Carlos A. Basch
Carlos A. Basch nació en Buenos Aires, en 1948. Es poeta y pscioanalista. Integra el comité de redacción de la revista Redes de la letra. Escritura del psicoanálisis.
Ha publicado: Lenguas perdidas (Editorial Zama, 2006), En medio de la noche (Nuevohacer, 2009), Hombre Grande (Editorial Huesos de Jibia, 2013)
DE En medio de la noche (Nuevohacer, 2009).
La noche inmóvil
se entretiene a destellos
de tiempo a mis espaldas
como esa otra madrugada
inaugural
cuando a orillas de un mar
también insomne el aire
se resistía a salir del pecho sin saber
que el niño había iniciado ya
la travesía
A tientas
Parpadea
la línea del horizonte
en quiebra su promesa
exaltada.
El cambio de estación
me pisa ya de nuevo
los talones y me planto
desnudo ante los viejos
libros que hace tanto
me dieran por leído.
La ciudad
Se amontona al descuido
ante tus ojos arde todavía
el desierto que resta por saldar
abre grietas
en la foto de siempre
y se mezclan tus pasos
con el ruido de fondo
mientras cae la noche
tu cabeza se pone
lentamente
de pie
DE Hombre Grande (Editorial Huesos de Jibia, 2013)
Acorde con sus hábitos de siempre
mi padre se murió un día cualquiera
de esos que raramente pasan a la historia:
el desayuno frugal con las noticias
más o menos comunes en el diario
después de trabajar, dormir la siesta
y quedarse leyendo hasta la cena.
Acto seguido morirse de una vez
sin casi levantar la voz del suelo
Lástima
El rostro encendido en la sonrisa
y ese eterno asombro infantil ante las cosas
pueden inducir a error
pero el hombre que viene de lejos
no es mi padre
me lo dice una certeza inescrutable
una vaga impresión
sin duda equivocada
que se diluye apenas
él se ha ido
Desde la cabecera
de la mesa familiar
me llega el sordo carraspeo
paterno
en falsete ahogado
hacia los postres
en un mar de gemidos
y mocos abnegados
de madre robe de chambre.
Más te vale
aferrarte a la silla
hasta que pase la tormenta
masticar con denuedo
esa carne convulsa
calzar a toda prisa
tu gastada armadura
de hojalata
a tiempo para el brindis
Ejercicio
Me salgo del camino y espero
al gran caballo blanco
que me espera en silencio
y salimos volando los dos
de contramano
y con agenda abierta
a morder lo que queda
de noche
a mis espaldas
el primer rayo de sol
sobre la tierra tibia
ya me alcanza al galope
dichoso el corazón
encaminado
Los ojos de mi madre
Hundidos en el fondo de su rostro
con piel de Blancanieves
intocados por los años
de larga vida y breve muerte
con un destello de paloma en vuelo
nunca supe cuándo me dejaron
de mirar
Llueve
despacio sobre el mar indolente
que asimila lluvias y nostalgias
sin dejar rastros alguno su rumor de fondo
envuelve cada gota desde antes del principio.
Llueve y destiñe el horizonte nombres
que se quedan vacíos de mujer.
Sólo cuando despeje será el tiempo
de inventar una nueva religión
Acoso
de los muertos conservamos palabras
que apenas comprendemos.
Ellos nos las dejaron al partir
y nos acosan, persistentes
como murmullos de niños temerosos
que se quedaron solos en lo oscuro
La espesura
Se pone espeso el aire cuando vamos
de pesca con mi padre.
En discurrir pausado de mareas
arrojamos las líneas con desgano, mirada
a lontananza, arenosa la boca, papilla
de palabras a medio decir.
Tarde o temprano el solo parece detenerse
y temo que persista para siempre
inmóvil
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