lunes, 3 de septiembre de 2012
7675.- ELEAZAR LEÓN
ELEAZAR LEÓN
Caracas-Venezuela, 1946-2011
Eleazar nació en la ciudad de Caracas. Era Licenciado en Letras por la Universidad Central de Venezuela, y profesor de la Escuela de Letras, después de los día de la Renovación. Pertencció al famoso Taller Calicanto, dirigió el Taller de Poesía de la Escuela de Letras y el del CELARG.
Sin duda, siempre recordaremos a Eleazar León por su valentía, su coraje, su ausencia de temor a la hora de decir lo que pensaba, lo que sentía. Siempre estuvo del lado de las verdades y de las resonancias, de la integridad.
Su voz profunda, atildada, fina, cromática, invocaba la poesía; indefectiblemente habitada por sus ecos. En él (y en su palabra) siempre algún verso, algún poema; podía recitar muchos de memoria, porque convivía, abierta y deliberadamente, con el hecho poético, con los habitantes de la poesía. Era uno de esos habitantes habituales, fugaces, como todos.
Su poesía era una hábil y sagaz mezcla de sabiduría, percepciones, imágenes cotidianas pero universales, emociones, amor, sobre todo aquel que no se encuentra con frecuencia, ése que ansían y ofrecen los trovadores ante las inaccesibles damas de los castillos imposibles y sus cortes. Oservador atento del mundo y sus objetos.
Podía componer un soneto o una cuarteta al estilo del siglo de oro español con una descomunal naturalidad y facilidad o, de igual manera, un poema novedoso y provocador. Tenía el don de la poesía. Decir que es y fue uno de los más extraordinarios poetas de la Venezuela del siglo XX sería simplemente redundante. Lo fue, lo es, porque preferimos pensar que no se ha ido, que el 7 de agosto del año 2009, Eleazar León fue arrebatado por los ángeles de la poesía, por la escala de Jacob, al lado de Hoelderlin y de los grandes poetas iluminados
Entre los libros que publicó se encuentran: Precipicio de pájaros (1971), Por lo que tienes de ceniza (1975), Estación durable (1976), Cruce de caminos (1977), Palabras del actor en el café de la noche (1982), A la orilla de los días (1982), Reverencial (1991), Hechura de palabras (1992), Cuartetas (1993), Descampado (1999), Papeles para un adiós (2004) y Rubayyats (2009).
Murió un día de agosto, el séptimo día del mes de Augusto, él que tanto dio de sí, que tanto amaba la poesía y la tradición poética, que traducía, con sencillez, a sus alumnos, en sus clases.
Nada retiene bajo su luz
Ningún camino me pertenece
ni yo soy suyo para nada. ¿Quién atesora
migraciones de nubes a la orilla del viento?
Abro los días por la puerta del mar
y en las corrientes planto mi casa, bebo
los torbellinos.
La luna me comprende con estaciones de intimidad
y luego vamos cada quien, ella creciendo
con mi lumbre por dentro, yo con la capa
de los jinetes a pleno sueño.
Ondulaciones en la hierba, sé sus andanzas
de lluvia o sol, y el vencimiento de los árboles
muertos por hacha, y el corazón
abierto de las piedras.
Nada retiene bajo su luz, y así mi abrazo
rodea las cinturas de las espumas
y cuando nazco de raíz pienso en el aire
y el horizonte sobre mi mano.
Se me vuelve un tesoro
los días del universo.
Sus regalos destellan
por el instante de mi voz
y pronuncio la fuga de las arenas en mi puño
con júbilo las estrellas
y hago silencio.
XIX
Una muchacha de ceñidos jeans
y blusa de lino pañuelo
pasa frente a mí
la cabellera negra suelta
y lo resuelto del paso
me dicen que sabe adonde va
oye, le digo, yo soy
a quien andas buscando
ella ríe y me ve, sigue adelante
y me abandona a mi destino
que por lo visto
no es el destino suyo
espero con ardor que no lo encuentre.
XXVI
Al caminar
lo que sostiene el paso de las muchachas
son los miles de párpados
que las elevan y las mezclan
al aire.
de: "El nudo corredizo" (2008)
CRÓNICA
Un loco coronado va por las calles
Con una silla en la cabeza. Lleva
Su propio techo sobre sí mismo
Su propio asiento y casa
Y la errabundia de sus pasos descalzos
Tiene los horizontes que necesita, un cielo
Y un aire abierto por los cuatro costados
Sin puertas para el celo de una vigilia
Que no conoce su mirada
Mitad sueño y delirio, mitad mordisco
De una memoria vuelta pedazos.
Es hijo de intemperie puesto en dos pies
Yendo y viniendo hacia su alma
Pájaro desplumado que picotea un grano
Ahí a la vuelta de su destino
Para ver si por dentro guarda la paz
Que añora los ojos turbios
Arrasado por la ceniza, por la inclemencia.
Cénit
Una chicharra teje a mediodía
el único deseo de su tonada. Es
un violín de una sola cuerda:
árbol y canto. Por
lo extremado de su número fijo
debe de ser un gran deseo. No
se sabe qué dice ni qué procura:
vibra nada más
en delirio monótono de lluvia.
No demasiado, no se le pida
mucho al canto sonámbulo
ni al deseo de la chicharra:
repite en el cénit
la sola claridad que conoce su sueño
sin variaciones ni riquezas, fija
y hermosamente fatal.
A la vuelta de un día será hojarasca
pero habrá conocido bajo la cúpula
de un cielo de inclemencias
ebriedad, consagración, fiesta, destino.
Camino de agua
Siguen cayendo en la memoria
lluvias que no cesaron. Llenan
el día y más allá, cubren el mundo
y es el agua primera del primer río
que nunca deja de ser un reino/ de ser un sueño
y es el agua primera de la sed sucesiva
y el agua última de los últimos labios
bebiéndola para siempre.
Nada como un desierto para soñar el agua.
Cara roja del viento/ nada como la arena
para desear hasta la inclemencia
que se cambien sus granos en gotas de sosiego
y las gotas se cambien en secreta simiente
y así el desierto sería mar
y la mar una tierra fértil.
La fiesta del universo es un camino de agua
Las estrellas navegan, las piedras, los destinos
y el barro que se junta en los rincones de anochecer.
También la polvareda de los vientos del mundo
volando y deshaciéndose.
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