Martín Zúñiga Chávez
(Cusco, Perú, 1983). Ha publicado los poemarios Gavia (Ediciones Fecit, España, 2009), Pequeño estudio sobre la muerte (Ediciones Copé, Perú, 2010) y Cover (Ediciones Difacit, España, 2011), además de la antología de poesía joven de Arequipa Rastros/Rostros (CRPP, Perú, 2011). Su obra ha recibido varios premios como el Premio Internacional de Poesía Ángel Martínez Baigorri y el Premio Internacional de Poesía Joven Martín García Ramos, ambos en España; y el Premio Nacional Juvenil de Poesía Javier Heraud y el Premio Internacional de Poesía Copé de Plata en Perú. Estudió Literatura en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad Nacional de San Agustín, Arequipa. Dirige la asociación cultural Centro de Recursos para la Poesía, plataforma de gestión de proyectos culturales que organiza el Festival Internacional de Poesía Ari Quepay, entre otras actividades. Realiza el proyecto LAE LEA Perú http://urbanotopia.blogspot.com.
De niño quería un dinosaurio de mascota.
Balada para el Amenazado con Epifora y Aforismo chamusqueado
Pájaros de eucalipto arden dentro de sus paredes.
Paredes de carne y de sal. En la primera epístola a los tibetanos el apóstol habla
sobre el sonido en la inmersión del agua y del fuego.
Bolas de fuego cayendo sobre la muchedumbre intrigada.
Bolas de fuego que no les queman; habla
de cómo el agua le teme al fuego, aunque no debería,
de cómo el fuego le teme a la arena, la arena al viento
que la amontona y la separa.
Lo compara con la armonía de las flores y de los insectos repudiando el apetito de la carne.
Abre en su narración un paréntesis: habla de un viejo romano
que antes de cierta batalla, olvidada ya por el tiempo,
tomó agua. Si voy a tener sed, ya la tengo, dijo. Y mató a unos cuantos antes de
seguir la senda de Arquíloco.
En esta historia aves de eucalipto se postran dentro de su pelo
y todas las verdes criaturas de la tierra y del agua.
Si me quedé a almorzar al borde de la laguna,
si me quedé a ver a un caimán apareándose bajo un lejano trueno,
si me quedé fue casualidad. Y ataraxia.
Y pocas monedas para tomar el tren —¡tan literarios siempre los trenes! —
adecuado para llegar a casa.
En esta historia rondan otra vez la soledad y el frío que es su apariencia.
Luna herida en mi talón a la manera de una metáfora, de un artilugio accesorio, innecesario.
Adorna así la verdad con mentiras y lo llama belleza,
porque sabe que la gente cree disfrutar
de la sorpresa al encontrar un león en mitad del camino.
A los ocho años, en la clase de gramática, su padre de un sopapo le enseñó
el orden cierto de las cosas
que conocía por sus ancestros.
Cosas importantes para un hombre de bien, no para mí, respondió.
Si el sonido de la refrigeradora vacía me acompaña con su canción
de cuna, ¿para qué gasté el tiempo al lado de musarañas?, se preguntaría luego.
Resumamos la cuestión: es delicioso y tentador no hacer nada. Gastar mal el tiempo.
En clases de gramática el filósofo pone nombre al juego de equilibrio
entre conciencia y armonía. Síntesis.
La belleza para el gramático es planear el juego. En cambio el apóstol entró en él:
pone un pie sobre la cuerda
y luego otro
y otro.
El gramático recomienda: no mires abajo está el cielo.
Hay un nuevo intermedio donde las vacas se juntan
tratando de hacer casar sus manchas. Es su ingenuidad, heroica.
La verdad se parece a una cuerda tendida sobre el camino puesta ahí más para
hacer tropezar que para guiar a alguien.
Y tentado por las formas sensuales de la vanguardia, quien habla
reconoce no saber consolar a nadie. Se agarra a golpes
con su soledad: mascota olvidada en el aeropuerto, muerta de inanición y pena.
Al año siguiente se escapó de casa. Fue un viaje corto, por cierto.
Pronto olvidó las reglas para escribir cartas.
Su padre debía tener razón al notar algo raro en su hijo:
le es imposible aceptar a las nubes blancas y decide ver azul,
amarillo, bermellón y gris nieve. Falta de sentido común, repetiría el padre.
Luminosos manuales y tratados sobre el orden cierto de las cosas
vendió para regresar a casa. No volveré
no volveré otra vez
no volveré en ratas alimentadas por mis ojos bajo las uñas de mi soledad.
El caimán será devorado no por su pasión, sino por el resplandor del trueno.
El apóstol finaliza su epístola recomendando viajar y no mantener una casa;
incendiar todos los libros
y las paredes en la cabecera de las autopistas. Acostados al costado de las vías
por nuestra cabeza salía el sol, mientras los números del calendario se teñían de rojo.
Encontraron el cuerpo del apóstol detrás de muros tapiados
huyendo de las extraordinarias máquinas del amor.
No encontró defensas que le sean útiles.
No hubiese podido encontrarlas.
