martes, 22 de enero de 2013

JOSÉ E. SANTOS [9036]




José E. Santos  

José E. Santos.  Poeta puertorriqueño nacido en 1963. Estudió en el Recinto de Río Piedras de la Universidad de Puerto Rico y en la Universidad de Brown en los EE. UU.  Ha sido profesor de letras hispánicas en Rhodes College (Memphis, Tennessee), la Universidad del Sagrado Corazón (Puerto Rico), y los recintos de Río Piedras, Arecibo y Mayagüez de la Universidad de Puerto Rico.  Se ha desempeñado además como editor en revistas literarias, como ensayista crítico y como narrador.  Comenzó su labor poética con la publicación de Pequeño cuaderno gris (San Juan: JC Prints 1987).  Luego de un hiato de estudios publica Crónica de la degustación (San Juan: Tríptico Editores, 2005).  Le sigue Después de la espera (San Juan: Edición de autor, 2006), libro de cariz antológico en el que aparece su poesía inédita anterior a Crónica.  
De posterior aparición son Libro de Venecia (West Virginia: Obsidiana Press, 2007), Muestra gélida de poesía inconsecuente (West Virginia: Obsidiana Press, 2009),  Diálogos en el museo y otros poemas (2011) y Libro de Daniela (2012).  

Su obra como narrador  la constituyen Archivo de oscuridades (San Juan: Tríptico Editores, 2003; segunda edición, West Virginia: Obsidiana Press, 2009), Deleites y miserias (San Juan: Edición de autor, 2006), Los Viajes de Blanco White (San Juan: Ediciones Callejón, 2007), Los comentarios (Mayagüez: Centro de Publicaciones Académicas, 2008) y Trinitarias y otros relatos (West Virginia: Obsidiana Press, 2008). Contacto: blancowhite39@hotmail.com.





LA MANZANA

Estará muerta la manzana en la rama,
estará muerta.

El árbol tendrá la vida
que del suelo inadvertida se escapa.

Algunos niños jugarán bajo la copa,
o por instinto heroicos e inocentes
treparán
troncos y ramajes sin reconocer historias,
otoños,
verdes retoños que pasarán.

Aquellos hombres presurosos, caminan,
ignoraron la esencial pugna de entre sus
universos falsos, y hermosos.  Pasaron:
de tarde muerta, de madrugada.

Estará muerta la manzana
en la rama.
De día muerta, de noche muerta,
vida espera
que le llene su forma
al amparo del sentir que fuerte
seduce y reclama en conciencia,
en cada idea, en cada mirada, en cada
acto.

Tras esa ventana alta
habrá una mujer que mira,
una mujer que piensa,
una mujer que tensa
se llevará las manos al ensueño
que desemboca en agitar y piel.
Se llenarán los ojos de manzana.
Se cerrarán los ojos, en manzana.
Le temblarán los brazos, en ramas.

Y la manzana,
estará muerta.






EJECUCIÓN

Ingrávida acechanza me consume,
aspereza desigual aún me alcanza,
falsos sonidos, a punta de lanza
forjan un trazo que se alza y se sume.

¿Cuál es la forma final, la que asume
lo que ya no es tormento ni venganza
del recuerdo, del pensamiento, danza
en que el sentido vital se resume?

Nada, que queda sílaba o palabra.
Proposición, y al final escritura.
Orden, símbolo, sintagma: quimera.

Y todo se reduce a la aventura
de una suerte o redondez, que se labra
vil, falaz, ingrata, sí, pero entera.




LOS BODEGONES

De pronto llevo los ojos
a esta extraña naturaleza muerta
que la mesa me ofrece:
máquina, papel, un vaso de agua,
bolígrafos, pan o algún dulce,
diccionarios, una lámpara.
La ventana invita
porque es otra  la luz
que cuela por sobre la mesa y el suelo.
Veo entonces las otras hojas,
su marco o cielo,
su entorno de caminos, flores,
otros edificios como éste,
otras ventanas, como ésta,
otras invitaciones para ir.
Sin embargo me he quedado,
y no sé si es porque su estatismo,
así como el de ésta,
no repara en que caiga o no
sobre sí
la tensa ansiedad de unos ojos.







PIAZZA SAN MARCO

Te reclamo para mí
Plaza San Marcos,
te reclamo al sentir
el grosor de mis venas,
te reclamo por saberme libre,
por saberme yo entre tus almas,
sobre tus empedradas losas
que rectangulares sostienen
el sentido de todo lo humano.

Te reclamo
y tan sólo he llegado,
tan sólo he visto aparecer
tu indómita silueta
entre segundos que vuelan,
entre palomas que se elevan
y me llevan a cada una
de tus esquinas atareadas.

Me sonríe la catedral.
Conspira y se deleita
al dibujar mi rostro
con el trazo de centenarias alegrías.
Me sonríe desde su hermético trono,
asentada y complaciente,
fervorosa y diligente veladora
de este nido de significaciones y placeres.

