Cesário Verde
José Joaquim Cesário Verde, conocido como Cesário Verde (Lisboa, 25 de febrero de 1855 - ídem, 19 de julio de 1886) fue un poeta portugués. Ignorado en vida, es hoy considerado un clásico de la literatura portuguesa del siglo XIX, en parte gracias a la atención prestada a su obra por poetas posteriores, muy especialmente por Fernando Pessoa.
Su padre era un comerciante en artículos de ferretería. Su infancia transcurrió entre Lisboa y la finca, Linda-a-Pastora, que su familia poseía a pocos kilómetros de la capital, donde pasaban los veranos, y donde se refugiaron en los años 1856 y 1857 para eludir las epidemias que en esos años se desataron en Lisboa. La experiencia rural dejó una profunda huella en Cesário Verde, cuyo amor por la naturaleza es patente en su poesía.
Con solo dieciséis años comenzó a trabajar en la tienda de su padre, que estaba situada en la Rua dos Franqueiros, en la Baixa lisboeta. Su padre le puso también al frente de la próspera explotación agrícola que había emprendido en Linda-a-Pastora. En 1872 su hermana, Maria Júlia falleció de tuberculosis, suceso que tuvo un gran impacto en la sensibilidad del poeta y que es mencionado explícitamente en su poema autobiográfico "Nós" ("Nosotros").
En 1873 se matriculó en el Curso Superior de Letras, donde tuvo como condiscípulo a António José da Silva Pinto, quien lo introdujo en la vida literaria. Silva Pinto sería, a lo largo de la vida de Cesário Verde, su amigo más fiel, y se convertiría, tras su muerte, en su albacea literario. Verde empezó a publicar poemas en periódicos como el Diário de Notícias y a frecuentar tertulias, como la del café Martinho. Durante toda su vida, sería capaz de compatibilizar su vida como próspero comerciante y su actividad literaria, a la que se dedicaba únicamente en su tiempo libre.
En 1874 publicó el poema "Esplêndida", que fue ridiculizado por el crítico y comentarista social Ramalho Ortigão en su publicación satírica As Farpas. Más adelante, Cesário Verde haría amistad con Ortigão, y formaría parte de un comité republicano presidido por él.
En 1877 se presentaron los primeros síntomas de la tuberculosis, la enfermedad de la que había fallecido su hermana Maria Júlia y de la que en 1882 murió también su hermano, Joaquim Tomás. En sus años finales disminuyó su interés por la literatura. Viajó por primera y última vez al extranjero tres años antes de su muerte, y visitó únicamente Burdeos y París, por un viaje de negocios. Murió de tuberculosis el 19 de julio de 1886.
Perfil poético
Es considerado al mismo tiempo uno de los mejores poetas urbanos de la poesía portuguesa y uno de los más grandes cantores del ámbito rural. Por esa razón, sus poemas, todos ellos escritos en alejandrinos, suelen dividirse en "poemas de la ciudad" y "poemas del campo" (aunque unos pocos, relacionados con el tema amoroso, no pueden ser incluidos en esta clasificación).
La poesía de Cesário Verde se caracteriza por su realismo, al que no es ajena la influencia del filósofo francés Hyppolite Taine. Son frecuentes en su obra las escenas de pobreza, enfermedad y vicio. En este sentido, es también determinante en la poesía de Cesário Verde su lectura del poeta francés Charles Baudelaire. Une a ambos autores la temática urbana y el interés por la vida bohemia; les separa, en cambio, el tono, frecuentemente exaltado y casi histriónico en Baudelaire, reposado e irónico en Verde.
En El sentimiento de un occidental Verde refleja la decadencia en que vive la sociedad portuguesa, que compara con la edad dorada de los descubrimientos que cantó Luís de Camões en Os Lusíadas. En general, ve lo urbano como decadente y corrupto, y reserva su entusiasmo para sus descripciones de la Estremadura portuguesa. El campo se presenta siempre en su poesía como un lugar idílico, vital, fértil y lleno de bellezas. En el poema "Nós" aparece una descripción idealizada de su infancia en la granja.
Verde en la historia de la literatura
Las influencias de Cesário Verde proceden casi todas del ámbito de la literatura francesa. Además de los citados Taine y Baudelaire, hay en su poesía referencias a Balzac y Herbert Spencer. En su correspondencia citó a Víctor Hugo, Gustave Flaubert y Quinet. En cuanto a la literatura en lengua portuguesa, solo se refirió a Luís de Camões y João de Deus.
