lunes, 3 de febrero de 2014

FERNANDO ARBELÁEZ [10.875]


Fernando Arbeláez 

(1924-1995)

Poeta y ensayista colombiano, nacido en Manizales (Caldas) en 1924. Algunos críticos lo consideran entre los postpiedracielistas, pero es más exacto catalogarlo dentro de la llamada generación de Mito, en cuya revista colaboró. Ha sido traductor de Giorgios Seferis, Constantin Cavafis y Boris Pasternak. Aunque su poesía no se ha definido claramente, combina el manejo de los símbolos de la sabiduría china con un cierto naturalismo oriental, los recuerdos de la poesía griega contemporánea, y también una buena dosis de poesía testimonial. Es autor de El humo y la pregunta (1951), La estación del olvido (1955), Canto Llano (1964), Panorama de la nueva poesía colombiana (1964), Serie China (1979), El viejo de la ciudad (1985), Textos de exilio (1986), Testigos de nuestro tiempo (1956), donde recoge diversos ensayos sobre Saint-John Perse, Rainer María Rilke, Pablo Neruda, Federico García Lorca y T.S. Eliot.





Canto Llano

Del libro "Canto llano"
Fragmento

I

Son muy pocas las palabras que sé,
muy pocos
los nombres que puedo decir
claramente... Apenas
conozco el comienzo de un celeste abecedario:
Ave, Mano, Promesa, no sé muy bien...
Quizá apenas sueño
y pienso en un perfume
o en alguna ventana del océano.

No sé mucho del viento;
nada sé de los árboles y apenas de los hombres...
Tan sólo sé que escucho atentamente,
que mis labios se queman en silencio,
que vago, así, mirando las ciudades
con mi boca de arenas y deseos.
No sé nombrarte Amor... ¿quizás? No sé:
tal vez nosotros dos, talvez el cielo,
tal vez este pequeño canto que me lleva...

Nada puedo decir: sólo la noche,
la viva noche clara y el desvelo.
He aprendido mil nombres. Yo no sé.
Máscaras de las cosas que no quiero,
mentido amor en la desnuda sombra,
mentido amor, desesperado fuego.
Miro detrás de las estrellas, miro
los hombres, miro los senderos,
miro mi corazón y busco un nombre
y escucho el corazón y mis recuerdos.
No sé. Tal vez escucho las estrellas
en un secreto idioma que no entiendo.

Mano, Vino, Perfume, simples cosas,
simples, mi corazón contra los vientos,
tan sólo mi desvelo y las auroras
y un nombre,
un solo nombre y el silencio.







EL VIEJO DE LA CIUDAD

"Cuesta mucho luchar contra los deseos del corazón: todo lo que quiere obtener lo compara al precio del alma".
HERÁCLITO DE EFESO

Una muralla y otra hasta colgar del cielo
sobre tu corazón la corona que encierra
el doble puerto, los lagos salobres, las calles
confusas con sus túmulos del tiempo, los escombros
donde sólo quedan las inscripciones del invencible Diocleciano,
la columna de Pompeyo, unas piedras de la Biblioteca,
los muelles con sus lentas cargas de cebolla y algodón.

Cierras los ojos y las cosas se abren para ti
tu corazón mal amado hace brotar relicarios, rostros,
esmaltes, ramos de jacintos, la estatua de basalto
que hizo erigir Ptolomeo Filadelfo y el espejo mágico
de su Faro, el delicado rumor de la colina de los tilos
el sacro precinto que cada día se va corriendo sobre el alma
y, más dentro, las termas deleitosas, las crónicas de Ana Comnena
las pequeñas intrigas de las familias imperiales, el estuche
elegante de tu otra Roma con sus reyes silenciosos y tristes.
Te invade el olor metálico de la Ciudad, las ruinas sombrías
de tu vida, los goces fatales de la calle Anastasi
los muchachos destruidos por el sufrimiento y las baratas complacencias,
los ojos murmurantes que señalan al viejo vicioso buscando
hechizado la presión de una mano en las salas de billar
transfiguradas por las lámparas de petróleo, el súbito contacto
en las mesas del chaquete o en los cuartos de lance
en cuyas puertas las rameras sirias lucen sus juegos de abalorios.

