ARTURO TENDERO
Nacido en 1961 en Albacete
Estudió teatro y es licenciado en periodismo en Barcelona. Colabora en la prensa local y codirige la revista cultural y editorial “La siesta del Lobo”. Actualmente es profesor de Educación Física en el Instituto Bachiller Sabuco (nº1) de Albacete, compagina la enseñanza con la actividad literaria y reside en Chinchilla (Albacete)
PUBLICACIONES:
Poesía:
-Una senda de aldeas cotidianas, Albacete, Diputación, 1991
-Las aves sin dueño,[fotografías,Juanjo Jiménez], Albacete, La Siesta del Lobo, 2000
-Adelántate a toda despedida (Pre-Textos, 2005)
-La memoria del visionario (Visor, 2006)
-Cosas que apenas pasan (Hiperión, 2008)
Prosa:
-Nuestros lugares míticos [con Juanjo Jiménez; fotografías, Juanjo Jiménez],
Albacete, La Siesta del Lobo, 2004
-La hora más peligrosa del día, [dibujos, María Dolores Alfaro Cuevas],
Albacete, La Siesta del Lobo, 2012
Ha ganado los premios Manuel Alcántara, José Agustín Goytisolo, Gerardo Diego y Jaén.
La poesía de Arturo Tendero está escrita en sordina, con discreción y reserva. Su mirada se inmiscuye en los asuntos de la cotidianeidad –la lluvia, el acto de beber un vaso de agua, la labor de cumplir años, las aventuras infantiles en la memoria, las ciudades conocidas, los gestos reiterados del adulto-, porque lo cotidiano, lo que apenas percibimos que pasa en nuestras vidas es todo lo que nos pasa, nuestra vida al completo. Para dar cuenta de esos milagros diminutos existe la poesía.
CARLOS MARZAL
La lluvia en el umbral
Igual que una trampilla que se cierra de golpe
y nos deja en penumbra, prisioneros,
un trueno repentino es la señal
de que el verano acaba.
Es sólo media tarde y ya tenemos
que encender la bombilla
para alumbrar las simples
tareas cotidianas.
Dos moscas aturdidas sobrevuelan
las sobras del almuerzo
y del verano.
De pronto no apetece ya salir.
Miro por los cristales,
recorro las estancias sin fijeza,
como las moscas, con un peso en las alas
que no deja volar el pensamiento.
Estamos de mudanza sin habernos movido.
Alcancía
Igual que una moneda
antigua, diminuta,
también, si así se quiere,
completamente inútil,
aquel cañón de sol
que llegaba a mi infancia
por la persiana rota.
Eternas caravanas
de motas peregrinas
danzaban en su haz.
Sabe Dios desde dónde
vendrían a mi alcoba.
En esta luz de mayo
renace aquel asombro
de la contemplación.
Tú formas parte de ella,
pues se escuchaba,
del fondo de la casa,
tu trajín laborioso
y todo lo tangible
como un aura guardaba
tu olor, tu protección.
Ahora que es infinita
la grieta en la persiana
y que cabéis de sobra
la casa y tú en su espacio,
en la luz que poblasteis,
como en un ascua, soplo
y se reaviva el fuego
dormido de mi vida,
que está ya para siempre
expuesta a la intemperie.
Finis terrae
Despierto y oigo un mirlo
que disputa al silencio su reinado.
Vuelvo a cerrar los ojos.
La mañana es un tren que se avecina
en la estación desierta.
Todos duermen,
nada, sino la voz del mirlo
deja pensar que el mundo está existiendo.
Como si, solos,
el mirlo y yo que escucho,
no muy despierto aún,
mantuviéramos viva
la conciencia del mundo.
Por eso, cuando el mirlo calla más
que de costumbre,
vacila la existencia, se adelgaza,
más leve que el rocío,
se desvanece en humo su fragilidad extrema.
Del libro: Cosas que apenas pasan
XXIV Premio Jaén de Poesía, Madrid: Hiperión, 2008
Emboscada
Regreso conduciendo a la ciudad,
camino de su luz desmemoriada,
cuando me asalta el sol en un recodo
y tan fugaz como una liebre
me encuentro cara a cara con mi infancia.
Es sólo un lametazo de luz sobre la hierba
que no devuelve imágenes,
ni un recuerdo tangible,
pero sí aquel mirar las cosas con holganza,
sin apremio ninguno,
sin culpa ni noción
de estar perdiendo el tiempo.
Dolor de rodillas
Absorto en su poder, qué rey no necesita
la audacia de un bufón que le recuerde
que es humano y mortal.
Maldecirlo ante otros y mimarlo en privado
es el trato corriente.
Del mismo modo yo, monarca
en mi mediana edad, absorto en el vivir,
encuentro esta mañana al despertar
un mensaje punzante de mi yorick:
mis rodillas anuncian que se avecina lluvia.
Duelen lo suficiente; no tanto que no puedas
pensar qué significa ese dolor,
qué ligereza estás perdiendo,
a qué incómoda senda te acercas poco a poco.
Te duelen como el chiste de un bufón
que te conoce. Todos ríen
y sólo tu comprendes.
CUARENTA AÑOS
Cerca de la autovía
un coche se demora en un sendero,
entre cultivos, bajo la mañana
desgreñada y fría de noviembre.
Paso ante él como una exhalación,
camino del trabajo. Y sin embargo
ahí sigue en mi cabeza
su lentitud, su calma,
su vivir en el margen de esta prisa.
Es como si al volante de ese coche
viajara la persona
que siempre quise ser y no he podido.
Desde ahí cómo se verá mi vida.
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