Arturo Aldunate Phillips
(Nació en Santiago de Chile, 9 de febrero de 1902 - murió, 24 de julio de 1985) fue un poeta, ingeniero civil, matemático e investigador chileno. Obtuvo el Premio Nacional de Literatura de su país en 1976.
Sus estudios comenzaron en París, Francia (kindergarten), como lo expresa en su presentación personal en su libro "Algo del hablar literario de Chile" (editorial Nascimento, Santiago de Chile 1984). Realizó la preparatoria y humanidades en el Instituto Nacional (1911-1918), para luego obtener el grado de Bachiller en Matemáticas en 1919 y su título de Ingeniero Civil en Enero de 1924.
A los 19 años escribe su primer libro, un poemario llamado Era un sirena escrito para su novia con quien se casaría un año más tarde. Tras la crítica de Alone, Arturo decide retirar el poemario de las librerías y quemarlo en el jardín de su casa. En 1921 entró a trabajar como empleado en las máquinas a la Compañía de Electricidad, Chilectra, donde llegó a ser presidente más tarde. En 1923 ingresó a la Central Electrotérmica Mapocho. En 1925 fue Ingeniero Ayudante del Gerente del Departamento de Luz y Fuerza También. Entre 1929 y 1931 estuvo en entrenamiento en 32 compañías eléctricas en EE.UU a cargo del Holding Electric Bond and Share.Fue Gerente Comercial de la Compañia Chilena de Electricidad, Chilectra, Gerente de Acción Social; Ayudante del Presidente; Director de la Empresa Nacional de Transportes Colectivos entre 1931 y 1941, creador y organizador de Ingeniería Eléctrica S.A.C, Ingelsac entre 1942 y 1946, Consejero de la Comisión de Cambios Internacionales, en representación de la Confederación de Producción y el Comercio; Gerente General y, Vicepresidente, de la Sociedad de Fomento Fabril (SOFOFA), Director del Banco Panamericano de Fundición Libertad, la industria metalúrgica más antigua del país; de Cobre Cerrillos, fabricante de conductores eléctricos; de Empresa Nacional del Petróleo ENAP, en representación de la SOFOFA; de Petroquímica Chilena, en representación de ENAP; de Osvaldo Fuenzalida Propiedades; Vicepresidente de Radio Portales entre 1947 y 1970.
Realizó docencia a todo nivel, comenzando en la Escuela Nocturna Benjamín Franklin entre 1917 y 1920, en la Escuela de Ingeniería de la Universidad Católica de Chile, en la cátedra "Centrales, Líneas de Transmisión y Distribución Eléctricas" entre 1931 y 1936. En la Universidad de Chile, realizó la cátedra "Economía y Administración" para la Facultad de Economía y Comercio entre 1942 y 1946, mientras que en la Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas de la misma Universidad, realizó la cátedra "Administración Industrial" al año siguiente hasta 1970. "Introducción a las Ciencias Exactas" entre 1960 y 1970. Trabajó en la Academia Politécnica Militar, realizando las cátedras "Humanismo Científico" y "Cibernética" entre los años 1968 y 1978. Fue Director de la XVI Escuela Internacional de Temporada de Valparaíso (Universidad Técnica Federico Santa María, Universidad Técnica del Estado, Universidad de Chile, y Pontificia Universidad Católica de Valparaíso) en 1964.
Realizó programas de televisión en el entonces "Canal 9" de la Universidad de Chile: "Por las fronteras de la Astronomía" entre 1966 y 1967. También trabajó para el "Canal Nacional" TVN, con el programa "La conquista del Planeta Tierra" entre los años 1968 y 1971. Su trabajo en este ámbito le permitió hacer centenares de conferencias a lo largo y ancho del país y en extranjero, participando en congresos nacionales e internacionales en las áreas de Ingeniería, Ciencia y Literatura.
