Claudio Durán
(1939). Poeta de las Américas. Durán (chileno-canadiense), es Profesor Emérito de la Universidad de York en Toronto, donde trabaja desde su arribo a Canadá, después del golpe militar que derrocó al gobierno de Salvador Allende en 1973.
Entre sus publicaciones poéticas se mencionan los libros “Homenaje”, “Más Tarde que los Clientes Habituales”, su libro-poema “Santiago”, “La infancia y los exilios” Editorial Cuarto Propio 2007 y “La Infancia y Los Exilios/Childhood and Exile” en versión bilingüe castellano-inglés publicada por Split/Quotation-La cita trunca, Ottawa, Canadá, 2008. Su último libro, Limoneros y arcángeles, ha sido publicado por la Editorial RIL, noviembre, 2010, en Chile.
Ha merecido reconocidos premios académicos, como el de Profesor Canadiense en el año 1993, participado en numerosos encuentros poéticos en Canadá y organizado diversos recitales en la Universidad de York y en la ciudad de Toronto.
El profesor y crítico de literatura Fernando Veas Mercado escribe a manera de prólogo acerca de la poesía de Claudio Durán; “Su poesía es íntima, tamizada, en la que se vierten impresiones en un lenguaje justo, mesurado pero que encierra un gran fuego por lo evocado en cadencias de ritmo sereno, casi amortiguado, de la que emerge la paz, un estado de plenitud”. Y Jorge Etcheverry nos afirma; Esta obra es de alguna manera un diario privado, una crónica y un viaje, una recuperación de la vida y la poesía, cuyo sentimiento predominante es la nostalgia—característica distintiva de toda literatura transplantada—quizás más pronunciada en el caso de la poesía de Claudio Durán que en el de todos los otros escritores chileno-canadienses.
Estoy en mi mesa
estoy en mi mesa
y escribo sobre el mundo
el mundo pasa por delante como
las bicicletas,
yo sin embargo intento lanzar
un verso sobre su esencia misma
el mundo se muestra en los pájaros
y (os pájaros pasan volando,
mi mesa queda detenida como una
mariposa de insectario
y los arboles se elevan delante de mi
ventana
La comida fría
Cuando entro a la oficina
y las paginas amarillas abren su musculatura
mis dedos palpan la sensación de estar
o no estar
sobre el asiento gris de sensaciones
la ventana me ofrece un marco oblicuo
el teléfono ventila sus audiciones dolorosas
(1,2,3,4,5,6,7,8,9,0 en circularidad clásica)
un cenicero, un pedazo de tiza blanca y dos clips
padecen en la posición de esculturas
en fin
experimento la creencia de haber llegado a
un restaurante extraño
un poco más tarde que los clientes habituales.
veraneo
americanos del norte pacen
con lentitud de entrega
el muelle
socava la presencia
de algunas olas
el ritmo de la lectura es infinito
cada página escrita
es una ola
la piel teutónica o anglosajona
enrojece como camarones
ojos reparten la cerveza en tarro
mientras campanas de comida
corren sin ninguna prisa
al encuentro inmóvil
más allá lanchas exudan metales
y automóviles último modelo
esperan sin mirar nada
que nalgas regordetas
hagan padecer otra vez
los tapices de plástico
A la vida
Quisiera creer en la muerte
como si estuviera señalada ya en mis palmas
y seguir eternamente el alma
en un gran desván de sillones usados
y viejas rendijas.
Las casas que disfruté, como un buen
desayuno, ya no existen casi.
Una se quedó mirando el mar por las ventanas.
Allí moraba mi abuela. La dejamos entre flores
como si ella fuera un gran rosal para siempre.
Luego, una casa de cenizas y enredaderas
se llevó, entre los árboles, a mi abuelo.
Le tomamos una fotografía. Sus ojos grises.
Hubo discursos. Se quedó entre ellos.
Luego mi otra abuela se llevó su piano
al desván. Entre sillones usados y
viejas rendijas.
To a fellow poet
a Rafael Barreto-Rivera
Amuletos de colores
contra
amuletos de acero.
Antes hechiceros con fuego en la garganta
misteriosos seres transparentes conducen ahora el metal
como si el metal fuera todo.
Calor
contra
frío,
amuletos de colores
amuletos de acero
seres transparentes y hechiceros de fuego.
Aquello era Puerto Rico o la cordillera de Los Andes,
los penachos helados bajaban hasta la misma
orilla del mar,
había caballos de carne y hueso
también había muchos microbios del tifus
y tuberculosis aguda y marasmo.
No podía la Razón subsistir,
siquiera.
Amuletos de acero:
y hablan, hablan despacio,
como si el silencio fuera peligroso.
Puerto Rico, de colores, en spanglish.
