Marceline Desbordes-Valmore
Marceline Desbordes-Valmore (Douai, 20 de junio de 1786 – París, 23 de julio de 1859) fue una actriz, cantante y poetisa francesa del Romanticismo.
Era hija de un pintor de escudos nobiliarios arruinado por la Revolución francesa y convertido en actor y cantante cabaretier en Douai. Durante la Revolución se mudó con su madre al archipiélago de Guadalupe, rerpresentando pequeños papeles en los teatros de las ciudades por donde pasaba para pagar el pasaje, entre Douai y Burdeos. Al sucumbir su madre por la fiebre amarilla (1801), la hija continuó con su carrera dramática y fue contratada por la Ópera Cómica gracias a las recomedaciones de Guétry. Cantó El barbero de Sevilla en el Odeón y en la Moneda de Bruselas. Se enamoró de Henri de Latouche (1785-1851), de quien tuvo un hijo y le animó a escribir, y por último se casó en 1817 con el actor Prosper Lanchantin-Valmore y vivió una existencia mezquina con muchas desdichas. Publicó la primera edición de sus Élégies et Romances en 1818. Además hizo varias apariciones como actriz y cantante en el Teatro Nacional de la Opéra-Comique y en el teatro La Monnaie de Bruselas.
Con la ayuda de Madame de Récamier, Mademoiselle Mars, Alphonse Lamartine, Víctor Hugo y Dumas, así como más tarde de Baudelaire y Sainte-Beuve, publicó otras colecciones de versos. Se anticipa a Paul Verlaine y Arthur Rimbaud y abre caminos poéticos a Renée Vivien, Anna de Noailles y Marie Noël.
Su poesía es conocida por ser oscura y depresiva y sin complacencias estéticas. Es la única mujer incluida en una de las secciones del famoso libro Los poetas malditos de Paul Verlaine. Una copia de sus poesías fue encontrada en la biblioteca personal de Friedrich Nietzsche.
Obras
1816 — Chansonnier des grâces
1819 — Élégies et romances
1825 — Elégies et Poésies nouvelles
1829 — Album du jeune âge
1830 — Poésies Inédites
1833 — Les Pleurs
1839 — Pauvres Fleurs
1843 — Bouquets et prières
1860 — Poésies posthumes (póstuma)
Las rosas de Saadi
Esta mañana quise traerte rosas, rosas.
Mis fajas no pudieron ceñirlas, y abundosas
Derramáronse, tantas eran las que cogí.
Se rompieron los nudos y las rosas volaron
Por el viento a la mar, y allí se dispersaron.
Derivar en el agua y alejarse las vi.
Todo el mar parecía rojo, como encendido.
Pero esta noche aún guarda su aroma mi vestido:
Respira el perfumado recuerdo sobre mí.
VERSIÓN DE Enrique Díez Canedo
Les roses de Saadi
J'ai voulu ce matin te rapporter des roses ;
Mais j'en avais tant pris dans mes ceintures closes
Que les noeuds trop serrés n'ont pu les contenir.
Les noeuds ont éclaté. Les roses envolées
Dans le vent, à la mer s'en sont toutes allées.
Elles ont suivi l'eau pour ne plus revenir ;
La vague en a paru rouge et comme enflammée.
Ce soir, ma robe encore en est tout embaumée...
Respires-en sur moi l'odorant souvenir.
Marcelina Desbordes fue de aquellas a quienes los hombres perdonaron su gloria: porque la encontraban muy femenina en toda su inspiración, y, según la frase de Sainte Beuve, «se contentó con esa gloria discreta, templada, de misterio, la más hermosa para una mujer que poetiza». A pesar de la autoridad de Sainte Beuve, yo no puedo menos de pensar que no hay glorias especiales para cada sexo. Y, con lo más íntimo, con lo más lírico del sentir, cuando la mujer ha recibido el don y la consagración del genio, no es a una gloria discreta y templada, de misterio, sino a la vibrante gloria de Safo, a lo que aspira.