Fue una persona que abarcó diversas actividades, entre las cuales destaca recibir el grado de Teniente 2° de Reserva en la Escuela de Caballería con dedicación permanente en las competencias ecuestres de saltos entre 1922 y 1972. Fue socio del Santiago Paperchase Club (asociación de football) entre 1934 y 1954, al igual qu del Club de Polo y Equitación San Cristóbal desde 1954 hasta su muerte, logrando el título de socio honorario en 1974. Fue Presidente en tres periodos de la Federación de Deportes Ecuestres de Chile.
En su faceta literaria, fue miembro de la Academia Chilena de la Lengua (Individuo de Número) desde 1968 y de la Real Academia Española RAE desde 1971.
El Premio Nacional de Literatura le fue otorgado a Arturo Aldunate Phillips, en atención a una vida consagrada a la literatura y especialmente a la divulgación científica, cualidad que le permitió constituirse en creador de un género nuevo en Chile: el Ensayo científico, escrito con belleza literaria.
Premios literarios
1957, Premio Braden Copper Company del Instituto Chileno de Administración Racional de Empresas ICARE.
1964, Premio Atenea de la Universidad de Concepción por su obra Los robots no tienen a Dios en el corazón.
1975, Premio Ricardo Latchaman del Pen Club de Chile.
1976, Premio Nacional de Literatura.
Otros premios[editar]
Premio Juan Donoso, del Instituto de Ingenieros de Chile IING.
Medalla Andrés Bello, de la Universidad de Chile.
Diplomas de Honor de la Asociación Cibernética del Uruguay.
Participación
Comisión Honoraria de Estudios Cibernéticos del Uruguay.
Instituto de Cultura Hispánica de Madrid.
National Aeronautic and Space Administration NASA
e una treitena de instituciones nacionales e internacionales.
Obras
Era una sirena, poesía, 1921.
El problema de las utilidades y la crisis económica actual, ensayo, 1934.
El nuevo arte poético y Pablo Neruda, ensayo, 1936.
Federico García Lorca a través de Margarita Xirgú, ensayo, 1937.
Matemática y poesía, ensayo, 1940.
Estados Unidos, gran aventura del hombre, ensayo, 1943.
Pablo Neruda: selección, compilación, 1943.
Un pueblo en busca de su destino, ensayo, 1947.
Al encuentro del hombre, ensayo, 1953.
Albert Einstein, el hombre y el filósofo, biografía, 1956.
Quinta dimensión, ensayo, 1958.
Los robots no tienen a Dios en el corazón, ensayo, 1963.
Por las fronteras de la cibernética, ensayo, 1964.
Una flecha en el aire y otros ensayos, 1965.
A horcajadas en la luz, ensayo, 1969.
Universo vivo, divulgación científica, 1970.
Hombres, máquinas y estrellas, 1972.
El amenazante año 2000, futurología, 1975.
Chile mira hacia las estrellas, divulgación astronómica, 1975.
Los caballos azules, sobre astronomía y otras ciencias, 1978.
Mi pequeña historia de Pablo Neruda, 1979.
Luz, sombra de Dios, acto de fe de un científico, 1982.
Algo del hablar literario de Chile", 1984.
“Oh! Si yo pudiera creer, qué gran consuelo
qué sublime explicación
qué clara explicación de mi misterio.
Pero no, no es posible…”
Era una sirena
Autor: Arturo Aldunate Phillip
Santiago de Chile: Impr. Universitaria, 1921
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1921-10-09. AUTOR: CARLOS SILVA VILDÓSOLA
Todo libro de versos de jóvenes poetas me causa una inquietud y malestar. De ordinario los hallo malos, y me asalta la triste duda de si estaré envejeciendo, tanto que ya no seré capaz de sentir como los jóvenes, ni siquiera de entender sus imaginaciones.
Abrí con temor este volumen, doblando su cubierta donde una sirena se baña bajo un cielo siniestro. Encontré en el pórtico al ilustre poeta don Julio Vicuña Cifuentes, que en un prólogo elegante y amable me invitaba a entrar. Esto era tranquilizador. El poeta de esa “Cosecha de otoño”, que es la producción más primaveral de los últimos años, no podía ser padrino de cualquier ahijado.
