Armando Solari
Armando Solari (Chile, 1921). A los veinte años publica en Valparaíso su primer libro, intitulado “Jardines de medianoche” (1941); posteriormente, “Fábula y canto” (1949), “Cantata a la muerte de Miguel Hernández” (1950). Fuente: "Antología de poesía chilena a través del soneto".
Respuesta a Hamlet
De un tajo me volé la primavera
y al filo de otro tajo y otro beso,
caliza, monda al fin de piel y seco
tan amante rodó mi calavera,
que miando la tierra donde fuera
con esos mismos dientes la regreso,
la desgajo y la siembro hueso a hueso
por si torna otra vez la primavera.
Con un beso en los labios me profano,
me desciendo en la tierra y me despido.
¡Que desgarre es tenderse hacia el olvido!
sin más calor para estrenar tu mano
que una huesa, una sien y el dulce ruido
de esta piel ya mortaja y ya gusano!
NADIE ELIGE LA FORMA
Nadie elige la forma. Ella me viene
de cantar y cantar, ay, sin sentido.
Mas ¿qué campana vegetal mantiene
este pulso de grillo a mi latido?
Nadie toque mi alma, se sostiene
por un hilo de aroma que verdece,
¿Mas de qué savia o manantial proviene
esta sustancia de árbol que me crece?
¿Y esta mano de bosque y de yerbera?
¿Y este siempre fluir de primavera
por mi cayado que retoña y vibra?
¡Ah, mi alma, por las hojas canta y canta!
!Què alegría nacer de tierra y fibra,
con un grillo escondido en la garganta!
Cantata a la muerte de Miguel Hernández
(Fragmento). Armando Solari.
(Fragmento). Armando Solari.
En 1950, después de ocho años de la muerte del poeta, la imprenta Victoria de Valparaíso publicó sólo trescientos ejemplares especiales del libro "Cantata a la muerte de Miguel Hernández", única obra de Armando Solari. En ella participaron también Juvencio Valle con su Retrato de Miguel Hernández y Eduardo Blanco-Amor escribiendo el epílogo de la obra. La Cantata esta dividida en cuatro partes: Elegía, Salmo Ardiente, Himno a la alegría, y, Memento y Final, de las cuales entregamos íntegras las dos primeras.
ELEGÍA
Fragrante aún a yodo y cieno tanto
-la sangre suele oler cual fue la herida-
de vena en vena, vengo en llanto,
con el labio más triste y homicida
a minar tanta muerte en tus pulmones,
disputándole al hoyo tu venida.
¡Nada pudo la sangre y sus razones;
en un charco te vas y te desmigas
rodando por la tierra a borbotones!
Y es tan fiera la huesa que hoy mendigas
que ya un gusano te voló el costado
y el charco lo navegan sólo hormigas.
¡Cómo duele pensar que te has quedado,
de bruces a la tierra y al ultraje,
caído el corazón y el puño alzado!
Y polvo al fin, sin casta ni linaje,
¡cómo engendra tu sangre y se desboca,
y cada mies, Dios mío, es otro oleaje;
un estertor de carne abierta y loca
donde irrumpe la arteria y se abalanza
con un grito aterido en cada boca!
¡Madura está tu sangre y mi esperanza,
volada está tu sien, y así baldía,
tan ávida de estiércol y labranza,
que me escuece en los dientes la porfía
de tragarme hasta el polvo y sorprenderte
latiendo por la tierra todavía!
La tierra no se sacia con saberte:
¡en cada embrión te disminuye un poco,
y yo, me he muerto un poco con tu muerte!
SALMO ARDIENTE
Yo no juzgo a la tierra ni al gusano
que te postra ni al hoyo que te criba;
juzgo sí, al suicida y al tirano,
al que sin voz, de un vómito derriba
tanta sangre y Miguel en tanta ven
y luego calma:«¡Arriba España, Arriba!».
España no es el fraile ni es la arena,
ni el barbero que oficia y se doctora:
es un muro de espanto y de gangrena,
donde un pueblo se orina y se enamora,
y que si ha de gritar, desciende un tanto
y te muerde ¡ay! la voz hasta que llora.
¡La tierra ya no puede con tu llanto!
Y no hay venda posible, no hay calvario,
ni un tarugo siquiera en el quebranto
de tirar por tus pies hacia el osario;
que España, mal Verónica, enloquece,
tragándose de un pasmo hasta el sudario.
Mas la voz no se agruma ni enmohece:
el pueblo la barbecha en tal manera
que el labio, el grito aquel, te crece y crece,
¡y habrá un día a tu voz, ya sin frontera,
en que el odio se abrase a escupitajos
y en cada escupitajo una bandera!
¡Y habrá un tronar de puños y cascajos,
axilas como ríos, desbordadas,
y allí tu voz, tu lengua hecha colgajos,
surgirá de la tierra a dentelladas
y a cada eco, se irán, a cada lado,
con el pecho oponiendo a las espadas,
el hombre con el Hombre y el arado,
los proscritos también y los galeotes:
que hay una llaga en Cristo, hay un costado,
un cuajo que no cesa y treinta azotes
por cobrar en aquél, que siendo franco,
es más judas que Judas e iscariotes!
¡Aquí el mestizo, el indio aquí y el blanco!
¡Proletarios venid, marchad obreros,
marinos, labradores: flanco a flanco!
¡Parias de todo el mundo aquí, mineros:
con las mechas ardiendo, con martillos,
con pólvora y resinas, compañeros!
Con las yescas en alto, con cuchillos,
con flema y hiel, con sangre enarbolemos
los tiranos por siempre, los caudillos,
sus místicos también y sus blasfemos;
y allí por siglos befen su dominio
de las horcas colgando en los extremos.
