John Murillo
(Estados Unidos. Poeta y dramaturgo afro-chicano)
Es autor del poemario, Up Jump the Boogie (Cypher, 2010). Su poemario fue finalista en 2011 tanto para el Kate Tufts Discovery Award y el PEN Open Book Award, fue nombrado por The Huffington Post como uno de los “Diez libros recientes de poesía que se debe leer ahora mismo.” Murillo se graduó de la maestría en Creación Literaria de la New York University, otros reconocimientos son el Pushcart Prize, dos premios Larry Neal para escritores y becas del Bread Loaf Writers Conference, Cave Canem Foundation, el Fine Arts Work Center en Provincetown, en Massachusetts, el New York Times y el Instituto de Creación Literaria de Wisconsin. Su trabajo ha aparecido en las revistas Callaloo, Court Green, Ninth Letter y Ploughshares. Su poesía será también publicada en la antología, Angles of Ascent: A Norton Anthology of African-American Poetry.
US Latino Poets en español
Por Xánath Caraza
John Murillo es un poeta intrépido, artista y encantador de la palabra. He tenido la oportunidad de haber visto en vivo a Murillo en la ciudad de Kansas un par de veces durante sus presentaciones tanto para el Blue Room y el Gem Theater, ambos espacios parte del American Jazz Museum en la zona histórica de Jazz, 18th & Vine, en la ciudad de Kansas. Como presentador, Murillo deja fluir su voz al ritmo del hip-hop. Es dinámico en el escenario y tiene la facilidad de hipnotizar a la audiencia que lo escucha.
Su poesía es atrevida. Las palabras impresas llevan el sello de comentario social todo el tiempo. John Murillo es un observador perspicaz de su contexto, el estadounidense y urbano de la ciudad de Nueva York o de Los Ángeles, del metro, de las calles, de los clubes, de los que regresan a casa después de pasar tiempo en prisión, de los vulnerables; habla de su experiencia en las grandes urbes y de lo que observa, sobre todo de lo que ve en los barrios que escapan a las luces brillantes de la zona financiera que todos imaginamos cuando decimos en voz alta la palabra Nueva York o el glamur que invoca la palabra Hollywood. Murillo, con detalles, es capaz de retratar a la perfección recuerdos, en algunas ocasiones dolorosos, de su niñez o de algún instante caótico que queda grabado para siempre en las páginas. Comparte con el lector la verdad cruda, su verdad, que como mitad mexicano y mitad afro-americano experimenta pero no se limita a su experiencia personal, también le da voz a otros, que como él, han tenido que enfrentarse al sistema para que su lugar sea respetado y reconocido. Su poesía es compleja. Hay que saber encontrar eso que nos quiere compartir, que ha visto y nos quiere comunicar a través de segundas lecturas de su poesía. Reta al lector y lo convierte en un lector activo, un lector que reflexiona sobre cada una de sus palabras en el poema.
us-62-02.jpg Así como Murillo reta al lector a través del contenido de su poesía, también juega con las estructuras y nos muestra que es un poeta experimental. En sus poemas encontramos piezas para performance, poesía concreta, poemas cortos, de dos versos, poemas de largo aliento y el uso de neologismos.
Para esta ocasión he seleccionado los poemas, “Entra el dragón” y “Por los buenos tiempos” del poemario Up Jump the Boogie (Cypher, 2010).
En “Entra el dragón” la voz poética recuerda cuando a su padre, hombre afro-americano, después de una noche de cine se le pide salir de su auto. Es un poema que pasa de la emoción que deja haber ido al cine con su padre y haber visto una película de artes marciales, al miedo del espectador impotente, porque el espectador es un niño, en tan sólo un instante que todo lo cambia y se graba en su memoria.
En “Por los buenos tiempos” los segundos que le toma a un rayo de luz brillar hacen que este poema corto denuncie violencia doméstica en un apartamento en un barrio de una gran ciudad en los Estados Unidos.
A continuación mi traducción de inglés a español de “Entra el dragón” y “Por los buenos tiempos” por John Murillo.
Entra el dragón
Los Ángeles, California, 1976
Para mí, la película empieza con un hombre negro
Que brinca en una órbita de insignias, lunas minúsculas
Que capturan el brillo de su perfecto afro negro.
