Emilia Ayarza de Herrera
(Bogotá, Colombia, 1919 - Los Ángeles, California, 1966). Doctora en filosofía y letras por la Universidad de los Andes, fue colaboradora de la revista Mito. Viajó por Estados Unidos, Canadá, Europa, África, Centro y Suramérica. Los últimos diez años de su vida residió en México, donde ganó un premio por su cuento “Juan Mediocre se suena la nariz” (1962). Dejó una novela inédita: Hay un árbol contra el viento.
Obras: Poemas (1940); Sólo el canto (1942); La sombra del camino (1950); Voces al mundo (1955); Carta al amado preguntando por Colombia (1958); El universo es la patria (1962); Diario de una mosca —prosa— (1964); Ambrosio Maíz, campesino de América (1963) y Testamento (1987).
Testamento
Yo me muero —hijo mío— porque el tiempo
ya no me da su dimensión de toro.
Porque la vida y Colombia se me van de entre las manos
como el tacto de la piel del moribundo.
Porque a los sueños les pusieron pasta.
Y enlataron el júbilo y la risa.
Me voy porque hay qué medir con metro las ideas.
Hay que poner en fila hasta las lágrimas.
Me voy porque ahora tienen que pagar impuesto
los árboles sencillos,
los ríos obedientes,
la piedra, las hormigas,
la lluvia consecuente,
el gris intermitente de los asnos,
las luciérnagas por su vientre iluminado,
el sueño mineral de las tortugas
y hasta el clima sexual de las ovejas!
Me voy porque el trapiche renunció
al ladrillo de miel de sus panelas.
La sal a su bruñida casta de marmaja.
Los pueblos al derecho de escribir su nombre.
Los hombres del trópico
ya no viven alrededor de los volcanes de la piña
sino entre la ceniza de los paludismos.
Ya no se les ve crecer el pelo sobre el hombro a las mazorcas...
ni bailar a las lechugas con su traje de organdí.
Ahora sólo se palpa el almizcle integral de los jornales.
La mínima sangre del labriego.
El tibio cementerio de los ranchos.
El dudoso bolsillo de los clérigos.
El nocturno capital de los burgueses.
Las casas de pellejo de los médicos.
Los edificios de los abogados
construidos con el margen de las viudas.
Ahora las madres bajo su abultado vientre
llevan sólo un cadáver precoz bajo la piel.
El corazón de tus hermanos
ya no es la dulzura en la mitad del pecho.
Se acabaron las diáfanas criaturas,
las gentes con el nombre de cristal.
Las calles no volvieron a cantar en las ventanas.
A los loteros y a los lustrabotas
les sellaron con plomo sus asambleas de esquina.
Y en las casas antiguas el abuelo
—a la sombra del brevo familiar—
doblega en silencio su cabeza blanca,
mientras Colombia en el mapa se desnuda
y le muestra a la América sus llagas!
Selección y nota de Henry Alexander Gómez
La poeta bogotana Emilia Ayarza de Herrera (1919 - 1966) es una de las voces más interesantes y particulares de la poesía colombiana. Con un tono intimista, sobrepasa el umbral de la palabra para hablar de sus obsesiones: de lo erótico hasta el dolor y la violencia que rodea la historia de nuestro país.
En su trabajo encontramos una poética oscura y desgarrada, un tratamiento del lenguaje que asombra por la agudeza de sus imágenes y por su naturaleza atemporal y casi de vanguardia, superando a muchos poetas de su tiempo. La angustia, la soledad y la premura del sueño son hilados con la diestra mano del que sabe que en la escritura no se puede ser ingenuo en ningún momento.
Excluida de las antologías de poesía, el olvido se convierte literalmente en un crimen para una obra que mantiene siempre una levedad, una intuición y sutileza con la poesía, dejando claro a todo aquél que se sumerge en su lectura, que es un canto firme y sólido; un poema como “A Cali ha llegado la muerte” debe ser un clásico dentro de la literatura colombiana.
Presentamos una muestra de sus poemas para que el lector juzgue quién fue Emilia Ayarza de Herrera:
De Solo el canto (1947)
MEMORIA DE LA RISA
Un silencio de espejos
que te hacía más alto
cuando nadie sabía
que el júbilo empezaba.
Cuando apenas el cauce de mi sueño tenía
un leve incendio de antorchas submarinas.
Tú eras el primer habitante de la tierra
con idioma de viento y primavera
y un camino exclusivo de silencios
donde sólo tu voz, entre los árboles,
acusaba la existencia de las aves.
Yo he dicho que tu corazón
era el único señor de la comarca
donde cielos, tardes y horizontes,
se asomaban de azul a las colinas.
Yo he sostenido que en tu casa
construida por el día, en claridades,
no había iniciado si invasión la noche
con el violeta y su séquito de lilas.
Era la dulzura de tu huerto aromado
la que hacía romper el vacío en tu presencia;
y era la lluvia con su claro cuerpo
la que incitaba el himno de las nubes.
