jueves, 26 de junio de 2014

FRANCISCO SANTANA [12.048]



FRANCISCO SANTANA

(TEMUCO, CHILE  1910 - 1978)

Poeta que se distingue por la vitalidad deslumbrante con que entrega su visión de las tierras del Sur. El personal acento de su voz lírica surge de la contemplación del entorno en que ríos, árboles y pájaros parecen entregarle sus secretos mensajes.
Su trabajo poético se ve complementado con una permanente, seria y erudita investigación del desarrollo intelectual de Chile. En este ámbito es uno de los más importantes autores de varios volúmenes de crítica ecuánime y de gran interés bibliográfico. La obra de Francisco Santana es una referencia obligada para un buen conocimiento del desarrollo y las características de la literatura chilena.

OBRAS PUBLICADAS:

--Cauces de la Voz. Santiago de Chile, 1936.
--La Nueva generación de Prosistas Chilenos. Ensayo. Santiago de Chile, 1949.
--Poesía Romántica Chilenas. Ensayos. Santiago de Chile, 1953.
--La Biografía Novelada en Chile. Ensayo. Santiago de Chile, 1953.
--Mariano Latorre. Ensayo. Santiago de Chile, 1956.
--El Movimiento Literario de 1961. Ensayo, 1962.
--Centenario de la Antología de Poetas Chilenos de José Domingo Cortés. Santiago de Chile, 1964
--Evolución de la Poesía Chilena. Santiago de Chile, 1976.




Cauces de la voz
Autor: Francisco Santana
Santiago de Chile: Impr. El esfuerzo, 1936


CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1937-01-03. AUTOR: ANÓNIMO
El autor de este libro de poemas llegó, hace dos o tres años, del sur, como estudiante, para seguir una carrera universitaria.

Traía, como el autor de “Crepusculario”, o como Juvencio Valle o Gerardo Seguel, un cuaderno de poemas por publicar.

Acá, inquieto, insatisfecho siempre de su obra, como todos los poetas auténticamente puros, guardó su libro y esperó superarse.

Es así como nos entrega ahora, sin exageraciones, sin vanidad de autor que comienza, una poesía transparente, libre como una brisa de montaña del sur.

Comparo su canto a la canción de aquello árboles que entregan junto a sus frutos su “temblorosa” sangre vegetal”.

A través de su libro, es la tierra del sur la que palpita que el corazón de este poeta, alegre y silencioso, transparente en imágenes tan puras como el reflejo del sol en las aguas que canta, sol que él adora, brisa campesina que a todas partes acompaña; campos, árboles frutales, toda la naturaleza del sur se respira en los “cauces de su voz”.

Tres son esos cauces: I. examen vegetal, que es solo la introspección del paisaje; II, anillos de elogio, el amor a través de su lírico panteísmo, y III, manchas del sur. Aquí el campo nuevamente, pero expresado con cierto tecnicismo de pintor.

A través de su libro, siempre es la tierra con sus arboledas, la que invade y sombrea su voz de panteísta lírico.

Grato es saludar su venida de auténtico poeta.

Firmado como E. G.




CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1937-02-14. AUTOR: ALONE
Como Neruda y Juvencio Valle, viene Francisco Santana de la región austral, de los paisajes donde “se cultiva intensamente la lluvia”. Se ha reservado allí una órbita luminosa, limpia, vegetal. La luz le pertenece y también la serenidad, la atmósfera transparente, todavía algo indecisa de la extrema juventud, antes de las pasiones. Se define a sí mismo en los dos primeros versos:


“Solitario en la visión que circunda la tierra
mi destino se refleja en la imagen del árbol”.



Un árbol al que no sacuden tempestades y a cuya sombra hasta las fieras reposan pacíficamente, como encantadas. La muerte se le asocia espontáneamente a ideas claras, sin angustia. Dice:



“Suave rumor de primavera hacia la muerte.
Frescor de madrigal, despertar de rosas interiores,
cristalino soplo en aguas invisibles.
Es la brisa del monte con su misterio de dorada espuma
o la estrella sin lucero que inicia el alba en el corazón.
Son los árboles en la luz o el cristal en la maleza
con la savia primitiva que perfuma como un bosque”.



Jamás hallaremos una aspereza, una entonación ronca, un obstáculo duro que haga saltar las aguas embravecidas durante el curso claro de estos cauces que corren por tierras deshumanizadas, profundamente plácidas, y donde todas las formas tienden a cristalizarse.

Aparece el campesino. Este campesino es pobre y trabaja duramente bajo el sol. Sus manos fertilizan la tierra; pero en ella no queda el fruto, y sus hijos lloran de hambre, temblando en el invierno. ¿Cómo transmuta en paz, Francisco Santana, el eterno tema de las protestas iracundas y por qué no muestra a nadie el puño en alto? Su verso desciende sin humillarse, muy cerca de la prosa. Véase la página 19. Todo lo que dice está a la vista. Pero el ritmo interior, que es apaciguante, domina, y la lucha queda lejos, no se oye, aunque “los campesinos no tienen campo”, aunque “vive entre animales y entre ellos muere”, aunque “sus rostros llevan mi propia sangre”, y “su abandono y desamparo me da vergüenza”. Alma clara, todo lo esclarece y levanta ostensiblemente, como en un sueño lúcido, de una música fina que es preciso escuchar con recogimiento.



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