Aunque, como se ha dicho más arriba, la obra de Verde no tuvo una buena acogida en vida del poeta, pudo conocer a las figuras literarias más destacadas de la época, en gran medida gracias a sus simpatías republicanas. Frecuentó, entre otros, a Guerra Junqueiro, Ramalho Ortigão, Gomes Leal, João de Deus, Abel Botelho y al pintor Rafael Bordalo Pinheiro.
Tras su muerte, la reputación de Cesário Verde creció rápidamente. Fue muy admirado por los modernistas portugueses Mário de Sá-Carneiro y Fernando Pessoa. Dos de los heterónimos de este último, Ricardo Reis y Alberto Caeiro, expresaron su admiración por la obra de Verde. Caeiro le dedicó uno de los poemas de la serie El guardador de rebaños.
Entre sus admiradores más recientes se cuentan Eugénio de Andrade y Adolfo Casais Monteiro.
Publicación de su obra
En vida, Cesário Verde publicó alrededor de cuarenta poemas en diferentes periódicos. Tras su muerte, en 1887, su amigo Silva Pinto publicó El libro de Cesário Verde (O Livro de Cesário Verde), que recopilaba la mayor parte de su obra poética. Según explica Silva Pinto, la estructura del libro (muy similar a la de Las flores del mal, de Charles Baudelaire) respondía a deseos del propio autor. Sin embargo, en la actualidad existe el interrogante de hasta qué punto intervino el propio Silva Pinto en la ordenación de los poemas.
La primera edición del libro, aparecida en abril de 1887, fue una edición no venal que constó solo de doscientos ejemplares. La primera edición comercial de la obra se realizó en 1901. Ediciones más recientes han alterado el número y el orden de los poemas integrantes del libro. La edición de referencia es la de la Obra completa publicada por Joel Serrão en 1992. El libro no incluye toda la obra poética del autor.
Fue Cesário Verde quien introdujo de manera éxitos la temática urbana en la poesía portuguesa, aunque es a la vez un poeta que cantó al ámbito rural.
Afectado por la tuberculosis, mal que cobraría la vida de dos de sus hermanos, Cesário Verde muere el 19 de julio de 1886. O Livro de Cesário Verde fue publicado de manera póstuma por Antonio José Silva Pinto, amigo y albacea literario de Verde. El poema que ahora se presenta, además de presagiar la futura muerte del autor, es sin duda un antecedente indiscutible del celebre poema “Tabaquería” de Fernando Pessoa.
CONTRARIEDADES
Hoy me siento cruel, frenético exigente;
no puedo tolerar los libros más bizarros.
¡Increíble! Ya fume tres cajas de cigarros
consecutivamente.
Me duele la cabeza. Aguanto asfixias mudas.
¡Tanta depravación en usos y costumbres!
Amo, insensatamente, los ácidos, los filos,
los ángulos agudos.
Me siento al escritorio. Enfrente de mí vive
una infeliz sin pecho, los pulmones enfermos;
sufre, le falta el aire, han muerto sus parientes,
y plancha ropa ajena.
¡Pobre esqueleto blanco entre nevadas ropas!
¡Tan pálida! El doctor cómo le ha preocupado.
Trabaja duro y siempre le debe a la botica,
ni alcanza a mal comer…
Me vuelvo más perverso, me crezco en el castigo;
ahora yo me siento lleno de helada saña,
la culpa es de un periódico que rechazó hace días,
mi folletín de versos.
¡Que mal humor! Rompí una muerta epopeya
al fondo del cajón ¿Qué produjo el estudio?
Más de una redacción de las que elogian todo
me ha cerrado las puertas.
La crítica siguiendo el método de Taine
la desdeña. Junté en una inmensa hoguera
muchísimos papeles inéditos. La prensa
vale un desdén solemne.
Con raras excepciones me inspira un epigrama.
Dieron las doce, en calma baja por la avenida
un Sol y un Do. Llovizna. Y ya toda la gente
se regodea en el lodo.
Nunca le dediqué versos a la fortuna
y sí, por cortesía, a colegas y a artistas,
¡Independiente! Sólo por eso a mi los críticos
me niegan sus columnas.
Piensan que el suscriptor habrá de abandonarlos,
si acaso tales obras y autores publicaran.
¿Arte? No les conviene, visto que sus lectores
deliran por Zaccone.
