Eliana Navarro
Eliana Navarro nace en Valparaíso, CHILE el 19 de julio de 1923. Sus padres fueron Fortunato Navarro Herrera, diputado por Cautín y vicepresidente de la Cámara de Diputados, y Guillermina Barahona Soriano, profesora normalista. En 1923, la familia se instala en el Fundo El Peral, situado en Trovolhue, en la provincia de Cautín, hoy Novena región de Chile.
Inspirada por el paisaje de Cautín e influenciada por el poeta sureño Augusto Winter, Eliana escribe, a los siete años, La laguna de Trovolhue, uno de sus primeros poemas. A la temprana edad de catorce años, colabora en las revistas "Margarita" y "En Viaje". Después de haber cursado sus humanidades en el colegio Santa Cruz de Temuco, se traslada a Santiago donde estudia Filosofía y Derecho en las universidades Católica y de Chile. A los veinticinco años contrae matrimonio con el poeta José Miguel Vicuña, de quien fuera compañera en la facultad de derecho de la Universidad de Chile. En sus comienzos como escritora, Eliana Navarro encontró en Desolación, de Gabriela Mistral, una de sus lecturas más preciadas junto a los españoles Machado, Hernández y los dramaturgos del siglo de Oro. Su poesía fue elogiada desde temprana data por el crítico literario Hernán Díaz Arrieta (Alone).
En 1951 publica Tres poemas, su primer libro. Cuatro años después se integra al Grupo Fuego de la Poesía fundado por José Miguel Vicuña y Carlos René Correa. En 1955 publica bajo el sello del Grupo Fuego de la Poesía, Antiguas voces llaman. La revista "Calicanto" y la "Revista Literaria de la Sociedad de Escritores de Chile" acogen recurrentemente sus versos en este periodo. Fue delegada al Congreso del PEN Club en Fráncfort en 1959 y en 1963 asiste como delegada de la Sociedad de Escritores de Chile (SECH) al Congreso Mundial de Mujeres por la Paz en Moscú. En 1965, su libro La ciudad que fue, publicado por Editorial Universitaria y prologado por Gastón von dem Bussche, es galardonado con el premio Pedro de Oña.
Trabajó durante más de cuarenta años en la Biblioteca del Congreso Nacional de Chile siendo durante muchos años jefe de la sección de Catalogación. En 1973, constituyó con su familia el grupo teatral "Mediodía", el que bajo la dirección de Teodoro Lowey estrenó en el Templo Votivo de Maipú ante un público multitudinario el poema para voces y coro titulado La pasión según San Juan. La publicación en 1980 de este auto sacramental le valió a Eliana Navarro el Premio de la Academia Chilena de la Lengua. En 1981 asiste como escritora especialmente invitada al Congreso Internacional de Literatura Femenina de México. En 1995 se publica su libro La Flor de la Montaña, bajo el sello de Editorial Universitaria en la colección "El Poliedro y El Mar". En más de una oportunidad fue candidata al Premio Nacional de Literatura y jurado en múltiples concursos de poesía, incluido el del Fondo del Libro y la Lectura.
De su carrera literaria han quedado algunas obras que aún siguen inéditas. Una de ellas es Profesión de silencio, en la que aborda la injusticia y el dolor a partir de la represión sufrida durante la dictadura militar.
Casada con el poeta José Miguel Vicuña, fue madre de siete hijos, Ariel Vicuña, poeta y músico; Ana María Vicuña, filósofa y profesora de lenguas clásicas; Miguel Vicuña, poeta y filósofo; Juan Vicuña, químico, víctima de la tortura durante la dictadura; Leonora Vicuña, reconocida fotógrafa; Rodrigo Vicuña, editor; y Pedro Vicuña, poeta y actor. Su poesía ha sido estudiada en diversas universidades chilenas y extranjeras y su obra figura en muchas antologías nacionales y del exterior.
El 5 de junio de 2006, a los ochenta y cinco años de edad, muere Eliana Navarro, víctima de una trombosis cerebral.
Obras
Tres poemas. Carmelo Soria Impresor, Santiago, 1951.
Antiguas voces llaman. Grupo Fuego de la Poesía, Santiago, 1955.
La ciudad que fue. Editorial Universitaria, Santiago, 1965.
La pasión según San Juan. Ediciones de la Biblioteca del Congreso Nacional, Santiago, 1981.
La Flor de la Montaña. Editorial Universitaria, Santiago, 1995.
Obra póstuma
Ángelus de Mediodía. Editorial Universitaria, Santiago, 2008.
WEB: http://eliananavarro.cl/obra.html
DE: Antiguas voces llaman (1955)
PRELUDIOS
I
iAh!, que mi mano encuentre su mano fugitiva,
que en mi noche cegada brote su llama viva
y que su voz inmensa me nombre para siempre.
II
Se me niega la luz.
Las cosas se me tornan ignoradas,
hoscas, insuficientes.
Siento crecer el vuelo de mi ansia,
y todo huye de mí,
todo en mí muere.
III
La noche temblorosa abre sus alas ciegas.
¿Quién solloza en el viento? ¿Quién cruza los caminos?
Diríase entre el baile de las hojas resecas
como un rumor de lentos pasos desconocidos,
coro de vagas voces, ronda desconocida…
¡Cuánto tardas, oh príncipe de la noche infinita !
IV
Sin voz, sin llanto, muda,
yo aprisiono tu sombra,
oh, espectro, noche inmensa.
Como una voz amiga llama el viento.
La rnuerte lo detiene. Ella queda.
V
Un solo pensamiento es verdadero:
huir, no ser, retornar a la nada.
Poseer para siempre la hondura del silencio,
más allá del deseo y la palabra.
VI
A través de la noche, más allá del silencio,
cuando la llama surge dolorosa
entre un vaivén de sombras y de viento,
cuando el grito cercano de la muerte
se quiebra contra un muro de impiedad,
surge tu voz, tu voz de llanto y fuego:
Hacia ella voy; a tu dolor me entrego
por no sentir gritar mi corazón.