Arruinada por desgracias de familia, Marcelina Desbordes abrazó la carrera del teatro, para la cual tenía disposiciones y una hermosa voz. Casada ya con el actor Valmore, publicó, en 1818, su primer volumen, Elegías y romanzas, que justifican lo que ella dice de sí propia: «¡No he sabido sino amar y sufrir: mi lira es mi alma!».
Para definir en qué consistió el atractivo de esa poesía tan esencialmente femenil, nada mejor que recoger lo que de ella dijo Sainte Beuve. Este crítico eminentísimo y capaz de todos los aciertos, así como de algunas injusticias notorias, fue siempre muy favorable a los secundarios, y lejos de pensar, como han pensado y practicado grandes críticos que le sucedieron, que es preciso desescombrar la historia literaria, excesivamente rellena de nombres y obras, entendió que, en gran parte, esa historia la constituyen, en su tejido interior y vital, las producciones y, sobre todo, las personalidades de esos secundarios, todas significativas y dignas de interés. En la labor crítica de Sainte Beuve, los secundarios ocupan un lugar casi mayor que las grandes figuras. Dado este criterio del autor de los Lunes, no es de extrañar que desplegase con Marcelina Desbordes la mayor simpatía, y que le otorgase el elogio a manos llenas. Dice de la poetisa que es «un poeta tan tierno, tan instintivo, tan elegíaco, tan pronto y dispuesto a lágrimas y transportes, tan extraño al arte y a las escuelas, que, contemplándole, no hay medio de no considerar la poesía como cosa, sino como objeto alguno, como solamente un medio de llorar, de quejarse y de sufrir». Alabanza espléndida, la más grande tal vez que a un poeta cupiese tributar, y de la cual casi estoy tentada a decir que no conoció Sainte Beuve todo el alcance. Porque ese don de la espontaneidad, de la poesía como involuntaria, como efusión natural de un alma lírica, sería lo más alto que recibiese del cielo un vate, y le colocaría sin duda al frente de los más insignes de su tiempo, y de todos los tiempos. Pero, en Sainte Beuve, en medio de su sistema especial de comprender la historia literaria, vela el espíritu crítico, le inspira una duda: ¿se acordará el porvenir de madama Desbordes? Y añade: «No todo lo que ha escrito sobrenadará». De suerte que la incluye entre los poetas menores, y espera que, en una antología de estos poetas de segundo orden, se incluyan algunos idilios, romanzas y elegías de la divina Marcelina. Y hasta aquí bien podemos llegar, pero sin ir más allá, y reconociendo que su corazón dictaba su poesía.
Poemas.
Renunciamiento.
Perdonadme, Señor, mi semblante afligido;
bajo la feliz frente colocasteis las lágrimas:
de tus dones, Señor, es el que no he perdido.
Don menos codiciado, quizá sea el mejor.
Yo ya no he de morir en vínculos de encanto;
os los devuelvo todos, ¡ay, adorado Autor
para mí sólo tengo la sal que deja el llanto!
A los niños las flores, a la mujer la sal;
para que limpiéis mi vida he de entregaros,
cuando esta sal, Señor, lave mi alma, lustral,
volvedme el corazón, para siempre adoraros.
Toda extrañeza mía del mundo de ha extinguido
y se despidió el alma dispuesta a volar
para alcanzar el fruto, al misterio cogido,
que la púdica Muerte sólo ha de cosechar.
Señor, con otras madres sé tierno mientras tanto,
por la tuya y por lástima de esta pena que ves...
Bautízales los hijos con nuestro amargo llanto
y levanta a los míos caídos a tus pies.
Los sollozos.
¡El infierno está aquí! El otro no me asusta.
Empero, el purgatorio mi corazón disgusta.
De él me han hablado mucho y su nombre funesto
en mi corazón débil ha encontrado su puesto.
Cuando la ola de días va agostando mi flor,
el purgatorio veo al perder el color.
