Carlos Levy
Nació en Tunuyán, Mendoza, ARGENTINA en 1942.
Publica: Inmensamente ciudadano (Intemperie 1967), La memoria y otras piedades (Bitácora 1984), Anverso reverso, con Alfredo Lorenzo (1989), Café de náufragos (1992), Té con hielo (1997), La palabra y sus nombres (1998), Destierros (Canto rodado 2000). Apasionado por el cine gana en Paso Reducido con Alberto Cirigliano, premios a la mejor película, sonido y montaje con Hombres de vino y Fantasía en blanco (Mendoza 1980-1981). Pertenece al grupo Aleph y, junto a Carlos Carbone, Eugenio Mandrini, Marcos Silber y Hugo Toscadaray a la Sociedad de los Poetas Vivos. Fue Director de la Biblioteca Pública General San Martín. Sus cuentos y poesías fueron publicadas por diversos medios provinciales, nacionales y del exterior. En 1995 le es impuesta la Orden Mercedes de San Martín.En 1997 recibe el Premio Reconocimiento a su labor otorgado por el Gobierno de Mendoza y en 1999 la Distinción Pachamama.
II
El hombre y la mujer estaban borrachos de ginebra,
no hablaban
ni reían
ni lloraban, sólo bebían.
Fumaban y bebían:
cada trago
los hizo más transparentes
hasta que sólo quedó el humo.
Hubo cierta melancolía
en el mozo cuando dijo:
se fueron sin pagar otra vez, los fantasmas.
III
Con la última luz que se rezaga
de esta tarde de octubre que no vuelve
he muerto un poco más que de costumbre,
que de costumbre,
un poco más:
dice mi epitafio:
yace en este bar
carlos levy
bebiendo ginebra
con más tedio que otras veces.
IV
...vendrá la muerte y tendrá tus ojos
C.Pavese
Después
la memoria será una inmensa piedad desparramada en la tarde.
Y alguien
Llenará un hueco del aire con tu nombre.
Después de después
vendrá la muerte y tendrá
también los ojos de la memoria.
El vino
No
el trago solemne del salón
digo el vino que está en la fe perdida,
en la noche que aún se estira y en los locos,
vino del silencio y los infiernos de adentro,
ese mismo que anima
a curda feroz del hombre gris que se desata.
Hablo del vino de los bares
que despuebla catedrales,
de las putas y borrachos sin más,
ese que beben los fantasmas sin descanso
como si fuera el mar de los náufragos del alma.
Vino de la vida o de la muerte, qué más da.
Digo beberlo
como el profeta descreído
que quema la biblia para iluminar su horca.
Poemas de los nombres
No voy al templo
no tengo manto ni Kipá,
no celebro el sábado
no leo la Torah
y el Kadish no sé decir.
ni ayuno en Iom Kipur.
Nada sé de los días de guardar
y Pesaj
sólo es
un recuerdo de pan ácimo,
hierbas amargas,
dulce
y una dulce canción que no olvido por lo dulce.
Pero
tengo un apellido judío de cuatro letras
cuatro abuelos judíos
ocho bisabuelos
y así
hasta el principio de lo que soy;
soy Jacobo hermano de Isaac;
hijo de María y Salomón,
hijos de Raquel y Jacobo
de Rebecca y de Isaac;
mi hija se llama María, mi nieto David.
¿Lo que hay detrás de estos nombres podrán comprender?
Verán
miré debajo de mi piel blanca y un negro vi
y miré más todavía y vi un amarillo,
un árabe,
un abisinio,
un indostano vi y errante me vi;
me he soñado en la vieja Sefarad
y he partido,
recorrido
una y otra vez los mares
y negros naufragios tuve
en cada tempestad de adioses;
Vagabundo en todas partes,
llevo dentro de mí
la memoria de mi abuelo Isaac
y veo,
con sus ojos veo las callejuelas de Estambul.
En cada puerto con él dejé lágrimas
que no secan todavía,
y pude ser boticario,
viajante de telas, vendedor de loterías,
borracho en Tánger,
contador de cuentos en Grecia,
un apartado en Sudáfrica,
partisano en Italia o médico en París.
O pude ser,
un número en mi brazo
moviéndose hacia los campos del gas.
Y si me ven cantar
bailar o beber con fuerza
brindar por la vida
que estalla aquí, allá y más allá,
mírenme muy bien dentro de los ojos
y verán escondida una tristeza.
Sólo soy un hombre
que cuando se canse morirá
para ser luego
un poco de memoria
buscando un lugar en la tarde.
Y si voy a ser un recuerdo,
al ver la estrella vespertina
recuérdenme,
como aquel judío que quería escribir poemas.
(De Dolorata, El judío que soñaba España, 2001)
La pieza nueve
Un resplandor chiquito y mortecino
entra sin permiso por la ventana,
entrecerrada,
de la habitación nueve.
Está casi a oscuras,
pero dicen que el suicida,
rara vez prende la luz;
que busca por vergüenza,
y en esa penumbra,
un recuerdo que contenga algo de piedad.
El hombre,
desde temprano ha hurgueteado en el ropero.
Una envejecida foto se libra,
de la prisión de un cuaderno y lo obliga,
a encender el velador.
Ha encontrado un pedacito de su infancia.
Ahora sabe,
al menos,
que sobrevivirá
hasta el próximo domingo.
De pronto,
se produce en él,
el milagro del hambre.
(De Viejo hotel, 2008)
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