Vienes del tercer circulo de mego en donde sólo conocen
tu rostro de niño envejecido, tu habilidad para las lenguas;
de tu vida puntillosa despachando correspondencia;
de los ingleses que te mantienen a distancia, asediado
por la tiranía de una fiebre inmemorial, con toda el alma
concentrada en la piel, en la avidez de ese movimiento
como una planta carnívora, la joya sonámbula
de una mirada cómplice, el lecho voluptuoso
donde el capricho pasajero te entregó tantas veces
el doloroso poema para un efebo muerto,
la oscura resonancia del deseo, el reprochado espejo
mudable siempre, la asombrosa imagen inmortal
a cambio de unas pobres monedas. Mas tú buscabas
el anverso del instante, la proliferación del espíritu
en los sentidos atentos y esa separación que cada vez se repite
pues el tiempo se cuenta por los cuerpos amados
y las bellas bocas ávidas, y la única libertad
de que gozamos está en los miembros fuertes
dispuestos al placer, los jadeos, las fatigas dichosas,
las memorias espléndidas, la curiosidad exaltada, la intimidad
que a través del poema nos hace esclavos para siempre.

La premonición del escándalo te lleva de nuevo a la calle Fuad,
a la vía Canóptica, a la gran Cornisa, a los alrededores
del Cecil, a la plaza donde Conón arrancó del cielo
la Cabellera de Berenice, a la esquina donde Arrio
sufrió su último ataque de epilepsia. Ahora
la herida del sexo se ha vuelto una con tu fantasía,
con las trágicas gemas, la indispensable palabra,
y surge de tu oscuridad el rostro que deslumbra
tu sabia ternura visitada por las glorias de la muerte.

Tú sabes sin embargo, infortunado, que nada es cierto: los diamantes
y las sedas no valen más que un yambo. El aire escéptico
de la Ciudad con sus arenas violetas ilumina de repente
tus amores miserables, el culto antiguo de tu raza disoluta
golpeada por la pobreza, la fácil lascivia de las tabernas,
los amigos sospechosos y ardientes. —Aquí yació un tiempo
el cuerpo del gran Alejandro bajo el cristal solitario
en el sótano de una trastienda—. Un viento que viene del Mareotis
barre el polvo de la difícil inscripción en tu hermosa lengua
muerta y recuerdas al Tracio con su lira enlutada:
"La ironía de los dioses somete los seres inmortales
a las simples miserias de los mortales". Ávidamente
saboreas entonces el orgullo voluptuoso de tu fracaso.



Fernando ARBELÁEZ
EN LA SOMBRA DE LA ESFERA

Por Enrique Hernández-D’Jesús



a Catheryue, quien quiere conocer al poeta


El poeta  colombiano Fernando Arbeláez, estuvo relacionado con Venezuela por muchos años a través del poeta Juan Sánchez Peláez. Publicó sus textos en Imagen desde la primera época. En la Revista Nacional de Cultura, En las Ediciones Poesía de Venezuela dirigida por Pascual Venegas Filardo en 1965 publicó CANTO LLANO: 


Son muy pocas las palabras que sé/ muy pocos/ los nombres que puedo decir/ claramente… Apenas/ conozco el comienzo de un celeste abecedario:/ Ave, Mano, Promesa, no sé muy bien…/ Quizás apenas un sueño/ y pienso en un perfume/ o en alguna ventana del océano.