¡Si es cierto lo que dicen, es preciso ir allí,
Dios de toda existencia, para llegar a ti!
Allí habrá que bajar, sin más luna ni luz
que el peso del temor y del amor la cruz.
Para oír cómo gimen las almas condenadas
sin poderles decir “¡Estáis ya perdonadas!”
¡Dolor de los dolores; no poder agotar
los sollozos que intentan por doquiera brotar!
De noche tropezar en celdas intranquilas
que ningún alba tiñe con sus claras pupilas.
Ni poder decir al Señor incomprendido:
“¡Ay, Salvador de mi alma!, ¿es que aún no has venido?”
Me escondo; tengo miedo de tener miedo y frío,
como el ave caída teme por su albedrío.
A un recuerdo mis brazos vuelvo a abrir tristemente,
y mi alma más cercana el purgatorio siente.
Sueño que estoy en él, tras la muerte llevada,
como una esclava indócil, al fin de la jornada,
cubriendo con las manos el semblante abatido,
pisando el corazón, por tierra malherido.
Allí voy; precediéndome, mi llegada proclamo
y no oso desear nada de lo que amo.
Y este corazón mío no tendrá más dulzura
que los lejanos ecos de su antigua ventura.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
Mientras el fallo eterno rechace mi plegaria
no arderá ante mis ojos ninguna luminaria.
No he de ver más escenas mundanas y horrorosas
que abatan mis humildes miradas dolorosas.
¡No gozaré del sol! ¿Por qué?... La luz querida
para el mal en la tierra, empero, está encendida.
Ve el culpable que a la horca su delito conduce
el saludo del orbe que se divierte y luce.
¡En los aires no hay pájaros! ¡No hay fuego en el hogar!
¡Y ni un Ave María reza el aura al pasar!
Para el junco del lago no hay un soplo viviente
ni aire para que exista un átomo viviente.
Ni el zumo de las frutas que ofrecen su frescura
al ingrato, tendré en mi sed y calentura.
Del corazón ausente que me hará padecer
acumularé el llanto que no puedo verter.
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡No más recuerdos de esos que me embargan de llanto
tan vivos, que viviera yo siempre de su encanto!
¡No más familia dulce, sentada en el umbral
que bendice cantando el sueño patriarcal!
¡Ni más voz adorada, cuya gracia invencible
hasta la Nada absurda tornaría sensible!
No más libros divinos desde el cielo exfoliados,
conciertos para el alma por la vista escuchados.
Y no osando morir tampoco oso vivir
ni buscar en la muerte quién me ha de redimir.
¿Por qué hay sobre las cunas, padres, la flor de un hijo
si al árbol y al arbusto siempre el cielo maldijo?
Cielos, ¿adónde iré
sin pies para huir?
¿Adónde llamaré
sin llave para abrir?
¡Bajo la cruz se inclina el alma prosternada,
del dolor de nacer con morir castigada!
Mas no tengo en la muerte si me siento expirar
ni una lejana voz que aconseje esperar.
¡Si en el cielo apagado alguna estrella pálida
esta melancolía besara con luz cálida!
¡Si bajo las sombrías bóvedas del horror
viera cómo me ven dos ojos con amor!
¡Ay, sería mi madre, intrépida y bendita,
que bajaría a ver a su hija precita!
¡Sí; mi madre podría al Dios justo ablandar
y ella me sacaría del horrible lugar!
De la esperanza joven alzara el fuerte viento
al fruto derribado por tanto sufrimiento.
Sentiría sus brazos, dulces, fuertes y hermosos,
arrastrarme, abrazada con ímpetus briosos.
El aire auxiliaría a mis alas nacientes
como a las golondrinas libres e independientes.
Huiría para siempre, pues mi madre al partir
viva me llevaría hacia lo porvenir.
Mas antes de pasar las mortales fronteras
otras almas quisiéramos tener por compañeras.