Y dentro había unas dos docenas de composiciones poéticas, casi siempre de amor -¿de qué habían de ser si el autor anda por los bordes de los veinte años?- y a veces de inquietudes, de dudas, de ansias mal definidas, de estados de alma con los primeros rumores de las tormentas, de la pasión y de las luchas del entendimiento.
Arturo Aldunate Phillips puede estar tranquilo respecto de su pequeño libro de versos. Le harán críticas. Probablemente se las harán justas e injustas, de buena intención y rabiosas y enconadas. Ojalá se las hagan, porque lo que aquí hace falta es crítica. Pero no se me ocurre que haya quién se atreva a poner en duda la sinceridad profunda de su inspiración, y esto solo basta para que tenga derecho a ser llamado poeta.
Sus poesías amorosas son de una sinceridad que les da el encanto indefinible de una confidencia juvenil delicada, púdica y tierna, y las redime de los defectos de forma. Tras de esos versos se adivina, como lo dice el señor Vicuña Cifuentes, una amada real, que vive en un rincón de este mundo, que ha sido idealizada en la imaginación del poeta, pero que conserva su carácter y su individualidad. El poeta le dirige estrofas en que ha dado forma rítmica y envuelto en bellas imágenes su pasión, una pasión verdadera, realista, no una de esas pasiones de artificio y fingimiento en que de ordinario caen los poetas muy jóvenes.
Las composiciones tituladas “Recuerdo”, “Leyendo” y “Presagio”, son, a mi juicio, las que mejor muestran esa honradez sentimental del poeta, esa sinceridad honda, vertida en una forma más hermosa, más cuidada. Es la noche:
“resuenan extrañas las voces del miedo,
un grito muy triste semeja un lamento,
es que alguien se queja;
son largos silbidos, aullidos del viento…”
La soledad y melancolía del poeta se traducen en un deseo que poco a poco toma formas:
“Son ansias de ver a mi amada,
tenerla a mi lado y tomarle sus manos de cera,
y mirarme en sus ojos, estrellas de un cielo,
de un cielo muy bellos que llevo aquí dentro
y que ahora está a oscuras, sin luces ni estrellas”.
En la mayor parte de las composiciones, la influencia de Gustavo Adolfo Bécquer es manifiesta, pero no hay imitación, sino la influencia sana, originada por analogía de temperamentos, por ese instinto que nos hace acercarnos al poeta en quien hallamos traducida nuestra propia alma y que ha escrito como nosotros desearíamos escribir.
En la última parte del libro hay algunos pequeños poemas en que el señor Aldunate da formas a la gran inquietud que se ha apoderado de la juventud de estos últimos decenios ante el problema espiritualista. El materialismo crudo, el positivismo absoluto del siglo XIX, han hecho una crisis definitiva. Desde 1900 (lo curioso es que la fecha podría fijarse así, casi exactamente), los espíritus más distinguidos buscan una creencia, quieren salir de la elegante duda poética que satisfizo a sus abuelos o del materialismo y negación de sus padres. Unos se arrojan en brazos de su tradición católica, otros van camino de la India a preguntarle a sus fakires lo que recuerdan todavía de la doctrina de las reencarnaciones; estos se quedan en los umbrales de un cristianismo vago y poético; aquellos interrogan a los espíritus que contestan por medio de las mesas; todos quieren saber algo de un mundo que no es el de la materia y que se resiste a las experiencias de laboratorio.
El autor de este pequeño libro de versos tiene esa inquietud y en una composición muy bella que titula “Ansia infinita”, muestra su anhelo de infinito, su necesidad de dar a su alma un Dios al cual no haya que adorar “en esos templos formados por los hombres”… ¡Oh!, ¿quién de entre los jóvenes que nacieron al clarear este siglo no reconocerá en esa bella poesía su propia inquietud?