DE: Antiguas voces llaman (1955)
EN LA MUERTE DE UNA BAILARINA
Isabel Glatzel
Circulos blancos, malva, ronda de los nenúfares.
El cuerpo como un lirio tembloroso en el viento.
Huye la voz, por miedo de herir la transparencia.
Queda sólo el silencio.
El silencio candente y esa lejana música
que obedece a su cuerpo,
y esa lejana música en que los pies veloces
trazan sus arabescos.
Cae, viene la niebla
a diluir su cuerpo en húmedos anillos.
Isabel le sonríe.
Su traje es como un lirio tembloroso en el viento.
Circulos rojos, negros.
Alza Degas su mano y la pinta en el cielo.
DE: Antiguas voces llaman (1955)
LIED
Estás en mí. Desde mis ojos miras
estas suaves colinas en que flota la niebla.
Ausencia. Soledad. Cae la tarde.
Desnudo vaso tuyo: va tu sangre en mis venas.
Cruza el río el paisaje como un adiós,
cansada voz eterna.
Como un río en mi sangre va tu sangre.
Juntos volvemos por la noche inmensa.
DE: Antiguas voces llaman (1955)
ANILLO
¡Qué jauría salvaje! La oigo rugir
y estoy ausente, sola, tan ajena.
Los chacales que rondan en mi noche
no tocan, no desgarran; sólo acechan.
Sí, tú, diente feroz, podrida hiena,
que con tu agudo hocico
olfateas mi huella.
Oh, padre, padre amado, cuánto ansío tu mano
sobre mi cabellera.
Oh, dulce amigo,
arrebatado a mí por la tormenta,
rompa tu fuerte abrazo
este anillo de llamas que me cerca.
Y tú, muerte que retrocedes,
ven, acércate, hiere!
que tu río me invada, me avasalle,
y me arrastre por siempre entre su gleba.
DE: Antiguas voces llaman (1955)
NOSTALGIA
Una ansia incontenible me lleva por las tardes
hacia las avenidas silenciosas,
hacia el oro sangriento de los parques.
Una ansia incontenible de tenderme en la tierra,
de acariciar el aire
de sentir que me llega entre sus pliegues
el clamor de mis valles,
el rumor de los montes floridos de arrayanes,
la honda queja del río
y el suave tremolar de sus cañaverales.
Lentamente, vencido, como un cristal de sombras,
el crepúsculo cae.
Voces frescas, alegres,
tiemblan bajo los árboles.
Acaso son las voces que yo busco,
lejanas voces mías, voces inolvidables…
Ah, Santiago, más sola, más ausente
nadie cruzó tus calles,
buscando entre estos rostros presurosos
el rostro fatigado de mi padre,
añorando en la paz de tus jardines
el rojo grito de los copihuales.
iAh!, la nostalgia, la nostalgia inmensa,
llama de sal, tenaz, honda… iSaudade!
DE: Antiguas voces llaman (1955)
HUYO MI SER
Huyo mi ser. Como una odiada sombra,
huyo mi ardiente corazón vencido;
huyo mi soledad, mi rostro herido,
huyo mi voz rebelde que te nombra.
Tienden aún su clara, dulce alfombra,
el musgo gris y el césped florecido.
Pero en mí está la muerte, la he sentido,
la contemplo venir, y no me asombra.
Huyo mi ser. En esta loca huida,
quiero apagar tu grito, tu mirada;
mas, surge aún la llama estremecida:
a firme guerra y duelo me provoca,
hasta que al fin, llorosa, fatigada,
dejo tu beso arder sobre mi boca
DE: Antiguas voces llaman (1955)
DE: La ciudad que fue (1965)
Premio Pedro de Oña
JUEGO DE SOMBRAS
(Poema en tres tiempos)
I
Como un niño, jugaré con mi sombra
sobre la arena pálida.
Jugaré con la sombra de mis dedos
dibujando figuras sobre el agua,
al borde de la fuente, detenida.
Jugaré a perseguirme por las gradas
donde bailan las hojas del otoño,
e iré llamándome en distintas voces
para escuchar que el viento me responde.
II
Del mar hacia la sombra;
de la noche hacia el viento.
Girasol, girasol,
dolor inmenso, mundo de soledad,
herido cielo.
Te nombro entre la espuma,
te adivino en el sueño,
vago por los caminos
murmurando un lenguaje que no entiendo.
Caracol, cascabel, secreta música,
mariposa de luz entre mis dedos.
III
Todo está ya cumplido.
Ahora sólo quiero
reclinar mi cabeza y dormir.
Todo lo que era llama se convirtió en ceniza.
El mar calló su coro de tempestuosas voces.
El viento sus laúdes.
El corazón, su enigma.
Con las manos atadas,
con los ojos vendados,
¿hacia qué noche,
hacia qué oscura y larga noche
camino sin descanso?
DE: La ciudad que fue (1965)
SUPLEMENTERO DORMIDO
Crónica para mis compañeros de trabajo
Sobre el césped, tendido,
bajo el cielo exultante de arreboles,
entre los Tribunales de Justicia
y la Casa de los Legisladores,
el pequeño rapaz suplementero,
cansado de vocear los diarios de la tarde,
con ellos por almohada, se ha dormido.
Montt y Varas empiezan a moverse,
quieren abandonar su estrafalario plinto.
¿Tal vez les interesa la prensa vespertina
o tan sólo desean acariciar de nuevo
la mejilla de un niño?
Mas él duerme, él simplemente duerme,
bajo el cielo manchado de fugaces palomas,
él duerme, simplemente, como duermen los niños.
Las columnas lo miran conmovidas,
la imperturbable, rígida balanza
tiende a inclinarse un poco,
mientras resuena adentro
la voz opaca de los relatores,
se redactan las álgidas sentencias
y deambula por los corredores
el fantasma togado de la jurisprudencia.
