Sebastián Mondéjar es músico y escritor, entre otras cosas. Nació en Murcia el 4 de febrero de 1956. Ha publicado cuatro libros de poesía: Un camino en el aire (Editora Regional de Murcia, 1994); El jardín errante (Editora Regional de Murcia, 1999), galardonado con el XIII Premio Internacional de Poesía Antonio Oliver Belmás; Coplas de arena (Emboscal Editorial, 2002), en edición no venal manufacturada artesanalmente, y La herencia invisible (Calambur Editorial, 2008), que recibió el accésit del Primer Premio Internacional de Poesía Los Odres.
CHARLES MINGUS’S SOUND OF LOVE
Corría emocionado por la arena.
El sol resplandecía en los bañistas
que gritaban, jugaban con pelotas
o hacían ejercicios en la playa.
Y, como por encanto,
se abrió ante él un claro y surgió ella,
chapoteando sola
en el agua templada de la orilla.
Llevaba un bañador color naranja
y su brillante pelo negro
rozaba su cintura.
Se miraron sonrientes;
sin pronunciar palabra, se acercaron;
y, olvidados del mundo,
se dejaron llevar por las corrientes
en las que, misteriosamente, el agua
cambiaba de temperatura.
Se rodearon despacio, como aves
en danza ritual para el cortejo.
Se salpicaron agua con los pies.
Se miraron en una silenciosa
unión que parecía interminable.
Pasó una eternidad.
Nadie se percataba del milagro.
Cada segundo estaba consagrado
a llenarse los ojos
y el alma mutuamente,
como si, de algún modo,
ya supieran que nunca
volverían a verse.
Si este instante de amor durara siempre,
seguro que ambos sobrevivirían
a las pruebas más duras de la vida.
LOSAS SUELTAS
He vuelto tarde a casa. Todos duermen.
A oscuras, me descalzo
y procuro llegar hasta mi cuarto
sin romper con mis pasos el silencio.
Controlo palmo a palmo las distancias;
conozco el sitio exacto en que se encuentran
algunas losas sueltas del pasillo.
Pero en la oscuridad, son como imanes:
las piso, fatalmente, una tras otra.
Mi error, en un principio, me fastidia;
pero después me río de mí mismo.
Qué ignorante me siento, qué ridículo;
qué inepto ante el fracaso de mis cálculos.
Las losas sueltas, vida, nos delatan
aunque no hayamos hecho nada malo.
Llego, vida, contigo,
y me siento culpable por amarte.
Mi culpa es mi perdón, me digo;
mi culpa es compasión por mis deseos:
no quiero que se cumplan.
Te quiero, vida, como soy sin ti;
como serías sin que yo existiera.
Porque eres, vida, efímera;
y yo sigo el camino de mis sueños
(procurando sortear las losas sueltas).
CONTRAPUNTO
A Juan Carlos Verástegui
Salgo de la ciudad por la autovía
(voy con tiempo al concierto) y pongo música.
El cielo está nublado, el aire es húmedo;
me adentro, de repente, en la tormenta.
Subo las ventanillas, doy las luces,
conecto el limpiaparabrisas...
Las nubes son muy bajas y compactas
y descargan a ráfagas
una lluvia vibrante y vaporosa;
una lluvia que bulle
suspendida en el aire
e impregna la calzada
de reflejos difusos, movedizos.
Parece, por momentos,
que llueve en espiral.
El agua emana viva, como a impulsos
que insuflan a la noche movimiento
y a mi espíritu el clima más propicio
mientras conduzco oyendo Changes One
y Changes Two, de Mingus,
que es la banda sonora de mi vida.
en La herencia invisible.
Calambur.
Finalista del I Premio Internacional de poesía Los Odres.
ADELFAS
Dos a dos nuestras horas cantan a la luna, el miedo
coge adelfas por entre los vientos.
Dos a dos se alejan las aves hacia las mil noches,
sus alas cruzándose amorosas, rozando la cabeza
de la eternidad.
En una noche sembraré rocíos de mi cuerpo vivo,
cuando en mi soledad me conozca tanto
como conozco las estrellas.
Ercid Scaguer, entre los hombres te vi pasar como alegre,
abriendo tus manos hacia todo con mágica destreza.
Oh, brujo, se produce el milagro del verso.
El ave grande te subió a su espalda tranquila, el sol
tímido tomó tus cabellos de oro,
bordó los suburbios de azares, de símbolos, de frescura.
Ercid Scaguer, y tú habías muerto.
Sí y no sufro por la cortedad de tu olor y el tiempo escaso.
¿Qué me sucede estos días, amor, de fruto en vano y de silencio?
Me dicen las hojas, amor, devotamente me lo dicen,
que tu pureza de ahora y tu suspiro,
tu ternura y tu océano más bello
arrancan de las nubes caricia inmensa.
Me dicen los gamos que siembras dibujos y estrellas
y que hasta mí desciendes desde el Mediterráneo.
Cogió el ballestero las redes y las casillas. De su pecho
crecieron las piñas y el hacha,
de su tronco la gris arena, el agua amarga
y los desdenes.
Corrieron al monte las adelfas, pobremente calladas,
sufriendo al sol.
Llevaron marinas a Carmen Rózar the column,
que estaba celando a su hombre muerto
en una noche de febrero.
[Un camino en el aire. Editora Regional de Murcia, 1994]
PARSIMONIA
Para Antonio Gómez
Sin memoria no hay juicio, no hay conciencia.
La memoria es aljibe
de una casa viviente.
Eco que nos traduce.
Todo cuanto habitamos nos habita.
Todo paso que damos deja huella.
Saca del continente el contenido, extrae
del corazón del fruto la simiente
y ocupa su oquedad.
La semilla eres tú.
Desdibújate en savia, tallos,
brotes y hojas hermanas.
Surca el mar de la luz y de la sombra,
navega con sigilo en el silencio
que todo lo circunda e, igual que un caracol,
imprime en el estuco de la noche
-blanco velo lunar de la memoria-
la estela luminosa
que una conciencia agreste y distraída
descubrirá en el borde del aljibe.
EL FUTURO CALLADO
Cuando duele la cara de mentir con codicia
nacen gestos posesos de rencor y fracaso.
Un rotundo portazo no devuelve el prestigio.
Las ofensas letales que filtrasteis a oscuras
han abierto las llagas que os concomen por dentro.
Son el premio propicio que el error merecía.
Fomentando los vicios esparcisteis la culpa;
pero no conseguisteis desplazar de su ruta
el futuro callado que os convierte en despojos.
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