Vanni Bianconi
Nace en Locarno, en el cantón Tesino de Suiza, en 1977. Hijo del lingüista Sandro (1933) y nieto del etnólogo y poeta Giovanni (1891), el trabajo del joven Bianconi sintentiza al genio familiar que celebra la experiencia de la tierra y del lenguaje materno.
Tras recibirse del liceo, Vanni emprende un viaje de aventuras que lo conduce a la frontera entre Estados Unidos y México. El poeta mira hacia ambas puertas y se dirige al Distrito Federal, junto a un grupo de arrieros que le donan tanto cuanto procuran robarle. -¿Cómo puede cambiar la visión del mundo de un niño del cantón italiano de Suiza, tras el encuentro del monstruoso Tenochtitlán de finales del Siglo XX?,
“...son de hombre las piernas de la gente
en la mañana, y hombre es la ciudad que presta el movimiento
después te parece un lago bajo infinitas pezuñas y alas,
infinitos cercos de agua que se anulan entre ellos,
un infinito arremolinar sin desfogo se alza.
Observas el día con ojos obcecados y solo a la tarde
la ciudad vuelve a ser una mujer
que cae lenta y encendida hacia el sueño;...”
dice su poema Ciudad de México. A su regreso a Europa, Bianconi realiza estudios de Lengua y literatura extranjera en l’Università Statale di Milano, durante los cuales asiste a los cursos de literatura y escritura poética de Michael Donaghy en el Birbeck College de Londres. También acude a los seminarios de Derek Walcot y se gradúa con una tesis sobre la escritora irlandesa Eiléan Ní Chuilléanáin, la cual traduce al italiano. Todavía en la Universidad de Milán asiste al master en redacción editorial, para luego regresar al cantón Tesino donde trabaja en la editorial Casagrande, de Bellinzona, como redactor y editor, de 2005 al 2009.
El caso de Vanni Bianconi ejemplifica el fenómeno del poeta-traductor de la generación de escritores suizos de los años ochenta. La herencia de Lucrezio y de Dante es inherente a la memoria poética de su lengua, y es natural que escriba a través de formas clásicaspero también del verso libre. Bianconi es un poeta contemporáneo al cual no le molesta hablar de Skype, de las luces y las sombras en Paolo Uccello o de una lágrima de rímel en la mejilla de Sophia Loren; y el cual ejerce el oficio de traductor por vocación, como dando cuenta de la experiencia vital que consiste el aprender con maestría una lengua literaria extranjera. En este sentido ilustra el panorama de los poetas-traductores helvéticos: nacidos en cantones federados pero separados históricamente por tradiciones férreas, son hijos de un tiempo que les ha legado el multilingüismo y una perspectiva diversa a la de nación-estado, que a veces se presenta como la única posibilidad política en Occidente.
Sus primeros poemas aparecen en Lo Stranieroy otras revistas italianas y suizas. Su primera colección Faura dei Morti es publicada en 2004 en el octavo cuaderno italiano de Marcos y Marcos, con prefacio del poeta Fabio Pusterla. La figura de este escritor tesinés ha sido importante para Bianconi en tanto la formación de su estilo y en cuanto a sus tópicos literarios. Aesto se refiere Pierre Lepori, otro poeta y traductor coterráneo suyo, cuando advierte que la fuerza del discurso pusterliano se transforma en pregunta y monólogo interior a través del ojo de Bianconi. Una perspectiva que abarca los detalles más pequeños de las cosas vistos desde lo global y lo local, indistintamente, lo cual hace que su poesía nos comparta una experiencia de universalidad.[1]
Su primer libro Ora prima, Sei poesie lunghe (Casagrande, 2008), fue honrado con el Premio Schiller de poesía de 2009. En estas seis poesías largas está presente el yo de Vanni, desde la Primera hora donde empieza a cantar Siempre temprano en la mañana -dando testimonio de las horas, de las ciudades y del paso del tiempo-, hasta el poema Desatrancado y oscuro, donde parece transcribir su lectura en el abismo de las líneas del ojo de su esposa. Siempre es Vanni Bianconi el que habla, de una manera más directa cuando confiesa sus Treinta años y cuatro fantasmas o Estoy casado, e indirecta en Cuando están muriendo. Pero no se trata de una crónica o de un diario: esta experiencia personal se vuelve impersonal en el poema. Tal es el caso de La ciudad sin asedio, donde un evidente viaje a Bosnia trasciende a la anécdota personal, y las casualidades de un trayecto donde no hay aventuras ni héroes se convierten en referentes poéticos universales de la guerra.
