Juan Carlos Vargas-Alcocer
San José Costa Rica, 1967. Estudió Arquitecto, Administrador de Negocios e Ingeniero en Computación. Es Ingeniero de Sistemas en la empresa privada y profesor en las facultades de Administración de Empresas de la Universidad Nacional de Costa Rica e Ingeniería de Sistemas de La Universidad Latina, imparte cursos en los programas de Bachillerato y Licenciatura de ambas carreras.
Es miembro activo del Taller “Miércoles de Poesía” del Instituto Tecnológico de Costa Rica dirigido por el escritor costarricense Adriano Corrales. Parte de su obra ha sido publicada en revistas independientes tanto en Costa Rica como en Chile. Mantiene un Blog de poesía en la siguiente dirección:
http://lalibretademilo.wordpress.com/
Su primer libro pronto a publicarse se titula “Certidumbre de los días” y actualmente trabaja en la elaboración de su segundo poemario.
El escritor mexicano Ernesto Cisneros Rivera, en la presentación de su libro “Certidumbre de los días” dice de nuestro poeta lo siguiente: "
Certidumbre de los días, “Poesía dispersa escrita en blanco y negro”, nos atrapa con la inmediatez en que la voz varonil de Vargas-Alcócer nos enfrenta sin ambages, pero con un exquisito lirismo no exento de muchísima introspección y razonamiento, tanto al amor sensual como al espiritual dirigidos a su musa eterna: la mujer deseada, la mujer amada, la mujer perdida, la mujer pasada (“Lugar común de todas las cosas”). Luego, con el arrojo que sólo los valientes pueden desplegar, nos lleva por el difícil mundo del haiku, en donde explota con la misma aparente sencillez del 5-7-5 temas donde prevalece su fuerza motriz: el amor; amor que va dirigido no sólo a su eterna musa, sino a todo ese universo que lo apasiona y al cual plasma, tras una reflexión imperceptible (como debe ser la verdadera reflexión), en figuras delicadas, palabras sencillas, ritmos suaves y cadenciosos, como lo es el mismo envase en que lo envuelve para entregárnoslo (“Breves, estilo haiku”). Para cerrar, llegando a la perfección trilógica, nos entrega el último haz de poemas (varios de largo impulso), en donde deja aflorar al hombre que se entrega a la vida, a sus amores, a sus amigos, a sus seres queridos, a sus ideales, a su sentir y a su pensar."
Confesiones de un peatón que se creyó poeta
¿Por qué los poetas no tienen una estrella en la frente,
o un resplandor visible, o un rayo que les salga de las orejas?
Jaime Sabines
Los que se creen al decir “soy poeta”
todas caerán rendidas a mis pies
Porque soy experto en el uso de las palabras
y fácilmente las puedo enamorar
“Soy poeta” porque el amor y yo
la pasamos juntos todo el día
y lo conozco perfectamente bien
Los que se creen al decir “soy poeta”
obtendrán un lugar de privilegio en la sociedad
el aplauso, los libros y las dedicatorias en la primera página
es lo que voy a hacer para sobrevivir
Será algo así como recibir premios,
repartir besos, leer en los festivales
y encontrar en el correo un jugoso
cheque mensual proveniente de mi editorial
Pero no soy de esos, soy poeta
porque las estrellas, la soledad y la tristeza;
me acompañan más que cualquier otra persona
Porque tiendo a ser loco, ateo, alcohólico,
sensible y de visión romántica;
pero con un gran desencanto por la vida
Me rebelo contra el sistema,
apoyo las causas sociales,
tengo un trabajo; padezco de otredad
y desarraigo por el status quo
Soy poeta porque lo que mejor sé hacer
es soñar de forma empedernida,
fracasar en el amor, bailar con la muerte
y la mayoría del tiempo; hablar conmigo mismo.
Historia del canto y los fuegos fatuos que
extravían a los marineros en el mar
Esa mujer se parecía a la palabra nunca
desde la nuca le subía un encanto particular,
una especie de olvido donde guardar los ojos,
esa mujer se me instalaba en el costado izquierdo.
Juan Gelman
Su hechizo es como el canto de las sirenas,
enloquece a los hombres con sólo mirarla a los ojos.
