Chela Reyes
María Zulema Reyes Valledor (n. en Santiago de Chile en 1904 y fallecida en 1988) fue una escritora y poetisa chilena, conocida por su pseudónimo Chela Reyes.
A los 8 años comienza a escribir sus primeros versos. A la edad de 22 años se publica su primera obra, el poemario Inquietud.
Fue una de las fundadoras del PEN Club de Chile. Estuvo casada con el también escritor Luis Meléndez Ortíz.
Obra
Poesía
Inquietud (1926)
Poesías (1928)
Época del alma (1937)
Ola nocturna (1945)
Elegías (1962)
Cuentos
Bosque sonoro (1952)
La extranjera (1953)
Las cadenas secretas (1974)
Novela
Puertas verdes y caminos blancos (1939)
Tía Eulalia (1951).
Teatro
La llama inmóvil (1926)
Andacollo (1930)
Literatura infantil
Historia de una negrita blanca (1950)
La pequeña historia de un pececito rojo (1970)
La paloma paseadora (1974)
A la ronda, ronda, del agua redonda (1977).
Premios recibidos
Premio Atenea de la Universidad de Concepción, por la novela Puertas verdes y caminos blancos (1939).
Abismo
ME LLAMAN tus ojeras tenebrosas
y tus débiles brazos enredados,
y el cielo me penetra en sus agujas
y el aluminio en su fulgor prestado,
mientras crece en la ruta de los vientos
la lívida semilla de los astros.
Y en el légamo se abre, como un lirio
en venenosas algas, injertado
tu rostro, en un azul desvanecido
y tus ojos dispersos y mojados.
¡Y cómo rueda tu cabeza blanca
sobre el cieno en que yaces derribado!
Y hay un bosque de pálidas adelfas
y una medusa en su fulgor rosado
custodiando la sed de tu sonrisa
y la tiniebla de tus ojos vagos.
¡mientras aúllan en la noche torva
los silbos del olvido, desatados!
En la sentina de mi barco, crecen
unas manos obscuras, unos tallos
trepadoras de un verde macilento
como tu cuerpo y tus impuros brazos,
¡y hay una flor que nace de sus venas
parecida a tu rostro deshojado!
Esta noche tal vez te necesite.
Vendré sola a la paz de tus ojeras.
Tú alzarás la cabeza coronada
y la mano seráfica y deshecha.
¡Y apoyaré mi corazón desnudo
para bajar a tu final tiniebla!
de su libro "Ola Nocturna"
Inquietud
Autor: Chela Reyes
Santiago de Chile: Impr. Selecta, 1927
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1927-02-14. AUTOR: MANUEL VEGA
En la portada de su primer libro, Chela Reyes Valledor ha escrito una palabra evocativa: inquietud. Este simpático sentimiento, que siempre nace y prospera lejos de toda disciplina, se mantiene a través del pequeño volumen y hasta diríamos que se acentúa en las últimas páginas.
Chela Reyes Valledor es joven, revela un entusiasmo comunicativo en que alternan dos sensaciones encontradas: la alegría y el desencanto, y descubre un corazón sensible que vibra ante las bellezas del paisaje, se deja llevar dulcemente por la armonía cautivadora de la música y se inquieta frente al misterio de la vida. Su pensamiento es vago, algo confuso, y sus composiciones poéticas son ingenuas y espontáneas.
La más auténtica emoción domina en “Inquietud” y a ratos llega también a dominarnos… De ahí que ante los versos de Chela Reyes Valledor, la crítica literaria –que en su forma más elevada tiende al análisis tranquilo de las producciones artísticas-, deba adoptar una actitud distinta, de simple y justiciera comprensión.
En los primeros años de la vida, triunfan las inclinaciones generosas, y al ser incitada la imaginación con el choque constante de almas y panoramas, se escribe… por escribir. Los egoísmos no han surgido aún, y la meditación, especie de madurez anticipada que ordena las impresiones recibidas y acendra la forma de expresarlas, tarda a veces en llegar.
Es el caso de la autora de “Inquietud”.
Las ideas y los sentimientos de la joven poetisa se mezclan a los reflejos que va dejando en sus pupilas maravilladas la contemplación externa de las cosas humanas. Temperamento vibrante, esencialmente femenino, Chela Reyes Valledor se entrega sin resistencia a su inquietud y escribe con desdén de la forma literaria, que suele descuidar demasiado. Exhibe una excusa cordial: de sus ensayos poéticos se desprenden aspiraciones y deseos bellamente ideales, que nosotros, dominados por la terquedad del análisis, no sabríamos expresar. Como muy bien lo anota don Julio Vicuña Cifuentes, prologuista del libro, Chela Reyes Valledor “mira más que ve”, “siente más que piensa”, y deja escapar su emoción con entera libertad.
Pero el arte, que es un misterio, no le ha revelado todavía sus mejores secretos, y la vida, que no siempre educa en forma amable, ha dejado en Chela Reyes Valledor más inquietud de la conveniente.