Plaza, te reclamo, Plaza.
Te reclamo de día
mezclado entre las gentes domeñadas,
los rostros acaso cansados
y las miles de cámaras
que a un tiempo revelan
sus luces y lentes filtradas.
Te reclamo entre sonidos:
Las voces entre ellas
se requieren,
los teléfonos ahogan
el silbar del viento,
los idiomas se reconocen
y se repelen,
se anuncian
y se distienden
como el eco helado
de sus mediterráneos recovecos.

Plaza, te reclamo, Plaza.
Te reclamo de noche
ciego en su intensa vida,
en su denso
desentender de orígenes
que nos hace cuerpos,
que nos hace bellos
al enlazarse sin tregua
ni reparo
las voces y los besos,
las manos,
y la suerte que me sumerge
en el deleite
de tu propia respiración.

Te reclamo Plaza San Marcos.

Y quiero que me observe
el león desde lo alto,
y que me queme
tu renovado sol
que liviano viaja
durante días y noches
entre las sangres
que se buscan.







LA RUEDA

Dicen de la rueda
que se ha cansado de ser metáfora,
que el tiempo la ha condenado
a regresar constantemente,
que no hay ruta ni camino
que la lleve a parte alguna,
que va desde la a hasta la a
sin enterarse bien de la ceda,
y que va del cero al cero
sin asimilar la sustancia del uno.

La rueda rechaza palabras
como modo de sustento.

Desestima el verbo progresar
que le ha parecido insuficiente.

Desconoce la idea de aprender
que se le figura quimérica.

Desautoriza el concepto de entender
que considera contradictorio.

Se comenta de la rueda
que sólo da vueltas sobre sí
porque reconoce sus límites.

Otros han sido
los que le atribuyen valores excesivos
como multiplicar su diámetro
y regodearse al paso de su circunferencia.
Son los mismos que la llevan y traen.
Son los mismos que la detienen
sin consultar ni orientarse.

Se cansa la rueda.
Entre las manos se cansa la rueda.

Sola, sin embargo,
no se conmueve,
a menos que la fuerza de gravedad
le imponga
su única trayectoria sin regreso.





"Temalcatl"

Frente a este cerco final me detengo. 
La abovedada inmensidad me amalgama 
y críptica potencia los alaridos 
de esta eterna multitud 
que demencialmente sonriente me recibe, 
encolerizados sus recuerdos, 
descongeladas sus lágrimas, 
celebrantes de esta lenta mortandad 
edificada por mis manos 
y que me posa en su sede, 
su ceremonial aplazamiento del tiempo, 
su abolición del paso de los seres inciertos 
que caminan, 
que observan y nada perciben.

Grito espantado, 
devoro concreto las llamas 
que alumbran el paso recto 
hacia la piedra Temalcatl, 
cilindro inmolador: 
rueda esculpida 
en que se abocinan las identidades 
ante el impuesto capital que exigen los dioses. 
Acólitos del brazo me sostienen, 
sin estrellas la noche se derrumba, 
sin estrellas acuden al llamado 
y me rodean las masas vencidas e intangibles 
atentas a esta distintiva venganza, 
atentas a tu condena, 
a mis últimos instantes íntegros 
posado sobre esta peña, 
sobre este montículo tenaz 
que vierte las sangres 
y clama por la expiación final 
de almas ajenas y desentendidas, 
seres imposibles 
que pregonamos nuestra presencia imprudente y engreída, 
que llamamos nuestro a todo un mundo 
sin conocer siquiera 
el verdadero sueño de su incógnita intimidad. 
Y así, 
arrastrado a este escenario 
ensayado por las tintas de Ixtab, 
lloro por última vez la verdad de mi suerte 
escuchando las carcajadas del perro Xolotl, 
los alaridos del penígero Quetzalcoatl. 
Entre sus burlas y su victoria 
eres tú quien sobre mí avanza, 
dueña de mi respiración, 
coronada con un penacho selecto,
tu cuerpo cubierto del azul infinito
tus ojos y tu frente del negro de lo recóndito, 
tú, 
rodeada de picaflores,
con el puñal de piedra y la mirada serena, 
alzas los brazos añiles
y proclamas el beso de las sangres. 
No cierro ya más los ojos. 
Enfrento lo que he sido, 
afirmo lo que he hecho, 
te miro directo a los ojos 
y cae el puñal a destruir todos los anhelos.

Pétalos. 
El suelo está cubierto de rojos pétalos. 
La luz atraviesa cortinas 
y domina una luminosidad insinuante 
y tranquilizadora. 
Muerdes un pétalo mientras todavía duermo. 
Tomas un pétalo y lo pasas 
delicadamente por mis labios. 
Despierto poco a poco 
y sonrío al besar tu ofrenda.