Todo al borde del niño se detiene:
las palabras solemnes,
el rumor callejero,
los motores, los frenos,
las húmedas campanas.
Yo quisiera adentrarme por su sueño:
Doradas galerías, luminosos anillos,
hacia mundos de azul omnipotente,
saltando del violeta hacia el topacio,
del rojo al amarillo,
voceando en jerigonza los periódicos,
al oído del sol, soberbiamente,
como un ángel recién amanecido.
O tal vez en la playa
en la espuma sonora y la resaca,
entre el viento de sal
y el rumor de las lágrimas
cuando chasquea el mar su lengua verde
y la arena es tan sólo
el espejo de un cielo enardecido;
jugando a que el albatros,
en cadenciosos círculos,
lo va Ilevando sobre la alta espuma,
lejos, adonde ocultan los soles sus navíos.
O quizás si en llanuras verdegueantes
con ondulados trigos,
donde los diarios son mil volantines
en el aire cobalto suspendidos
y hay que subir por puentes de arco iris
y hay que franquear umbrales de rocío
para ir contando a los astros sonrientes
que el « Sputnik » inicia
su aventura celeste.
Brilla la tarde sobre las achiras
arde con ellas, con su intensa llama,
roja, verde, amarilla.
Descienden las palomas
a la fiesta de las aguas sobre el prado.
No hagáis ruido. Aún no ha despertado.
Dejémoslo en su sueño sumergido.
Acaso él es el único que ahora está despierto
y quienes lo miramos, caminamos dormidos.
DE: La ciudad que fue (1965)
CANCIÓN DE LAS TRES DONCELLAS
Para Ana María, Leonora y Teresa Soledad
En los manzanos se mecía
el viento ebrio con su flor.
Las tres doncellas sonreían:
— No conocemos el amor.
Blanco doncel desde la luna
su blanco vuelo desprendió.
Sobre la noche constelada
era su voz un surtidor.
— Nos ha besado la tristeza.
Ya conocemos el amor.
Los altos ulmos de las colinas
empezaban a florecer.
Ardía el canto de la cigarra:
Trébol, gavilla y pasto miel.
Vino del sol el príncipe rojo,
con el estío sobre su piel,
traje de llamas, carcaj de oro,
todo dulzura y altivez.
— Un lento fuego nos consume
Ya conocemos un querer.
Vestido de algas, fulgurante,
con el relámpago y la sal,
de los abismos de espejos verdes,
llegó, el príncipe de la mar.
— Ensueño, llama, mar inmenso,
el amor deja soledad.
En los manzanos se mecía
el viento ebrio con su flor.
Ardía el canto de la cigarra.
— Ya conocemos el amor.
DE: La ciudad que fue (1965)
Cantos por la paz
A mi madre
LA ORACIÓN EN EL HUERTO
Tiembla en Getsemaní la luz vencida,
rota en las ramas altas del olivo.
Arrastra el viento un llanto fugitivo.
Camina el odio la ciudad dormida.
Duele la voz, que viene humedecida
en el beso traidor, lo hiere vivo.
Duele el amor, que se entregó cautivo
y transformó sus soles en herida.
Duele el dolor como nunca doliera
— áspera sal, oscura enredadera —
frágil, la sangre se abre, no resiste.
Varón de escarnio, Cristo, abandonado,
temblando está tu grito desolado:
“Mi alma está triste; hasta la muerte, triste”.
DE: La ciudad que fue (1965)
CANTO DE PAZ
A Humberto Díaz-Casanueva
Y fue de pronto, al borde del camino
— extrañas flores —
ese bosque de cruces uniformes,
blancas, de una blancura fulgurante
bajo el sol estival.
Un compañero de armas
conocido de Dios.
Mas, ¿es verdad, Señor, lo conociste
cuando ante ti surgió
con su cabeza rota y sus manos sangrantes
desde un oscuro cielo de batalla?
« Un hombre conocido
solamente por Dios ».
La inscripción se repite
como una pesadilla.
Y los otros: veinte años, dieciocho años,
los besadores de la primavera,
venidos de los más lejanos cielos
a dar la muerte y recibir la muerte,
olvidados del beso,
oscurecidos, ciegos.
Oigo el canto del mar
como una letanía.
Miro las cruces fulgurar.
Imagino los rostros, las sonrisas.
¿Por qué estamos aquí,
con qué derecho gozamos de este día,
mientras ellos
yacen deshechos, para siempre imóviles?
¡Hombre del Siglo Veinte, veinte siglos
no te enseñaron el amor!
No te sirve la lumbre de la ciencia:
Bajo el polvo candente, Nagasaki,
las alambradas de Auschwitz,
los campos de dolor.
¡Ah, si las bocas silenciosas
se abrieran para condenarte
y las manos brotaran de la tierra
hacia la luz, buscándote,
ningún coro sería más tremendo,
ningún mar con más sangre,
ningún viento más ronco:
Clamor de densa selva hecha de cuerpos,
espesa, interminable!
Las madres de la tierra
debemos detener esta barbarie.
Opongamos al trueno de las armas,
la canción de los trigos;
al girasol de fuego que destruye,
el girasol de paz de los molinos;
al fulgor de los ojos llenos de odio,
el fulgor de los ojos de los niños.
Que suba la canción de nuestras ruecas,
la canción de la llama en el hogar prendido.
Que nuestra gracia rompa la tiniebla
y mientras duerme el hijo,
sentiremos nacer los nuevos cánticos
y crecer, y crecer en los caminos
el amor de los hombres, que van cantando unidos.
DE: La ciudad que fue (1965)
DE: La pasión según San Juan (1980)
PRIMERA PARTE
En casa de Gamaliel
Escena I
(Al levantarse el telón, aparecen en la escena Gamaliel,
José de Arimatea y Esteban, joven discípulo de Gamaliel).
GAMALIEL.