Un narrador cualquiera, disfruta honrosa fama,
obtiene su dinero, su club de seguidores,
y a mí no hay cosa más que me moleste tanto
que el escribir en prosa.
La adulación repugna los finos sentimientos;
y raramente le hablo a nuestros escritores
y original me apuro a lanzarles exactos
estos alejandrinos.
¿Y la tísica? En casa y con la plancha dando,
ignora que la asfixia, la combustión de brasas,
no huye del tendedero que humedece los cuartos.
Se consume en desprecio.
¡Vive con pan y té, antes de ir a la tumba!
Se esfuma y todavía, en la tarde ya débil,
la escucho canturrear una canción muy triste
de una opereta nueva.
Perfectamente. Voy a acabar sin agruras.
Quién sabe si después, rico y en otros climas,
conseguiré releer estas rimas ya viejas
impresas en un libro.
En las letras conozco un campo de maniobras:
se usa el reclamo, intriga, exclamación y broma,
y esta poesía pide un editor que pague
todas las obras mías.
Ya me pasó el coraje ¿Y entonces la vecina?
¿La pobre planchadora se acostará en ayunas?
Veo la luz en su cuarto. Ella Trabaja. Es fea.
¡Qué mundo! Miserable
CONTRARIEDADES
Eu hoje estou cruel, frenético, exigente;
Nem posso tolerar os livros mais bizarros.
Incrível! Já fumei três maços de cigarros
Consecutivamente.
Dói-me a cabeça. Abafo uns desesperos mudos:
Tanta depravação nos usos, nos costumes!
Amo, insensatamente, os ácidos, os gumes
E os ângulos agudos.
Sentei-me à secretária. Ali defronte mora
Uma infeliz, sem peito, os dois pulmões doentes;
Sofre de faltas de ar, morreram-lhe os parentes
E engoma para fora.
Pobre esqueleto branco entre as nevadas roupas!
Tão lívida! O doutor deixou-a. Mortifica.
Lidando sempre! E deve a conta na botica!
Mal ganha para sopas…
O obstáculo estimula, torna-nos perversos;
Agora sinto-me eu cheio de raivas frias,
Por causa dum jornal me rejeitar, há dias,
Um folhetim de versos.
Que mau humor! Rasguei uma epopéia morta
No fundo da gaveta. O que produz o estudo?
Mais duma redação, das que elogiam tudo,
Me tem fechado a porta.
A crítica segundo o método de Taine
Ignoram-na. Juntei numa fogueira imensa
Muitíssimos papéis inéditos. A imprensa
Vale um desdém solene.
Com raras exceções merece-me o epigrama.
Deu meia-noite; e em paz pela calçada abaixo,
Soluça um sol-e-dó. Chuvisca. O populacho
Diverte-se na lama.
Eu nunca dediquei poemas às fortunas,
Mas sim, por deferência, a amigos ou a artistas.
Independente! Só por isso os jornalistas
Me negam as colunas.
Receiam que o assinante ingênuo os abandone,
Se forem publicar tais coisas, tais autores.
Arte? Não lhes convêm, visto que os seus leitores
Deliram por Zaccone.
Um prosador qualquer desfruta fama honrosa,
Obtém dinheiro, arranja a sua coterie;
E a mim, não há questão que mais me contrarie
Do que escrever em prosa.
A adulação repugna aos sentimentos finos;
Eu raramente falo aos nossos literatos,
E apuro-me em lançar originais e exatos,
Os meus alexandrinos…
E a tísica? Fechada, e com o ferro aceso!
Ignora que a asfixia a combustão das brasas,
Não foge do estendal que lhe umedece as casas,
E fina-se ao desprezo!
Mantém-se a chá e pão! Antes entrar na cova.
Esvai-se; e todavia, à tarde, fracamente,
Oiço-a cantarolar uma canção plangente
Duma opereta nova!
Perfeitamente. Vou findar sem azedume.
Quem sabe se depois, eu rico e noutros climas,
Conseguirei reler essas antigas rimas,
Impressas em volume?
Nas letras eu conheço um campo de manobras;
Emprega-se a réclame, a intriga, o anúncio, a blague,
E esta poesia pede um editor que pague
Todas as minhas obras
E estou melhor; passou-me a cólera. E a vizinha?
A pobre engomadeira ir-se-á deitar sem ceia?
Vejo-lhe luz no quarto. Inda trabalha. É feia…
Que mundo! Coitadinha!