Y bien; la belleza de esta parte de la obra del Sr. Aldunate reside de nuevo en la sinceridad: aquello ha salido del fondo de su alma como un grito de angustia en la noche. Por suerte, lo que acaso él no ve todavía, los que ya vamos de regreso lo vemos con claridad perfecta: esa necesidad de creer, es la creencia, es la fe; basta un instante de honradez intelectual para pasar de ahí a la creencia positiva. En cuanto al Dios que el poeta anda buscando y que debe llenar ciertas condiciones prolijamente enumeradas en sus versos, es un antiguo conocido nuestro: es el Dios que debemos “adorar en espíritu y en verdad”, está en el Evangelio.
El señor Aldunate es ya un poeta porque tiene imaginación, porque se inspira noblemente, porque es sincero en la expresión de sus afectos. Cuando domine por completo el lenguaje, que a veces resulta pedestre porque es pobre, en contraste evidente con la elevación del concepto, será uno de nuestros buenos escritores. Tiene lo que no se puede adquirir a ningún precio; le falta lo que se adquiere con gran facilidad, con la práctica, con el trabajo y la voluntad.
CRÍTICA APARECIDA EN LA NACIÓN EL DÍA 1921-10-16. AUTOR: ALONE
Aquí pisamos terreno perfectamente conocido, acaso demasiado conocido. Se trata de la primera obra de un joven de veinte años que ha leído a Bécquer y no lo disimula. Los ecos de las “Rimas” resuenan a cada paso en sus estrofas y si el poeta andaluz hubiera escrito en otro idioma, diríamos por momentos que el señor Aldunate lo traduce bien.
Música triste como un gemido, notas que vienen del ser querido, largo lamento:
“como si el viento
silbara en noche de tempestad.
Algo lejano que no se olvida,
un amor puro, rayo de vida,
rumores vagos,
en unos lagos,
lagos de niebla donde no hay luz”.
Retrocedemos muchos años, perdemos de vista los atrevimientos de las nuevas tendencias, nos parecen un sueño el “futurismo”, el “creacionismo” y el “dadaísmo” escuchando esta canción romántica, sintiéndonos perdidos, no sin agrado nostálgico, en el bosque de la primera adolescencia, bajo los rayos del astro nocturno, entre las frondas murmuradoras, tras de “algo” desconocido que al fin resulta inevitablemente ser la amada.
Los jóvenes que llegan a la literatura producen un poco el efecto de los disfrazados. Pasan vestidos de arlequines o de monjes, de caballeros medioevales o de trovadores, ríen, lloran, aman, y dicen su palabra con una voz rara. Los oímos, los miramos con desconcierto. ¿Quiénes son? Aquí hay un color, allá un movimiento, acá una línea evocadora de tal o cual personaje; las generaciones antiguas les han tendido su capa y bajo ella se ocultan. ¿Quiénes son? ¿Adónde van? ¿Seguirán ascendiendo, escucharemos otras canciones de sus labios o se sentarán en silencio a la vera del camino? No lo sabemos. Están disfrazados.
Pueden ser muy sinceros y, sin duda alguna, este poeta, el señor Aldunate, lo es. Dicen lo que sienten y cómo lo sienten; pero la armadura del verso o de la prosa es una armadura viva a la que se necesita domar para que sirva en el combate. El espíritu de los viejos luchadores palpita todavía en ella y muchas veces creemos manejarla cuando en realidad somos conducidos por su fuerza, nos figuramos llevarla y es ella quien nos arrastra.
En “Era una Sirena”, “solo hay una cosa concreta –dice el prologuista-: el amor del poeta por la “amada”, una amada que desde luego presentimos real. Lo demás, tiene todavía, por dicha suya, la imprecisión de los anhelos juveniles”. ¿Una amada real? Sin duda para él. Para nosotros, ¡ay!, su figura se pierde entre las infinitas amadas de todos los poetas románticos; no le encontramos el acento, no le distinguimos el rostro, no logramos descubrirle el sello único que individualiza a los seres en el mundo, los hace vivir. En el concierto de reminiscencias que la envuelve, su voz está perdida. Y también la voz del poeta. ¿Es cierto que duda, ama, teme? Acaso; pero es más cierto aún que vacila e ignora su ruta personal. No todo, por desgracia, consiste en ser sincero; se necesita –y esto lo oímos de un viejo maestro- “tener de qué ser sincero…” y agrega el sentido común, poseer la fuerza y la destreza necesarias para romper el molde y sacarlo a la luz.