Bianconi trabaja actualmente como traductor en Londres, y entre sus autores se encuentran Denton Welch, Erich Fromm, Michael Donaghy, Eiléan Ní Chuilleanáin, W.H Auden y Somerset Maugham. Además es fundador y director del festival de literatura y traducción Babel, que se lleva a cabo en la ciudad de Bellizona (http://www.babelfestival.com/ ). En 2011, Vanni publica junto a su padre Sandro un proyecto sui generis: una antología de poemas que en dialecto escribiera el abuelo Giovanni, traducidas al italiano. Un libro “nutriente”, en palabras de Giovanni Orelli[2], no solo para la lengua y el imaginario literario local, si no también como ejemplo de un trabajo efectivo de reconstrucción y conservación de la memoria poética.En 2012 Casagrande publica un segundo libro de poemas Il passo dell’uomo, cuya escritura Bianconi compartió durante años con la de Primera Hora.
Traducción y presentación de Silvio Bolaño Robledo
http://www.arquitrave.com/index.php/poetas/120-vanni-bianconi-arquitrave54
Desatrancado y oscuro
Desatrancado y oscuro para no ser visto
el ojo es tuyo, amor – su sístole
de pestañas me hace ver líneas ajenas,
el metro de los árboles, las rimas del lago costeado,
el inicio que es el reflujo de un fin,
tuyo es el hiato.
¿Duermes todavía? – el tren sale de la perforación
más larga que lleva hasta las barracas, a otro muro
de roca casi intacta; tú hablas en el sueño,
una hoja del periódico que cae después del uso;
sobre la hondonada el río cambia de tono
al pasar la esclusa.
Le amábamos luego el calor del cuerpo cayendo
ha pasado a las manos y el calor se ha apagado,
el aliento se redujo a respiros y palabras
y la lluvia no cuela pero se quiebra.
Espío a tu pupila recibir el sol,
nieve las mejillas.
Lo hemos amado ahora estamos solos juntos,
venimos ambos desde un día que se quiebra.
El estupor de la luz se filtra, ¿todavía duermes?,
alguna cosa olfatea una mancha de tinta
en la mañana que habla de crisis, de tibieza,
de la vuestra.
Vosotros que os quedáis por mucho tiempo en la sombra
como el árbol reflejado sobre el lago que reencuentra
sus hojas, vosotros conscientes del curso del aire
que el sol desplaza desde una ventana cerrada.
Pero en tu ojo ahora la fragilidad del aire
ríe asombrada.
Sesenta y uno
Tengo sesenta años. Bien, sesenta y uno.
Quiero intentar ser precisa.
Es extraño, no queda ya ninguno
entre tantos afectos que he buscado (o casi),
tantos años transcurridos con sí mismos
para continuar a tomarse en serio,
comprenderse, resoplarse, respirarse,
callar a quien nos roba el aire.
Sóla porque el amor no se aprende,
el amor no es inducirse a soportar,
en el juego de la quietud sé que hago trampas
y vosotros sabéis bien a quién evitar.
Es extraño estar sóla a esta edad
deber estar atenta a qué decir
aún enamorada de la vida,
el último amor que veo terminar.
Tantos recuerdos claros de niña.
Los bailes del pueblo en la calle –
mi padre, su cuchillo de cocina
que me sigue hasta esa calle –
la noche de Navidad que para mí
crecida en un restaurante era un desierto
en una foto en blanco y negro, nieve,
Pastores, María inclinada sobre los postres –
el muerto que mi abuelo ha traído
al funeral con tres días de retraso...
Los símbolos no faltan a quien ha nacido
sobre el sudario de la tierra, el Gottardo.
Me he ido. Estáis todos muertos
o locos o viejos, en todo caso el corazón
que caséen otro lugar si lo mueves
no responde y el valle quiere un nombre.
La geografía justifica al ajedrez.
Cada movimiento de casilla comporta la inversión
del color o un salto que es un jaque,
y todo estado sobre el mapa es un corazón.