Su posición en nuestra literatura, donde ahora se presenta con un fresco y fragante manojo multicolor, es interesante. Viene de un medio social aristocrático, extraño a las actividades literarias y que considera como una palabra sin sentido real la pasión por las manifestaciones espirituales; pero trae una verdadera tradición poética de la sangre de sus antepasados. En su peregrinación por el mundo, camino de rosas y de espinas, Chela Reyes Valledor alza su voz musical con la pureza de las más nobles intenciones, y de su alma generosa irradian grandes anhelos de bondad, de amor y de perfeccionamiento. Su canto, juvenil y espontáneo, recuerda la frescura luminosa y transparente del amanecer.
Época del alma
Autor: Chela Reyes
Santiago de Chile: Nascimento, 1937
CRÍTICA APARECIDA EN EL DIARIO ILUSTRADO EL DÍA 1939-02-19. AUTOR: DAVID PERRY
Después de leer este volumen constatamos cuán acertado es el título. Sin duda no es esta la obra definitiva de Graciela Reyes, sino la imagen fiel de una época transitoria de su alma. Hay material poético, pero no siempre se logró vaciarlo en forma viva y musical. Recordamos la estrofa de Sully Proudhon:
“El bronce sin efigie es riqueza ilusoria,
es preciso grabarla.
Tengo el fuerte metal para adquirir la gloria
y no puedo pagarla”.
Nos corrobora en este concepto el hecho de que los trabajos mejor logrados sean los que se conformaron con la prosa, “Epitafio”, y principalmente “Otoño”, son excelentes poemas y nadie puede quedar indiferente a la expresión de la melancolía penetrante, a la fuerza de las imágenes, a la aptitud y transparencia del estilo, que se adapta al contenido como una cascada a las salientes de su cauce.
Hacemos excepción a lo dicho anteriormente a favor de los poemas “Recuerdo”, “Romance de la niña y el río”, “Uva”. Los poemas “Canto profundo” y “Tótem” son vagos e indeterminados en su contenido y por eso no se puede exigir en ellos mayor precisión al estilo.
“Atravesado de espasmos
su blanco cuerpo reposa.
Tras la cortina de juncos
pausada viene la ola,
y por el río de seda
la blanca flor se deshoja.
¡Cómo le tiemblan los brazos
y en su comienzo de sombra
una llama de oro vivo
arde, sin quemar la forma!”
(Romance de la niña y el río)
Parece que el afán de modernidad ha perjudicado a la señora Reyes. Si hubiera dado a sus poemas una forma más natural y espontánea, dejando un poco de mano el afán de diferenciación y originalidad, se habría hecho entender mejor y habría sacado mayor partido de su acervo de imágenes, sensaciones, de sus temas y sus ideas. Es lástima que teniendo en las manos muchas piedras preciosas las haya encajado en dudosos engastes, por atender demasiado a la moda. “Es peligroso tratar de ser muy moderno. Se queda expuesto a envejecer súbitamente”, dijo un famoso esteta. No hacemos cuestión de forma tradicional o libre, pero creemos que debe haber siempre armonía y música en el verso, y cierto mimetismo y onomatopeya del estilo, que se adapten a las visiones y resonancias anteriores. Tales virtudes se hacen presentes muchas veces en estos poemas, pero estamos seguros que las cualidades de Chela Reyes alcanzarán mayor desenvolvimiento en una próxima época de su alma. Nos ha dejado su libro la impresión de una isla madrepórica, anclada en el eje del planeta, que recién va avistando claridades estelares a través de la verde cortina del océano. Esperamos para juzgarla que se bañe en plena luz.
Ola nocturna
Autor: Chela Reyes
Santiago de Chile: La semana literaria, 1945
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1945-10-28. AUTOR: ALONE
Una onda de poderosa sensualidad, suavizada y como aterciopelada por la fantasía, alza su lomo vibrante y pasa a través de estos cantos, deshechos, desdibujados, con el ansia de novedad, bajo el influjo de las escuelas nuevas (Chela Reyes gira, aunque con mucha amplitud y enérgica soltura, dentro de la órbita nerudiana) y contenidos, al propio tiempo, y diríamos domeñados por una retórica sabia, armoniosa y madura.
Lo que da resultados curiosos: más que a “vino nuevo en odre antiguo” sabe a mezcla de vinos antiguos y nuevos.
Es, en todo caso, un licor capitoso que se sube a la cabeza.
“Nace bajo mi piel tu ardiente noche
en el calor y la frescura unidas
con la copa de luz amortiguada
y la radiante plenitud, erguida.
Una estrella no más viene rodando
hacia el seno del mar, desfallecida.
Crece bajo mi piel tu olor y sangra
como en el mar la vena submarina,
y como en él sus olas me levantan
hacia la eterna y gemidora sima.
Una nota, no más, nace llorando
de la risa del mar, enloquecida.
Muere bajo mi piel tu ardiente noche,
la estrella se derrama, el canto emigra,
mi corazón asciende hacia tu boca
y tu boca desciende hacia ese clima.
Una ola no más se dobla y tiende
su cabeza en el mar, desvanecida.
