Benjamín Velasco Reyes
Nació en Santiago de Chile (1889-1957). Poeta y periodista radicado en Chillan, donde escribió para el diario La Discusión, sus Crónicas del diario vivir.
Aparece en la antología Selva Lírica y en Revista Literatura Chilena (1988).
Voces del alma
Autor: Benjamín Velasco Reyes
1910
CRÍTICA APARECIDA EN EL DÍA EL DÍA 1910-03-18. AUTOR: FERNANDO SANTIVÁN
Un pequeño libro de versos, al comenzar el otoño. Lo abrimos con cierta melancolía, atraído por el título, “Voces del alma”. Muchas cosas tristes nos ha de hablar quien nos hable del alma, de esa eterna nostálgica que solloza prisionera entre grandes paredes de materia.
Conocíamos al señor Benjamín Velasco Reyes por numerosas composiciones publicadas en Zigzag y Corre Vuela. Como todos los jóvenes que comienzan, por cada diez aciertos caía en noventa pecados capitales. Toda la gama de los lugares comunes, de las exclamaciones huecas y aprendidas, que se pronuncian con los labios y sólo con los labios…No importa, adelante! La cuestión era hacer versos, hacer rima, cualquier cosa, en fin; que halagase los oídos e hiciera exclamar a amiga o a la madre cariños: ¡Oh, Fulanito es un poeta!
Hoy el señor Benjamín Velasco Reyes aparece en público en forma más grave. Ha tomado en serio su profesión de poeta y publica su primer volumen con un nutrido material de versos.
No tenemos la pretensión de juzgar su pequeño libro, de hacerle crítica de ninguna especia, ni siquiera de la especie que llaman sentimental…Esa es tarea bastante ingrata y dejamos para otros mejor preparados, para los que pueden lucir en sus páginas una cantidad de citas y de frases profundas, irónicas…del mismo modo que esos muchachos traviesos que se apoderan de los anteojos de la abuelita y que, sin embargo, no logran engañar a nadie, no consiguen hacer creer a nadie en su experiencia de ancianos…
Nos limitamos, pues, a hojear el librito de Benjamín Velasco Reyes como cualquier lector vulgar y expresamos nuestra opinión como podría hacerlo una boca del gran público, de ese público anónimo que forma, sin embargo, las grandes reputaciones, que lleva al pináculo de la gloria del mismo modo a Pérez Escrich que a Miguel de Cervantes Saavedra.
En el libro del señor Velasco encontramos una buena cantidad de poesías que denotan un gran progreso. No es ya el mismo poeta debutante de Zig-Zag, que repetía hasta el cansancio sus protestas de amor a la luna y lanzaba al espacio sus quejas de amor en el mismo tono que todos sus contemporáneos…que todos sus antepasados de la prole de versificadores de organillo. Hay en “Voces del Alma” algunos versos que expresan en forma nueva y verdaderamente poética, algunas sensaciones del espíritu.
Verdad es que nos son muchos, verdad es que se repite deplorablemente, verdad es que los “Pobres del suburbio” y “El alma de los pianos” llegan a fatigar a fuerza de oírlos en todos los tonos; pero de vez en cuando, aparecen algunas bellas imágenes, expresadas en forma más o menos nueva.
Así, por ejemplo, entre algunas estrofas que no me agradan de “Frío del Alma”, encuentro ésta que me parece impregnada de un verdadero sentimiento de naturaleza:
¡Del mar! Su mala fortuna
llora el coloso del mar:
sus amores con la luna
que va en el cielo como una
blanca novia hacia el altar.
No sé si este sea un pensamiento nuevo. Poseo memora pésima, pero no importa; en cambio, tengo un amibo que la tiene excelente y que se encargará, en caso necesario, de rectificar por la prensa cualquiera de mis olvidos…
En “La Canción de la Lluvia” encuentro también muchos versos que me agradan. Hay aquí una delicada sensación de Invierno; algunos cuadros de hogar opulento en el cual se siente repiquetear la lluvia en los cristales con deleite y que hacen fuerte contraste con los desgarradores cuadros de miseria en el “suburbio”, allí donde medran “aquellas pobrecitas tristes almas ateridas de frío, allí donde la canción de la lluvia se trueca en llanto gemebundo y dolorido”.
Es una de las poesías más bellas del libro, lo mismo que “La fuga del Sol”, cuadro de robustas pinceladas y “Los Asnos”, la mejor quizá del volumen, por su lenguaje sentido, que revela una verdadera piedad por la miseria y que llega a adquirir por momentos la grandeza de un simbolismo. No hablaré demasiado de esta última composición, pues los lectores de El Día le habrán podido apreciar en una de las últimas páginas de “Arte, Literatura y Teatro”, en donde se publicó como un anticipo.
