Carlos Skliar
(Buenos Aires, ARGENTINA 1960)
Publicó los libros de poemas:
-"La intimidad y la alteridad. Experiencias con la palabra", Buenos Aires: Miño y Dávila, 2007.
-"Hilos después", Buenos Aires: Mármol-Izquierdo, 2009.
-"Voz apenas", Buenos Aires: Ediciones del Dock, 2011.
-"No tienen prisa las palabras", Barcelona: Editorial Candaya, 2012.
-"Lo dicho, lo escrito, lo ignorado", Buenos Aires: Miño y Dávila, 2012.
-"Hablar con desconocidos", Barcelona: Editorial Candaya, 2014.
-"Isto nao é um livro de poemas", Rio de Janeiro: Texto-território, 2015.
Participó en la Antología de la nueva poesía argentina, organizada por Daniel Chirom (1980) y algunas de sus poesías fueron editadas en suplementos literarios y culturales (La Opinión Cultural, entre otros).
Publicó los libros de poemas:
-"La intimidad y la alteridad. Experiencias con la palabra", Buenos Aires: Miño y Dávila, 2007.
-"Hilos después", Buenos Aires: Mármol-Izquierdo, 2009.
-"Voz apenas", Buenos Aires: Ediciones del Dock, 2011.
-"No tienen prisa las palabras", Barcelona: Editorial Candaya, 2012.
-"Lo dicho, lo escrito, lo ignorado", Buenos Aires: Miño y Dávila, 2012.
-"Hablar con desconocidos", Barcelona: Editorial Candaya, 2014.
-"Isto nao é um livro de poemas", Rio de Janeiro: Texto-território, 2015.
Ha escrito diferentes ensayos educativos y filosóficos, entre ellos: ¿Y si el otro no estuviera ahí? (2001); Habitantes de Babel. Política y poética de la diferencia (2001, con Jorge Larrosa); Derrida & Educación (2005); Pedagogía –improbable- de la diferencia (2006); Huellas de Derrida. Ensayos pedagógicos no solicitados (2006, con Graciela Frigerio); La educación –que es- del otro (2007); Entre pedagogía y literatura (2007, con Jorge Larrosa); Experiencia y alteridad en educación (2009 con Jorge Larrosa); Conmover la educación (2009, con Magaldy Téllez) y 'Voz apenas' (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2011). Es investigador del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Tecnológicas de la Argentina, Investigador del Área de Educación de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales y docente en la Maestría en Comunicación y Cultura de la Universidad de Buenos Aires. Conduce desde 2005, junto a Diego Skliar, el programa de radio “Preferiría no hacerlo”, por FM La Tribu, de Buenos Aires, Argentina.
Web de Carlos: http://carlosskliar.blogspot.com.es/
A los casi cincuenta (y uno) qué pensar qué mirar qué decir
La vida parece estar a la deriva
en medio de todo lo que no hubo
Amor levedad afección
Aún con la premeditación de los olvidos
ya no serás lo que eras
Serás lo que no querrás ser
fingiendo que todo es como siempre ha sido
El gesto de mano se detiene
siempre en la mitad de algo de alguien
(¿Lo harás? ¿Podrás? ¿Serás? ¿Tendrás?)
La voluntad se ha vuelto
destino opaco de día feriado
El aire es poco
Nunca fue más que memoria
de una parca neblina susurrante
Prisa por vivir
Terror a la muerte desencajada
Amar inclusive
la pérdida innecesaria del amor
Y una mirada
fija
obstinada
argumental
sujeta siempre a un niño
Un niño siempre extraviado de mí
Un niño siempre excesivo en mí
En el centro mismo
de la callada y callosa espesura de mi cuerpo
Habría voz
habría de callar
cualquiera
Si aún
pudiese desoír
quienquiera
Porque es
de labios
El amor
Habla
la lengua
De los recién
callados
Escribo a las veintitrés de mi noche
Lo hago
Porque hoy hubo
La presencia de un no
Entre mis huesos
Un no dicho con los ojos
El no más cristalino
Podría escribir por otras razones
Pero no las tengo
Siquiera soy tenido en cuenta
Por las avergonzadas dudas
Que deambulan
Por cualquier pueblo
La cuestión es
Que el no devino
Y se hizo polvareda seca
Ojo asustado ante la sombra
No bajé mi cabeza
Fui abismado por ella
Hasta tocar la punta
De todos los pies
¿Qué dirías del no
Ahora que son las tres de tu mañana
Y lo único que remuerdes
Es la impaciencia de tu sueño?