Cualquier año de vida es un doctor
que se equivoca sobre el órgano enfermo
pero en confidencia te señala donde
el especialista es el año pasado.
Yo he amado con todas mis fuerzas,
te he hecho reír, amo escuchar,
si he hablado del fin he dicho <<quizás>>.
Ya no sé usar <<tu>> en singular.
Pero espacio y tiempo son viejos amigos,
rimas que no se saben abandonar,
en cambio tú y tú y tú me dices
que estabas listo a responder y yo a atacar.
Cuando me encuentren boca en tierra
lee sobre mis labios <<Ahora voy>>,
busca su impronta si te tardas,
más o menos aquí, tú sabes donde me siento.
Un fuego se te apagará en el pecho.
Pero a parte de esto, tengo un nuevo abono
y está casi lleno el otro empaque
de semillas pequeñas para tus rimas –
Pero sabes que cada tanto las puedes
también usar para escribir de cosas
más banales, un poco menos funestas.
¿qué hay de malo en escribir sobre las rosas?
Pues ya harás como quieras, pero ahora lárgate
que yo debo terminar una terrine,
machacar, escamondar la vieja llama
del calicanto, hala, venga, suertepinín.
Soleado
Hoy en Suiza en todas partes
había sol me he cerciorado
y lagos encrespados por vientos
y el prado y el campo segado
cubetas por multitudes
masas que codo a codo
afirman una inclinación
la parálisis del arrojo
hoy en Suiza por todas partes
alguien rectificaba,
los he visto ocuparse de túneles
superficiales por cuanto excaven
mientras sobre los lagos
navíos sueltan amarras
la piel absorbe las cremas
los labios finas cuajadas
y en todos los campos
el gato mira a la vaca
la mosca chupa la mierda
mientras la testa se casca
sólo las frondas más altas
crujen de espanto
volcadas por la rueda
desmesurada del viento
sólo cien metros verdes más abajo
la ribera del río en derrumbe
se arremolina arremolina teme
algo que no incumbe.
Palabras
Acurrucadas bajo el tono de la frase
agitadas por los gestos adherentes al timbre de la voz
embellecedias por los líquenes del alfabeto escrito
húmedas en el baño de saliva vibrantes tras las cuerdas
las palabras se hablan en su lengua propia
que está hecha de palabras pero tomadas por entero
de contenido y forma ánima y cuerpo.
La misma cosa hace el poeta cuando camuflado
agazapado las escucha llamarse
y ofrecerse la una a la otra en el aire bochornoso
de la vocal abierta o paralizarse en olores
de la peste frase hecha disiparse al unísono
apenas afuera del registro lamberse a las líquidas luego
rampar sobre los picos del implícito precipitar
hacia abajo por juego abrir las alas batidos yámbicos.
Él presta oído a todo esto para asirlas
cazarlas tenerlas en la rima poseerlas porque
desde el muro de la página guiñen los botones de vidrio
de los ojos se inflamen del secreto entre ellos
y enciendan paja, hojas, cejas.
Vanni Bianconi (français - italiano)
Vanni BianconiNé en 1977 à Locarno, Vanni Bianconi a étudié les langues et littératures étrangères à l’université Statale de Milan. De 2005 à 2009, il a travaillé pour la maison d’édition Casagrande à Bellinzone. Il réside actuellement à Londres, où il travaille comme traducteur de l’anglais en italien (notamment de W.H. Auden et W. Somerset Maugham). Il est également directeur artistique du festival de littérature et de traduction Babel, qui se déroule en septembre à Bellinzone (www.babelfestival.com).
Sa poésie – et en particulier son recueil le plus important, Ora prima – est principalement narrative, bien que riche d'ambiguïtés et de nuages soudains. Des vers capables de tendresse – comme dans le poème 33, présenté ici – mais surtout inquiets, où l'égarement prévaut. Ils évoquent des peurs et des relations difficiles, souvent en montrant des personnages agités qui évoluent tandis que le je lyrique leur donne la réplique, interroge, écoute.
