Ricardo Miguel Costa nació en un barrio sureño de la ciudad de Buenos Aires el 2 de diciembre de 1958. Por razones que no viene al caso detallar, desde 1973 llevó a cabo numerosos y periódicos viajes entre la capital argentina y Neuquén, ciudad patagónica en la que, finalmente, estableciera residencia fija en 1982, y en la que vive desde entonces entre la enseñanza y el aprendizaje.
Ha publicado: Árbol de tres copas (1988); Casa mordaza (1990); Homo dixit (1993), Teatro teorema (1996); Danza curva (1999); Veda negra (2001), Mundo crudo (Patagonia satori) (2005) y Un referente fundacional. Las Letras neuquinas (período 1981-2005) y su (in)transferencia al campo educativo (2007).
Sus obras han sido reconocidas en: Bienal Argentina de Poesía 1991; Concurso Premio Plural, México 1992; Concurso Becas y Subsidios a la Creación Artística, Fundación Antorchas 1995; Primer Premio Fondo Nacional de las Artes 1998; Tercer Premio Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda, Chile 2000 y Tercer Premio Poesía en Tierra, Centro Cultural de España, y Fondo de Cultura Económica 2004. Su libro Mundo crudo (Patagonia satori) recibió en 2008 el II Premio Internacional “Macedonio Palomino” para obra publicada.
Cursó estudios de Letras en la Universidad Nacional del Comahue. Es docente y colaborador permanente de la revista Museo salvaje: publicación que dirige desde hace siete años el escritor pampeano Sergio De Matteo.
Desde la irrupción de internet en el mundo literario, algunos escritos de su autoría circulan por el planeta virtual.
Deseo
Bordea la muerte con tu lengua en mi boca.
Que el alma se desgarre como un hilo de pétalo hasta morir.
Que mi vientre empalme a golpes el tuyo y de los cuerpos
se venga el colmillo del demonio, la sangre del ojo,
los desdos que te abran y la fiesta se convierta
en un banquete para devorarte, para comerme en el cielo de tu piel
Que luego las bestias revuelquen en la grasa de los cuerpos
el deseo y ya hartos, arrojados al descanso de alguna sombra,
te pregunten si lo amas: si existe cierto sabor
que se aproxime al amor.
Que no contestes.
Que un beso antes del cigarrillo le descarne el corazón a Ricardo
y que Ricardo ruegue: “que alguien quiera matarme”.
Y ella, sabia como una hembra echada a su lado
caliente sus manos, lo arroje bajo el rocío
y le desee una vida eterna.
Veda negra
Vi al ciego buscando agua entre el polvo
de la luz.
Ir con las manos al frente para tantear objetos familiares,
medir figuras, recortar paisajes vivos, hacer el retrato hablado
de una pintura que se aplaude desde lejos y que es aclamada
por los ojos del poeta, por la laboriosa mano que guía la lámpara
para comprobar los límites de la sombra.
Un pozo mudo que se deja alumbrar para que el ciego
trabaje la palabra sin ser visto.
Velocidad crucero
a Cristian Aliaga
El pensamiento se queda con esta imagen:
un pedazo de ropa clavada en el alambrado
y sacudida por el viento.
El ojo es ambicioso.
Se queda con la curva que forma la ropa en el aire.
La púa del alambre tiene mucho de lenguaje.
Se aferra a cada fleco del trapo
como la palabra a la idea
que está próxima
a rasgarse.
El alambrado se continúa poste tras poste
y la distancia entre pensamiento y lenguaje
se borra en el último punto de la ruta.
Una recta en el desierto no dice nada
porque ahora la distancia se ha convertido
en un plano donde todo es lejano,
donde todo está por suceder,
mientras el pensamiento transcurre
en la mirada del que conduce.
Este trapo fue la vestidura de alguien que alguna vez
también condujo por esta desolación y que también
tuvo un pensamiento alambrado por el lenguaje.
Entonces, el tiempo real del pensamiento
no es la púa que desgarra al trapo
ni el viento colgado en una curva.
Es la mirada del que conduce
buscando en el horizonte
un lenguaje a donde
llegar.
Puntos de vista
La forma más sencilla de celebrar una fundación
es marcar un punto junto al vacío.
Un punto es una partícula del todo imponiéndose
sobre la nada.
Un punto establece el origen de todas las formas
que caben en el universo, y el universo se mueve
sobre una sucesión de puntos encadenados
en el espacio.
Sobre uno de estos puntos estamos nosotros.
Abrazándonos y girando en un vacío que nos mantiene
flotando sobre un silencio absoluto.
Pero lo mejor de esto no es el silencio ni lo absoluto.
Lo mejor de esto es que nadie sabe que flotamos
porque obedecemos una ley fundamental.
Creo que ese es el punto: flotar abrazados a la idea de la nada
mientras los cuerpos se mueven y la fundación se convierte
en un acto de amor junto al vacío.