Soy yo el que dice
“Dime lo que debo hacer”
Soy yo
El que quiere despertarte
Unas horas antes
¿Y qué dirás del no
Ahora que son las nueve de tu noche
Y que aún no has regresado
A la espesura del amor?
Soy yo el de la ira
La ira seca de su pátina
El no es soledad
La única soledad
Sin parentesco
Sin ligereza
Sin potestad
I - de VOZ APENAS (Buenos Aires, Ediciones del Dock, 2011).
"voz apenas", por Jorge Larrosa.
(Contratapa del libro).
Una poética (y una ética) de la mirada que insiste, justamente, en la dificultad, en la casi imposibilidad, de mirar. Porque trata de enunciarse desde los ojos y no desde las “perspectivas” ni desde los “puntos de vista” ni, en general, desde las diversas posiciones de un “sujeto” que se pone, o se impone, en su modo de mirar.
Una po/ética de la mirada, además, que no se enuncia desde la luz, la iluminación o la transparencia, sino desde la amorosidad, desde una vinculación corpórea que no está del lado de lo que es inteligible, de lo que quiere saber o comprender o interpretar, sino del lado de lo sensible, de lo táctil, y, por tanto, de lo efímero, de lo que apenas roza o se desliza, de lo que apenas toca, de lo que apenas es tacto o contacto. Una mirada que lucha, a veces airadamente, contra toda idealización, contra toda óptica, contra toda la imaginería de la visión o de la visibilidad para ser, apenas, caricia.
Una poética (y una ética) del decir que insiste, justamente, en la dificultad, en la casi imposibilidad, de decir. Y eso, lo que apenas puede decirse, lo que siempre queda por decir, eso es, justamente, lo que imposiblemente se escribe. En una escritura, además, que lucha contra la anulación de la voz en esa lengua de nadie que, antes de hablar, ya lo sabe todo. Por eso se trata aquí de un escribir po/ético siempre impropio que lo único que tiene o, mejor, que en lo único que se sostiene es en un cuerpo deshilachado pero, eso sí, de carne y hueso, al que le sale, de las entrañas, una voz mínima y balbuceante, una voz apenas.
Un mirar y un decir corpóreos pero, al mismo tiempo, capaces de convocar en el lector un cierto desvío, un vértigo mínimo, un leve estremecimiento, una conmoción del alma (o del ánimo): apenas ese intangible que, a veces, se llama pensamiento.
Jorge Larrosa, Barcelona, abril 2011.
Poema 3
Mirar
en vez de decir
lo que no se pudo
siquiera entrever
Mirar el mundo
en lugar de hablar
ajeno al mundo
Mirar el cuerpo
en vez
de medirlo
de escudriñarlo
de sopesarlo
de soportarlo
Y volver a mirar
para entonces
comenzar
a desdecirse
Poema 6
La distancia mínima
entre dos cuerpos
no es la palabra obvia
sino el más tímido
de los silencios
Por eso a veces
es mejor callar
No para decir amor
sino para escucharlo
Poema 9
Recién
se ha ido
esa voz que
algo supuso
casi algo
como el aire
mínimo
de una duda
como el soplo
nimio
de un ala
que resbaló
hacia el vacío
y que
se deshizo
en el borde
más pequeño
de una boca
que a cada
palabra
se hacía
cada vez
más ínfima
cada vez
menos boca
cada vez
más voz
brevísima
voz
apenas
Poema 21
Adiós Aristóteles
Ya no hay nada que temer
pues todo
más que todo
se ha vuelto elíptica indiferencia
Animales políticas éticas
físicas virtudes doctrinas
habitan la desconfianza
como sombras en ciernes
que clausurarán el ocaso
Ya no hay qué saber
Porque saber
apenas habla la lengua
de la guerra
o de la usurpación del cuerpo
o de la estafa celestial
La muerte es único saber
que no podrá ser narrado
El desierto no nos ha donado
su serenidad
Por el contrario
ha esparcido el alma sin voz
la voz sin cuerpo
el cuerpo sin osamenta
Y por vez primera