YBI
Vanni Bianconi è nato nel 1977 a Locarno. Si è laureato in Lingue e letterature straniere all'Università Statale di Milano. Dal 2005 al 2009 ha lavorato per la casa editrice Casagrande a Bellinzona. Oggi vive a Londra, dove lavora come traduttore (in particolare W.H. Auden e W. Somerset Maugham). È anche direttore artistico del festival di letteratura e traduzione Babel (www.babelfestival.com).
La sua poesia (e in particolare la sua raccolta più importante, Ora prima) ha un andamento narrativo, benché ricco di ambiguità e annuvolamenti improvvisi. Versi capaci di tenerezza – come nell'inedito 33, qui proposto – ma soprattutto inquieti, dove prevale lo smarrimento. Raccontano di paure e rapporti travagliati attraverso personaggi smaniosi, talvolta disperati. Con un io lirico che osserva, interroga, ascolta.
Quatre poèmes inédits
Soif
Und dann und wann ein weißer Elefant.
R.M. Rilke
Sur un siège de manège dort un homme,
son âge ne surprend pas même s’il n’a pas l’air vieux,
quand le manège ralentit au énième virage,
avant même le prochain tour, l’homme descend
et, là où la foule est la plus dense, se dirige
sans plus de gêne entre les lumières festives, scintillements factices
de l’au-delà, la hantise de la maison fantôme,
il continue, se penche sur un ruisseau enclos
dans la roselière et s’y désaltère,
se désaltère d’eau passée.
Le chardonneret
De la grande fenêtre de ton salon
nous observons les oiseaux dans leur maisonnette
qui elle aussi a sa grande fenêtre
en miniature, le large toit en pente et une terrasse
où durant tout l’hiver tu as semé
quelque chose de semblable à l’amitié.
Nous les observons à l’heure du repas
des oiseaux, plus ou moins onze heures pour nous,
quand ils se massent tous entre frémissements d’ailes,
éclairs de couleur becs plastronnants petits yeux vifs.
Tu as déchiffré les habitudes des diverses espèces
comme tu l’avais fait pour celles des voisins
mais à présent avec beaucoup plus d’affection
et de même pour leur aspect,
non pas les chevelures à taches jaunes des laiderons
munies de chien ou les brûlures cutanées
provoquées par l’astre de la bêtise
qui orbite toujours plus près,
non non, la mésange et son petit masque noir,
le bruissement orange du rouge-gorge,
le pinson qui a peur de tous,
et le plus craint bien que gracile et parmi les plus beaux
jaune vif sur le flanc et rouge éclatant sur la tête
mais au terrible bec, qui ne plaisante pas,
le chardonneret.
Nous sommes au printemps mais à l’heure de leur repas
les oiseaux sont encore fidèles à ta table,
qu’en sera-t-il l’été nul ne le sait, comme d’ailleurs
nul ne sait, ne tardes-tu pas à ajouter,
ce qu’il en sera de toi
(preste à nier que selon toute probabilité
tu seras le matin sur les sentiers de tes crêtes préférées
et l’après-midi juste ici dans ce jardin
avec livre radio lunettes et journal).
Mais avant de nous engager sur l’allée circulaire
de renoncement futilité caducité et fin
tu te rappelles que tu as une chose à me montrer
et d’une cordelette d’un sachet sorti du freezer
tu fais pendiller un exemplaire splendide
de chardonneret mâle congelé, regarde
le jaune sur le flanc et la tête rouge vif
sens comme il est léger, tellement doux, mais ce bec,
ce bec terrible le chardonneret...
Tandis que sur toi j’écris, là dehors ferraille,
envoie peut-être même une étincelle ou l’autre,
la tondeuse à gazon manuelle (ta Ford Gran Torino).
Soixante-et-un
J’ai soixante ans. Oui, bon, soixante-et-un.
Je vais tâcher d’être un peu plus précise.
C’est étrange, il ne reste plus personne
de toutes les amours que j’ai cherchées
(ou presque), tant d’années passées avec soi-même
pour continuer à se prendre au sérieux,
à se comprendre, s’essouffler, se sentir,
rendre muet qui nous vole notre air.
Seule parce que l’amour ne s’apprend pas
l’amour n’est pas se résoudre à endurer,
au jeu de la paix je sais que je triche
et vous, vous savez bien qui éviter.
Il est étrange d’être seule à cet âge
devoir faire attention à ce qu’on dit
être amoureuse encore de la vie,
le dernier amour que je vois finir.