Todos sabemos la ansiedad con que se espera al Mesías. Los profetas nos han señalado los rasgos de su figura y su personalidad, el lugar de su nacimiento; los acontecimientos que acompañarán su venida. Sin embargo, qué vacilación hay en nuestros corazones, qué congoja, qué incertidumbre nos asalta, cada vez que aparece un ser extraordinario que pudiera ser el elegido. Hace largos años que enseño en Jerusalén y creo conocer a fondo las Escrituras; a pesar de ello, quisiera no vivir ya cuando aparezca el Mesías, por temor de cegarme y no reconocerlo.
JOSÉ DE ARIMATEA
Dices todo esto, pensando en el Nazareno, ¿verdad, Maestro? Yo no soy un especialista en las Escrituras; tú lo sabes. Pero he seguido de cerca a Jesús de Nazareth, desde el día en que lo vi por primera vez en las pendientes de Kourn-Eddin. Una muchedumbre se agolpaba junto a él; paralíticos, ciegos, mujeres con niños enfermos en sus brazos. Todos esperando que, al pasar, acaso el roce de su túnica, acaso una mirada, pudiera devolverles la salud.
ESTEBAN.
Yo también estuve en las colinas de Kourn-Eddin. A esa turba de enfermos que señalas, se añadia mucha gente como tú o como yo, que iba a mirarlo, a escucharlo. Porque jamás hombre alguno ha hablado como éste. Con tal fuego, con tal amor.
JOSÉ DE ARIMATEA
Recuerdo una de sus ensenanzas de ese día: Bien aventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados. Yo no tengo dudas. Yo creo firmemente que Jesús es el Mesías. Pero quería conocer tu pensamiento, Gamaliel. Tú eres sabio y ecuánime. Tu juicio tiene gran valor para mí.
GAMALIEL
Te confieso que me atrae inmensamente Jesús de Nazareth. Hay una poderosa poesía en esta figura que se enfrénta sola a la prepotencia de los doctores de Israel; que señala la decadencia de las viejas doctrinas y propone magistralmente una doctrina nueva, arrebatadora, basada en el amor y en la fraternidad humana.
ESTEBAN
Y lo hace porque es muy valiente. Me acerqué a oirlo, hace agunos días; al salir de tu clase, Maestro. Reprochaba a los fariseos. Les decía: Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, que limpiáis por defuera la copa y el plato y por dentro estáis llenos de rapacidad e inmundicia.
GAMALIEL
Escuché también esas acusaciones y muchas otras y aunque se dirigían al ilustre cuerpo al que pertenezco, tenía que reconocer su verdad; y lo que es peor, podía perfectamente dejarlas caer sobre cabezas conocidas.
JOSÉ DE ARIMATEA
Ahora, la resurrección de Lázaro ha exacerbado el odio y el temor de los príncipes y de los sacerdotes.
GAMALIEL
Desde luego. El milagro arroja un fulgor del más allá, un hálito de divinidad sobre la persona del Nazareno. El pueblo entero se ha encaminado hacia Betania y existe un solo grito: Es el Mesías! Sin embargo, muchos profetas han hecho prodigios. Y si tu quieres conocer el fondo de mi pensamiento, te digo sinceramcnte: Esperemos aún. No precipitemos nuestro juicio. Jesús es sin duda un gran profeta. Pero, ¿el Mesías? Creo que todavía no podemos afirmarlo.
ESTEBAN
No sé cómo puedes dudar, Maestro, teniendo en cuenta lo que Jesús de Nazareth dice de sí mismo. El siempre ha sostenido que es el Mesías.
JOSE DE ARIMATEA
Durante la fiesta de la Dedicación, me tocó estar presente en el momento en que un grupo de fariseos le preguntó a Jesús: ¡Hasta cuándo has de tener suspensa nuestra alma? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente. Y él les respondió: Os lo estoy diciendo y no me creéis. Las obras que yo hago en nombre de mi padre, ésas dan testimonio de mí; mas, vosotros no creéis.
(Entran Sara y Rebeca)
SARA
Perdonadnos, hermanos, estábamos preparando la sala para la cena pascual. Ha quedado hermosísima. Hemos puesto ya la señal roja que indica que los peregrinos pueden acogerse a nuestra hospitalidad y celebrar la Pascua con nosotros.
REBECA
Lo hemos hecho con un esmero especial. iNo podría ser que entre estos peregrinos se encontrara Jesús de Nazareth?
JOSE DE ARIMATEA
No lo creo; me ha solicitado el “Katalyma”, la sala común para celebrar la Pascua con sus discípulos. Conoces su modestia, En todo caso, Sara, dí orden para que colocaran en la mesa ese hermoso ramo de rosas que enviaste ayer a mi madre.
SARA
Gracias. iDónde podría lucir mejor que cerca de él?
ESTEBAN
Rebeca, pero tú quedaste triste. Hace tan poco que le conoces ¿y ya le amas y le admiras tanto?
REBECA: Es un ser completamente distinto a los que he conocido hasta ahora. En Alejandría, en casa de mi padre, tengo ocasión de escuchar a grandes maestros, tanto israelitas como griegos. Ninguno ha podido jamás conmoverme como Jesús de Nazareth. Yo creo que es el Mesías. Siento que lo seguiría hasta el fin del mundo,
GAMALIEL
Líbrenos Dios de oir dogmatizar a las mujeres, decían nuestos padres. Sin embargo, ellas tienen una intuición superior a toda sabiduría. Ellas ven con el corazón, y rara vez se equivocan.
REBECA
iSabes? Anteayer, en el templo, en el momento más solemne del sacrificio, cuando callaban todos los instrumentos y las voces, y el sumo sacerdote sumergía el jarro de oro en la fuente sagrada, resonó la voz de Jesús de Nazareth, que decía: Que aquel que tenga sed, venga a mí y beba. Yo le daré fuentes de agua viva que brotarán hasta la vida eterna.
iQuién ha hablado jamás así?