Traductor Miguel Ángel Flores
DESLUMBRAMIENTOS
Mylady, es un peligro contemplarla
Cuando pasa, perfumada y normal,
Con su tipo tan noble y tan de salón
Con sus gestos de nieve y de metal.
Sin que eso la disguste o desenfade,
¡Cuántas veces siguiéndole los pasos,
La veo, con real solemnidad,
Imponer toilettes complicadas!...
En vos todo me atrae como un tesoro:
El aire pensativo y señorial,
La voz que tiene un timbre de oro
¡Y el nevado y lúcido perfil!
¡Ah! como me aturde y me fascina…
¡Y es, en la gracia distinguida de su porte,
Como la Moda superflua y femenina,
Tan alta y tan serena como la muerte!
Ayer me la encontré cuando venía,
Británica y llenándome de pasmo,
¡Gran dama fatal, siempre muy sola,
Con firmeza y música en el caminar!
Su mirada posee, en juego ardiente,
Un arcángel y un demonio que la ilumina,
Como un florete, hiere agudamente,
¡Y acaricia como el pelo de un manguito!
Y bien. Conserve al hielo por esposo
Y muestre, si le beso la blanca mano,
El gesto diplomático y orgulloso
Que Ana de Austria mostraba a los cortesanos.
Y en fin prosiga altiva como la Fama,
Sin sonrisas, dramática, cortante,
Que yo busco fundir en mi llama
Su yermo corazón, como un brillante.
Mas, cuidado Milady, no se lance,
Que han de acabar los bárbaros reales;
Y los pueblos humillados, por la noche,
Para vengarse aguzan sus puñales.
Y un día, oh flor del Lujo, en los caminos,
Bajo el satín del Azul y las alondras,
¡He de ver vagar, alucinadas,
Y arrastrando harapos – a las reinas!
FRÍGIDA
I
¡Balzac es mi rival señora mía inglesa!
La quiero porque odio las carnes redondas;
Mas él la eternizó en singular belleza
Y me turbo si miro sus ojos color de las olas.
II
La miro, su larga y plácida estatura
Expone la majestad austera de los inviernos;
No la tiñe completa el tímido candor;
Bailan la paz del cielo y el asombro del infierno.
III
La veo caminar, flemática, irritante,
En una mano ¡torciendo un pañuelo de cambaya!...
Nadie así me prende, oh seria extravagante,
Cuando levanta y ondea la perezosa falda!
IV
Esperaré tal vez, que su amor me azote
Mas nunca la miraré de modo franco,
Tras el esplendor del día y la palidez nocturna,
¡Es como el sol-dorada y como la luna-blanca!
V
Si pudiera postrarme, en meditado impulso,
¡Oh, gélida mujer, bizarramente extraña,
Y trémulo poner los labios en su pulso,
Entre el suave guante y el puño de bretaña!...
VI
Cintila en su faz la lucidez de la joya
Al dar con ella la fantasía asombra;
Pausadamente recuerda el silbo de una boa
Y el paso lento y mudo de un fantasma.
VII
Metálica visión que Charles Baudelaire
Soñó y presintió en sus suaves delirios,
¡Permítame que le alabe la distinción que hiere,
Las curvas de magrez y el brillo de los adornos!
VIII
Deslice como un astro, un astro que declina;
Tan descansada y firme es que me aturde,
Con la lentitud de una corbeta fina
Que noblemente navega en mar tranquilo.
IX
No me imaginé un loco. Yo vivo como un monje,
En un bosque de ficciones, ¡Oh, gran flor del Norte1
¡Ah, al perseguirla pienso en acompañar de lejos
El angélico y sosegado espectro de la muerte!
X
Su vagar oculta una elasticidad
Que debe dar un gusto amargo y grato,
Y su glacial impasibilidad
Exalta mi deseo y ataca mis nervios.
XI
Pero no arderé a sus contactos fríos,
Y no me enroscarán sus serpentinos brazos,
Recelo soportar fiebres y escalofríos;
Adoro en su cuerpo los movimientos laxos.
XII
Y una vez que me abra cuello transparente
Y me bese, en fin, flexible y sumisa,
¡Pensaría haber oído a alguien, lúgubremente,
En las tinieblas, cortar pedazos de corteza!