Y en aquel campo fúnebre en que dejaba flores
y el aroma que exhalan los llantos de dolores
caeríamos, solícitas, entusiastas y ardientes,
gritando “¡Acompañadnos!” a las almas dolientes.
“¿Venís hacia el estío en que ha de retoñar
el amor en que no hay que morir ni llorar?
¡Con Dios y sus palomas venid en santos vuelos!
¡Dejad vuestros sudarios; no hay tumbas en los cielos!
¡El sepulcro está roto por la eterna pasión!
¡Mi madre nos concibe en la eterna mansión!”
Una carta de mujer.
Te escribo, aunque ya sé que ninguna mujer
debe escribir;
lo hago, para que lejos en mi alma puedas leer
cómo al partir.
No he de trazar un signo que en ti mejor grabado
no exista ya.
De quien se ama, el vocablo cien veces pronunciado
nuevo será.
La dicha sea contigo; yo solo he de esperar,
y aunque distante,
yo me diento ir a ti para ver y escuchar
tu paso errante.
¡Jamás la golondrina al cruzar el sendero
pueda atraparte!
Será mi fiel cariño que pasará ligero
para rozarte...
Tú te vas, como todo se va... Su éxodo emprenden
la luz, la flor;
el estío te sigue; las tormentas sorprenden
mi triste amor.
De esperanza y zozobra suspira mientras tanto
el que no ve...
Repartámoslo bien: a mi me queda el llanto,
a ti la fe.
Yo no quiero que sufras, que está muy arraigado
mi amor por ti.
Quien desea dolores para el ser adorado
guarda odio para si.
El amor.
Preguntáis si el amor hace feliz;
lo promete, creedle, aún por un día.
¡Ah! por un día de vida amorosa... ¿quién no moriría?
La vida está en el amor...
Sin él, tu corazón es un hogar sin llama;
él todo lo quema, dulce veneno.
He dicho en verdad como destroza un alma:
¡Preguntad pues si da la felicidad...!
Cuando se lo ha conocido, su ausencia es espantosa;
cuando vuelve, se tiembla noche y día...
A veces, en fin, la muerte está en el amor y sin embargo...
¡SÍ, EL AMOR HACE FELIZ!
y uno sin traducir, en francés
Les roses.
L'air était pur, la nuit régnait sans voiles ;
Elle riait du dépit de l'amour :
Il aime l'ombre, et le feu des étoiles,
En scintillant, formait un nouveau jour.
Tout s'y trompait. L'oiseau, dans le bocage,
Prenait minuit pour l'heure des concerts ;
Et les zéphyrs, surpris de ce ramage,
Plus mollement le portaient dans les airs.
Tandis qu'aux champs quelques jeunes abeilles
Volaient encore en tourbillons légers,
Le printemps en silence épanchait ses corbeilles
Et de ses doux présents embaumait nos vergers.
Ô ma mère ! On eût dit qu'une fête aux campagnes,
Dans cette belle nuit, se célébrait tout bas ;
On eût dit que de loin mes plus chères compagnes
Murmuraient des chansons pour attirer mes pas.
J'écoutais, j'entendais couler, parmi les roses,
Le ruisseau qui, baignant leurs couronnes écloses,
Oppose un voile humide aux brûlantes chaleurs ;
Et moi, cherchant le frais sur la mousse et les fleurs,
Je m'endormis. Ne grondez pas, ma mère !
Dans notre enclos qui pouvait pénétrer ?
Moutons et chiens, tout venait de rentrer.
Et j'avais vu Daphnis passer avec son père.
Au bruit de l'eau, je sentis le sommeil
Envelopper mon âme et mes yeux d'un nuage,
Et lentement s'évanouir l'image
Que je tremblais de revoir au réveil :
Je m'endormis. Mais l'image enhardie
Au bruit de l'eau se glissa dans mon coeur.
Le chant des bois, leur vague mélodie,
En la berçant, fait rêver la pudeur.
