martes, 24 de diciembre de 2013

VENANCIO NERIA [10.776]




VENANCIO NERIA 

Venancio Morten Neria Candelaria nació en el Valle del Mezquital, Hgo., México, en la década de los setenta. Es escritor, promotor de lectura, comediante, gestor cultural, narrador oral, cantante de música infantil, actor y director de teatro. Tiene estudios de filosofía, teología y literatura judeocristiana. Ha dictado clases en las áreas de letras, creatividad, filosofía y lenguajes artísticos. Ha viajado con sus espectáculos por la República Mexicana, a Estados Unidos, el Caribe, Centro y Sudamérica. Ha recibido el Premio “Raúl Guerrero Guerrero” de Relato Oral en 2000, 2003 y 2004; el Premio “Rosa de Plata” 2005; el Premio “Ra Donzá de Plata” en 2003, 2005 y 2008; la presea Guerrero Águila 2005. En el año 2010, se hizo acreedor al estímulo a la creación popular que otorga la Dir. Gral. de Culturas Populares del CONACULTA. En 2011 resultó poeta ganador del 5to. Torneo de Poesía “Adversario en el Cuadrilátero”. Ha sido Coordinador General del Festival Internacional de Folclor de Hidalgo (organizado por CIOFF-UNESCO) y de la Fiesta Internacional de la Palabra. Ha publicado poesía, cuento y ensayo en México, Argentina, Puerto Rico y España.







Trastumbo

- l -


Rabioso entre canícula y tristeza,
te trajeron ayer
sobre una recua de águilas y alondras degolladas.
Vinieron tus mujeres
y te bañaron con r’antho,
con padrenuestros
y con lágrimas que guardaron
para el día de tu regreso.

Te esculcaron el recuerdo,
te trasijaron para intentar toparse en ti,
y costó trabajo
hallar las huellas desbocadas de sus besos,
esparcidas al voleo,
por toda la piel umbrosa
que te dieron las vigilias cabalgadas con furia,
sobre sus ancas de jaurías y brama.

Trajeron hojas de aguacate,
azahares y ruda;
trajeron manzanilla y siempreviva
    para sanar tus ojos.
Te abrieron los parpados a la fuerza.
Sé que hubieras querido guardarte todo,
quedártelo dentro para que nadie lo tocara;
pero ellas vinieron cargadas de ansias y cuestiones,
a querer que habitaras
el último desamparo de sus insomnios y velas.



- ll -

Los muleros te miraron por el monte,
pasar como pasa el espanto;
llorando vinagre,
bebiéndote el aluvión del abandono despeñado.

Dicen que te vieron anancarla,
que la amarraste a ti con festones y pájaros azules;
que saliste a galope, papá,
sobre los rastros que dejó San Dios,
el día que le vinieron el dolor y las arqueadas.

Cuentan que cuando te la robaste iba cargada;
que te aferraste
sólo porque en sus adentros fue fundada la tristeza.

Te la robaste enrebozada al toque de ánimas,
y las ánimas la atajaron;
le cercaron los atisbos para entregártela
y ella lloró seca y copiosa,
para adentro,
sabiéndose tuya
desde todas las ventanas abiertas del pueblo.



- lll -

Pero vinieron a encontrarte;
te venadearon camino del jagüey,
santiguando la tierra con bala y mentadas.

Tuvieron que abrirte en canal
y desahuciar sus sentidos,
para poder arrancártela.

Yo la habría llamado madre
con tal de beber de sus pechos
anochecidos borrones de astros diamantados.



- IV -

Debiste traerla hasta la entraña del monte,
encerrarla entre azadas y machete
para que nadie pudiera segarte la esperanza.



- V -

Anoche cuando te trajeron,
hubo que refregarte el descuello
para desenterrar su sangre mezclada con la tuya;
me busqué a mí entre los rescoldos, papá,
y no hallé sino el ahogo que encontraste
en pos de su entresijo.



- VI -

Esta mañana
quemaron la casa donde naciste.
Vinieron desandado tus pasos,
queriendo encontrar ocultas claves
entre las huellas herradas de tu caballo dosalbo.

Hurgaron entre las pacas y sábanas de la finca;
querían saber cómo habías hecho
para inundar de apetito los balcones,
las naguas,
las alcobas prendidas,
y no encontraron nada, sino tu sombra
envuelta en mala sangre y cardizales.




- VI -

Después de trastumbar el olvido,
la noche se enciende, papá.
Tú no la preñaste,
pero mis hermanos trajeron su palabra
y me contaron que la criatura que llevaba
tendría tus ojos,
tu estatura
y tu misma sangre.
Pero ya no hagas caso.
Voy por el mariachi.
Regreso a acomodarte la mortaja.





Anocheció temprano

Anocheció temprano
                      el día que te enterramos, papá.
Trajimos en una caja de cartón
                      papel picado y cal en polvo,
para ahuyentar la culpa
del lecho de tu encierro.
Te pusimos entre nardos y cuero pitiado,
                   la congoja que nos consagró el descuido.
Llegamos en manojo a socavar la tierra:
imposible matriz,
                  capullo,
        vientre combo
de una madre que no quería reconocerte.
Regamos con tequila y sal la orilla de la fosa.
Tus mujeres hicieron cruces con saliva
en los postigos del tronco que es ahora tu caja.
Qué muerte más hermosa, si no fuera la tuya.
Por las heridas de bala te manaba sahumerio
y el tufo herrumbroso de los besos
que un día
      recogiste entre maizales.