EN UN BARRIO MODERNO
a Manuel Ribeiro
A las diez de la mañana, los transparentes
Matizan una casa palaciega;
Por los jardines se estancan las fuentes,
Hiere la vista, con blancor caliente,
La larga calle pavimentada
En la planta baja reposan sosegados,
Se abrieron, en algunos, las persianas,
Y de uno u otro, en cuartos estucados,
O entre la rama de papel pintado
Relucen, en un almuerzo, las porcelanas.
¡Qué saludable es su agasajo
Y su vida fácil! Yo me iba,
Sin mucha prisa, a mi trabajo,
Adonde ahora, casi siempre llego
Con los mareos de una apoplejía.
Y rota, muy chiquita, atareada,
Vi por la espalda una muchacha
Que en el ajedrez marmóreo de una escalera,
Como un retazo de huerta aglomerada,
Posó, arrodillándose, su canasta.
Y yo, a pesar del sol, la examiné
Se incorporó; sonaron sus zuecos;
Se le abrió el algodón azul de la media,
Al inclinarse, desmadejada y fea,
Y colgaban sus bracitos blancos.
Desde descanso le dice un criado:
“Si así lo quieres, vete; no platiques,
Y es todo”. Y muy tranquilo
Arroja una moneda vil, oxidada,
Que va a dar en los lados de unos damascos.
De repente, —¡Qué visión de artista! —
¿si yo transformara los simples vegetales,
A la luz del sol, intenso colorista,
En un ser humano que se mueve y existe
Lleno de bellas proporciones carnales?
Flotan aromas, humos de cocina,
Con el cesto en la espalda, y doblados,
Suben panaderos, blancos de harina
Y en las puertas, uno y otro timbre
Tocan, frenético, de vez en cuando.
Y yo recomponía, por anatomía,
Un nuevo cuerpo orgánico, a pedazos.
Hallaba los tonos y las formas. Descubría
Una cabeza en una sandía,
Y en unas coles, senos inyectados.
La aceitunas, que nos dan aceite
Negras y unidas entre verdes hojas,
Son trenzas de un cabello que se arregla;
Y los nabos —huesos mondos, color de leche,
Y los racimos de uvas — rosarios de ojos
Hay cuellos, hombros, bocas, un semblante
En la posición de ciertos frutos. Y entre
Las hortalizas, túmido, fragante,
Como alguien que todo aquello coma,
Sorbe un melón, que me recuerda un vientre.
Y, como un feto, en fin, que se dilata,
Vi en las legumbres carnes tentadoras,
Sangre en la pulpa vívida, escarlata,
Buenos corazones latiendo en el tomate
Y dedos yertos, rojos, en las zanahorias.
El sol doraba el cielo. Y la verdulera,
Vendida ya su fresca lechuga
Y daba la rama de menta perfumada,
Volviéndose, me gritó, placentera,
“¡Nadie más pasa!... ¡Y si me ayudara?...”
Me acerqué a ella sin desprecio,
Y, con las dos asas casi rotas,
Levantamos todo el peso aquel
Que resistía en el pétreo suelo,
Con un enorme esfuerzo muscular.
“¡Muchas gracias, Dios le dé salud!”
Y recibí en aquella despedida,
Las fuerzas, la alegría y plenitud,
Que brotan de un exceso de virtud
O de una digestión desconocida.
Y mientras sigo hacia el lado opuesto,
Ya de lejos ruedan unos carruajes,
La pobre se aleja al calor de agosto,
Ya sin color en sus mejillas
Y sin cintura en la falda florida.
Un pequeñuelo riega la trepadera
En una ventana azul; y, con la regadera
Parece que cierne
O que rocía estrellas; y el polvo
Que levanta nubes alba lo incensa.
Llega de las ramas emanaciones sanas,
Oigo un canario — ¡Qué infantil gorjeo! —
Luchan con menajes entre las celosías
Y el sol extiende por las fachadas,
Sus rayos de naranja destilada.
Y pintoresca y audaz, con su faldita,
Alzado el pecho, las manos en la cintura,
Con un desabrido alegre que me incita,
Ella pregona, flaca y muy canija,
Sus coles repolladas, anchas.
Y, como las gruesas piernas de un gigante,
Sin tronco, pero atléticas, enteras,
cargan sobre la pobre caminante,
Sobre la verdura rústica, abundante,
Dos frugales abultadas calabazas.
Horas mortas
O teto fundo de oxigênio, de ar,
Estende-se ao comprido, ao meio das trapeiras;
Vêm lágrimas de luz dos astros com olheiras,
Enleva-se a quimera azul de transmigrar.
