Jesús Gorriz Lerga
Poeta navarro nacido en Pamplona en 1932.
Estudió Humanidades en el Seminario de los PP.Paules de Pamplona y Filosofía en Madrid. De regreso en Pamplona, trabaja como funcionario de la Caja de Ahorros Municipal. Fue miembro fundador y del consejo de redacción de Río Arga y colaborador asiduo de esta publicación desde el nº 1 hasta el nº 99. Ha colaborado, así mismo, en las revistas literarias Litoral, Poesía Española, Pregón, Rumbos, Caracola o El Molino de papel.
Es autor del poemario Primera señal (Pamplona, Caja de Ahorros Municipal, 1973), a decir de Miguel Javier Urmeneta, obra de tono "ascético y dolorido", "desarraigado" -añadirá Yerro- sólo aliviado por la esperanza trascendente. En La vidriera (Pamplona, Medialuna, 1991), aparecen ya más evidentes las intenciones colectivas y la reflexión metapoética. Para Górriz, el poeta es testigo y vigía, guía y portavoz de los gozos y los lamentos de todos. Se advierten en este libro los ecos de Quevedo, pero también de los poetas del 98 y 27, y de las generaciones poéticas de la posguerra. Hombre de formación clásica, Górriz maneja con esmero toda clase de estructuras métricas y ritmos, como se pone especialmente de manifiesto en Memorial del gozo (Pamplona, edición el autor, 1994), tercer poemario, dedicado íntegramente a cantar la Navidad en cuarenta y nueve villancicos gozosos. En 2001 edita su cuarto poemario titulado Así, y todo (Pamplona, Medialuna, 2001) que depura y esencializa las inquietudes precedentes y asume un tono más coloquial y reposado. Encontramos de nuevo la preocupación por la poesía y la necesaria desnudez a la que aboca. Están más acendrados los ideales profundos, la luz de la trascendencia, el reencuentro con el amor, la felicidad, el hambre de gozo, las menudas cosas de cada día, el destierro, la soledad, los duros tiempos que corren, y la ternura y la esperanza, "así, y todo".
Górriz cuenta también con una recopilación de prosas y versos titulada Nuestros Sanfermines (Pamplona, Ayuntamiento, Temas pamploneses, 1997), y tiene pendientes de edición los poemarios: La luz del águila, El dedo en la llaga y Envido más.
Balada de mi condición
Yo soy el triste fugitivo
que vive en soledad, en esta cima
arriscada del monte, desde donde
miro el valle del Arga y tomo nota
de la sucia postura de las gentes
que a mí me condenaron por el hecho
de no seguir sus normas ni plegarme
a las torpes costumbres de su jaula
donde pasan la vida, desnortados,
en la oscura tristeza de sus rejas.
Yo soy el loco de Pamplona.
Y desde mi atalaya los observo:
jadeantes de prisa y de fastidio;
riéndose con risas mojigatas,
doblándose en serviles reverencias
y melifluas palabras carcomidas,
como trampas paradas al acecho
de cualquier distinción o cualquier logro,
denunciándose agravios y sandeces,
pensando siempre en dar a su estatura
una pizca de más y al lustre de su nombre,
astutos, reservados, comedidos,
dóciles al placer y al llanto fácil...
Yo soy el loco de Pamplona.
Me echaron de sus calles porque andaba
A contrapelo de sus convenciones.
Y qué le voy a hacer, si a mí me gusta
rondar y andar y ver la amanecida,
oír las campanas de la torre
con los vencejos revolando en torno,
me encanta hablar de tú a las azaleas,
andar en barca y ver caer la lluvia,
tocar el SI MAYOR con mi guitarra,
creer a pies juntillas que el sol es mi pariente
más cercano y enviar saludos
a las grullas que cruzan tan chillonas,
jugar a la ruleta de los vientos
apostando el mañana en cada caso,
columpiarme en las ramas del cerezo,
comerme algún membrillo al sol de octubre
y oler la flor del cardo a cualquier hora.
Creo habéroslo dicho ya bien claro:
Soy, para los efectos, un proscrito.
Extraído de Arbeloa, Victor Manuel:
Poetas navarros del siglo XX, Pamplona,
Fundación Diario de Navarra, 2002.
«Villancico del anuncio gozoso»
¡Echa pregón, pregonero;
grita tu pregón de gloria!
Que despierte el mundo entero
y reviva la memoria
al son de la Buena Nueva.
¡Echa pregón, pregonero,
mientras la tierra se nieva
y en el frío de la cueva
nos nace el Dios verdadero!
(Ya el arcángel mensajero
lo anunció con su mensaje,
a los pastores primero,
y al resto del paisanaje…)
¡Grita el pregón, pregonero,
y desborde la alegría
este anuncio que nos llega
entre las claras del día:
LA VIRGENCICA MARÍA
HA DADO A LUZ, EN BELÉN,
A JESÚS, EL DIOS HERMOSO…
Belén es maravilloso
por los siglos de los siglos,
amén.
«Villancico del vagabundo»
¿No había posada
para ti en Belén…?
No me extraña nada:
a los vagabundos
nadie quiere bien.
Pero eso… ¿qué importa?