ESTEBAN
Si hubieras podido escucharle en casa de Simón, el fariseo, cuando dijo a María de Magdala: Tus pecados te son perdonados. Tú sabes que ella es una pecadora, una mujer cuya sola vista, según las leyes farisaicas, imprime mancha. El no la rechazó y en medio de ese banquete, en que estaba toda la aristocracia y la sabiduría de Israel, le dijo esas palabras inesperadas. Inauditas: “Tus pecados te son perdonados”.
GAMALIEL
Sabes tú, Esteban. Eso me pareció muy extraño. Primero, que viniera a nuestra propia casa a desafiar nuestras leyes, permitiendo que esa mujer se le acercara, y no sólo eso, sino, además que besara sus pies regándolos con sus lágrimas y enjugándolos con sus cabellos. Y después esas palabras: “Tus pecados te son perdonados”. Tanto que llegue a pensar entonces: pero, ¿quién es él? iQué potestad tiene? IQué idea exagerada acerca de su persona? Los profetas han dicho siempre: Haz penitencia, reza, y Dios te perdonará.
JOSE DE ARIMATEA
Jesús lo dice porque tiene potestad para decirlo, porque es el Ungido, el Cristo. Ahí tienes otro argumento para creer que verdaderamente es el Mesías.
ESTEBAN
Además, Maestro, hasta cuándo vamos a mantener esa separación hipócrita: Nosotros los puros, nosotros los intachables, y ellos los pecadores. Eso sí que me parece arrogancia, y más que eso, falsedad. El pueblo lo sabe mejor que nadie.
SARA
Es verdad. El pueblo conoce la corrupción que existe entre los príncipes de los sacerdotes. Ya ves, cuanto tiempo hace que Anás, mediante alianzas matrimoniales, mantiene dentro de su familia el cetro del sumo sacerdote.
JOSE DE ARIMATEA
Y los mercaderes del Templo, a quienes Jesús arrojó de allí, látigo en mano, ¿acaso no son hechura de ellos mismos y les ayudan a llenar sus arcas?
GAMALIEL
En realidad, en ese aspecto, Jesús de Nazareth es el único que se ha atrevido a poner de manifiesto toda esta vergüenza.
(Sara y Rebeca, que durante todo el tiempo han estado arreglando con gran primor una ánfora con rosas, salen en silencio, llevándola entre las dos)
ESTEBAN
Es eso lo que no pueden perdonarle. Su palabra, como una vara de fuego, que deja una marca indeleble.
(Enta Nicodemo saludando a todos)
NICODEMO
La paz sea en esta casa (Dirigiéndose a Gamaliel), Maestro. El Sanhedrín acaba de decretar la muerte de Jesús.
JOSE ARIMATEA
¿Qué dices?
ESTEBAN
¿Pero, como es posible?
GAMALIEL
¡Cobardes! ¡Hipócritas! Ni siquiera me citaron. Sabían que estaba contra ellos.
NICODEMO
Se reunieron apresuradamente. La sesión fue repugnante. Isaac ponía a precio la cabeza de Jesús, mientras arreglaba los pliegues de su túnica.
ESTEBAN
¡Ha! Lo conozco bien. Su elegancia no se altera por semejantes pequeñeces.
NICODEMO: Ismael proponía la solución del dinero. Compremos a uno de los discípulos del Nazareno, y una vez en nuestro poder, decía, no faltarán testigos bien pagados que lo acusen de cualquier delito. Por fln, Caifás convenció a todos que el César, temeroso de que Jesús se hiciera proclamar rey, mandaría sus legiones y arrasaría la ciudad. Dijo: Es preferible que muera un hombre y no perezca la nacion entera.
ESTEBAN
Es necesario que hagamos algo, sin pérdida de tiempo. No lo dejemos caer en sus manos.
NICODEMO
Pienso como tú y a eso he venido, Gamaliel. Tú debes interponer la influencia que te confiere tu sabiduría y tu justicia para alejar a Jesús mientras pasa la efervescencia.
JOSÉ DE ARIMATEA
Hay que ponerlo a cubierto de este odio de los sacerdotes, que puede llegar a extremos que todos conocemos.
ESTEBAN
Te imaginas, si lo cogieran, con que refinamiento de torturas lo harían morir.
GAMALIEL
Hay que evitarlo, a todo trance. Filipo, el tetrarca, es un príncipe inteligente y bueno. Jesús vivirá en paz en la Iturea. Hay que aconsejarle en ese sentido. Yo pongo a su disposicion todos los medios que sean necesarios, iPero quién podría llegar hasta él secretamente con este mensaje?
NICODEMO
Dices muy bien, secretamente, sin despertar las sospechas de los sacerdotes, porque Jesús está estrechamente vigilado y cualquier infidencia sería fatal.
JOSÉ DE ARIMATEA
Estoy en contacto con gente joven, es un grupo numeroso de patriotas que ve en Jesús de Nazareth al caudillo que puede liberamos del yugo romano. Uno de ellos, el mejor, llevará rápidamente tu mensaje. Voy a prevenirle.
GAMALIEL
Sí. Ve en seguida. Que le explique la situación peligrosa en que se encuentra. Y le diga de mi parte las palabras del Profeta: “La tierra es demasiado sombría para que los que iluminan se vayan antes de tiempo”.
ESTEBAN
Seguramente, en estos días de festividades, ocupados en el servicio del templo, descuidarán la vigilancia. No se atreverán a prenderlo la víspera de Pascua o durante las festividades.
NICODEMO
Son capaces de todo. No confiemos en el tiempo.
JOSE DE ARIMATEA
En todo caso, si no pudiera avisarle por medio del mensajero de que hemos hablado, lo hare personalmente. Parto entonces, Gamaliel, Trataré de regresar esta noche aunque sea muy tarde, o mañana en la mañana, al alba, para tenerte al tanto.
ESTEBAN
¿No deseas que te acompañe?