─Buenos días amor ─te digo.
─Buenas tardes, que pasan de las doce.
─¿Tanto he dormido?
─Tal vez no tanto. 
Tu boca ha sido mía en este lapso, 
tiempo que no has podido reconocer 
y que me ha hecho sentir mujer 
más allá de los confines del planeta.
─Dices algo sublime 
y te veo en los ojos una felicidad 
que hasta yo desconozco.
─Porque cumples. 
Porque cumples lo que prometes y deseas. 
Y ahora lo sé. 
Y ahora me siento segura 
aquí entre estos pétalos 
que dominan el suelo 
y le dan un olor sublime a la humedad
que hemos trabajado con nuestros cuerpos.
─Es hermoso lo que me dices. 
Yo también me siento diferente. 
Siento como si nada malo jamás me fuera a pasar.
─Lo sientes porque es verdad.
─Lo siento y me gusta que lo sientas.
─Eres en mí. 
─Entre estos pétalos lo juro.
─No jures ya nada. 
No saldremos nunca de este recinto, 
de esta habitación 
que sólo destila deleite y quietud, 
que el tiempo ha diseñado 
para que siempre estemos cerca, 
juntos, delicados y calcinantes. 
¿Te asustas?
─No, porque conozco la puerta
porque conozco la verdad de los textos,
la verdad de nuestro texto
donde nunca pasa el tiempo
porque jamás partiremos. 
─No saldremos de este cuarto. 
Es nuestra cápsula, 
nos amaremos como si fuera el primer día, 
y todo día siguiente
sentiremos como si fuera el segundo, 
maravillados de quienes somos. 
Serás mío
y tu único compromiso con el mundo 
es amarme de este modo en que lo haces.
─Nuestra es esta cápsula de luz tenue y de pétalos.
─¿La deseas?
─Soy feliz.

Los cuerpos vuelven a reconocerse. 
Las almas se entienden más allá de todo sentido. 
Ruedan entre pétalos los cuerpos. 
Ruedan entre sangres las almas.

Levantado el corazón supura su alimento 
mientras la multitud clama 
por la mutilación de mi plenitud vencida. 
Liban mi néctar los picaflores.
Quemado llace en el cuaxicalli mi aliento entero.
Quiero escuchar tu voz 
y estas paredes me lo han negado. 
Quiero escuchar tu voz 
y este espacio me despide. 
Quedan mis ojos cincelados 
por este lítico e inmortal raudal. 
Cientos de brazos imposibles 
lanzan mi cuerpo a un depósito pavoroso. 
Entre repugnantes simulacros 
fallezco repetidamente. 
Muero en la narración 
de una historia nunca comenzada. 
Mi sangre invisible impregna 
esta tierra que me niega las palabras. 
Tú has dicho que no. 
Me muestra Huitzilipochtli un ramaje de veredas.
Me expulsan los picaflores,
me persiguen,
me vigilan, 
me acechan.




"Escribir"

Es cervantina mi desilusión,
tan precisada por duplicidades
cruentas y sustantivas,
dadas a hinchar de esperanzas
los instantes en que el pensamiento
exhibe tímidamente una sonrisa.
Pregono en esos momentos
ese lado que alborozado
da el frente a las muertes 
que la vida nos lanza como reto.

Muy dentro, no obstante,
se acalla el vital delirio
al comprender inevitablemente
que subsiste tu ausencia.
Me ladran los perros sapientes;
me aterra el largo camino
que el caballero vuelve libro
y el escudero transforma en lectura;
me cerca la consciencia
con que el escritor mismo 
menosprecia sus propios versos.

Me muerden los perros,
me ladran, me muerden.

Ninguna ventana es apta para la huida.

Leer me obliga a escribir.
Escribir me impone tu presencia.

No sé ladrar,
no sé soñar con lo imposible,
no sé vivir lo que es real.

Caminas por una ciudad que quiero hacer mía.
Respiras un aire del que deseo nutrirme.
Conspiras y destellas en una intensa trama
dentro de un libro que no podré leer nunca.

Vives.

Yo, sin dejar de sentirte,
entre páginas sueltas me he ido esfumando.
Me he desvanecido.
He olvidado cómo escribir.





"El puente"

El puente desconoce
su inevitable destino.

Como la palabra,
será atacado 
por la erosión de las aguas
que no han de detenerse.

He ahí el puente.

Allí se ve el puente.

Pasaron ya tantos por el puente.

No han llegado aún algunos hasta el puente.

Pasarán todos por el puente.

El puente se extiende 
y se suspende sin sustancia.

Ni el metal ni el hormigón asientan.

Ni el metal ni el hormigón comunican.

Ni la arcaica madera, ni las sogas.

El puente no llega a ningún lugar:
comienza, pero no parte,
termina, pero no culmina.






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