“Voces del Alma” es, en resumen, un libro que contiene bastantes bellezas, en medio de bastantes mediocridades y no pocos pecados capitales. Es un libro que denota progreso, que deja entrever un futuro poeta en este joven que se encuentra abrumado aún bajo el fárrago de lugares comunas y de ideas postizas. Un poco más de trabajo, un poco de estudio de los poetas modernos, cultura técnica de su arte, y tendremos un futuro paladín de las musas.
El Alma de los sonetos
Autor: Benjamín Velasco Reyes
Santiago de Chile: Impr. Universo, 1918
“Desde la soledad de mi retiro
bendeciré tu hermosa adolescencia,
y te daré –la ofrenda de la ausencia-
un recuerdo, una lágrima, un suspiro.
Ha de llegarte, en luminoso giro,
la virtud ideal de mi existencia,
porque tú has penetrado en mi conciencia,
y, a mi pesar, con tu ilusión deliro.
¡Ah! Cuán feliz si alguna vez tu encanto,
para su paz, el corazón olvida,
y mata la ansiedad de tus antojos!
Por eso, pues, aunque te quiero tanto,
y aunque te diera por tu amor la vida,
yo voy huyendo de tus negros ojos…”
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1918-05-27. AUTOR: OMER EMETH
Lo dicho en el paréntesis que precede no se refiere, sino lejanamente, a Benjamín Velasco Reyes.
Al señor Velasco Reyes, no le ha tocado en suerte vivir fuera de la atmósfera modernista. Pero se ve, en sus sonetos, que la contaminación no penetró hasta la médula. Salvó el poeta “quasi per ignem”, sus alas, quiero decir, su cerebro y su corazón. Versifica, no con la abundancia verbal que el señor Donoso debe a sus frecuentaciones clásicas, pero sí, con una espontaneidad que no riñe con las reglas esenciales de la poesía castellana.
Podríamos sacar de la primera parte de su libro varios sonetos descriptivos, como, por ejemplo, “El jardín en silencio”, “El Templo”, “Agua Mansa”, que son dignas muestras de su talento.
Pero, puesto que falta tiempo y espacio, citaré únicamente el soneto de la segunda parte, que lleva por título, “Extraviado”. Ahí, al lado del elemento descriptivo, ha de encontrarse un elemento psicológico. La comparación del uno con el otro será posible y tal vez fácil.
Dice el poeta:
“Yo iba tranquilo por mi senda. El viento
era el aroma de la primavera…
Arriba, mi ilusión, como bandera
sobre algún arrogante monumento.
Ni desconfianza ni temor. Atento
a la agreste canción de la pradera
solo en la soledad de mi quimera,
fuerte en mi vigoroso aislamiento.
Ajeno al mundo, con el alma osada,
hacia la gran metrópoli del Arte
iba yo por mi senda florida.
Pero tú te cruzaste en mi jornada
y, ávido de belleza, al contemplarte
perdí el camino y me extravié en la vida”.
El soneto, aunque demasiado elíptico, evoca una hermosa visión; pero no llena nuestras esperanzas. El título habla de extravío; ¿dónde está aquel extravío?
Se me dirá que en catorce versos cabe poca cosa y que difícilmente puede un soneto ser un díptico.
No admito la objeción. En un buen soneto cabe la sustancia de un largo poema. Todo depende del poeta. Allí la regla es: “non multa, sed multum”. La estrechez del marco no es obstáculo para la intensidad de la pintura.
Desde el manicomio
Autor: Benjamín Velasco Reyes
Santiago de Chile: Impr. Fénix, 1922
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1922-11-12. AUTOR: ALONE
Por el título, cualquiera creería que se trataba de versos ultraístas o creacionistas, pero no… Son versos, y también poesías, escritos efectivamente en el Manicomio, sentidos de veras y ajustados en su forma a la buena tradición rítmica y métrica. No encontraremos por este lado originalidad. El señor Velasco Reyes ha comprendido, con mucha cordura, que el molde evoluciona más lentamente que el espíritu y deja a este el cuidado de dar la nota nueva y el sabor desconocido. Otros escritores, alojados fuera del Manicomio, nos darán palabrería extravagante y confirmarán el adagio: “No son todos los que están, no están todos los que son…”
Especie de crónica de un enfermo con intermitencias lúcidas que se mira y mira a los demás, este libro tiene un acento de verdad humana dolorosa que arrastra irresistiblemente la emoción. No se le puede juzgar como lo haríamos con un volumen cualquiera. Se entra en él con una impresión determinada, la misma que nos sobrecoge en las puertas de la Casa de Orates, y cada estrofa adquiere resonancia especial. Viene de uno que ha descendido al reino de los muertos y que regresa trayéndonos su acento y su visión, de uno que se ha levantado de esa especie de tumba que es la demencia y que mañana podrá caer en ella de nuevo.
