Lyor Shternberg
Lyor Shternberg (Petaj Tikva, 1967). Poeta y traductor. Vive en Jerusalén, donde da clases de literatura, escritura y cine. Es egresado del taller de escritura de la revista Helikon y cursó una maestría en la Universidad Hebrea. Ha publicado tres libros de poesía, todos ellos galardonados. Traduce del inglés y se ha especializado en poesía irlandesa. Es miembro fundador del grupo literario Ktovet. En 2006 obtuvo el Premio del Primer Ministro para Escritores en Hebreo.
Ésta es la contradicción: amar al mundo
y hablarle con poemas. Pues quién entre los humanos,
mujeres con sus galas, hombres jugando al fútbol,
los que visten camisas de punto
y nueva piel en la primaveral mañana de la plaza,
perros que agitan su cola y niños que vuelan sus cometas,
quién leerá, aunque sea, sólo un poema tuyo. El corazón se te escapa.
De no haber sido por la vergüenza misma
habrías ya extendido los brazos y cantado,
rajando el día con tus discordancias.
Mas —por lo menos— tu amor por ellos es sincero.
Te sientas en la sombra,
sostienes tu libreta, la lapicera negra,
le escribes a quién,
esparces palabras en el viento del mundo
(cometas, perros, niños que brillan bajo el sol
todo el amor —)
La cuchara hueca
Amarte ahora, en contra de mí mismo,
en contra del miedo que me devora el alma
con la cuchara hueca,
contra el mundo que llama
a destruir el cuerpo
del alma de mi cuerpo
con toma de otros cuerpos rehenes,
contra la conciencia que baila
consigo misma
hasta la muerte.
Todas esas danzas de la nada,
todos estos intestinos ojos
desperdigándose en cielos falsificados,
trampas de red heladas, azuladas.
Tu desaparición es tu regalo nocturno,
no porque te elija como la gran faltante
o porque te desee por suave o por lejana
sino porque en el extremo de tu ausencia
espera tu cercano, humano cuerpo,
para hacerme un espacio real
en el mundo.
Salir de los poemas
Que los poemas me enseñen a salir de los poemas.
Contemplaré bellas personas que pasan por las calles
y marcharé como el sol hacia tu nombre, nueva amada mía.
Está sucediendo, sucede, miren, está sucediendo:
es un fuego que no desprecia el kitsch.
Porque si el kitsch es “los cálidos ojos de la noche”
“tu cabello se extiende como nocturno vástago”,
entonces, ¡por favor! ¡que suenen los clarines! ¡soltad palomas!
Un tonto ha resuelto abjurar de lo triste,
venderse por un plato de lentejas en un día de sol.
Que los poemas me enseñen a salir de los poemas.
A vivir.
Pan
Viniste a mí en mi sueño
y comí en la mañana el pan que habías horneado.
Alzamos nuestros párpados,
descorrimos un velo
y un tapiz desplazado reveló
la baldosa faltante y la sencilla tierra
que es también
la vida.
A propósito de una de las guerras
1
Todos somos combatientes de las divisiones del desierto,
entrenados en supervivencia, fieles
a los deseos que transmite la comandancia
por los canales secretos. Nuestro rumbo es sabido.
El objetivo no es el nuestro pero es claro
y nuestras armas se adecúan,
como los ojos y la piel,
al baño de arena que roe lentamente la conciencia.
Todos somos soldados de mirada dura,
heridos de nostalgias,
con almas entrenadas en arrastrarse
y una fe que arde en nosotros
como estanques de gasolina.
Súbita y sola, la desolación nos ataca
como bestia herida el corazón.
2
¿Qué imagen le corresponde al hombre
en el estruendo de estos ruidos?
Entre la propaganda y los noticieros en vivo,
el veneno de las transmisiones satelitales.
Existen otros senderos caprinos,
el golpe contra el molusco en la playa invernal,
y hay un lugar en el que el viento
no atesora en su palma un puño de metal.
Pero en el universo noticioso pareciera
que el natural es avanzar
con un casco en el cráneo,
encerrado en cajones de hierro,
decidido, ofensivo, comido por los años,
sin una roca de luz
sin un trino de pájaro matinal.