Pocos días antes de morir Vicente Gerbasi, lo visitamos acompañado del poeta Arbeláez y Fernando Charry Lara. Gerbasi realizó uno de sus últimos dibujos, un retrato del poeta colombiano y escribió:
Fernando Arbeláez fraternal poeta, su amigo (2-12-91)







Trescientos ojos miran
una oruga
que va por los senderos de una hoja,
así pasan las horas de la vida
en el follaje oscuro de la muerte




POEMAS DE EXILIO y EL PINCEL SOBRE LA TELA, libros de Fernando Arbeláez que han marcado un espacio fundacional en la poesía colombiana y latinoamericana, una lucidez de la imagen y un carácter intenso de la explosión poética:



Litigio y rebeldía de la carne/ cuan agradecidos debemos estar/
con la vida/ por habernos escogido./ Frescor y espuma/ en los
labios del alba/ la persecución de una sombra/ nueva./ Vivimos
en un espacio/ de sustituciones/ el verbo/ no importa donde/ fuera
del mundo. / El poeta lo sabía de antemano/ terminaremos
abatidos/ por las Furias.



Fernando Arbeláez se destacó como poeta, y su trabajo de ensayista en traducciones y al estudio de los poetas Saint-John Perse, Rilke, Eliot, los poetas japoneses. Trabajó a Neruda y García Lorca. Estos ensayos fueron recogidos en un libro que el poeta llamó “Testigos de Nuestro Tiempo”. Arbeláez se dedicó, también, al estudio de la ciencia numerológica, de la esoteria, de los secretos y del conocimiento histórico, publicó varios libros:
CLAVES PARA EL I CHING, una versión muy personal, o como él llamaba una lectura diferente, también, sobre EL TAROT, así como su versión del libro de Sun Wu EL ARTE DE LA GUERRA DEL MAESTRO SUN TZU, y con el nombre de Charles de Sybila TU VIDA Y LA MAGIA DE LOS NÚMEROS.

En una oportunidad que estuve en su casa en Santafé de Bogotá me regaló un manuscrito de R. H. Moreno-Durán EN LOS DOMINIOS DE UN CELESTE ABECEDARIO, en donde la reflexión y el acercamiento profundo sobre un poema de Fernando Arbeláez nos servirá para comprender más a este poeta
colombiano, muy nuestro.





EN EL PALACIO IMPERIAL DE BOGOTÁ
BUEY A LA BORGOÑESA
A LA MANERA DE FERNANDO ARBELÁEZ


Ingredientes y preparación:

Se sofríen en una sartén grande y adecuada los pedacitos de 1 kilo y medio de carne dura, cortados en cuadritos en forma de golpe de dados, en aceite de soya muy caliente, para que no se le salga el jugo a la carne y no se le escape el fervor que siente por la poesía cuando se abre la botella de vino chileno parecido a Rosamel del Valle y a Gonzalo Rojas.
Se sofríen los pedazos de carne fríos, recién sacados de la nevera, para que se integren mejor en el aceite y queden como la leche de la sangre amada.
Los pedazos ya cocinados se lanzan a una olla apetitosa y le agrega una botella de vino Maipo Tinto de la cosecha de 1989 (en su etiqueta dice: “El exceso de alcohol es perjudicial para la salud). Importaciones Colombia Ltda. de Bucaramanga.
Sal al gusto.
Una lata de puré de tomate de 180 gramos.
Elimina de la sartén el aceite y agrega poco a poco, el kilo de tocino picado en cuadritos. Hasta que doren sus cueros. Y los va juntando a la cama de seducción, a la cama de pedazos de carne, de carne enamorada, de carne que se cubre en el lecho, que se tapa el cuerpo por pudor.
Fue Marco Polo quien trajo de la china el secreto para que el tocino botara la grasa.
Y vienen las hojas de laurel.
-Mallarme era un hombre muy extraño, pensaba antes de hablar- decía Valery.
Y mientras este cocimiento se hace, el poeta llama a la amada. Y al otro lado le responden -que ha salido a pasear-. Sigue la olla en el fuego. Busca un texto de Rimbaud, y recuerda que nada nuevo se ha dicho de él. Y trata de decirlo todo en cuatro páginas. Y las escribió, y las publicó en El Espectador.

