lunes, 15 de octubre de 2012

LAURA ZAVALETA (8050)






Laura Zavaleta
Nació en San Salvador en el año 1982. Poeta y economista, pertenece al Foro permanente de escritores de El Salvador y a la Asociación de Economía Política y Pensamiento Crítico de El Salvador. En el año 2006 ganó el Concurso de cuento y poesía Letras Nuevas organizado por La Prensa Gráfica, en la rama de poesía. Ha participado en el Festival Internacional de Poesía de El Salvador (2006), el Encuentro Internacional de poetas El turno del ofendido (El Salvador, 2007), El Vértigo de los Aires (México, 2007),  Animal del Monte (Guatemala, 2008) y “Sentada sobre todo lo imposible”, publicado por la Editorial Universitaria el año 2011. Sus poemas se han publicado en diversas revistas en México y Centroamérica. Actualmente se dedica al ámbito editorial y a la investigación económica.





MATERNIDAD

Mi abuelo le dijo algo al oído,
ella parió un mundo
y luego otro y cada vez más geométrico
el círculo se fue cerrando
y el mundo era abarcado por su falda.
Ahí subíamos a bordo.
Entrábamos al Arca.

En todos sus rincones
mi abuela esparcía leche,
sobre los abismos
donde se fundaban las jurisdicciones
de nuestros fantasmas.
Ella nos daba de comer.
Nos arropó con la nieve
que cubría sus párpados.

Llenó de nieve mi lengua
y quedó dormida
hasta que me quiso mostrar el alfabeto.







HUMO

Él pintaba, esculpía,
me hacía un retrato de niebla con su boca
y tiraba el humo
más allá de la nostalgia.
Tallaba
las líneas de una mano que no existe.
Hacía una casa
Donde cabía el agua estancada.
Hoy el agua es madre
y tiene un montón de insectos
pegados a su nombre
como mis recuerdos.






MUJER Y MUERTE

Querida: Los segundos sin permiso, pasan
y todo es estrujado acá dentro. 
En la cabeza cargo un nudo de inviernos y solo digo:
cómo vas conduciendo la noche mientras desciende
de mí, este largo hilo de hormigas
todas, con tu cabeza de diosa;
con tu crueldad de animal insondable.
Sobre mí hay un dedo infinito
que se desliza y dibuja en mi arena
la forma de un mar que devora y arrastra,
y camina desesperadamente hambriento,
y es una serpiente inmensa que muerde mis talones.
Y no hay nadie
que cierre los ojos por mí.
Y el aliento, la música y la lámpara
son solo ilusión y nada pesa.
Sigue y camina tu abrazo,
en la transpiración, ésta, de realidades
yo solo guardo un sabor de niebla en la boca.





Domesticidades

La casa debe sobrevivir a mi desorden.
El llanto cuajado en los rincones debe evaporarse y la luz defecará sus ecos de pureza.
Las arañas ya han escrutado mi lenguaje huyen torpemente.
La casa debe sobrevivir a mi desorden:
Hay que limpiar, colocar,

Restregar el calendario de los cuerpos
Enrollar sus pétalos como babosas ecuánimes.
Dejarlos sin su nido de impurezas.
Nada de graffitis,
De cuadros inclinados,

De libros desperdigados en la cama.
Las copas se lavan y se guardan la ropa hay que dejarla sin mi rastro 
sin tu olor, se extiende al aire.

La casa debe sobrevivir a mi desorden,
las cosas están sobre el olor de la noche,
de los insectos que han cantado y han dormido
bajo los abrazos sin lavarse.




QUE CADA SEGUNDO PALPITE 

En  otros afónicos mares 
Que agolpe este silencio 
En la callada sed de mis arterias 
Que caiga sobre los nombres 
De monarcas, del mirto y las estatuas. 
Hasta el mínimo grito 
Con los labios dormidos 
Vierte campanadas necias 
Agujeros por los que transita 
Mi desvelo 
  
Por esto un grito 
Me separa de la huida más profunda 
Del espejo, de la ausencia y las palabras 
Que de plomo aguijonean mi tránsito 
A tu nombre 






Las noches en un balcón del Virreyes

Si el hotel no existe, estoy suspendida en el aire. 
Mi hueso atrapa el frío y la catedral 
se hunde. 
De los carros y los taxis verdes, 
el denominador común son las estrellas pegadas al asfalto. 
En el estómago duele la noche y la luz asalta. 
Los muros son colmenas tatuadas por animales prehistóricos. 
Yo sólo conozco la historia que imagino: 
toco la pared y los museos engullen el asombro. 
Beso los cuerpos, las huellas de los cuerpos; 
Los exprimo como frutas celestiales. 
Cierro los ojos. 
Yo te miro a vos, a quien adoro. 
A lo lejos, como yo, prendido del aire. 
Ese es el veneno, mirarte mientras conozco, 
colgado de una nube rota o fantasmal, 
en una ciudad que me traga. 
Se respira agua, agua respiro, 
y hay un placer que flota más allá de los rostros 
y sobre las arrugas. 
Qué frío hace y yo soñando agua entre mis manos pequeñas. 
Esas, donde cabés milimétrico a pesar del nubarrón y la ciudad oscura 
a pesar de la altura de este sueño amniótico





Ausencia tuya 

Aquí colgada de mi oreja 
está la huella de tu boca 
es una sombra de metal celeste 
que sopla un viento con su propio frío. 

Soy un paraíso de mí misma  
y a veces la música me muerde 
debajo de toda mi ropa 
debajo de todas mis palabras que son sólo deseo  
y ausencia tuya a la par mía.





Encuentro

ya veniste 
ya tengo los pies mojados 
son las lenguas del paraíso que me tocan 


1 comentario:

  1. me inclino por la capacidad de la palabra para significar y no por el significado de ésta; pero realmente en muchas poesías no encuentro lo uno, ni lo otro.

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