmeda
que cantara bajo la ventana
la canción de los bosques en primavera,
su humedad,
para hacerte sentir ligero y fuerte,
nadando en un agua pura
que te llevara
a la tierra fértil
de la salud
a la alegría de curarte”.
—Este poema lo escribiste tres meses antes de que él muriera.
—Sí. Como yo no tenía la dirección de mi papá, porque María José (Tramini) no me la había dado y él estaba moribundo, le mandé el poema al contable de la revista Vuelta. Lo publiqué en el Unomasuno. Y el contable se lo dio a mi papá, él me lo dijo, porque él le entregaba todo lo que salía sobre él en los periódicos y revistas. Mi papá se puso muy feliz y se mejoró. Yo leí en el periódico que de repente estaba mucho mejor, que caminaba por el jardín. Yo no sabía de qué jardín se trataba, ni dónde estaba, porque María José no quiso darme la dirección. Después supe que estaban en Coyoacán, en la casa de Alvarado.
—Paralelo a este poema, aunque de una época distinta, aparece Mi madre, pero éste data de 1958:
“Sus cabellos chispean,
sol domesticado en una casa.
Sol vagabundo errante de cuarto en cuarto
entibia nuestras almas”.
—Sí. La vida de mi mamá y mía bajo el mando de mi papá.
—Aquí aparece otra vez el caldero: “En la mesa, el caldero sin fondo,/festín de los mendigos y los perros”.
—Sí, el caldero es un símbolo de la generosidad de mi mamá, porque le daba su dinero a todo el mundo.
“Sus pasos largos
prolongan las cuerdas infinitas
de la música”, porque bailaba mucho.
—¿Y a quién le dedicas este poema tan sensual?:
“y cómo quisiera
disolverme inmaterialmente en ti”...
¿Esto es para ti el amor? ¿Así lo definirías?
—Sí y no. En esa época sí, pero después conocí el amor físico. De todas maneras el amor es la cuarta dimensión, te lleva a ser ola de mar, o fruta naranjo, te transforma.
—¿Por qué tomaste el título de tu poema La rueda de la fortuna para el libro?
—Lo que me inspiró ese poema fue la rueda de la fortuna de los pueblos, de las ferias. Desde niña me han fascinado los caballitos, los magos y la rueda de la fortuna; pero no podía ponerle Los caballitos, por eso le puse La rueda de la fortuna.
—Este poema lo escribiste en París, en 1959, ¿es un poema sobre ese mundo fantástico, de las ferias, de los circos?
—No.
“El baratillo de una cartomanciana
provocará una persecución entre los matorrales.
La luna sangrienta de hielo,
los aullidos de los perros,
y luego ¿la captura?
La taza de café se ha cuajado.
El mazo de barajas se desgrana en la noche”.
Mira, una cartomanciana le está diciendo su porvenir a la muchacha. Ella le pregunta por un muchacho del que estuvo muy enamorada, era Peter Prentice, y la muchacha soy yo. Fíjate que escribí La rueda de la fortuna antes de conocer el tarot. Yo descubrí el tarot en los años 70, antes de que se pusiera de moda, ahora es una moda grotesca.
—El poema habla de un espejo:
“Trebejos de un amor usado que rehúsa apagarse.
¿Cómo romper el engañoso espejo
en el cual nos reflejamos
sobre una colina brumosa?
Tomaste, engañoso espejo,
la apariencia de un estanque azulado
y en él vimos
el reflejo de nuestros rostros desgarrados en los
matorrales”.
—Es un espejo mágico que les enseña a los enamorados el porvenir juntos, que no se van a separar, que van a vivir unidos en el amor, por eso digo: “Trebejos de un amor usado que rehúsa apagarse”, porque en realidad ya se había acabado el amor. El espejo nos enseñó que íbamos a estar juntos, pero nos engañó: “¿Cómo romper el engañoso espejo (...)”. De niña, en París, me enamoré de él, fue mi gran amor de niña y de adolescente. Fue un amor platónico, nuestro amor nunca se concretizó (cuento lo que sucedió en mis Memorias). Era muy amiga de sus hermanas también, yo estaba enamorada de toda la familia.
—¿Era la familia ideal?
—Sí, pero después supe algunas verdades de ellos y me desilusioné. Yo pensaba que eran de una manera y eran de otra. El poema concluye con la alusión al mundo del teatro, los actores: “seres mágicos/ cubiertos de hollín o lentejuelas”, es que en esa época yo entré como alumna al Teatro Nacional Popular, en París, en el 59. La primera parte del poema la escribí en México, acordándome de Peter y la segunda en París, en el 59:
“Todo eso sucedía
en un país
más alto que los columpios de la Rueda de la
Fortuna”.
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