En la noche, curvada hacia la copa de oxidados metales y sonido…”
La personalidad de Chela Reyes, que apareció en “Puertas verdes y caminos blancos” muestra en esta obra una faz complementaria, interesantísima.
A un héroe yacente en el mar:
“Ahí, en la mortal arena hundido,
ahí, donde la mano se desflora,
ahí, donde se mezcla la pupila
vencido capitán, Abril de sombra.
Ahí, donde la ausencia no te busca,
ahí, donde el silencio no te nombra
y bate sordamente tus marfiles
con palmas de corales y red de onda.
Ahí, donde tu cielo se define,
ahí, donde el laurel se desmorona
y duermes hondamente tu sentido
en lívidas esencias y sed honda.
Ahí, sobre el final, y ya dormido,
abierto como un sol bajo la ola,
muriendo en un azul desconocido
rebelde capitán, Abril te llora.
Una cinta de luz te va tejiendo
y una onda de color te descolora.
¡Mi corazón saluda tu hermosura,
ahí donde el silencio te corona!”
Venus:
“Como una flor pesaba su cadera,
como una luz hería su dulzura
y era su boca definida y pura
como la risa de la primavera.
¡Y por sus muslos deslizaba el viento
la roja lengua de su ardiente espera!
Desde la ola en nacimiento, era
eternamente llena de hermosura.
Morían peces de una muerte oscura
entre la fronda de su cabellera.
¡Y así vestida de soleada lumbre
vertía gotas de celeste cera!
Y era una rosa como una quimera
en verde cáliz de abismal hondura
donde mecía su cimera pura
la amarga ola en su obstinada esfera,
¡mientras clarines y ángeles cantaban
el nacimiento de una primavera!
Pero ella terca y sensitiva era,
bajo su piel quemaba la amargura,
y por sus ojos una lumbre pura
iba naciendo hacia la vida entera.
¡Una mujer que florecía absorta
desde unas aguas, en sedienta espera!”
Elegías
Autor: Chela Reyes
Santiago de Chile: Nascimento, 1962
CRÍTICA APARECIDA EN EL MERCURIO EL DÍA 1962-11-04. AUTOR: ALONE
Conservando la forma antigua, la estrofa clásica, su molde, su metro, su ritmo, sus rimas, Chela Reyes se permite, de puertas adentro, las libertades máximas, vaga y divaga como sonámbula, musitando, un tanto delirante, distraído el mirar, entre muchedumbre de imágenes y palabras apenas unidas por el tono, de unos que podrían ser rezos quejumbrosos bajo las bóvedas de las que podrían ser catedrales y parecen bosques, construidas de alusiones y lamentos, sin sujeción sino a las voces íntimas y a un dolor lejano, completamente vencido.
¿Cuántas escuelas poéticas revolucionarias se han necesitado para la conquista de esta libertad, de este cantar abierto, pensativo?
Aunque elegíaco, el pequeño volumen contiene poca tristeza y casi ninguna emoción humana, común. Es, desde el comienzo, un éxtasis estético, una contemplación serenada, vestida de luto aún, pero henchida de complacencias.
“Mistral, yo te recuerdo, puelche errante
arrebatado en despeinado vuelo!
Aquilino y triunfal, la línea lanza
de tu perfil volteado al embeleso.
Sorbí en el vaso de tu creatura
la hermosa muerte en afilado gesto,
bebí la paz en el quemante signo,
flecha sin fin en desatado cielo”.
Esto, sin duda, estará sentido, pero está, sobre todo, pensado, labrado al modo gongorino, sin sollozos, sin lágrimas.
Es el homenaje mortuorio a Gabriela. Algo encontraremos de ella por ahí, más allá, poco, unas huellas, cierto relámpago. También, inevitablemente, algo de Neruda, hasta de Juvencio Valle, aun de Barrenechea; pero el que pasa y vuelve a pasar entre los versos, ceñudo, ceñido, con su cincel y su buril, esmalte y orfebrería, es el Góngora de labios duros.
No es, sin embargo, su sotana la que podríamos ver oficiando en ese templo de selva chilena, tan rara y tan nuestra:
“Nacida en verdes llamas, ascendiendo
en húmedos cristales prisionera,
del humus crece temblorosa y vaga
en alta nave y campanada ciega.
Henchida de estertores, destilando
en aras muertas la quemada cera
y alumbrada en las bóvedas marinas
por fanales de amor y sangre abierta.
Crecida en hondo sueño al aire nace
besa el húmedo cielo que alimenta
la llaga de la tierra y se levanta
como una espada en la ensenada muerta.
Parida en el relámpago, brillando...”
Bastaría esta composición de Chela Reyes para justificar el breve tomo de sus elegías y poner su nombre en la primera línea de los modernos poetas nacionales, de la legión que a través de infinitas barreras, comenzando por la de ellos mismos, han conseguido, no diremos independizarse, porque eso nadie lo ha hecho sino discrepar, surgir por otros lados, descubrir sendas que iban perdiéndose.
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