En vain pour m'éveiller mes compagnes chéries,
En me tendant leurs bras entrelacés,
Auraient fait de mon nom retentir les prairies ;
J'aurais dit : " Non ! Je dors, je veux dormir ! Dansez ! "
Calme, les yeux fermés, je me sentais sourire ;
Des songes prêts à fuir je retenais l'essor ;
Mais las de voltiger, (ma mère, j'en soupire,)
Ils disparurent tous ; un seul me trouble encor,
Un seul. Je vis Daphnis franchissant la clairière ;
Son ombre s'approcha de mon sein palpitant :
C'était une ombre, et j'avais peur pourtant,
Mais le sommeil enchaînait ma paupière.
Doucement, doucement, il m'appela deux fois ;
J'allais crier, j'étais tremblante ;
Je sentis sur ma bouche une rose brûlante,
Et la frayeur m'ôta la voix.
Depuis ce temps, ne grondez pas, ma mère,
Daphnis, qui chaque soir passait avec son père,
Daphnis me suit partout pensif et curieux :
Ô ma mère ! Il a vu mon rêve dans mes yeux !
*
Norberto Gimelfarb y Marta Giné
Hikma 11 (2012), 47-69
SELECCIÓN DE POEMAS (TRADUCCIÓN)
ÉLÉGIE
J’étais à toi peut-être avant de t’avoir vu,
Ma vie, en se formant, fut promise à la tienne;
Ton nom m’en avertit par un trouble imprévu;
Ton âme s’y cachait pour éveiller la mienne.
Je l’entendis un jour et je perdis la voix;
Je l’écoutais longtemps, j’oubliais de répondre;
Mon être avec le tien venait de se confondre;
Je crus qu’on m’appelait pour la première fois.
Savais-tu ce prodige ? Eh bien ! Sans te connaître,
J’ai deviné par lui mon amant et mon maître,
Et je le reconnus dans tes premiers accents,
Quand tu vins éclairer mes beaux jours languissants.
Ta voix me fit pâlir, et mes yeux se baissèrent.
Dans un regard muet nos âmes s’embrassèrent;
Au fond de ce regard ton nom se révéla,
Et sans le demander j’avais dit: « Le voilà ! »
Dès lors il ressaisit mon oreille étonnée ;
Et y devint soumise, elle y fut enchaînée.
J’exprimais par lui seul mes plus doux sentiments;
Je l’unissais au mien pour signer mes serments.
Je le lisais partout, ce nom rempli de charmes,
Et je versais des larmes.
D’un éloge enchanteur toujours environné,
A mes yeux éblouis il s’offrait couronné.
Je l’écrivais… bientôt je n’osais plus l’écrire,
Et mon timide amour le changeait en sourire.
Il me cherchait la nuit, il berçait mon sommeil,
Il résonnait encore autour de mon réveil :
Il errait dans mon souffle, et, lorsque je soupire,
C’est lui qui me caresse et que mon coeur respire.
Nom chéri ! nom charmant ! oracle de mon sort !
Hélas ! que tu me plais, que ta grâce me touche !
Tu m’annonças la vie, et, mêlé dans la mort,
Comme un dernier baiser fermeras ma bouche.
De Poésies, 1822
ELEGÍA
Era tuya, quizás, antes de conocerte.
Mi vida, al tomar forma, a la tuya fue prometida;
tu nombre me lo dijo, al turbarme de imprevisto.
Tu alma, en él oculta, se reveló a la mía.
Un buen día lo oí y la voz perdí;
lo escuché largo tiempo, responder olvidé.
Y mi ser, con el tuyo, se fusionó al instante.
Creí que me nombraban por primera vez.
¿Sabías de ese prodigio? ¡Pues bien! Sin conocerte,
gracias a él intuí a mi amante y señor,
y lo reconocí en tus primeros acentos,
cuando mis melancólicos días iluminaste.