En este sentido, la locura ha dado a Benjamín Reyes un sello que difícilmente habría conquistado de otro modo, lo ha diferenciado, lo ha puesto en un sitio aparte, donde no lo podremos confundir ni olvidar. Hasta los errores y deficiencias de expresión contribuyen a imprimirle carácter y cuando descubrimos en sus páginas algún cuadro nítido, alguna observación ingeniosa, la sorpresa se mezcla al deleite y lo multiplica.
“Algunas horas, cuando el sol piadoso
cae sobre los patios, los dementes
se quedan silenciosos… Inconcientes,
casi sin pestañear en su reposo.
Sentados en sus bancos, respetuoso
el uno de los otros, pobres entes,
cruzan largas arrugas por sus frentes,
como revelación de algo grandioso.
Yo me pongo a observarlos desde afuera
y veo cual se fija su mirada
mientras el sol sus rayos reverbera.
Parecen sabios de una edad pasada…
Y graves y sesudos, se dijera,
que de tanto pensar, no piensan nada…”
Hay aquí una ironía simpática. Otras veces hallamos la ternura, la compasión, el dolor ante lo irremediable, la protesta violenta contra la inhumanidad de algún cuidador, la observación de carácter clínico, familiar al que vive entre enfermos y médicos, siluetas de locos distinguidos, esbozos de historias trágicas, una especie de diario de la Casa de Orates trazado por alguien que la habita y conoce por dentro, con sobria sencillez, sin pretensiones de efectismo, a veces con un fin netamente práctico.
Todo lo cual, sino llega siempre a la alta poesía, alcanza siempre a herir en nosotros alguna fibra sensible y la deja vibrando.
Elegías del sur
Autor: Benjamín Velasco Reyes
Santiago de Chile: Cultura, 1945
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1945-10-14. AUTOR: MISAEL CORREA PASTENE
Con el señor Velasco Reyes descendemos al llano, al valle feraz y humilde en que lucen claveles y la hierbabuena aroma el ambiente. Es la suya una poesía pueblerina que trepa los árboles, se tiende en el prado enraizado de Chépica, se detiene en una rosa y comenta la vida que aquieta o sacude corazones de novios de aldea, de estudiantes de primeras letras, de viejecitas que recuerdan, del viento y la lluvia; poesía humilde, lugareña, casi vulgar. Tampoco tienta al señor Velasco Reyes el problema del mundo, el dolor cósmico, la trascendencia del sentir que se diluye como un corrosivo en las almas ni lo que periodistas y políticos llaman problemas que traen al retortero a los humanos. Él vive en su rincón. Ni siquiera le interesa lo que se piense de él. “Cuando yo hago un soneto – más o menos sentido - no me importa el dictamen de los otros. – Me basta y sobra que sea mío”.
No me disgusta la altivez solitaria del poeta. Le exigiría en cambio que ese soneto, silva, lo que fuere, tuviera mayor enjundia poética que el vulgar sentir sobre vulgares incidentes; y entonces le sería permitido “cubrirse ante el rey”, que aquí es el público.
“Sea Ud. más local para ser más universal” aconsejaba don Marcelino Menéndez y Pelayo a su coterráneo y amigo don José María de Pereda. Se lo decía porque ahondando en dolores y alegrías de un individuo, plantado en su propio medio traduce el poeta alegrías y dolores de todo humano. Pero es preciso ahondar, tocar las raíces del sentir y subir con la savia hasta la flor. Pero el pergeñar las líneas sinuosas de la corteza no basta para dar la sensación de la vida del árbol.
Y es lo que hace el señor Velasco Reyes en sus breves composiciones_ dibuja esquemas, insinúa siluetas imprecisas. Hasta sucede que no me doy cuneta por qué el libro se llama “Elegías del Sur”, cuando ocurre que ni hay en él propiamente elegías ni el sur aparece con rasgos propios. Lo que allí se canta o entona pueden modular a media voz hombres y mujeres del sur y del norte.
Gracias por publicar sobre mi padre Benjamin Velasco Reyes.
ResponderEliminargracias a vosotros, si quieres ampliar la página y añadir
ResponderEliminarmás información, este es mi email
sabido49@gmail.com
abrazos