Yo lo sabía desde un principio,
pero no las circunstancias de la vida
que me llevaron a caer en las redes de su embrujo,
así como los de antes y los que vendrán después.
Bella,despiadada e insensible,
sumisa y cariñosa,después da la vuelta
y te aplasta como un vil insecto.
Sigue su vida como si nada porque de su lado
el sentimiento no existe,dejando detrás
un rastro de cadáveres malolientes y descompuestos.
Me dije:”con ella tendré cuidado”,
pero no fue así,mal signo ahora
cuando de mi cuerpo aflora
ese olor que caracteriza a los moribundos
Mis brazos divagan extrañando la piel
que nunca estuvo y este pueril sentimiento
sigue esperando el estertor que antecede al ocaso.
Ese golpe de gracia que viene para convertirme
en un muerto más que se volverá putrefacto y polvo,
aun lado de su camino por la vida
Epitafio para una triste antología
¿Irá alguien al periódico del pueblo
y reunirá en un libro los versos que escribí?
Edgar Lee Masters
Aguardando la mesa donde serán
consumidos finalmente,
siento la vida, como los peces
moribundos apilados en un barril.
Sé cómo es vivir en cementerios,
que albergan las pocas almas
de un pueblo, que decidió
no regresar de los recuerdos.
Del otro lado, no es tan fácil,
una sensación que no descifro;
regresa siempre
y me recuerda que:
“Yace aquí
quien alguna vez
quiso cerrar círculos,
envió señales de humo,
mensajes en botellas
y esperó… y esperó.”
Hoy sólo basta verte para que sobren las palabras
Es el rincón donde a tu lado, leí una noche
entre tus tiernos puntos,
un cuento de Daudet.
César Vallejo
No hubo tiempo para dedicarte un poema.
No quise cerrar la puerta
del lugar donde estuviste,
la cama intacta,
las almohadas donde tu olor persiste.
Pero tu nombre va inscrito en estos versos.
En el apacible ruido que causan
las aspas de una tormenta
que trajo de vuelta tu nostalgia.
Seguís presente
en esta larga y solitaria noche
que desliza sus suaves dedos por mi espalda.
Mi dormitorio guarda
un rincón que en vos insiste,
el pequeño espacio donde volvés siempre.
Es el rincón exacto
que conserva oscuro este deseo,
un frustrado terco amor…
este inútil deseo de quererte.
Esta mujer que no tiene remedio
Esta mujer que no tiene remedio.
Merece ser quemada
como un santo,
apedreada
como cualquier adúltera,
merece,
la cruz
porque me salva.
Felipe Granados
Aprendí a quererte
sin alcohol ni marihuana,
los sábados de noche
junto al murmullo de la gente
y la desnudez de las estrellas.
Supe de aquellos dedos que quisieron
verse atrapados en el dédalo de tus cabellos,
la palabra que intentó salir y se contuvo,
los besos que acabaron en tu frente,
todos; destinados a morir en su banal intento.
Quise verme jugar
con el reflejo de la luna que se estrelló en tu espalda,
amanecer al lado tuyo cuando despertaras;
o volverme uno de esos tantos cigarrillos
que con mucho afán desgastabas
hasta extinguirlos en la comisura de tus labios.
Quise ser tus ojos,
la palabra en tu boca,
cualquier suspiro que naciera de tu alma;
la persona eterna en tu recuerdo
y tu recurrente pensamiento.
Pero no.
No te lo creas,
no fui yo, no fueron míos.
Fue tan sólo ese otro,
fueron de ese otro,
el hombre que también quiso quererte.
Lugar común, una noche al final de este verano
Si quisieras oír lo que me digo en la almohada
el rubor de tu rostro sería la recompensa
Raúl Gómez Jattin
Hoy no hay estrellas
tan sólo luz y música.
El siempre pretexto
de pasar un tiempo juntos.
La vida cotidiana se vuelve a reflejar
en el fondo de una botella de cerveza
junto al presagio de otra noche
que acabará en lo mismo.
Como es usual al lado tuyo,
te miro de reojo; me pregunto:
¿Qué será de la flor dormida
que se esconde debajo de tu falda?
Muy probablemente
pase la noche, la luz, la música,
y este verano interminable
sin que pueda darme cuenta.
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