Chile con los Andes amarrándolo hoy día.
Hechiceros de fuego
en todas partes.
Variaciones en torno a un tema de Brahms
Estábamos todos en un abismo,
en un ritmo de calcio, en una marejada:
La lluvia no caía por sí sola. Vegetales
crecían en las ventanas junto a la nariz.
Afuera de todo, afuera de sí mismo,
el ventisquero que llena el espacio
y deja traslucir el aire.
Iban y venían pasillos y corredores,
cajones de estanterías cerradas
y un lento abrirse de puertas
como un guante que se doblara en sus nudillos.
Wuppertal
a mi hermano, Mario
Desde la sierra, mas baja, de ciudades
renovadas por la guerra
entre boca-calles tersas, rigurosas entre
líneas blancas y negras,
bajamos hasta el corazón de siglos anteriores
subimos a nuestro altar,
buscamos entre las fábricas
aquella, única, que nos hablaba
a nuestros sentidos
entre el frío riguroso del alba
Viajando a Campanario en tren
Y cualquiera sea el fin de mis estudios
o el rigor de mis ideas
o la calma de mis enseñanzas
o su idioma o su lugar,
está en mi sangre siempre el color de
la locomotora negra, lentamente
deteniéndose en Monte Águila.
Entre la nieve de marzo
a José Miguel Arteaga
Recibí tu carta entre la
nieve de marzo,
bebiendo café, solo, en medio
del silencio
(una radio exponía levemente música
teenager).
Leí tu carta entre la nieve
de marzo,
paso a paso, la amistad, el destino
oscuro de los destinos personales,
inexhaustos por el tiempo, el ser,
la distancia cada vez mas próxima
de los aviones.
Leí tus líneas entre la nieve de marzo,
una agencia de publicidad,
Marcela Mewes,
tus hijas Catalina y Julieta,
Polonia, Fernando Zabala.
"Hay una amistad entre ambos
que habrá sobrevivido."
Escucha Rodrigo desde la nieve
a Rodrigo Alvayay
Escucha Rodrigo
con tu rostro diaguita
y el mío arábigo-semita
curtido por la piel del sol nortino:
vivo entre la nieve hoy día
y recuerdo siempre los atrasos no-sajones
y la conversación infinita de aquella oficina
por cuyas ventanas veía un campanario enorme
y muchas palomas engolosinarse con las cornisas.
Y ahora vivo en el frío, pero
recuerdo como si fuera mañana
que hablábamos sobre el sol
tú, con tu rostro de diaguita inexpugnable
y yo con el mío arábigo-semita
curtido ahora por la nieve.
De “Poemas de La infancia y los exilios”. Tercera parte: Post-exilio. Antofagasta.
Introducción
Cuando recorro los caminos del exilio
imagino ir navegando entre los cerros del desierto
cerca de la azul Antofagasta
con sus cielos rojos como un llanto,
y cuando miro el lago
entonces recuerdo la herradura de Mejillones
con sus aguas transparentes.
Los verdes tan intensos que merodean aquí
todo el verano y el otoño
me hablan de los oasis
y de los ríos que atraviesan el desierto
como una bufanda,
el Loa, el Vilama, el San Pedro.
Las carreteras supersónicas cruzadas
por múltiples sistemas de puentes y desvíos
se me ocurren los caminos
que aprendí a conocer con mi padre.
Todo lo que veo, incluso los parques y quebradas,
me dice lo que fue mi infancia.
Poema 2
Las aves volaban siempre
avanzando en el aire sin restricciones,
el mar era su camino, las alas, la cadencia.
Poema 4
Todo sucedía contigo:
la casa
el jardín de mi madre
el pelo ondulante de mi padre
la bondad ilimitada de mi abuela
los desordenes de mis hermanos
mi propia indulgencia e inquietudes.
Salía a caminar por los rieles
a esconder tizas en los valles
a arrancar de los pordioseros alcohólicos
a llenar de nostalgia las playas.
En el colegio sólo me importaban los recreos
y las compañeras que jugaban al pillarse
o a la niña María
que bailaba sin parar.
Mi vida era tranquila por fuera
y llena de espantos en el interior,
dulce y agria
nostálgica y apenada
solitaria y protegida.
Por eso, tú me obligabas
a devenir, y rezar si fuera necesario,
mis rezos eran de tierra y fervor,
usaba un uniforme azul marino
con insignias y guardas amarillas.
Poema 12
En La Portada,
corríamos con mis hermanos esquivando las olas
nos escondíamos en las cuevas calcáreas
y bajábamos inquietos por la encumbrada escalera
que seguía el ritmo azaroso de los acantilados.
Poema 15
El agua de las fuentes se acabó por un tiempo.
Las olas reventaron, crujieron, se encogieron.