En el umbral de tu memoria
la sangre y la ternura
eran ya partidarias de mi piel.
Y antes de que la niebla te hablara
de que la luz perteneciera al día primero,
de que la alta mano suspendiera
en el aire su blanca omnipotencia,
de que las patrias verdes de los árboles
izaran sus millones de banderas,
de que los soldados de la brisa alinearan
con medallas ganadas en los vendavales
y la carreta líquida del río
la llevase un buey de viento,
yo estaba presente en el banquete
donde tú repartías islas, aldeas y bahías
y nombrabas princesas de las eras
y pajes a las algas y a las uvas.
Cómo olvidar cuando dijiste
primitivo aún y verdadero:
“Siendo el primer habitante de la tierra
yo te bautizo, Giraluna,
Sonatina, Espuma, Eco del Río,
Espiga, Corazón de sombra,
y te hago señora y capitana
de la primera sonrisa que germine”.
Y aquí me tienes, en llanto convertida,
con el tallo del júbilo abrazado,
en el desierto de mi imperio trunco:
¡Qué aún no ha germinado la primera risa!
DIÁLOGO ENTRE EL POETA Y YO
Poeta, escucha:
“Habla que tu voz dilata el aire.”
Poeta, ¿qué es el grito de la vida?:
“Es el reflejo de todos los silencios de la muerte.”
Poeta, ¿qué es el sol?
“Una claraboya dorada por donde vemos a Dios.”
Poeta, ¿qué es la risa?
“Es un puente sobre las aguas del llanto construido.”
¿Y el corazón?
“Es un niño que siempre juega a sufrir.”
Poeta, ¿qué es la soledad?
“La soledad, amiga mía, es la más dulce compañía.”
Y tú poeta, ¿qué eres?
“Yo soy la soledad”.
De La sombra y el camino (1950)
MUERTE
Blancas palabras
que la muerte pronuncia desde el hielo.
Caminando como brisa, como fuente,
mi sol llamó su voz de hoguera
al oído de tu piel.
Y tú estabas con la muerte
partida en dos silencios
bajo el párpado.
De Voces al mundo (1957)
SECRETA MUERTE
II
Tú no vas a morir.
No habrá ciprés para tu pelo
ni árbol alguno crecerá en tus huesos.
Que se duerman sin ti las amapolas
(sin el caliente sueño de tu sangre)
Y que se parta el silencio contra el aire
el día que pretenda tu canción.
Hombre mío sin muerte:
Sal a detener el aire y lo sollozos.
Sal a recoger el alba
a tomar posesión de tu mujer y tus aldeas,
a no dejar que el amor se petrifique.
Haz que abran en el campo
su flor de cobre las campanas…
Pon en cada ventana un viaje.
Una mujer y un hombre en cada alcoba.
Deja como una flor el olvido entre los libros.
Trae una canción blanca hacia los pianos.
Entrégale al mar su corazón de azúcar.
Porque eres inmortal
y dios en vano busca entre los hombres tu designio.
La muerte se desploma delante de tus pies
y yace en la penumbra por ignorar tu sombra!
POEMA DESOLADO
Porque te amo y la tierra
y las voces y los signos te reclaman.
Porque te creo y el sueño
se cae de tus párpados.
Porque te lloro y las tinieblas
te dicen solidario y te señalan.
Porque busco mis derechos de hiedra.
Porque frente a tu corazón
no está más que mi lengua.
Porque mi savia y mi espina
constituyen tu huerto.
Porque algo me estrena
y me descubre.
Porque el fuego se pone
redondo entre mi cuerpo.
Porque todo me indica
me viaja y me subsiste.
Porque me esperan las viñas
y me saben los peces de memoria.
Porque todo el territorio me contiene.
Porque estoy caminando por tu casa
entre ovillos de lana
y tus panteras.
Por mi vino.
Por mi casa y mi veneno.
Por mi espejo y mi cadáver.
Por la ventana donde el cielo
se acomoda al tamaño de tus ojos.
Porque soy
Porque canto!
A CALI HA LLEGADO LA MUERTE
No.
Ni la sangre de polvo.
Ni el rumor de las venas sub-terrestres.
Ni los ojos de antiguas polillas vagabundas.
Ni los hombres de párpados doblados.
Ni la casulla del viento.
Ni la tierra pintada de frutos en la tarde.
No.
Nada.
Ni el sexo que comienza en la lengua de los niños.
Ni los pastores de culebras.
Ni las esquinas infieles sobre las ventanas.
Ni la dignidad de los trapiches
sostenida en el breve equilibrio de la caña.
Ni el transparente río que se hunde por los muslos de Cali.
No.
Nada.
Ni las almadías del sueño.
Ni el somnoliento camello de la cordillera.
Ni el monólogo amarillo del sol en el espacio.
Ni la paz de los escarabajos.
Ni la mariposa pintora.
Ni el grillo concertista.
Ni la boñiga de oro.
Ni los geranios, ni las bicicletas
que absorben con sus esponjas de silencio
la tibia pereza de los muros
No.
Nada.