Y tú, que en oficina o lenocinio
junto al sisar al hombre le fornicas
con tus babas de oprobio y exterminio:
¡allí por siempre acabes! Y a las ricas,
y el sicario y los hijos de su hijo,
¡hombres que al Hombre denigráis: maricas,
carroñas, alcahuetes de escondrijo,
oligarcas del mundo al fin, deicidas,
axilas que el sudor jamás bendijo:
¡temblad!, que allí, profusos y apatridas,
cuanto a espasmos de origen, cuanto a gritos,
a las napas cayendo, donde a heridas,
de náusea en náusea iréis, en sangre ahítos,
abortando por siempre hasta el gusano
vuestros cuerpos de pus en pus malditos!
¡No! No es que tenga sed contra mi hermano
ni se diga que en él, anquilosada,
hendí mi lengua un día ni esta mano,
ni en tanta ruina hube, en tanta nada
una estampa a mi boca, una medalla
más dulce que tu nombre: «camarada».
¡Que el odio no es mi hermano ni es su tralla,
ni el déspota lo fuera ni el valido;
y si a aquél, tu amo, como a ti, canalla,
un vómito de sangre le ha parido,
por la sangre que habéis en vuestras frentes,
más os valiera Dios no haber nacido!
¡Oh, tapiadme esos úteros dolientes!
Sepulcros deben ser y no matrices;
y estériles de vástago y simientes
las vuestras, más que madres; meretrices,
comprendan que el haber parido un día
tantas rémoras fueron y lombrices.
No es mi prójimo, no, ni lo sería
aún, si de sí mismo engendro procediera,
quién a esta madre así, tan suya y mía,
quién a mi pueblo ¡el suyo!, a mano artera,
le va rondando el cuello y la garganta.
¡No! Que mi hermano es Cristo, y tú, ramera,
y esta sangre, Miguel, que en sangre tanta,
por las trojes labrando, en los trigales,
con la gracia del pan bendice y canta.
¡Hombres de la tierra virgen, sementales,
con hilachas de greda aún, membrudos,
de vello en vello abiertos, a raudales,
vuestros poros avancen como escudos
la gloria de sus miembros trabajados,
sol a sol, venturosos y desnudos!
Y así venid. ¡Venid a los sembrados,
venid a ver la enjundia por las botas;
al polen, a los trigos deshonrados;
venid a ver de escarnio en las picotas
esta sangre que al pan dignificara
rotas las sien y las axilas rotas!
¡Estiércol que el estiércol vomitara:
generales del odio al fin, raposas,
a vuestras hembras caiga, a vuestra piara,
en lentas náuseas lentas, silenciosas,
el óleo sordo de estas vulvas muertas,
vejadas ay, de hocicos a las fosas!
Sólo entonces Miguel serán abiertas
de par en par, a gozo y cielo ciertos,
estas lacras de herrumbre, y estas puertas,
que los hombres del hombre, bien cubiertos,
con llanto y sal su almagra levantaron
¡y huesas fueron donde fueran huertos!
Alegraos por fin los que lloraron
y los que en cárceles jamás procaces
morbo a morbo sus cuerpos estragaron;
y así libres, jocundas y voraces,
las hembras junto al hombre vea y vean
más grávidas sus ingles, más feraces.
Y brindemos: ¡Salud los que procrean!
Al surco de sus sexos caiga un nombre
y sea el hijo y los vientres sean.
¡Que el semen a la tierra nunca escombre
para que en Dios despunten las mañanas
y el pan se identifique con el hombre!
¡Salud! Salud por prole y por besanas,
por sal y harina en boca y vino en mesa,
por egido y vellón, por esas canas
que al peinar del sudor que nunca os cesa,
con greda aún, con suelo de rodillas,
al broncearnos la sed, nos nutre y besa.
¡Gracias, Miguel, por riego y por semillas,
por sembrar a los pechos la esperanza
y en versos devolverla en gavillas!
¡Por gesta y agonía, por labranza,
por este pueblo en marcha y por sendero,
por esa carne a gajos y esa lanza
que al quebrar el tirano en tu venero,
más le hunde más, y cada vez más terca
de las fauces le arrastra al agujero!
Ya le arredra la sangre, ya le cerca;
y más la hiere más y aún más fuerte,
puerca en la paz y en las milicias puerca,
la bestia con que acucia se despierte
y al lidiar con el rabo la estocada
el Yugo le acornale con la muerte.
Por si torna la muerte equivocada,
surja España y arrase con la suya.
Yo no juzgo al gusano ni a la nada:
¡quiera el cieno apiadarse y le concluya!
Jardines de media noche
Autor: Armando Solari
Santiago de Chile: Impr. Victoria, 1941
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1941-09-14. AUTOR: CARLOS RENÉ CORREA
Es este el libro de un poeta que comienza la ingrata jornada; sabe él que encontrará muchas incomprensiones, pero no teme en buscar la expresión de su sensibilidad y de los ensueños de su juventud.
Habita estos “Jardines de Media Noche” un escritor casi adolescente que canta a la amada toda la pasión y ternura de su corazón:
“Amada, estoy aguardando la hora
con mi alma llena de esperanza.
(En el silencio la luna y yo
soñando junto a tu ventana)”
Las tardes del mar, los árboles, el viento, la luna y el otoño son motivos que se repiten en estos versos que insinúan al poeta que vendrá después.
Armando Solari no ha encontrado su propia expresión, busca caminos, otea horizontes. La senda es todavía insegura y el paso vacila; el joven poeta debe purificar su expresión, vigorizar el verso y despojarse de falsos romanticismos.
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