A la vida
Quisiera creer en la muerte
como si estuviera señalada en mis palmas
y seguir eternamente el alma
en un desván de sillones usados
y viejas rendijas.
Las casas que disfruté, como un buen
desayuno, ya no existen casi.
Una se quedó mirando el mar desde por las ventanas.
Allí moraba mi abuela. La dejamos entre flores
como si ella fuera un gran rosal para siempre.
Luego, una casa de cenizas y enredaderas
se llevó, entre los árboles, a mi abuelo.
Le tomamos una fotografía. Sus ojos grises.
Hubo discursos. Se quedó entre ellos.
Luego mi otra abuela se llevó su piano
al desván. Entre sillones usados y
viejas rendijas.
Tríptico
He escuchado el ritmo de los pájaros
vuelan ellos envueltos en metáforas
de colores grises y negros
se detienen en los pinos, sobre la nieve,
lanzan sonidos de estar-al-aire, fríos,
blandas capas en la superficie
escucho el canto, universal, sin latitudes,
de los pájaros que vuelven del ártico.
Me preguntaba hoy día, en un restaurante italiano
por la cualidad de la lengua
bajo retratos simples de florencia, el David desnudo,
una fotografía de roma, mapas de la bota,
recordé el canto andino de mi hermano
pensé en mi lengua mordida, en los acentos inútiles,
en las claves de gramática y dictado
salí a la nieve, los árboles inclinados
en la penumbra, el automóvil blanco, hice los cambios,
el motor despegó entre el aire.
El exilio y la gramática
tienen reglas que cumplir, inexorables:
como el vuelo polar de las aves migratorias
que caen en el lago ontario a descansar
interminablemente.
ORACIÓN POR TORONTO
La que se llena de nieve en el invierno
la que me lleva por sus calles como a un amigo
la que me muestra la magnitud de las vicisitudes
la que se eleva sobre el lago y lo mira sin agitarse
la que discurre rieles por donde circulan tranvías
la que me espera en las mañanas y me detiene en las calles para vigilar mis heridas,
la que he llegado a sentir por dentro como un sólido hilo de alma
y me muestra que viví en Antofagasta, en Santiago, en Londres
para que un día circulara callado por los arrecifes suaves de las culturas de la tierra,
la que me enseñó a amar sin distancias ni apetitos deslavados
la que me acogió un día doloroso
la que me dijo que ahí estaban las puertas
que abiertas iban a llenar la mitad de mi vida,
la que, en el calor soberbio del verano, me muestra a mis nietos correr y abrazarme
“I love you Babo”
“I love you Abuclaudio”
la que mi nieta, todavía gateando, ilustra con sus manos y sus sonrisas
la que mi hija filma en sus ojos castaños
y que mi hijo enhebra en su cálida dulzura,
y mi yerno y mi nuera amenizan con sus veladas y sus risas,
la que atiza el fuego de mi existencia
y me lleva por corredores accesibles hasta el corazón de York University
donde aprendí a estar más tranquilo,
la que me lleva hasta la consulta de Graham Berman
donde descubro, redescubro y aliento receloso
las capas escondidas de la pena
la que recogió a mi madre, mi hermano menor y mi hermana
y les dio vista, oídos, recuerdos, estancias,
la que se extiende como un abanico
y suena como una primavera lenta y corta,
Toronto, la bella, la del alma generosa
roja y multicolor en otoño
Toronto, estirada como una manta sobre el suelo.
Llena eres de gracia.
A PRAYER FOR TORONTO
The one filled with snow in winter
The one that carries me through its streets as a friend
The one that shows me the magnitude of sudden changes
The one that rises from the lake and looks at it calmly
The one that is crisscrossed by streetcars
The one that waits for me in the mornings and contains me in the streets to heal my wounds
The one that I have come to feel as a strong thread of the soul
telling me that I lived in Antofagasta, Santiago and London
so that one day I could walk in silence through the soft reefs of the world’s cultures
The one that taught me to love without distance or greed
The one that welcomed me a distressing day
and showed me the doors
that would open to fill half of my life
The one that in the warmth of summer sees my grandsons running to embrace me
“I love you”
and that my granddaughter still crawling draws with her smiles and hands
The one filmed by my daughters brown eyes
Threaded by my son’s gentleness
and made amiable by their spouses
The one that stirs the fire of my life
and drives me to the heart of York University
where I learned to be at peace
The one that takes me to Analysis
where I discover and rediscover and learn to calm the hidden layers of my sorrow
The one that gathered my mother, brother and sister
and gave them eyes, ears, memories and home
The one that spreads out like a fan
and rings short and slow in Spring
Toronto, the beautiful, the generous
Red and multicoloured in the fall
Stretched out like a blanket on the floor
You are full of grace
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