De: Pequeño estudio sobre la Muerte
p r o l e g ó m e n o s p a r a n o h a c e r n a d a
convengamos que la verdad, que es llana, divina y simple, y habita entre
los dioses, es elusiva y estratificada, por ello, a veces sin quererlo del todo,
le vamos a la contra, porque necesitamos movernos, porque de noche como escarabajos ciegos juntamos con nuestras patas el alba, no piensan, están ahí, no saben hacer otra cosa, nuestra barca carece de timón, viaja con el viento que sopla en las regiones inferiores de la muerte, no es extraño que matemos el tiempo desnudos en nuestras habitaciones, mirándonos en el espejo, mientras en los campanarios dan todas las horas menos cinco.
Nuestro callejero no hacer nada, vive y se suelta por la variedad de la
Noche, gastamos saliva en soldar los retazos de nuestra mirada, deseamos
ver llegar a los fantasmas en las serpientes gargantas doradas de los gallos, pero antes de comenzar y mudarnos es bueno pagar a la tierra. ofrendar.
PEQUEÑO ESTUDIO SOBRE LA MUERTE
Aprendimos muy tarde a decir ternura
o al menos a decir lo más exactamente
"ternura", es decir:
fuego cuchilla sangre barro silencio porvenir
monosilábica mirada de bandada asustada
como una jauría en celo...
y las semanas habían pasado en mis ojeras
y me sentí torpe de poder tocarte.
(De: Pequeño Estudio sobre la Muerte)
De: Gavia
PARECE SIMPLE TRABAJAR SIN MÚSICA
Cuesta mirar cuanto te acompaña un incendio.
Cuando los discos viejos inundan la casa.
Cuando las paredes se vuelven gigantes
y estás parado en medio
y de pronto las medias se te mojan
sin razón, y sin razón también la luz se acaba.
y un barro antiguo se asoma bajo las señales.
Cuesta no cerrar los ojos
en la necesidad de detener algo.
LOS TECHOS DE CALAMINA VIBRAN AL COMPÁS DE LA LLUVIA
Lo mejor que puede suceder es el agua
corriendo en la cañerías
pero pocas veces suceden cosas buenas
en mi casa. Con la palabra amor se acaban
muchas palabras. las canciones y los bailes
de moda. hendiduras imperceptibles en los dientes
como colinas como elefantes blancos;
porque ya es costumbre acarrear tangos
en los baldes de agua. El frío
que se filtra por las grietas me amuebla la casa.
Y aunque es un desierto lleno de espinos y tequila
las musas bailan en mi pecho
al son del carro basurero y se ríen de mi falta de agallas,
de mi inestimable pesimismo al prender los cigarrillos.
Every time we say goodbye revolotea por la casa.
Con el tiempo también aprenderé a reírme.
Pavlov tenía algo de razón en ello.
De: Cover
― ¿Qué tiene de arte jugar con un pezón?
― Es una nueva forma de arte.
Philiph Root, El Teatro de Sabbath
Esto es un Cover
Esto es lo que suena cuando un dedo se posa en una herida.
Trampas en la luz.
Los manifiestos recientes dan por sentado
que dos personas podían compartir sus posibles espacios.
Naranja partida por la mitad sin detenerse en las minucias del placer cotidiano.
En mis cortos cinco sentidos clavados en las tiendas de juguetes,
ella crece para mis adentros.
Entiendes si te digo te quiero? No entiendes tampoco si te digo que te odio.
Que te deseo.
Pintarrajea los quioscos saturados de periódicos atrasados
con transeúntes sombras entre la nieve que deseamos nunca termine de licuar.
Crece como un vómito tierno.
Comparo la vida con éstas palabras.
Trampas en las sombras
Trampas de la luz para ser más exactos.
En las cortes en cambio se sabía que los esposos no podrían.
Que lo esencial está en la súplica;
en el lugar, más, oscuro de la palabra.
Entre las páginas de hermosos libros que nunca entiendo
donde una cortina de centauros ebrios cae delante del sol.
Ella, cuyo nombre desconozco.
Tú me quieres de verdad Pues claro, claro que te quiero
Yo también te quiero Pero, pensé
Pero, no vayas tan de prisa Asentí.
No me atosigues, yo tengo mi propio ritmo para hacer las cosas
Asentí.
Podrás esperar Asentí.
Me lo prometes Te lo prometo
Éramos una gallina a la que le habían quemado el pico y un gato
al que le habían arrancado las garras.
El ritmo de una gallina no varía en lo más mínimo.
Un gato, en cambio.
Sé bien de lo que huyo, más no lo que busco. En cualquier caso es mejor cambiar un estado malo por otro incierto.
Michel de Montaigne.
Cuarto epílogo
Ya no lucha por llegar hacia las cosas.
Resbala por encima de su forma y su uso.
Dentro de los esqueletos hay claves
imposibles de percibirlas a contraluz.
Pueden ser un sonido, un eco giratorio.
Relojes amarillos alejándolo del amor,
ese invento centrípeto, entrópico, castrense.
Sueña como si fuese algo ya lejano
con la inquietud y el temor. Con el sabor.
Con el aire pesado de las sorpresas.
Dentro del océano de su incertidumbre
crece una burbuja a manera de idea.
La presiente, la acaricia, la paladea.
Si ensayase un movimiento los verbos
inquilinos de su dermis, dejarían de respirar.
Se propuso a si mismo abandonar en la orilla
las armas. Su revolución quechua.
Tiene filamentos fibrosos creciendo dentro
de su memoria, con forma de ataúdes
herméticos como poemas, etcétera.
Trata de olvidar, pero la certeza no es
como su amor, lo suficientemente angosta.
De: Gavia
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