El señor Aldunate, demasiado joven, permanece todavía en estado de crisálida. No podemos juzgarlo. Hay que limitarse a decir de su libro, como de costumbre, que es una promesa.
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1921-10-24. AUTOR: OMER EMETH
“Era una sirena”, dice Arturo Aldunate Phillips… Ese título no me parece adecuado, primero porque la sirena no era, sino que es, y segundo porque al fin y a la postre, ella no es “sirena”…
Ella es, si tal puede decirse, la protagonista de este libro, y si se me exigiese, podría yo, con versos del señor Aldunate Phillips esbozar aquí un retrato de Ella, muy hermoso, muy fiel, sin duda, pero en todo caso, muy diverso del que correspondería a una sirena.
Las sirenas vienen descritas de una vez para siempre en la Odisea y sabemos, por lo que cuenta Homero, que se valían de los encantos de su voz para hacer naufragar a los viajeros en los escollos, tras de los cuales vivían. Sabemos aún más: devoraban a sus víctimas. Eran literalmente antropófagas. Y, además, (ate esos cabos quien pueda) eran románticas como fueron, andando el tiempo, las contemporáneas de Lord Byron. ¿No nos cuenta Homero que, al verse desairadas por Ulises, esas encantadoras mujeres se tiraron al mar en un acceso de rabia? Suicidio fingido, puesto que eran semi-mujeres, es decir, semi-peces que no se ahogan en mucha agua.
Ella, en este libro, no es sirena. Atrae, ciertamente, al poeta que oye su melodiosa voz a toda hora y en todas partes, pero no le atrae para devorarle, sino para hacerlo feliz. En el horizonte, divísase bien claro el altar al pie del cual vemos un par de novios… ¿Por qué, pues, el poeta llamó Sirena y con un co-pretérito de indicativo la situó en el pasado?
Otro pleito; (¡hoy estoy por pelear!) el poeta dice en dos lindas estrofas que son como un prólogo:
“Mis versos, sois mi sangre, pedazos de mi vida,
salidos de mi pluma sin yo saber por qué.
¡Lleváis recuerdos míos, pasadas alegrías,
tristezas que he llorado, locuras que soñé!
Pero eso os dejo escritos como un recuerdo mío,
como una biografía que solo entiendo yo.
Pedazos de mi vida, mis versos tan queridos,
guardad bien el secreto que mi alma os confió”.
Desde luego: ¿cómo habrán de “guardar el secreto” esos versos que serán leídos por muchos linces? Y, además, ¿no es inverosímil que siendo este libro una biografía del autor, solo el autor pueda entenderlo?
Cuenta que, en la pasada guerra, los beligerantes inventaban, a porfía, las más endemoniadas claves, unas claves dignas de la misma Esfinge y que, con todo, cumplíase para cada una de ellas infaliblemente el axioma: “A bon chat, bon rat”. Todas fueron descifradas.
La del señor Aldunate Phillips la he descifrado yo, sin por eso creerme muy hábil.
Es una biografía clara como los ojos de Ella; es la biografía de todos los enamorados jóvenes; es la vieja canción, la canción de los siglos en que, bajo florituras propias de cada músico, corre la misma ola de armonía y vida que hace latir el corazón humano desde el principio del mundo. No es un secreto.
“¡Una biografía que solo entiendo yo!” ¡Qué exageración! La entenderán todos los que lean “Era una Sirena”, todos y todas y aquellos que no la entiendan o no simpaticen con Él y Ella, poco tendrán de inteligentes y humanos.
Este libro merece mis simpatías porque es joven y, porque a pesar de su pretendido “secreto”, es sincero en la expresión no solo del amor, sino también del ansia de buscar, más allá de lo pasajero y limitado, un Dios que dé a su amor un objeto infinito y eterno.
“Siento ansias de creer
de dar a mi alma un Dios para que pueda
curar su ansia insondable de infinito…”
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