Palidecí al oírte, se entornaron mis ojos;
con una muda mirada nuestras almas se besaron;
en esa profunda mirada se reveló tu nombre,
y sin preguntarlo, me dije: ¡Ahí está!
Desde entonces se apoderó de mi asombrado oído;
a él se sometió, a él se encadenó,
expresaba por él mis más dulces afectos;
lo uní al mío para rubricar mis promesas.
Por doquier leía ese nombre lleno de encantos,
y lágrimas vertía:
de un mágico encanto siempre aureolado,
a mis ojos deslumbrados se ofrecía coronado.
Lo escribí… muy pronto no osé ya escribirlo.
Y mi tímido amor lo tornó sonrisa,
me buscaba de noche, acunaba mis sueños;
seguía oyéndolo cuando me despertaba:
vagaba en mi aliento y, cuando suspiro,
es él quien me acaricia, por quien mi corazón respira.
¡Nombre amado! ¡Admirable! ¡De mi destino oráculo!
¡Ay! ¡Cómo me gustas, cómo tu gracia me atrapa!
Me has anunciado la vida y, unido en la muerte
como un último beso, cerrarás tú mi boca.
De Poésies, 1822
LES SÉPARÉS
N’écris pas. Je suis triste, et je voudrais m’éteindre.
Les beaux étés sans toi, c’est la nuit sans flambeau.
J’ai refermé mes bras qui ne peuvent t’atteindre,
Et frapper à mon coeur, c’est frapper au tombeau.
N’écris pas !
N’écris pas. N’apprenons qu’à mourir à nous-mêmes.
Ne demande qu’à Dieu… qu’à toi, si te j’aimais !
Au fond de ton absence écouter que tu m’aimes,
C’est entendre le ciel sans y monter jamais.
N’écris pas !
N’écris pas. Je te crains ; j’ai peur de ma mémoire ;
Elle a gardé ta voix qui m’appelle souvent.
Ne montre pas l’eau vive à qui ne peut la boire.
Une chère écriture est un portrait vivant.
N’écris pas !
N’écris pas ces doux mots que je n’ose plus lire :
Il semble que ta voix les répand sur mon coeur ;
Que je les vois brûler à travers ton sourire ;
Il semble qu’un baiser les empreint sur mon coeur.
N’écris pas !
De Poésies, 1822
SEPARADOS
No me escribas. Estoy triste, desearía morirme.
Los veranos sin ti son como noche sombría.
He cerrado los brazos, que abrazarte no pueden,
invocar mi corazón, es invocar la tumba.
¡No me escribas!
No me escribas. Aprendamos únicamente a morir en nosotros.
Pregunta sólo a Dios…, sólo a ti mismo, ¡cómo te amaba!
Desde tu profunda ausencia, escuchar que me amas
es como oír el cielo sin poder alcanzarlo.
¡No me escribas!
No me escribas. Te temo y temo mis recuerdos;
han guardado tu voz, que me llama a menudo.
No muestres agua viva a quien beberla no puede.
Una caligrafía amada es un retrato vivo.
¡No me escribas!
No me escribas dulces mensajes: no me atrevo a leerlos:
parece que tu voz, en mi corazón, los vierte;
los veo brillar a través de tu sonrisa;
como si un beso, en mi corazón, los estampara.
¡No me escribas!
De Poésies, 1822
REVELATION
Vois-tu! D'un coeur de femme il faut avoir pitié;
Quelque chose d'enfant s'y mêle à tous les âges;
Quand elles diraient non, je dis oui. Les plus sages
Ne peuvent sans transport se prendre d'amitié:
Juge d'amour! Ce mot nous rappelle nos mères;
Le berceau balancé dans leurs douces prières;
L'ange gardien qui veille et plane autour de nous,
Qu'une petite fille écoute à deux genoux;
Dieu qui parle et se plaît dans une âme ingénue,
Que l'on a vu passer avec l'errante nue,
Dont on buvait l'haleine au fond des jeunes fleurs,
Qu'on regardait dans l'ombre et qui séchait nos pleurs;
Et le pardon qui vint, un jour de pénitence,
Dans un baiser furtif redorer l'existence!