Por baixo, que portões! Que arruamentos!
Um parafuso cai nas lajes, às escuras:
Colocam-se taipais, rangem as fechaduras,
E os olhos dum caleche espantam-me, sangrentos.
E eu sigo, como as linhas de uma pauta
A dupla correnteza augusta das fachadas;
Pois sobem, no silêncio, infaustas e trinadas,
As notas pastoris de uma longínqua flauta.
Se eu não morresse, nunca! E eternamente
Buscasse e conseguisse a perfeição das cousas!
Esqueço-me a prever castíssimas esposas,
Que aninhem em mansões de vidro transparente!
Ó nossos filhos! Que de sonhos ágeis,
Pousando, vos trarão a nitidez às vidas!
Eu quero as vossas mães e irmãs estremecidas,
Numas habitações translúcidas e frágeis.
Ah! Como a raça ruiva do porvir,
E as frotas dos avós, e os nômadas ardentes,
Nós vamos explorar todos os continentes
E pelas vastidões aquáticas seguir!
Mas se vivemos, os emparedados,
Sem árvores, no vale escuro das muralhas!…
Julgo avistar, na treva, as folhas das navalhas
E os gritos de socorro ouvir, estrangulados.
E nestes nebulosos corredores
Nauseiam-me, surgindo, os ventres das tabernas
Na volta, com saudade, e aos bordos sobre as pernas,
Cantam, de braço dado, uns tristes bebedores.
Eu não receio, todavia, os roubos;
Afastam-se, a distância, os dúbios caminhantes;
E sujos, sem ladrar, ósseos, febris, errantes,
Amareladamente, os cães parecem lobos.
E os guardas, que revistam as escadas,
Caminham de lanterna e servem de chaveiros;
Por cima, os imorais, nos seus roupões ligeiros,
Tossem, fumando sobre a pedra das sacadas.
E, enorme, nesta massa irregular
De prédios sepulcrais, com dimensões de montes,
A Dor humana busca os amplos horizontes,
E tem marés, de fel, como um sinistro mar!
Ao gás
E saio. A noite pesa, esmaga. Nos
Passeios de lajedo arrastam-se as impuras.
Ó moles hospitais! Sai das embocaduras
Um sopro que arrepia os ombros quase nus.
Cercam-me as lojas, tépidas. Eu penso
Ver círios laterais, ver filas de capelas,
Com santos e fiéis, andores, ramos, velas,
Em uma catedral de um comprimento imenso.
As burguesinhas do Catolicismo
Resvalam pelo chão minado pelos canos;
E lembram-me, ao chorar doente dos pianos,
As freiras que os jejuns matavam de histerismo.
Num cuteleiro, de avental, ao torno,
Um forjador maneja um malho, rubramente;
E de uma padaria exala-se, inda quente,
Um cheiro salutar e honesto a pão no forno.
E eu que medito um livro que exacerbe,
Quisera que o real e a análise mo dessem;
Casas de confecções e modas resplandecem;
Pelas vitrines olha um ratoneiro imberbe.
Longas descidas! Não poder pintar
Com versos magistrais, salubres e sinceros,
A esguia difusão dos vossos reverberos,
E a vossa palidez romântica e lunar!
Que grande cobra, a lúbrica pessoa,
Que espartilhada escolhe uns xales com debuxo!
Sua excelência atrai, magnética, entre luxo,
Que ao longo dos balcões de mogno se amontoa.
E aquela velha, de bandós! Por vezes,
A sua trame imita um leque antigo, aberto,
Nas barras verticais, as duas tintas. Perto,
Escarvam, à vitória, os seus mecklemburgueses.
Desdobram-se tecidos estrangeiros;
Plantas ornamentais secam nos mostradores;
Flocos de pós-de-arroz pairam sufocadores,
E em nuvens de cetins requebram-se os caixeiros.
Mas tudo cansa! Apagam-se nas frentes
Os candelabros, como estrelas, pouco a pouco;
Da solidão regouga um cauteleiro rouco;
Tornam-se mausoléus as armações fulgentes.
“Dó da miséria!… Compaixão de mim!…”
E, nas esquinas, calvo, eterno, sem repouso,
Pede-me sempre esmola um homenzinho idoso,
Meu velho professor nas aulas de Latim?
¡Sensacional! Gracias por ilustrarme...
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