En este portal,
si bien se le mira,
no se está tan mal…
Y eso que la noche
va en nuestro favor
y llena de estrellas
todo alrededor.
¿No había posada
para ti en Belén…?
Te lo dije antes:
a los caminantes
nadie quiere bien.
Ya voy viendo claro.
¿Tú has venido al suelo,
y vienes de arriba,
nacido del cielo?
¡Bienhaya la dicha
de nacer en cueva!,
que es cosa de pocos
—y que no se lleva—.
La brisa acaricia
el sueño del hombre
que va por el mundo
sin lucir su nombre.
¿No había posada
para ti en Belén…?
¿Y nadie le dijo
a tu madre… ven?
Yo tampoco tuve
sitio en el mesón.
Cosa que me alegra
ya, de corazón.
ANTE LA PIETÀ RONDANINI
Rondanini Pietà,1564
Miguel Ángel
Esa desolación, ese vacío,
ese quedarse el alma en un inerte
páramo de silencio que convierte
la luz en luto y el dolor en frío.
Esa orfandad de Madre en el baldío
desierto de tristeza que no vierte
más que una soledad, cumplida muerte
como una desazón en desafío.
Ese desvalimiento es el que muestra
tu cara desolada y aterida
de hielo conturbado, en el momento
en el que Miguel Ángel, con maestra
mano de viejo artista, vio cumplida
su ansia de ver plasmado el sufrimiento.
Villancico del corolario que resume el gozo
Amorosamente Dios
Verdaderamente vino
Hermosamente al portal
Indefensamente niño.
Felizmente nos nació
Gozosamente en Belén
Silenciosamente Dios
Rematadamente bien.
«Gozos para entonar en la Nochebuena»
¡Aleluya, aleluya,
que floreció el tomillo!
Nace Dios en Belén
y el mundo tiene brillo.
¡Aleluya, aleluya,
toda la nieve es hielo!
El establo perdido
cobra fulgor de cielo.
¡Aleluya, aleluya,
el agua de la fuente
sabe a mieles y a vino
de modo permanente!
¡Aleluya, aleluya,
los Tres Reyes de Oriente
adoran al Dios Niño
y se pasma la gente!
¡Aleluya, aleluya,
la noche se ha incendiado!
La voz suena a concierto,
el aire huele a nardo.
¡Aleluya, aleluya,
se apaga el Nacimiento!
Pero lo vemos todos
claramente por dentro.
«Romancillo de la Natividad del Señor»
A la media noche
se inundó el Portal
de luz y aleluyas
y olor celestial.
Dios era nacido
en carne mortal
de Santa María,
Madre Virginal.
A la media noche,
toda de cristal…
Trajeron panderos
Florencio y Pascual,
flautas y rabeles
trajo cada cual,
con gran alborozo
de tan buen Zagal.
A la media noche,
entre el palmeral
que a la vieja gruta
sírvele de umbral,
Dios era nacido,
en carne mortal,
de Santa María,
Madre sin igual.
Fue cosa de puro
gozo elemental…
A la media noche
Dios vino al Portal.
LOS NENÚFARES DE MONET
Absorto ante la tela, contemplo este prodigio
que hizo el viejo pintor en el jardín risueño
de Giverny y, en trance de consagrar la magia,
de hacer este milagro acariciado y limpio
que elevó a las ninfeas a su cenit de gloria.
Agradecido, dejo que mis ojos se gocen
con estas flores puestas en el puro silencio
de un verdor sosegado, dormido en el estanque
del jardín, en la tarde de un otoño dorado,
y avive en su regazo el esplendor radiante
de un nácar luminoso dibujando las flores
que seducen el aire y brillan de tan limpias
en el cristal dispuesto para alzar su armonía.
Flotando en la ternura del agua que se empeña
en mantener en vilo la gracia inmaculada
de la flor que se posa, se ofrece y se confía
ofrendada a la vista del ojo iluminado.
¡Oh, tú pintor poeta, creador de las luces,
en tu trazo de ensueño nos mostraste las flores
extasiadas y puras, de un color desmayado,
como expuestas al dulce mirar de la mirada
que habría de acogerlas forzosamente al punto,
cual caricia amorosa mantenida en los ojos,
besándonos la luz de tus blancos y rosas,
esa armoniosa luz con que brilla entre nubes
cualquier atardecer de finales de octubre.
¡Oh, tú, Claudio, maestro, pincel enamorado,
poeta luminoso de cuantas luces brillan,
resuelto ya a dejarnos tu postrer testamento,
nos dejaste estas bellas ninfeas deslumbrantes,
lucientes como estrellas encendidas por siempre,
como constelaciones de un color tan genuino
que parecían todas brotadas de lo eterno.
MUJER EN AZUL LEYENDO UNA CARTA
Mujer leyendo una carta, 1663
Johannes Vermeer
Es un silencio mate,
denso, domesticado,
este que nos ofrece
la mano prodigiosa
de Vermeer. Un silencio
y una quietud que ampara
la inquietante lectura
de la mujer que pone
(¿amor, duda, tristeza?)
su caricia en el pliego
que sostiene en sus manos.
(Delf atardece fuera,
palideciendo el oro
de la luz que declina).
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