Ce suave lointain reparaît dans l'amour;
Il redonne à nos yeux l'étonnement du jour;
Sous ses deux ailes d'or qu'il abat sur notre âme,
Des prismes mal éteints il rallume la flamme;
Tout s'illumine encor de lumière et d'encens;
Et le rire d'alors roule avec nos accents!
Des pompes de Noël la native harmonie
Verse encore sur l'hiver sa grâce indéfinie;
La cloche bondissante avec sa grande voix
Clame dans l'air: NOEL! NOEL! comme autrefois;
Et ce ciel qui s'emplit d'accords et de louanges
C'est le SALUTARIS et le souffle des anges!
Et puis, comme une lampe aux rayons blancs et doux,
La lune, d'un feu pur inondant sa carrière,
Semble ouvrir sur le monde une immense paupière,
Pour chercher son Dieu jeune, égaré parmi nous.
«Oh! qu'elle soit heureuse entre toutes les femmes!»
Dit une femme heureuse et choisie à son tour,
«Oh! qu'elle règne aux cieux; j'ai mon ciel, j'ai l'amour!
Par lui, l'éternité sauve toutes nos âmes!»
La pitié fend la nue, et fait pleuvoir ses dons
Sur l'indigent qui court vers le divin baptême.
Regarde! son flambeau repousse l'anathème;
Et son manteau qui s'ouvre est chargé de pardons.
Noël! Noël! l'enfant lève sa tête blonde,
Car il sait qu'à minuit les anges font la ronde!
Quel bonheur de t'attendre à travers ce bonheur,
Dis! d'attirer ta vie à mon foyer rêveur!
Répands-y de tes yeux la lumière chérie;
Viens! J'ai besoin d'entendre et de baiser ta voix.
C'est avec ta voix que je prie,
C'est avec tes yeux que je vois!
Quand l'orgue exhale aux cieux les soupirs de l'église,
Ce qui se passe en moi, viens! Que je te le dise;
Viens! Et salut à toi, culte enfant, pur trésor!
Par toi, la neige brûle et la nuit étincelle;
Par toi, la vie est riche; elle a chaud sous ton aile;
Le reste est pour le pauvre, et ce n'est qu'un peu d'or!
Mon Dieu! qu'il est facile et doux d'être prodigue,
Quand on vit d'avenir, de prière, d'espoir;
Quand le monde fait peur; quand la foule fatigue;
Quand le coeur n'a qu'un cri: Te voir, te voir, te voir!
Et quand le silence
Adore à son tour,
La foi qui s'élance,
Aux cieux se balance
Et pleure d'amour!
Vivre! toujours vivre,
D'un feu sans remords!
Nous sauver et suivre
Un Dieu qui se livre
Pour tuer la mort!
Aimer ce que j'aime,
Une éternité,
Et dans ton baptême
M'abreuver moi-même
D'immortalité:
Quelle immense voie!
Que d'ans, que de jours!
Viens, que je te voie!
Je tremble de joie;
Tu vivras toujours!
L'été, le monde ému frémit comme une fête;
La terre en fleurs palpite et parfume sa tête;
Les cailloux plus cléments, loin d'offenser nos pas,
Nous font un doux chemin, on vole, on dit tout bas:
«Voyez! tout m'obéit, tout m'appartient, tout m'aime!
Que j'ai bien fait de naître! et Dieu, car c'est Dieu même,
Est-il assez clément de protéger nos jours
Sous une image ardente à me suivre toujours!»