JOSE DE ARIMATEA
Gracias, amigo, es mejor que no nos vean juntos. Si necesito tu ayuda, te lo haré saber. (A Gamaliel, con una reverencia). Adiós, Maestro. Adiós, hermanos. (Sale).
NICODEMO
Quiera Dios que Jesús siga tu consejo. Es a veces difícil entender el significado de sus palabras. Cuando se trata de prevenirle, dice: He venido para esta hora. ¿No he de beber acaso el cáliz de mi padre?
GAMALIEL
Si supiera que esa hora puede estar peligrosamente cercana! ...
NICODEMO
Todo este último tiempo sus palabras han tenido un tono de despedida y hay en su actitud y en su semblante un dejo de profunda tristeza. Hace poco decía: Marchad, mientras dura la luz.
(Entran Sara y Rebeca, Nicodemo se adelanta a saludarlas)
SARA
El adorno de rosas en la sala de la cena ha quedado hermosísimo. He tenido a una gran artista de ayudante. (Dirigiéndose a Nicodemo). Tú cenarás con nosotros, ¿verdad, primo? Pero qué pasa? Los veo a todos tan preocupados. (Con ansiedad). ¿Traes alguna mala noticia?
NICODEMO
Sí, Sara. He traido muy malas noticias: El Sanhedrín ha decretado la muerte de Jesús.
SARA
Es imposible ... ¿Cómo se han atrevido? Ni siquiera te han citado, Gamaliel. ¡Tú formas parte del consejo!
GAMALIEL
Tú no los frecuentas, Sara. Desconoces su hipocresia. Para ellos, la ley sólo existe para que la cumplan los demás.
SARA
Nicodemo, y tú que estabas presente, ¿cómo no pudiste hacer nada? ¿Cómo no los confundiste?
NICODEMO
Eramos muy pocos contra todos. No escuchan argumentos. Están enceguecidos por el odio.
SARA
Por qué no formaremos parte nosotras, las mujeres, de
esos Consejos! Estoy segura que seríamos más justas y menos cobardes.
GAMALIEL
Créeme, Sara, que si yo hubiera estado presente, a pesar del respeto que me tienen, no me habrían escuchado. Siguen sin razonar y servilmente la opinión del sumo sacerdote.
REBECA
¿Qué mal les ha hecho para que lo odien de ese modo?
jNo! Dios no entregará a su Cristo en manos de sus enemigos.
GAMALIEL
Todavía hay tiempo para salvarlo. Acaba de salir José de Arimatea con un mensaje. Tentaré todos los medios posibles. Por lo demás, el decreto del Sanhedrín significa sólo que pueden prender a Jesús. Si ello ocurriera, tendrían que someterlo a un largo juicio en que habría acusaciones y defensas.
ESTEBAN
Es que precisamente es eso lo que hay que evitar; que
lo prendan, porque como son maestros de la mentira, le harían un juicio inicuo, a base de testigos falsos y calumnias.
REBECA
Lo que yo no entiendo es por qué lo persiguen, si sólo ha hecho el bien. ¿De que pueden acusarlo?
ESTEBAN
¡De qué no le acusan! Porque en un día sábado devolvió la vista a un ciego de nacimiento; porque en día sábado sanó a un paralítico, lo censuran. ¡Como si hacer obras de misericordia no fuera el mejor modo de guardar el sábado !
NICODEMO
Lo persiguen porque él ha señalado sus iniquidades y los ha desenmascarado delante del pueblo. Numerosas veces han enviado ministros y doctores de la ley para sorprenderlo en contradicciones con las Escrituras; pero Jesús ha desbaratado siempre sus argumentos, dejándolos en ridículo,
SARA
El saldrá siempre triunfante, porque ha venido para triunfar.
NICODEMO
iCómo quisiera ceer lo que tú dices, Sara, que ha venido para triunfar! ¡Ay! Tengo negros presentimientos. Ha venido tal vez para morir. Recuerdo la primera vez que fui a su casa, a conocerlo. Fui de noche, por temor a mis propios compañeros, los fariseos, No puedo explicar bien todo lo que me dijo; pero sé que desde ese instante mi vida cambió para siempre. Sé que él tiene una misión de gran significado. A esa misión quiero consagrarme con todas las fuerzas de mi alma.
REBECA
Me gusta tanto oirte. Tú has tenido el privilegio de estar más cerca de él y algo de su fuego alienta en tus palabras. La primera vez que lo escuché sentía crecer en mi corazón el deseo infinito de seguirlo, de dejarlo todo y decirle humildemente: Señor, ¿cómo puedo yo ayudarte, servirte?
SARA
Pero en el fondo todos somos débiles y temerosos. Todos quisiéramos seguirlo y nos quedamos sólo en el deseo. Si llegaran a cogerlo, no sé si los que estamos aquí en este momento seríamos capaces de salir a la calle y reunir gente para arrancarlo de jueces que ninguna potestad tienen sobre él.
NICODEMO
Me dijo esa noche: Es necesario nacer de nuevo. Como yo no entendiera el significado de esta frase, le pregunté: Maestro, ¿cómo es esto? ¿Cómo puedo volver de nuevo al seno de mi madre? Me respondió con dulzura: ¿Cómo tú, un doctor de la ley, no entiendes esto? Creo que ahora he empezado a entenderlo. Es necesario crear dentro de nosotros un nuevo espíritu. Morir a nuestros vicios, a nuestros defectos, y hacer de nosotros mismos un hombre nuevo.
SARA
¡Ay! Tengo el corazón tan sombrío. Hace unos instantes, todo me parecía tan claro. El triunfo de Jesús tan evidente. Pero, cuando tú dijiste, Nicodemo: ha venido tal vez para morir, un nudo extraño empezó a angustiar mi corazón. Recordé la cara de odio de los saduceos y fariseos, y el inculto populacho fanatizado que los sigue ciegamente.
GAMALIEL
En realidad, todos estamos angustiados. Tratemos de tener serenidad y oremos en nuestro corazón. José de Arimatea regresará ahora antes de la medianoche o mañana al amanecer. Confiemos en el Señor. Nos va a traer buenas noticias.