serán los huesos
los huesos tibios
quienes recubran nuestra piel
Poema 22
No sabrás si quien te amaba te amaba
si quien te dolía te dolía
si quien te punzaba con desidia te punzaba
o apenas deseaba hacerte ausente
No sabrás nada de nada
Ni siquiera si el mundo seguirá siendo mundo
si a la farsa le continuará la ignominia
si al desorden le tocará retroceder
para empujar el viento con sus poquísimas ansias
No sabrás si tus hijos no sabrán
La muerte es pura ignorancia
de la vida para sí misma
Poema 31
Curiosa pretensión
la de enclaustrar el asombro
en una jaula vacía
Exasperante concreción del mundo
Tosca turbia asunción
la del alma matemática
No hay saber que sepa
cómo es
el segundo anterior
a la partida
La única soberbia posible
si acaso necesaria
si acaso soberbia
es la de los pies
Hablar con desconocidos
¿Te has dado cuenta que los niños ya no son atolondrados, ni curiosos, ni siquiera niños? ¿Que los paisajes se han escondido detrás de las espaldas? ¿Que las palabras se alejan de los cuerpos como si fueran laberinto intransitable o una distancia aguda trazada por el filo de una espada? ¿Que todo está visible y cada vez comprendemos menos? ¿Que ya nadie se arrepiente ni siente la voz de su mirada? ¿Que hay más de dos muertes por cada nacimiento? ¿Que la risa procede de la burla y no de las entrañas? ¿Que el amor es ley pero ya no desorden de las almas? ¿Que a menos que me hables a los ojos no podré decirte nada
Yo escucho. Yo tomo notas.
Nos volvemos tan conocidos que, descontando los saludos de ocasión, ya nadie conversa con nadie.
Dejar de conversar es uno de los tantos desenlaces del conocimiento entre las personas. No hablarse, no tener nada para decirse. Como si conocerse fuera ya saberlo todo, sin saber nada; un implícito sin matices ni relieves; la declaración del abandono, el final de las preguntas, el declinar de las intrigas, el suicidio de la curiosidad, de la compasión por otras vidas.
Yo escucho. Yo tomo notas de conversaciones ajenas.
Abro mi cuaderno de tapas de hule negro y comienzo el ritual de escuchar hacia los lados. Mi hábito proviene de una razón muy sencilla: estoy tan cansado de mí y de mis palabras que escuchar es el momento de reposar, de callarme, por dentro y por fuera.
Soy un cazador pacífico de palabras de otros.
Cierro los ojos y me concentro en mi mayor debilidad: las conversaciones de los ancianos, las confesiones casi secretas, la revelación extrema del amor y del dolor, los gestos de desamparo, el asombro, lo que está a punto de ser palabra, lo que parece asombrar a los niños.
Soy discreto, no secuestro intimidades ajenas. Lo que busco, en verdad, es lo que no tengo, lo que no puedo, lo que no soy: palabras renacidas, modos de ver el mundo de los que ya no me siento capaz.
Y no es un gesto impúdico, sino una ilusión de complicidad con el universo. Como si escuchando pudiese anudar los sonidos desperdigados de la lengua, como si quisiera armonizar ese hablar desordenado para darle propiedad musical, darle un pentagrama.
Más que la irritación, la decepción o lo ominoso de lo dicho, quiero dar lugar a la ternura; esa ternura que va desapareciendo poco a poco, que se diluye por la rapidez de los encuentros, la inmediatez de los deseos y la pérdida irremediable de la infancia.
Escucho, porque necesito recibir las verdades que otros desconocidos puedan darme. Y de lo único de lo que me jacto es de encontrar ternura en cada frase. Yo escucho. Porque así me callo. Porque así no juzgo.
Yo escucho.
Yo deseo el dictado del mundo.
"voz apenas", por Jorge Larrosa.
(Contratapa del libro).