Je revis tous ces souvenirs d’enfance.
Les bals du village, là sur la route –
et mon père, son couteau de cuisine
qui me poursuit sur cette même route –
et puis la nuit de Noël qui pour moi
grandie à l’auberge était un désert
sur une photo en noir et blanc, la neige,
les pâtres, Marie penchée sur les desserts –
le défunt que mon oncle a amené
à l’enterrement avec trois jours de retard...
Les signes ne manquent pas pour qui est né
sous le suaire de la terre, le Gothard.
Je suis partie. Vous êtes tous morts, vieux
ou devenus fous, en tout cas le cœur
que j’ai épousé, qu’on le déplace ailleurs
il se tait et la vallée veut un nom.
La géographie justifie l’échec.
Tout mouvement comporte l’inversion
des couleurs ou un saut qui est entorse,
et chaque état sur la carte est un cœur.
Chaque année de ta vie est un docteur
qui se trompe sur l’organe malade
mais qui peut te glisser en confidence où
le spécialiste est l’année dernière.
Moi de toutes mes forces j’ai aimé,
je t’ai fait rigoler, j’aime écouter,
si j’ai parlé de fin j’ai dit «peut-être».
Je ne sais plus dire «tu» au singulier.
Mais l’espace et le temps sont de vieux amis,
des rimes qui ne peuvent plus se quitter,
et pourtant toi, toi et toi tu me dis
que tu étais prêt à répondre et moi à attaquer.
Quand on me trouvera visage contre terre
lis sur mes lèvres «A présent je m’en vais»,
cherche leur empreinte si tu es trop tard,
plus ou moins là, tu sais où je m’assieds.
Un feu dans ta poitrine s’éteindra.
Mais à part ça, j’ai un nouvel engrais
et il est presque plein, l’autre sachet
de petites graines pour tes vers rimés.
Mais toi non plus, tu ne peux en finir
avec cette rengaine, oui, la vie
que je laisse filer entre mes doigts,
à qui je viens de dire oui à présent je viens…
Bon, tu feras comme tu voudras, mais à présent dégage
moi je dois encore finir une terrine,
bêcher, tailler la vieille flamme
du calycanthe, allez, va, ciao pinin.
33
Toi et moi nous dormons serrés l’un contre l’autre
tels les deux chiffres de mon nouvel âge –
et si dans son sommeil l’un de nous se retourne
l’autre aussitôt reprend la position –
les deux trois;
depuis une semaine, tu en as un
toi aussi, l’autre n’est pas un nombre
mais le rond de ton ventre
(et cependant le rond de l’émerveillement)
pour qui depuis trois mois l’habite,
nous sommes trois
trois.
Traduit de l’italien par Christian Viredaz
Quattro poesie inedite
Sete
Und dann und wann ein weißer Elefant.
R.M. Rilke
Dorme su un sedile di giostra un uomo,
non stupisce la sua età anche se non sembra anziano,
quando rallenta la giostra all’ennesima curva,
prima appena del prossimo giro, l’uomo
scende e, dalla parte dei più, s’incammina
senza più vergogna tra le luci festose, brillii fasulli
d’aldilà, l’ansia della casa degli spettri,
lui prosegue oltre, si china su un ruscello chiuso
nel canneto e lì si abbevera,
abbevera di acqua passata.
Il cardellino
Dalla grande finestra della tua sala
osserviamo gli uccelli nella loro casetta
che ha a sua volta una grande finestra
in miniatura, l’ampio tetto spiovente e un terrazzo
dove è tutto l’inverno che semini
qualcosa di simile all’amicizia.
Li osserviamo all’ora di pranzo
degli uccelli, più o meno le undici per noi,
quando si ammassano tutti tra frullii di ali
sprazzi di colore becchi impettiti occhietti.
Hai decifrato le abitudini delle varie specie
come avevi fatto con quelle dei vicini
ma adesso con molto più affetto,
e lo stesso vale per il loro aspetto,
non le chiome a chiazze gialle delle carampane
munite di cane o le bruciature cutanee
provocate dall’astro della stupidità
che orbita sempre più vicino,
no no, la cincia con la mascherina,
il brusio arancio del pettirosso,
il fringuello che ha paura di tutti,
e il più temuto anche se gracile e tra i più belli
giallo vivace sul fianco e rosso acceso sul capo
ma col becco terribile, becco che non si scherza,
il cardellino.