Traducciones de Gerardo Lewin
DUBLIN
But nothing whatever is by love debarred,
The common and banal her heat can know.
Patrick Kavanagh (from ‘The Hospital’)
Yes, there were encouraging signs: schoolgirls
in green blazers and pleated skirts, the graciousness
of strangers, the mooring that gaped before us like a floodgate
hoarding into itself all the promises of this island. And the sea,
the sea reflected in the train windows. But could we really sense
on the platform, or while we dragged suitcases
through teeming streets (desperately flagging every cab),
or in the evening, as we wandered aimlessly along
the insipid Liffey, its gauntness, its half-repaired bridges
reminding us instead of the place we’d come from
(not to mention the drunk, stopping to piss by a lamppost)
could we have recognised then the joy tickling us,
which only afterward, in a room packed with people, smoke and songs
would slam into us bile-bitter, jagged, harsh as drink.
© Translation: 2012, Batnadiv Hakarmi-Weinberg
SHE ENTERS ON TIPTOE
I couldn’t any more –
she entered the shady room on tiptoe
and lifted her summer dress
above her thighs the way I like.
Soft afternoon light floated in the room.
I couldn’t anymore,
(curled up in the bed, toes digging in the mattress)
she lifted her summer dress.
The sound of a moving car entered the window.
Soft afternoon light floated in the room.
I gazed for a long time at the milky waterfall of her thighs
curled up in the bed, toes digging in the mattress.
The wooden shutter banged against the wall.
The sound of a moving car entered the window.
She placed a bare knee on the white sheet,
I gazed for a long time at the milky waterfall of her thighs.
The folds in the sheet undulated quickly like waves,
the wooden shutter banged against the wall.
Nothing but this in the stillness –
she placed a bare knee on the white sheet.
The wooden shutter banged against the wall.
She lifted her summer dress.
She placed a bare knee on the white sheet.
I couldn’t anymore.
EAR
My love, I give you my inner ear,
defective from birth, the right ear in which high notes
vanish, the weak and weary ear, freely
confusing “m” and “n,” the most beloved ear,
a mark of my blood, my childhood, my fear
of loud noise and the world,
the inner ear with which I’ll learn to listen to the shadow of your body,
your pleasure, the children who will be flesh within
the flesh of our love.
© Translation: 2012, Lisa Katz
42 KATZENELSON STREET
1.
A mellow tune reminds me of my father
at the end of the Sixties, when I’d just been born, injected
with a triple vaccination: his curiosity, his fears,
his love. A handsome guy in black patent shoes,
a mustache, a shadow of one, and all that mellow
music like an artery in my growing body, an ochre housing project,
a paved sidewalk, my mother sails my stroller into the white morning.
An expanse of homes, the Sixties run freely.
This lightness in the air.
2.
Lightness? Perhaps. What do I really know?
My memory like a filter, my parents don’t talk,
I hardly ever ask. We’ve gotten used to the brittleness
of shame. Not shaking the dust from the flowers. Not disturbing
the cracked glass in the cabinet.
Can I look through their eyes, immigrant family,
a European clan settled in the blaze of Israeli summer,
where did they look through the decades, the Six Day War,
the War of Attrition, black Yom Kippur nights:
the firstborn six years old. Then the girl born without breath.
3.
Where’s Dad? Mother is a warm body nearby during siren nights.
A large dark blanket covers the windows.
Sister,
for nine months you held on, patient, in the womb
until you burst like a soap bubble into nothingness.
Look at me remembering. Lost
tenderness, my sister, the finest shadow
stuck to our bodies like netting.
The crocodile of war crawled up to your navel
and consumed everything. Leaving behind empty lines:
your life.
4.
In grade school we raised silk caterpillars
in shoeboxes lined with mulberry leaves
and bet whose would be the first
to bloom fragile pupae, damp, gray wings
emerging from a thicket of silken down.
In the end the butterflies broke through, rose up from the skin,
their soft bodies stuck to the shoe boxes like decorations on a lace tablecloth.
They trembled a bit. Froze. Died. Turned to dust.
© Translation: 2012, Lisa Katz
No hay comentarios:
Publicar un comentario