REVELACIÓN
¡Ves! De un corazón de mujer hay que tener piedad;
es que hay algo de niño que se le mezcla a toda edad;
cuando ellas dirían no, digo sí. Las más juiciosas
no pueden sin arrebato entablar amistad:
¡Juez de amor! Palabra que nos recuerda a las madres;
la cuna balanceada en sus dulces plegarias;
el ángel de la guarda que nos vela y planea alrededor,
al que una niñita escucha arrodillada,
Dios que habla y se place en un alma ingenua,
que alguien vio pasar con la errante desnuda,
cuyo aliento bebían al fondo de flores jóvenes
que mirábamos en la sombra y secaba nuestras lágrimas;
y el perdón que vino, un día de penitencia,
con un beso furtivo a redorar la existencia!
Esa suave lejanía que vuelve en el amor
y a nuestros ojos devuelve el asombro del día;
bajo dos alas de oro que deja caer en nuestra alma
de prismas mal apagados reanima la llama;
todo sigue alumbrado con luz y con incienso;
¡Y la risa de entonces rueda con nuestros acentos!
De las pompas de Navidad la nativa armonía
vuelca aún en el invierno su gracia indefinida;
la campana saltarina con su tan grande voz
clama al aire: ¡NAVIDAD!, como lo hacía otrora;
¡Y el cielo que se llena de acordes y loas
es el SALUTARIS y el aliento de los ángeles!
Y después, como lámpara de blancos rayos suaves.
La luna, con fuego puro que inunda su cantera,
parece abrir al mundo un párpado inmenso,
para buscar a su Dios joven, perdido entre nosotros.
«¡Oh!, ¡que sea feliz entre todas las mujeres!»
Dice una mujer feliz y elegida a su vez:
«¡Oh!, ¡que reine en los cielos, tengo el mío, el amor!
¡Por él la eternidad salva nuestras almas todas».
La piedad parte la nube y hace llover sus dones
sobre el indigente que corre al divino bautizo.
¡Mira!, su antorcho rechaza el anatema
y su abrigo que se abre cargado de perdones.
¡Navidad!, levanta el niño su cabeza rubia.
¡Pues sabe que a las doce los ángeles hacían ronda!
¡Qué dicha esperarte a través de esa dicha!
¡Oye!, atraer tu vida a mi hogar soñador!
Esparce con tus ojos en él la luz querida;
¡Ven! Que necesito oír y besar a tu voz.
¡Con tu voz, con ella rezo,
Con tus ojos, con ellos veo!
Al exhalar el órgano al cielo los suspiros de la iglesia,
lo que pasa en mí, ¡ven!, para que te lo diga;
¡Ven! ¡Y te saludo, culto niño, puro tesoro!
Por ti quema la nieve y relumbra la noche;
Por ti la vida es rica, tiene calor bajo tu ala.
¡Lo demás para el pobre y es solo un poco de oro!
¡Mi Dios!, que fácil es y dulce ser pródigo,
viviendo de porvenir, de rezos, de esperanza;
cuando da miedo el mundo; cuando cansa la multitud;
cuando el corazón no tiene más que un grito: ¡Verte, verte, verte!
¡Y cuando el silencio
a su vez adora
la fe que se arroja,
en los cielos se mece
Y llora de amor!
¡Vivir!, ¡siempre vivir
con fuego sin remordimiento!
¡Salvarnos y seguir
a un Dios que se entrega
por matar a la muerte!
Amar lo que amo,
una eternidad,
y con tu bautismo
abrevarme yo misma
de inmortalidad.
¡Qué inmensa vía!
¡Cuántos años y días!
¡Ven que yo te vea!
¡Tiemblo de dicha,
Vivirás por siempre!
En verano el mundo emocionado se estremece como una fiesta;
la tierra en flor palpita y se perfuma la cabeza;
las guijas más clementes, lejos de ofendernos los pasos,
dulce camino hacen y volamos diciendo bajito:
"¡Fijaos!, ¡todo me obedece, me pertenece, me ama!
¡Qué bueno haber nacido!, ¡y Dios, pues es Dios mismo,
qué clemente se muestra protector de nuestros días
bajo una ardiente imagen que siempre me sigue!
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