Ni el candor de las escuelas que traza palotes de ausencia en los tableros.
Ni los borrachos que miran fijamente a la ventera
y le derraman el corazón entre las trenzas.
Ni las polleras de los siete-cueros.
Ni la barba de cristal de los torrentes.
Ni los panales detrás de las ortigas
Ni los bueyes de artificial melancolía.
No.
Nada pudo detener la muerte.
Llegó a Cali navegando
y los corceles del Océano Pacífico
la saludaron volcando sus belfos espumeantes en la playa.
Llegó por el pito de los buques
por las banderas de los guacamayos
por el ojo de las agujas que remienda el pudor de las modistas
por la voz de los muertos en los árboles
por los billetes rubios
por el alma incolora de los camioneros
por los ojos trasnochadores de los naipes
por la felina displicencia de los grandes
por la rosa ignorante
por el paisaje de zapatos sin huella.
Llegó sin pasaporte y cruzó la frontera
caminando sobre el miedo rosado de los niños
por el clavicordio dorado de los campanarios
por el pelo de agua de los cosos
por la sencillez de los pueblos
donde los campesinos y las almojábanas se encaran con el sol
y los mendigos pegan su coto a las ventanillas del tren.
Llegó sin autorización de los muertos
que se salieron de sus tumbas
a protestar en un mitin putrefacto y amarillo.
Llegó por en medio de las garzas
los taladros
por entre el múltiple corazón de pitahayas
por la flor que se colocan las solteronas tras la oreja
por los solares donde hacen venias al viento los interiores parroquiales
y un tulipán oye misa diariamente.
Por cerca de los gallos
que creen en la blancura de los huevos
por los tejados donde los zuros escriben la epopeya de los celos
y los gatos y la luna
forman siete lechos y un violín.
Invadió los palacios, las haciendas
los ranchos y las niñas de capul.
Invadió el cielo y sus altos corderos extraviados.
Invadió la secreta desnudez de los cadáveres.
(La ciudad era un racimo de plomo derretido
y la muerte le salía a bocanadas).
La historia de Cali dejó de ser un río deliberadamente puro
por cuyas ondas los días eran barcos de vidrio.
El rojo fue una lluvia sostenida en el aire
y entre los montes de cristal la sangre
dibujará para siempre vitrales en la sombra!
¡Hay que llorar desesperadamente!
De El universo es la patria (1962)
POEMA EN DOS LLANTOS
Comencé a suceder cuando me dijo:
“Eras antes del telón del fruto
eras antes de besarnos en el hambre
eras antes
mucho antes.”
En verdad
había un osario mineral en el espacio
donde mi edad cabalgaba en el abismo.
yo vivía de incógnita igual que vive Dios,
y solamente me sollozaba cualquier lunes la ternura
o a veces desperdiciaba la vida con palabras.
Recuerdo que una especie de muerte se asomaba
por los ojos de todas las ventanas
y que un mundo de pájaros de hielo
de ríos espesos de primaria sangre
se insinuaron.
Se me había comenzado a abrir el corazón como una mano
con la más dolorosa fuga entre los dedos.
La soledad navegaba en mis ojos como barca
el día que el hombre en mis entrañas
estableció una poderosa rotación de muerte.
Era el fantasma de sus siglos de horca.
Era el granizo de sus subterráneos.
Eran sus serpientes como esfinges.
Su colección universal del llanto.
Era el túnel del mar sobre la sed.
Era Colombia resollando
por el debilitado mapa de sus venas.
Era él, catarata, cementerio,
kilómetro azul, desprendimiento,
hombre de largo semen disecado
criatura de misterio polvo esclarecido
fortaleza,
sustantivo,
honda espina de labios caminantes
kafkiano, murciélago indudable,
era él
abriéndose camino entre mis uñas.
Era el silencio en su clamor de ocio.
Eran dos millones de puños para el miedo.
Era lo que más duele entre la piel
era el momento que todos hemos sollozado
era un dibujo de perros y tinieblas
era Onam entre su orgasmo verde
era nada
era él
era absolutamente el viento
y nada más.
Comencé a suceder cuando me dijo:
“Eras antes de envejecer afuera de mi cuarto
eras antes de las acorazadas pautas de la injuria
Eras antes
mucho antes.”
Oh ¡esqueleto de mínimos cristales!
Oh ¡saliva de ciclón!,
Oh ¡amante necesario!
cuántos de mis pliegues se llenaron
con las cenizas de tus catedrales.
Cuántos de mis soles se apagaron
entre la histeria de tus cordilleras.
Cuántas estalactitas de callados coitos.
Cuántos hilillos de sangre sostuvieron
un instante de hijo en la memoria.
Sábanas lejanas
Tal vez un tamaño prefijo en la distancia.
Dos mil años de lengua entre la piel.
La filiación de un hongo
cuando se piensa en algo.
No sé nada.
No sé nada.
Pero estoy cómica y ajada
clavada como un espantapájaros
con los brazos abiertos y vacíos
infinitamente sola en su compañía!
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