Patadas arqueadas, karatazos chops y treinta policías
En sus espaldas. Comienza con el fanfarroneo,
Recostarse suavemente en el asiento frontal de piel
Del blanco y negro que se arranca.
Con aleluyas profundas los asistentes al cine
Ahogan la guitarra eléctrica. Sal y mantequilla
¡Chócala, así, hermano! Y papá
Brillando tanto que puede iluminar la pantalla
Por sí mismo. Así es como se desinfla esto.
Viernes por la noche y mi padre me lleva en su auto
A casa después de la última función, dos héroes.
Cadillaqueando como rey en pleno Boulevard King.
En la oscura cabina del carro nos lanzamos y agarramos,
Jim Kelly y Bruce Lee con aliento de
Palomitas, y casi no se dan cuenta de las luces flasheando
En el agrietado espejo lateral. Yo sé qué hay
Bajo del asiento pero cuando los uniformes
Se acercan de la parte posterior lateral del auto,
Cuando el gordo se recarga en la ventana
De mi padre, puedo oler su largo día de trabajo,
Cuando mi padre –ese hombre, John Henry—
Esconde su martillo, no va en contra, guarda
Su voz de barítono, la licencia y el registro tiemblan
Como si fueran una nota escrita pidiendo permiso al
Director de la primaria ir al baño, aprendo la diferencia entre
El cine y la ciudad, entre hurras y vivas de hombres viejos de
La película que vemos en casa y el silencio que nos lleva a nuestro hogar.
Por los buenos tiempos
Una sombra parte el rayo
bajo tu puerta ruido metálico de llaves
te haces viento
y cuentas para la cintura
enrollan una falda
me deslizo
hasta la escalera contra incendios
el anillo en tu dedo
la foto enmarcada en la mesita de noche
dicen que tú eres su mujer
tu temor en mi barba
el peso frío de una .38 en la palma de mi mano
imploran de forma diferente
Poems
PRACTICING FADE AWAYS
--after Larry Levis
On a deserted playground in late day sun,
My palms dusted black, dribbling
A worn, leather ball behind my back, this loneliness
Echoes from the handball courts nearby.
Nearly all the markings--free- throw lane, sideline,
Center circle rubbed to nothing.
A crack in the earth cuts across the schoolyard,
Jagged as a scar on a choir boys cheek.
Twenty years ago,
I ran this very court with nine other
Wanna-be ballers. We'd steal
Through peeled chain links, or hop
The gate, to get here: our blacktop Eden.
One boy, who had a funny pigeon-toed set shot
And a voice full of church bells, sang spirituals
Every time he made a basket,
The other boys humming along, laughing,
High-fives flying down the court.
And a boy we called The Sandman
For how he put you to sleep with his shoulder fake or drop step,
Over six feet tall in the tenth grade,
Smooth talker with an itch for older guys girlfriends.
One Sunday morning, they found him stabbed to death
Outside the Motel 6, pockets untouched,
Bills folded neatly against his beautiful cooling thigh.
And Downtown Ricky Brown,
Whose family headed west when he was two
But still called himself a New Yorker,
Who never pulled from less than thirty feet out,
And could bank shots blindfolded.
He went to Grambling, drove himself
Crazy with conspiracy theories and liquor,
Was last seen roaming the French Quarter, shoeless, babbling
About the Illuminatis six-hundred sixty-six ways
To enslave the populace.
At sixteen, I discovered
Venice Beach, with its thousand bodybuilders,
Roller skates, and red thong bikinis.
I would stand on the sidelines and watch
The local ballplayers, leaping and hollering
Quicksilver giants, run and gun,
Already grown into their man bodies,
Funkadelic rising from a boombox in the sand.
Now, all I hear are chain nets chiming as I sink
One fade-away after another,
The backboard, the pole, throwing a long shadow
Across the cracked black asphalt.
What the nets want must be this caress,
This stillness stretching
Along every avenue, over high school
Gymnasiums and deserted playgrounds,
And the ambulance drivers drifting into naps
Back at the station house.
What the boys who ran these courts wanted was
A lob pass high enough
To pull them into the sky,
Something they could catch in both hands
And hang from,
Long enough for someone to snap
A photograph, to hold them there,
Skybound. Risen.
ENTER THE DRAGON
--Los Angeles, California, 1976
For me, the movie starts with a black man
Leaping into an orbit of badges, tiny moons
Catching the sheen of his perfect black afro.