NICODEMO
¿Y si fracasara?
GAMALIEL
Existen todavía muchos recursos. Los usaremos todos.
REBECA
(Acercándose a una ventana). Empieza a caer la noche. ¡Qué tristeza hay en el aire! Parece que el viento quisiera llorar.
ESTEBAN
No nos dejemos avasallar por la angustia. La Pascua es una fiesta de alegría, y Jesús volverá para reinar en Jerusalén.
SARA
Creo que deberíamos pasar ya a la sala de la cena. Se acerca la hora en que empiezan a llegar nuestros huéspedes.
TELÓN
(Fin Escena I)
TERCERA PARTE
JUNTO A LA CRUZ
Personajes
La Madre
La Magdalena
San Juan
Voz de Jesucristo
El Sol
El Mar
El Viento
El velo del Templo
Coros
LA MADRE:
Hijo, hijo adorado!
Si pudiera sangrar con tus heridas,
restañar con mis manos tu sangre
y tomar tu dolor sobre la sangre mía;
tomarlo sobre mí, como se toma un manto
y envolverlo en mis venas, para que la tortura
no pudiera tocar tu cuerpo santo
ni la tiniebla atroz te desgarrara.
CORO:
En el principio era el Verbo
y el Verbo estaba en Dios
y el Verbo era Dios.
LA MADRE:
Quisiera recordar mis canciones de cuna,
aunque fueron cantadas
con el presentimiento de tus llagas,
del inmenso mar ronco que hoy te envuelve
con sal quemante y áspera.
CORO:
En el mundo estaba
y el mundo fue hecho por él
y el mundo no le conoció.
LA MADRE:
Sí pudiera acercarte las visiones de infancia,
abatir con su luz la oscuridad terrible;
acercarte el rumor de las hojas de Nazareth
y el canto de sus arroyos claros.
Bajábamos corriendo para buscar el agua
y mientras descendíamos,
mirábamos el valle con su niebla dorada
y los lejanos humos de las casas
ascender en el aire.
CORO:
Vino a su propia casa
y los suyos no le recibieron.
LA MADRE:
Un día, de la mesa resbaló una manzana
y rodó sobre el piso
perfumando las tablas
de color y de música.
Reías, persiguiéndola,
con tus pasos tan torpes
de reciente aprendiz.
En el taller, a veces,
cogíamos viruta
y hacíamos con ellas
torres sonoras, frágiles,
derribadas con nuestro propio aliento.
Todo regresa a mi
como si fuera un sueño,
como esas tenues torres de la infancia,
fugaces, aventadas
en un soplo sangriento.
CORO:
¡Ah, vosotros los que pasáis por este valle,
ved si hay dolor
semejante a mi dolor!
LA MAGDALENA:
Amor, amor, aquel que no se nombra,
el que rojo — mar, viento —
se incorpora a la sangre
y desde allí nos deja prisioneros,
invadidos, postrados.
Nada puede expresarlo.
Como el dolor, su sima inalcanzable
se oculta a las miradas.
Ahora he aprendido
que se transforma en ala,
en fuente eterna, en luminoso canto,
nos redime del peso de la carne
y es tan sólo una llama.
CORO:
Y la luz brilla en las tinieblas
y las tinieblas no la recibieron.
LA MAGDALENA:
Como la flor de los caminos,
así era despreciada,
perla maldita que todos codician,
pero que nadie guarda para sí.
Mientras más fácil era mí sonrisa,
más oscura crecía adentro mi soledad,
y el amor para tantos entregado,
era sólo la búsqueda y el grito,
el ansia enloquecida de derribar el muro
que separa a la sangre de la sangre,
de establecer por fin el diálogo supremo
en que dolor y muerte no tienen validez.
¿Quién soy para nombrarte?
¿Quién soy para seguirte?
De tu dolor, que es mi dolor, asciendo
hacia la luz sin mancha de Tu reino.
CORO:
El no quiebra la caña doblada
ni apaga la llama vacilante.
LA MAGDALENA:
Déjame estar contigo en tu hora deseada.
Déjame estar contigo en la tiniebla.
Quisiera poseer una voz sobre-humana
que expresara el amor, el dolor,
el canto de esperanza,
de los que aquí quedamos,
bajo la sombra inmensa de tu llanto,
de los que fuimos levantados
por la suave ternura de tu mano
y desde el polvo — esclavos, despreciados —,
entramos en tu reino de luz.
CORO:
Mirad que éste come con los publicanos
y habla a las prostitutas.
JUAN:
Amigo, amigo amado. ¡Qué oscuridad me ciega!
No sé qué hacer. Permanezco aquí inmóvil.
¿Por qué no abofeteo a los cobardes?
¿No puedo recostar tu frente entre mis manos,
arrancarte los clavos, descargarte
y descender contigo entre los brazos
hacia las rudas barcas galileas?
No sé, no sé entender lo que tú has explicado:
Ahora vas al Padre. Esta es tu hora.
CORO:
Si el grano de trigo no muere
permanece infecundo;
pero si muere, da mucho fruto
JUAN:
Creo en ti, Señor. Te amo.
Dices que esta es tu hora. Es también la hora mía.
Sobre mí pecho guardo el calor de tu abrazo,
hace poco, en la Cena,
cuando nos diste el pan como tu cuerpo.
CORO:
El pan que os daré
es mi carne, por la vida del mundo.
JUAN:
Mas ¡ay!, ya no resisto contemplar tu martirio,
ver tu sangre, tus ojos arrasados.
Quiero morir, quiero morir contigo.
Quiero gritarles que conozcan su error.
Sí. Es verdad.
Soy el discípulo de un ajusticiado,
de un hombre escarnecido,
puesto en cruz
CORO
¿Quién es ése que avanza teñido de rojo,
con vestidos mas rojos que los de un lagarero?