Siamo in primavera ma alla loro ora di pranzo
gli uccelli sono ancora fedeli alla tua mensa,
cosa ne sarà d’estate non si sa, come d’altronde
non si sa, non tardi a aggiungere,
cosa ne sarà di te
(svelto a negare che con tutta probabilità
sarai di mattina sui sentieri delle tue creste preferite
e di pomeriggio proprio qui in giardino
con radio libro occhiali e giornale).
Ma prima che imbocchiamo il sentiero circolare
di rinuncia futilità caducità e fine
ti ricordi che hai una cosa da farmi vedere
e con una cordicella da un sacchetto uscito dal freezer
fai penzolare uno splendido esemplare
di cardellino maschio congelato, vedi
il giallo sul fianco e il capo rosso acceso
senti com’è leggero, morbidissimo, ma quel becco,
becco terribile il cardellino...
Mentre scrivo di te qui fuori sferraglia,
magari manda qualche scintilla,
la tosaerba manuale (la tua Ford Gran Torino).
Sessantuno
Ho sessant’anni. Bene, sessantuno.
Voglio cercare di essere precisa.
È strano, non rimane più nessuno
dei tanti affetti che ho cercato (o quasi),
tanti anni trascorsi con se stessi
per continuare a prendersi sul serio,
comprendersi, sfiatarsi, respirarsi,
ammutolire chi ci nega l’aria.
Sola perché l’amore non si impara
l’amore non è indursi a sopportare,
nel gioco della quiete so che baro
e voi sapete bene chi evitare.
È strano essere sola a questa età
dovere stare attenta a cosa dire
ancora innamorata della vita,
l’ultimo amore che vedo finire.
Tanti ricordi chiari di bambina.
I balli del villaggio sulla strada –
mio padre, il suo coltello da cucina
che mi insegue su quella stessa strada –
la notte di Natale che per me
cresciuta in ristorante era un deserto
in una foto in bianco e nero, neve,
pastori, Maria china sui dessert –
il morto che mio zio ha consegnato
al funerale con tre giorni di ritardo...
I simboli non mancano a chi è nato
sotto il sudario della terra, il Gottardo.
Sono partita. Siete tutti morti
o impazziti o vecchi, comunque il cuore
che io ho sposato altrove se lo sposti
non risponde e la valle vuole un nome.
La geografia giustifica lo scacco.
Ogni mossa comporta l’inversione
del colore o un salto che è uno strappo,
e ogni stato sulla mappa è un cuore.
Qualsiasi anno di vita è un dottore
che si sbaglia sull’organo malato
ma in confidenza ti segnala dove
lo specialista è l’anno passato.
Io ho amato con tutte le mie forze,
ti ho fatto ridere, amo ascoltare,
se ho parlato di fine ho detto “forse”.
Non so più usare “tu” al singolare.
Ma spazio e tempo sono vecchi amici,
rime che non si sanno abbandonare,
invece tu e tu e tu mi dici
che eri pronto a rispondere e io a attaccare.
Quando mi troveranno faccia a terra
leggi sulle mie labbra “Ora vado”,
cerca la loro impronta se ritardi,
più o meno qui, lo sai dove mi siedo.
Un fuoco ti si spegnerà nel petto.
Ma a parte questo, ho un nuovo concime
ed è quasi pieno l’altro sacchetto
di semi piccoli per le tue rime.
Però anche tu, non puoi farla finita
con questo stesso tasto, sì, la vita
che mi lascio passare tra le dita,
a cui ora ho detto sì ora vengo vita...
Be’ farai come vuoi, ma ora smamma
che io devo finire una terrine,
vangare, sfrondare la vecchia fiamma
al calicanto, su, vai, ciao pinin.
33
Dormiamo stretti io e te
come le due cifre della mia nuova età –
e se uno si gira nel sonno
anche l'altro subito si incunea –
i due tre;
da una settimana ne hai uno
anche tu, l'altro non è un numero
ma il tondo della tua pancia
(e tuttavia il tondo dello stupore)
per chi la abita da tre mesi,
siamo tre
tre.
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