Arc kicks, karate chops, and thirty cops
On their backs. It starts with the swagger,
The cool lean into the leather front seat
Of the black and white he takes off in.
Deep hallelujahs of moviegoers drown
Out the wah wah guitar. Salt & butter
High-fives, Right on, brother! and Daddy
Glowing so bright he can light the screen
All by himself. This is how it goes down.
Friday night and my father drives us
Home from the late show, two heroes
Cadillacking across King Boulevard.
In the cars dark cab, we jab and clutch,
Jim Kelly and Bruce Lee with popcorn
Breath, and almost miss the lights flashing
In the cracked side mirror. I know whats
Under the seat, but when the uniforms
Approach from the rear quarter panel,
When the fat one leans so far into my father's
Window I can smell his long day's work,
When my father this John Henry of a man,
Hides his hammer, doesn't buck, tucks away
His baritone, license and registration shaking as if
Showing a bathroom pass to a grade school
Principal, I learn the difference between cinema
And city, between the moviehouse cheers
Of old men and the silence that gets us home.
1989
There are no windows here, and the walls
Are lined with egg cartons. So if we listen
Past the sampled piano, drum kick
And speakerbox rumble, we'd still not hear
The robins celebrating daybreak.
The engineer worries the mixboard,
Something about a hiss lurking between notes.
Dollar Bill curses the engineer, time
We dont have. Says it's just a demo
And doesnt need perfecting. "Niggas
Always want to make like Quincy Jones
When youre paying by the hour."
Deejay Eddie Scizzorhandz--because he cuts
So nice--taps ashes into an empty pizza box,
Head nodding to his latest masterpiece:
Beethoven spliced with Mingus,
Mixed with Frankie Beverly, all laid
On Billy Squire's "Big Beat."
I'm in a corner, crossing out and rewriting
Lines I'll want to forget years later,
Looking up every now and then,
To watch Sheik Spear, Pomona's finest emcee,
In the vocal booth, spitting rhymes
He never bothers putting to paper,
Nearly hypnotized by the gold-plated cross
Swinging from his neck as he, too,
Will swing, days from now, before
They cut him from the rafters of a jail cell.
VARIATIONS ON A THEME BY Eazy E
Six cigarettes in the dark like the eyes of three jackals
Scattering bones and dust; the schoolboy musk
Of we who hadn't yet learned to wash properly
This much I remember. And I can still taste that summer,
The blood of it, when a certain breeze blows.
Through a screen door, someone's television plays
The theme song from S.W.A.T. When Jojo gives the signal,
Every dog on St. Andrews Place stirs to alarm.
I'm told predators abhor violence, are pacifists at heart.
Truth is, there was not a pacifist among us.
Fifteen year olds are violent by nature. Even the love
We dreamed of then--all thrust and sweat, tussle and scratch--
Smells of the kill. Of course, the jack move is no exception.
And lack of recognition is reason enough for all kinds
Of mayhem. In other words, homeboy wasn't from around here.
Hey, Homey! Don't I know you from somewhere?
Let me talk to you real quick! Begins the chase, the catch,
The coldest night in August, the sharpened spoon
Of logic lodged midway between sternum and clavicle.
And when we look toward the sky, even the moon
Holds its breath, goes still, and prays. That was the night
I gave birth to myself: Big Slim, the Chuck Taylor Shogun,
Deacon in the church of this hallelujah beatdown.
The moon gasps, and we slam the car doors, peel
Into the night. When Jojo passes me the spliff, I try to still my fingers,
Knuckles fat and blue, spilling ashes on the gearbox.
He pops a tape in, twists the volume high as it will go.
The woofers rattle our ribcages, teeth,
The windows, the rearview.
SHERMAN AVE. LOVE POEM
A street sweeper rounds
the corner, headlights
stretching a mans silhouette
across the cool brick
of a brownstone. A window
rattles, creaks, lifts open
from his rib, and a woman
steps through, pushes
off the ledge. Doesn't flail,
doesn't scream, or scratch
at passing brick. Mid-flight,
she lies flat, spreads her
swollen shadow onto
a fire hydrant. She is sure
as gravity. The man
crossing the street, all rib
and open eye, clutches
his Koran. Read in prison
how pregnant women
would dive from slave ships.
Thought then, and believes
Now more than ever: this is
the one true act.
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