Te vestimos de charro
y te arrojamos puños de tierra
con sangre arrodillada.

¿Qué brotará, Señor,
del tepetate, después de esta vigilia?
¿Quién habrá de llenar las noches de este pueblo,
del susto de un caballo negro
 que sigue el rastro de una mujer
 en pos de tus espuelas?

¿Dónde voy a encontrar tus ojos,
hoy que la muerte
canceló los astros que habitan la negrura?

Nunca aprendí a tirar manganas, papá.
No montaré tu dosalbo en una cala de domingo.
No cerraré los desfiles como tú:
sobre azabache y torbellino de banderas.
Nunca cantaré como lo hacías.

Nada de lo que queda se te parece;
sólo subsiste soledumbre
y el rescoldo de los odios de San Dios,
que se ha empozado como a la incuria,
sobre este pueblo
donde nos crece soterrada
la andancia del olvido.

Han venido desde más allá
donde alcanza la mirada,
a comprobar que es cierto;
nadie lo hubiera creído,
de no ser porque enterraron sus dedos
                   donde te dieron bala.

Me seguirás haciendo falta, señor:
arca de alianza entre mi madre y tus pupilas,
torre de amor desbarrancado entre palomas,
águila negra que desciende
sobre el origen de este nombre
que me puso mi madre intentado detenerte.

Soy yo, el hijo que le hiciste a María;
párate,
abre los ojos, te llamo
desde el hondo dolor que apuran los cuchillos.
Sacúdete;
di que no es verdad
el tizón herrumbroso de estas horas,
di que la noche vendrá cantando desde tu boca,
di que son mentira
estos nardos que ahogan la esperanza,
dime
que sólo estás
durmiendo la mona y la tristeza.

Urge la noche, papá.
Traigo insaciable codicia del fuego de la calle.
Pero proclaman que el odio ronda,
que a mí también me cercarán
                   antes que caiga esta luna;
         pero si toca,
qué más da, que sea como al destino.
Que venga la muerte abierta de las zancas;
que sea,
pero si es,
          que manos de mujer me maten.





¿Por qué volviste a mí?

¿Por qué volviste a mí,
buscando compasión,
sabiendo que en la vida
le estoy poniendo letra
a mi última canción?

José Alfredo Jiménez


¿Por qué volviste a mí, Atanasio Mancera? Tú, que no sabes quedarte, ¿por qué volviste? Mira, si ya tiré tu camisa y tu paño colorado, y hasta las sábanas que bordé para cuando me fui contigo; si ya no te queda nada, ¿por qué haces que tu caballo tome vereda para esta casa, donde me viniste a dejar hace más de quince años, quezque con el pretexto de que mi hijo estuviera mejor? Estaba recién parida, de una semana. Nos viniste a entregar con mi madre y nomás dijiste: “ahí vengo”, pero te estabas yendo; yo lo sabía y no te dije nada. Me quedé nomás callada, viendo cómo te ibas. Agarraste como para la Vega y ya no volteaste. Dicen que te vieron entrar en la casa de esa que por mal nombre le dicen la “Nalga de Oro”; que no saliste en tres días, y se te oía cantar. Yo, Atanasio, cantaba contigo, como si estuvieras aquí junto, porque te conocía. Sabía lo que estabas diciendo, sabía también que en cada palabra, en cada canción estaba escrito mi nombre; que me llevabas ahí dentro como una marca, y bastaba que cantaras para que pudieras reconocerme.

Te fuiste muy pronto, ya me lo habían dicho; hasta tus besos me lo decían. Pero me encapriché contigo; dejé que me robaras y me llevaras más allá del Atorón, a tu casa. Me metiste a una troje para que allí naciera el hijo que me habías hecho. Nació. Tú como que te enojaste porque ya tenías muchos; los habías andado regando igualito que si fueran pólvora. Pueblos colmados habrías levantado con ellos, nomás con haberlo querido. Pero, ¿quién sabe?, yo creo que tú nunca quisiste nada. Por eso se me hace extraño que vengas y traigas toda tu tristeza, a ver qué puedo hacer con ella. A mí, que te esperé tanto tiempo. A mí, que me ponía a cantar para que se hiciera de noche; me asomaba a la calle a ver si venías, y nomás caía el sereno.

Todas las noches que te esperé me daba frío, y el frío se me fue metiendo muy hondo. ¿Para qué vuelves ahora si ya no puedo recibirte? Vete, mejor hubieras dejado las cosas como estaban. ¿Para qué vienes a alborotarme, a meterme ansias de ti? Vete a cantar a algún palenque, apuéstale a un gallo giro y emborráchate a mi salud. Vete, Atanasio Mancera; aquí ya no te queda nada. Yo que creía que no ibas a volver para hacerme otro cogollo, me he dejado crecer en la matriz, con tu recuerdo, un tumor que me matará cualquier mañana, cuando amanezca.







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