Papas y cuerdas
El hijo ha dejado de comer por mirar al padre.
La mirada del padre, perdida durante la cena,
atiende la lectura de una voluntad muerta:
su cuerpo moviéndose (en una noche que no es
esta) contra el de una mujer desnuda
entre almohadones.
El padre reclama ese recuerdo porque es un padre
cargado en un cuerpo que flota y la memoria
le aprieta como un nudo de humo, como una
cuerda de cartón: frágil al aire, a la lágrima,
a la mínima disputa por separar al cuerpo
de la memoria.
El padre resiste mientras el hijo corta la carne
y las papas caen del plato.
Ambos buscan el alimento por debajo de la mesa.
El hijo sigue las manchas de grasa para llegar
a lo que quiere.
El padre entrega el cuello a lo que ya no puede verse
y busca, amparado por las manos, lo que antes
se mostraba más alto.
Múltiple choice
Existen sólo dos posibilidades para salvar
esta situación.
Evitar esa costumbre de entregarnos cada vez
que nos deseamos, o cerrar los ojos para que el amor
abandone toda intención de hacerse costumbre.
Saber lo que daña al corazón es ser cómplice
de un asunto peligroso.
Por eso los buenos amantes siempre recurren
al vicio de la metáfora antes de contemplar
la naturaleza de sus actos.
Ellos apagan las lámparas, cubren las ventanas
del cuarto y permanecen horas en la cama
buscando una luz para mirarse.
Gota
a Jorge Spíndola
El rigor del poeta hace que la escritura triture
cada palabra en sí misma.
El poeta entiende que es así como procede la imagen
para adoptar las diversas formas del lenguaje.
Grandes trituradores de la literatura universal han logrado
reventar el lenguaje en tantos pedazos como imágenes
pueden caber en una gota del cosmos.
Yo bebí de esa gota pero nunca llegué tan alto
como para sentir en el aire los vapores del mundo.
Sin embargo, tengo entendido que en los planes
del universo estamos todos involucrados
en la misma condensación.
Algunos están para acompañar con aplausos
los ocasionales estallidos del lenguaje.
Otros para continuar por las noches como hasta ahora:
contemplando las estrellas con la boca abierta
sin tener la esperanza de que ello, algún día,
signifique algo que merezca ser escrito
con un mínimo de rigor.
Clima
Nos comportamos según el tiempo.
Ayer, los vientos moderados de superficie
nos mantuvieron alertas respecto a posibles
cambios de temperatura.
Mi vecino cortó leña de más toda la tarde
y yo lamenté estar solo en un momento
como este.
Hoy la situación es la misma y el leñador
ha comprobado que el calor hace humo
todo el trabajo de una tarde.
Pero a él no le importa porque su mujer
ha puesto a secar ropa junto al fuego
y ha freído unos bocaditos de manzana.
La dicha y la soledad se comportan de igual manera:
hay que trabajar duro para que la confianza de uno
se quede ahí y no se apague.
El humo siempre terminará por hacer su trabajo:
doblarse para que el viento tenga un gesto de piedad
para los que estamos solos.
Así la dicha se anuncia según el tiempo.
Escapa por los hogares y vuela en pedazos por el aire
hasta dejar en el ambiente una extraña sensación
de frío y un ligero aroma a frituras.
ADRENALINA
Pienso en la mano que dibuja
con un cuchillo a la muerte.
El puño armado no participa
de la atención del autor.
La adrenalina busca a través de sus ojos
los ojos de la víctima, mientras la mano
trabaja una y otra vez sin descuidar
el ritmo.
Ocurre lo mismo con quien abre un poema
sin mirar lo que escribe.
Sólo hunde la mano en la carne de la palabra
para ver.
SEÑALES DE HUMO
Como un disparo de arena cruda al fuego.
Así apaga el silencio.
Amarra la leña muerta a las patas del caballo.
Hace que se espante, que se lleve ese calor
que ha escrito para nada. Mira sobre el desierto
el desparramo que ha dejado la bestia.
Retira todos los papeles. Limpia la mesa.
Tanta mala costumbre que lo abandona
en este frío. Ahora que la noche
viene a escribir tan cerca.
Ahora que huele a quemazón,
A leña herida en algún lado.
SEGUNDO MOVIMIENTO
Permanecía a su lado.
Me inclinaba sobre sus ojos
y leía una escritura completa.
Un código que podía clausurar
las metáforas del asombro.
Pensaba: “nada que perturbe así la calma
debe quedar agobiado por la quietud”.
Entonces buscaba entre tus piernas.
Trabajaba la espesura del ritmo.
Intentaba un bosquejo del deseo.
Al final de la noche, caída la mirada
hacia un lado, decía que había escrito
algo rescatable.
Unas pocas palabras entre lo dicho
y lo que podría decirse.
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