Y Rimbaud lo dijo muy claro:

“No soy prisionero de mi razón. He dicho: Dios.
Quiero la libertad en la salvación: ¿cómo alcanzarla? Los
gustos frívolos me han abandonado. Ya no necesito ni abnegación
ni amor divino. No echo de menos el siglo de los corazones
sensibles. Cada uno tiene su razón, su desprecio, su caridad: yo
conservo mi sitio en la cumbre de esta angelical escala de buen
sentido.”

Le incorpora a la olla una botella de vino, recomendado por las papilas de Neruda, Ochavagia de 1988.
Escucha el teléfono y es la llamada de la amada para decirle que su divina persona había estado en la casa y llevó de regalo un gancho para colgar los tapices de Abisinia. Y el poeta le agradece mucho que lo despierte al otro día como a las nueve. Y regresa de nuevo a la cocina y piensa cómo se sintió Laurence de Arabia, siendo soldado normal en el ejercito hindú: Un Unicornio en una pesebrera. Han pasado dos horas.

Ahora agréguele a la olla los otros ingredientes:

¼ de taza de aceite de oliva
4 cucharadas de harina disueltas en un poco de caldo
3 frascos pequeños de cebollitas.
Tapa la olla y la mete por tres horas al horno, a unos 300
grados.

Sale de la cocina y llama por teléfono a la amada, le lee:

“(…) en la última veta del sabor.
Espíritu ebrio
altanero color
Manto botánico y nube
que se desploma
orquídea
ríos de marfil
aliento
y tu gusto de selva. (…)”

Después sentirá que los Budas, las lámparas de Art Nouveau, los muebles chinos, la mecedora americana que copiará su sobrino alemán. Y también el cuadro sobre el caballete antiguo, donde la Angelita desnuda, con las alas amarillas, cubiertas las puntas con plumas de oro de loro y guacamayos,
pisando una culebra con cabeza de maraca. La Angelita desea y desea amor, con ojos perversos, ella la Angelita lo sabe.

En las fotografías están Rilke, Borges, Eliot, Kafka, Baudelaire, Santa Teresa D’Jesús, y danzan con la música interpretada por las esculturas de Monet, la violinista y la clarinetista. Las cabras sonríen y sus cuernos se enredan en los
parabanes, con los caballos, con los jarrones chinos. Las peceras, jarras, frascos, mesas, las alfombras persas, o dicho por Li Den: Es El Palacio Chino de Bogotá.







Y del libro POEMAS DE EXILIO, lee:

XVIII

¿Cómo escapar los límites
del sentido?
Cierro los ojos
y anticipo el gusto del vértigo
la cifra inicial
de lo viviente.
Al alcance de la mano
tengo el cielo y el infierno
tu rostro huracanado
con todas las aclamaciones del día.”

Saca del horno, después de tres horas la olla. La deja reposando hasta que lo despierten al otro día. Le agrega: tomillo, estragón, una taza de agua, ajo en crema, y 1 kilo de champiñones naturales, cortados por la mitad y cocinados por muy poco tiempo al vapor, así botan el amargo oculto. Mezclar suavemente.

Acompaña este plato con un arroz blanco.

Ensalada de hojas verdes con mandarina y moras pequeñas del bosque, con una vinagreta, que funcione como El Pincel sobre la Seda.

Llegan los amigos: Fernando Charry Lara, Oscar Collazos y Belén Rojas. Se sirve. El poeta Arbeláez, acompañado de su amada, saca los platos chinos de la Dinastía Fer Nan, los cubiertos de plata bañados de plumas de pájaros, copas de vino. Después a la mesa.

Esto pasó la tarde del 17 de agosto en Bogotá. Terminaba el I ENCUENTRO HISPANOAMERICANO DE POESÍA DE FIN DE SIGLO, hace 20 años.

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