Una poética (y una ética) de la mirada que insiste, justamente, en la dificultad, en la casi imposibilidad, de mirar. Porque trata de enunciarse desde los ojos y no desde las “perspectivas” ni desde los “puntos de vista” ni, en general, desde las diversas posiciones de un “sujeto” que se pone, o se impone, en su modo de mirar.
Una po/ética de la mirada, además, que no se enuncia desde la luz, la iluminación o la transparencia, sino desde la amorosidad, desde una vinculación corpórea que no está del lado de lo que es inteligible, de lo que quiere saber o comprender o interpretar, sino del lado de lo sensible, de lo táctil, y, por tanto, de lo efímero, de lo que apenas roza o se desliza, de lo que apenas toca, de lo que apenas es tacto o contacto. Una mirada que lucha, a veces airadamente, contra toda idealización, contra toda óptica, contra toda la imaginería de la visión o de la visibilidad para ser, apenas, caricia.
Una poética (y una ética) del decir que insiste, justamente, en la dificultad, en la casi imposibilidad, de decir. Y eso, lo que apenas puede decirse, lo que siempre queda por decir, eso es, justamente, lo que imposiblemente se escribe. En una escritura, además, que lucha contra la anulación de la voz en esa lengua de nadie que, antes de hablar, ya lo sabe todo. Por eso se trata aquí de un escribir po/ético siempre impropio que lo único que tiene o, mejor, que en lo único que se sostiene es en un cuerpo deshilachado pero, eso sí, de carne y hueso, al que le sale, de las entrañas, una voz mínima y balbuceante, una voz apenas.
Un mirar y un decir corpóreos pero, al mismo tiempo, capaces de convocar en el lector un cierto desvío, un vértigo mínimo, un leve estremecimiento, una conmoción del alma (o del ánimo): apenas ese intangible que, a veces, se llama pensamiento.
Jorge Larrosa, Barcelona, abril 2011.
Poema 3
Mirar
en vez de decir
lo que no se pudo
siquiera entrever
Mirar el mundo
en lugar de hablar
ajeno al mundo
Mirar el cuerpo
en vez
de medirlo
de escudriñarlo
de sopesarlo
de soportarlo
Y volver a mirar
para entonces
comenzar
a desdecirse
Poema 6
La distancia mínima
entre dos cuerpos
no es la palabra obvia
sino el más tímido
de los silencios
Por eso a veces
es mejor callar
No para decir amor
sino para escucharlo
Poema 9
Recién
se ha ido
esa voz que
algo supuso
casi algo
como el aire
mínimo
de una duda
como el soplo
nimio
de un ala
que resbaló
hacia el vacío
y que
se deshizo
en el borde
más pequeño
de una boca
que a cada
palabra
se hacía
cada vez
más ínfima
cada vez
menos boca
cada vez
más voz
brevísima
voz
apenas
Poema 21
Adiós Aristóteles
Ya no hay nada que temer
pues todo
más que todo
se ha vuelto elíptica indiferencia
Animales políticas éticas
físicas virtudes doctrinas
habitan la desconfianza
como sombras en ciernes
que clausurarán el ocaso
Ya no hay qué saber
Porque saber
apenas habla la lengua
de la guerra
o de la usurpación del cuerpo
o de la estafa celestial
La muerte es único saber
que no podrá ser narrado
El desierto no nos ha donado
su serenidad
Por el contrario
ha esparcido el alma sin voz
la voz sin cuerpo
el cuerpo sin osamenta
Y por vez primera
serán los huesos
los huesos tibios
quienes recubran nuestra piel
Poema 22
No sabrás si quien te amaba te amaba
si quien te dolía te dolía
si quien te punzaba con desidia te punzaba
o apenas deseaba hacerte ausente
No sabrás nada de nada
Ni siquiera si el mundo seguirá siendo mundo
si a la farsa le continuará la ignominia
si al desorden le tocará retroceder
para empujar el viento con sus poquísimas ansias
No sabrás si tus hijos no sabrán
La muerte es pura ignorancia
de la vida para sí misma
Poema 31
Curiosa pretensión
la de enclaustrar el asombro
en una jaula vacía
Exasperante concreción del mundo
Tosca turbia asunción
la del alma matemática
No hay saber que sepa
cómo es
el segundo anterior
a la partida
La única soberbia posible
si acaso necesaria
si acaso soberbia
es la de los pies
Hablar con desconocidos
¿Te has dado cuenta que los niños ya no son atolondrados, ni curiosos, ni siquiera niños? ¿Que los paisajes se han escondido detrás de las espaldas? ¿Que las palabras se alejan de los cuerpos como si fueran laberinto intransitable o una distancia aguda trazada por el filo de una espada? ¿Que todo está visible y cada vez comprendemos menos? ¿Que ya nadie se arrepiente ni siente la voz de su mirada? ¿Que hay más de dos muertes por cada nacimiento? ¿Que la risa procede de la burla y no de las entrañas? ¿Que el amor es ley pero ya no desorden de las almas? ¿Que a menos que me hables a los ojos no podré decirte nada
Yo escucho. Yo tomo notas.