JUAN:
Creo en ti, Señor. Te amo.
En tu roja marea me siento arrebatado,
por tu viento quemante conducido,
con tus llagas, entero, estoy llagado,
carne de tu sufrir, sal de tu llanto.
Maestro, amigo amado,
desconozco el oscuro designio de tu mano,
pero aquí está mi sangre.
Tú recíbela. Que unida con tu sangre,
descienda en un torrente sobre el campo
y dé la vida a los que sin amor,
quietos, en las tinieblas han quedado.
Señor, Maestro amado,
hoy recibo de tus manos la llama,
con ella iré incendiando el mundo,
con ella moriré,
para vivir por siempre.
CORO:
Quienes habrán de ser
los seguidores de un crucificado,
del hijo de José, el carpintero,
del que no tuvo dónde
reclinar su cabeza?
JESUCRISTO:
¿Judas? Judas me duele como un fuego.
Amigo ¿a qué has venido?
Así le dije, al recibir su beso.
¿Por que no se detuvo?
Ah!, la tiniebla, su noche inmensa,
que ella me sea dada
a cambio de la luz para sus ojos.
CORO:
Uno que come el pan conmigo
levantará contra mí su calcañar.
LA MAGDALENA:
Como racimo en el lagar, como leño cortado,
como vara florida
que un sol de fuego agosta sobre el campo,
así se va secando
tu sangre, oh adorado,
varón de sufrimiento, clavel enrojecido,
pagador de mis culpas, lirio violáceo.
CORO:
Han abierto mis pies y mis manos
y se pueden contar todos, mis huesos.
EL SOL:
Ruedo a morir.
De monte en monte voy rodando.
Hacia abismos profundos me despeño.
Mi fuego es sólo llanto.
Mi luz sólo vergüenza.
Traspasaron sus manos
Su cabeza se dobló sobre el pecho
como una flor sangrienta.
Ya nunca más alumbraré la tierra.
Iré a morir en el oscuro abismo
donde se pudren las estrellas muertas.
Mi fuego es sólo llanto.
Mi luz, sólo vergüenza.
EL MAR:
Atrás, atrás, espuma,
quedad sin movimiento, olas soberbias.
No quiero ser más que agua detenida,
mar de sangre apresado
entre rojas arenas.
Como el áspero grito de las aves marinas,
resonó su agonía en mi extensión inmensa.
Ya nunca más mis olas
volverán a cantar en esta tierra negra.
Las rocas quebrajadas,
llenas de sal, se irán petrificando
y sólo muerte; oscura, torva muerte
vendrá a reinar sobre mis aguas yertas.
EL VIENTO:
Escucharon mil veces
en las noches de invierno, mi alarido
arrastrar las arenas y remover las piedras;
abrirse paso en medio del relámpago,
azotar con tajantes cuchillos,
valles y cordilleras.
Mil veces escucharon
mi exaltada canción de primavera,
envuelta en la fragancia de los huertos,
húmeda de azahar y de floridas sementeras.
Ahora ya mi voz no encuentra acento.
Inmóvil, detenido, permanezco
y mi aliento de fuego
quema las hojas de los árboles
y retuerce las cañas.
Yo recogí sus últimas palabras.
Eterna, eternamente, resonará su eco
y mi claro corazón vagabundo
las irá repitiendo por todos los senderos;
vino de amor, semilla de esperanza,
para los fatigados corazones viajeros.
EL VELO DEL TEMPLO:
Alguna vez te vi, Señor, Maestro:
Restallaba tu látigo en el sol,
restallaba en el sol tu voz de fuego,
contra los avarientos mercaderes
que hacían de la casa de tu Padre
un lugar de comercio.
Antes, te divisé, todavía tan niño:
tu luminosa voz resonaba en el templo;
mostrabas nuevas sendas a la rígida ley.
Absortos te escuchaban los doctores,
trémulos, deslumbrados, en silencio.
En esta hora augusta de tu muerte,
del cumplimiento de las Escrituras,
un solemne temblor sacude los cimientos.
La verdad muestra su fulgor sin mancha.
Tu dolor develó todo misterio.
No tengo que ocultar ya al Santo de los Santos.
Me rasgo, me deshago — polvo, llanto —
sobre el sagrado suelo.
CORO:
Yo soy la luz del mundo.
El que me sigue no anda en tinieblas.
LA MADRE:
¡Hijo, hijo adorado!
Ya no te puedo hablar.
No sirve la palabra.
Un ronco grito se ahoga en mis entrañas.
No te alcanzan mis labios.
Mis manos no te alcanzan.
Que mi dolor se sume a tu dolor.
CORO:
He aquí a la esclava del Señor.
Hágase en mí según su palabra.
CORO FINAL:
PRIMERA VOZ
Levanta alrededor de ti tus ojos y ven:
Tus hijos se han juntado y han venido a ti.
SEGUNDA VOZ
Tus hijos de lejos vendrán
y tus hijas a tu lado se levantarán.
TERCERA VOZ
Y las naciones marcharán a tu ley
y los reyes al esplendor de tu triunfo.
PRIMERA VOZ
Vendrán hacia ti los hijos de los que te humillaban
y todos los que te insultaban
adorarán la huella de tus pasos.
SEGUNDA VOZ
Mira. Vendrán a ti con el amor de los días antiguos.
TERCERA VOZ
Vendrán a ti radiantes de juventud,
con el amor de los nuevos desposados.
FIN
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En esta presentación hay un problema con el poema "Crónica para mis compañeros de Trabajo"
ResponderEliminarEl poema está incompleto, falta una parte importante del final, lo que deja la obra, desgraciadamente mutilada. En segundo lugar, la autora siempre tituló ese poema como "Suplementero Dormido" y ese es su nombre, la frase "Crónica para mis compañeros de trabajo, es un apéndice del verdadero título.
Espero que esto pueda subsanarse.
gracias Pedro Ignacio, ya encontré el poema correcto, gracias y abrazos
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