Nos volvemos tan conocidos que, descontando los saludos de ocasión, ya nadie conversa con nadie.
Dejar de conversar es uno de los tantos desenlaces del conocimiento entre las personas. No hablarse, no tener nada para decirse. Como si conocerse fuera ya saberlo todo, sin saber nada; un implícito sin matices ni relieves; la declaración del abandono, el final de las preguntas, el declinar de las intrigas, el suicidio de la curiosidad, de la compasión por otras vidas.
Yo escucho. Yo tomo notas de conversaciones ajenas.
Abro mi cuaderno de tapas de hule negro y comienzo el ritual de escuchar hacia los lados. Mi hábito proviene de una razón muy sencilla: estoy tan cansado de mí y de mis palabras que escuchar es el momento de reposar, de callarme, por dentro y por fuera.
Soy un cazador pacífico de palabras de otros.
Cierro los ojos y me concentro en mi mayor debilidad: las conversaciones de los ancianos, las confesiones casi secretas, la revelación extrema del amor y del dolor, los gestos de desamparo, el asombro, lo que está a punto de ser palabra, lo que parece asombrar a los niños.
Soy discreto, no secuestro intimidades ajenas. Lo que busco, en verdad, es lo que no tengo, lo que no puedo, lo que no soy: palabras renacidas, modos de ver el mundo de los que ya no me siento capaz.
Y no es un gesto impúdico, sino una ilusión de complicidad con el universo. Como si escuchando pudiese anudar los sonidos desperdigados de la lengua, como si quisiera armonizar ese hablar desordenado para darle propiedad musical, darle un pentagrama.
Más que la irritación, la decepción o lo ominoso de lo dicho, quiero dar lugar a la ternura; esa ternura que va desapareciendo poco a poco, que se diluye por la rapidez de los encuentros, la inmediatez de los deseos y la pérdida irremediable de la infancia.
Escucho, porque necesito recibir las verdades que otros desconocidos puedan darme. Y de lo único de lo que me jacto es de encontrar ternura en cada frase. Yo escucho. Porque así me callo. Porque así no juzgo.
Yo escucho.
Yo deseo el dictado del mundo.
No tienen prisa las palabras
No tienen prisa las palabras I
En el origen no había nadie, ninguno, nada. Por eso fue origen. Si por entonces hubiera habido un señor de manos duras y una mujer llena de sombreros, el origen sería una catástrofe y no existiría el mundo. De nadie, de ninguno, de nada, provino el sueño que soñamos. Y en el sueño, primero había niños, luego plantas, más tarde unos pájaros. Quién despertó fue un irrespetuoso que, enseguida, se proclamó rey y allí comenzaron las desgracias. Por eso los niños tienen pesadillas, los pájaros emigran y las plantas mueren.
No tienen prisa las palabras II
Tiene miedo la lluvia. Miedo a no dejar encontrarnos. Miedo al desplante del árbol. Miedo a la soledad de los perros. Miedo a los niños que huyen. Miedo a los vagabundos, a las persianas y a las azucenas. Miedo al golpe sobre la punta de los paraguas negros.
Y ya no cae.
No tienen prisa las palabras III
El golpe repetido que ya no está en la pared lindera, sino en tu cabeza. El aire negro de las máquinas que queda anudado entre los dientes. La indiferencia de la mayoría que ya casi es tu propia indiferencia.
Sensibilidad extrema.
Entonces: que los ojos de algún niño también sean tu mirada.
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